Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Turquía y la Unión Europea, un ‘ya te llamaremos’ que dura medio siglo

Hasta el más optimista de los diplomáticos estará de acuerdo. Algo falla si tras cincuenta años de negociaciones bilaterales entre actores internacionales –ni enemigos ni beligerantes– el fin último que se pretendía alcanzar sigue posponiéndose indefinidamente.

En 1963, Turquía firmó el primer acuerdo de cooperación con el entonces selecto club europeo –integrado por seis miembros– denominado CEE. Veinticinco años después solicitó el ingreso en la comunidad europea. Pero no fue hasta 12 años más tarde, en 1999, cuando Ankara adquirió oficialmente el estatus de país candidato; el mismo que sigue teniendo, aunque casi dando las gracias, en 2013.

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Medio siglo de espera. Cincuenta años en los cuales la UE ha pasado de un núcleo de naciones prósperas a un mosaico heterogéneo de 28 estados… ya no tan prósperos. Lo de Turquía es lo más parecido a ser rechazado en la (poco sublime) puerta de una discoteca por no llevar camisa y zapatos mientras el resto pasa alegremente en alpargatas y borrachos como cubas.

Siempre que se acerca el momento de la verdad, brotan argumentos imponderables que obligan a retrasar, replantear, reconducir, reformular, reloquesea, las relaciones entre la UE y Turquía. El lío chipriota, el enquistado problema kurdo o los ecos del genocidio armenio en tiempos del simpático Bulent Ecevit –a mí me caía bien, qué le vamos a hacer, con su bigote grouchiano y su fama de poeta clásico–; todos los anteriormente enumerados, más el autoritarismo y la islamización, durante la década (y lo que queda) de dominio del neosultán Erdogan.

La delegación diplomática de la UE encargada de velar por los asuntos turcos, que con diferentes denominaciones funciona desde 1974, hace estos meses horas extras. Los más de cien expertos que escrutan los avances (y retrocesos) del país respecto del acervo europeo tienen un nuevo foco de preocupación: el descontento popular hacia el actual Gobierno islamista moderado, simbolizado en las protestas multitudinarias de la plaza Taksim.

Para empezar, y sea lo que sea que haya pasado o esté pasando en Turquía, las opiniones en este punto difieren (primavera del pueblo, lucha de clases, revuelta anticapitalista pero de tintes occidentalistas, un nuevo modo horizontal de entender la política…), la UE ya ha retrasado hasta este octubre las nuevas negociaciones sobre la adhesión. Además, el pulso comunitario entre quienes son partidarios de reforzar, en estos momentos de crisis, el compromiso con el estado turco (a fin de cuentas, una potencia emergente) y los que prefieren soltar amarras se ha recrudecido.

Y, como en casi todo últimamente en Europa, la balanza se ha desequilibrado a favor de Alemania, partidaria muy poco discreta –el todopoderoso ministro Schäuble no es un hombre muy dado a los circunloquios– de la línea dura contra Erdogan (las razones germanas para decir no a Turquía son históricas, pero también coyunturales: el más que posible vuelco demográfico y las severas implicaciones que este tendría).

Un otoño que será clave

Visto lo visto, y tras lo que se dice que fue un duro (como siempre) debate, el checo Stefan Füle, comisario de Ampliación, saludaba el pasado 25 de junio en Twitter el acuerdo entre los estados miembros que retrasa la negociación del capítulo 22 –significativo punto dedicado a la política regional– hasta bien entrado el otoño. Cinco días después era el mismo Füle el que escribía ufano en su cuenta de esta red social que la «UE volvía a hacer historia»… con la incorporación de Croacia a la UE.

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El periodo estival por un lado y el desvío de la preocupación internacional de Ankara a Damasco por otro, parecen haber actuado de bálsamo.Mientras llega el nuevo informe que prepara Bruselas sobre el estado de la candidatura (el último, de 2012, fue de los más negativos de los últimos años), la temperatura política ha bajado unos grados.

Pese a todo, haríamos mal en no plantearnos con honestidad una serie de preguntas (que trataré de ir respondiendo, en los próximos meses, con ayuda de los que realmente saben): ¿Está realmente la UE preparada para recibir a Turquía? ¿Seguirá aduciendo evasivas hasta el fin de los tiempos (o de la propia unión)? ¿Qué otras fórmulas, que no son la adhesión pura y dura, podrían contemplarse?

Como escribió el mordaz y mediático Slavoj Zizek hace seis años en un artículo que no ha perdido apenas actualidad, «‘el problema turco’ no tiene tanto que ver con Turquía en sí misma, sino con la confusión sobre lo que Europa es». Y eso que en 2007 la cuestión de la identidad parecía felizmente encauzada.