Comunicar la ciencia también importa sin pandemias ni volcanes

Ayer en Madrid, en la sede del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), se celebró la ceremonia de entrega de la primera edición de los premios y ayudas CSIC-BBVA de Comunicación Científica. Las distinciones fueron para Materia, la sección de ciencia del diario El País, en la categoría de periodismo, y en la de investigadores divulgadores para Alfredo Corell, José Antonio López, Ignacio López-Goñi, Antoni Trilla y Margarita del Val. En cuanto a las ayudas para jóvenes periodistas, las galardonadas fueron Lucía Casas, Leyre Flamarique y Ana Iglesias.

Esto no pretende ser una crónica del acto; quien esté interesado en ello podrá encontrarla en la web del CSIC. Pero a raíz de lo dicho y escuchado ayer, merece la pena destacar alguna cosa y hacer una pequeña reflexión.

Los galardonados en la I Edición de los premios y ayudas a la comunicación científica del CSIC y la Fundación BBVA. Imagen de FBBVA.

Los galardonados en la I Edición de los premios y ayudas a la comunicación científica del CSIC y la Fundación BBVA. Imagen de FBBVA.

Los premios y ayudas se otorgan por primera vez este año dentro del Programa de Impulso a la Comunicación Científica creado por el CSIC y la Fundación BBVA, y que ha nacido a raíz de la pandemia de COVID-19. Según comentó en su discurso el director de la fundación, Rafael Pardo, habitualmente solo de un 8 a un 10% del público sigue las noticias de ciencia. Esto explotó durante la pandemia, cuando la gente buscaba masivamente los avances científicos en la lucha contra el coronavirus. Los medios intensificaron sus espacios dedicados a este campo urgente de la ciencia, pero también proliferaron los bulos y las desinformaciones, por lo que el periodismo riguroso y la participación de los verdaderos expertos se hicieron más necesarios que nunca.

En la información de los medios sobre los aspectos científicos de la pandemia, ha destacado la labor de Materia, el grupo de periodistas de ciencia liderado por Patricia Fernández de Lis e integrado además por Manuel Ansede, Miguel Criado, Francisco Doménech, Nuño Domínguez, Daniel Mediavilla y Javier Salas; todos ellos antiguos compañeros en la finada sección de ciencias del diario Público, que fue disuelta cuando el periódico desapareció en su versión papel y se convirtió en otra cosa.

Me consta que los comienzos de Materia hace casi un decenio fueron muy difíciles, en un local prestado de la Comisión de Ayuda al Refugiado en el centro de Madrid, lo cual es poéticamente simbólico. Pero el duro trabajo y la valía de todos los miembros del grupo consiguió abrir un hueco a algo tan improbable como una agencia startup independiente de noticias de ciencia, que finalmente se incorporó al diario El País como su sección de ciencia.

En estos ya casi dos años de pandemia, Materia ha informado exhaustivamente y con rigor sobre los progresos de la ciencia contra esta crisis global. Algunas de sus historias han sido referencia mundial, como el reportaje infográfico sobre la transmisión del coronavirus por aerosoles en interiores, que se ha traducido a varios idiomas, siendo la pieza más leída de toda la historia del diario y acumulando varios premios; el último, esta semana, el Kavli de periodismo de ciencia de la American Association for the Advancement of Science, un equivalente al Pulitzer de la especialidad.

Durante la pandemia ha sido constante también la divulgación de los investigadores a través de los medios. De entre los científicos en activo que se han ocupado de acercar la ciencia del coronavirus al público, el jurado de los premios ha distinguido la labor de los cinco mencionados, que se han prodigado en sus apariciones y han llegado a convertirse en los expertos de cabecera para un gran número de medios. Por supuesto, no han sido los únicos, y algunas otras voces valiosas también habrían merecido este reconocimiento. Lo cual es inevitable en todo premio, pero que además en este caso lamentablemente no permite distinguir entre los verdaderos candidatos que se han quedado fuera –los que ya eran expertos antes de la pandemia– y otros.

Lo anterior es el reconocimiento al trabajo ya hecho, que siempre es debido cuando es merecido. Pero sin duda el aspecto más valioso de este nuevo programa es la concesión de ayudas a jóvenes periodistas que quieren especializarse en información científica, y que facilita que las tres galardonadas se integren (se empotren, en lenguaje de periodismo de guerra) sucesivamente en tres centros del CSIC para aprender cómo es el día a día en un laboratorio y cómo se lleva a cabo el trabajo científico.

Esta iniciativa rellena un hueco que es imprescindible rellenar por múltiples vías, porque este es el futuro. Los periodistas no suelen tener formación en ciencia, y menos aún experiencia directa. Cuando surge una pandemia y a la mayoría de la gente le interesa la información científica, una redacción de ciencia sólida y con criterio es algo que no se puede improvisar. O se tenía antes, o no se tiene. Y esto ha marcado una clara diferencia entre Materia/El País y otros medios que no cuentan con una sección de ciencia formada por verdaderos especialistas.

Por supuesto que un o una profesional del periodismo sin formación científica directa, pero con la suficiente valía y años de trabajo, puede convertirse en un excelente periodista de ciencia. Hay ejemplos brillantes de ello. Y por supuesto que existe una oferta de formación que sirve de puente entre ciencias y letras a través de ese abismo tradicional que ha sido una lacra en el sistema universitario de España. Pero para comprender de verdad qué es la ciencia, para qué sirve y para qué no, cómo funciona, cuáles son sus fortalezas y limitaciones, la posibilidad de que jóvenes periodistas trabajen codo con codo con los científicos durante un año es infinitamente mejor que cien clases magistrales. Sin duda las agraciadas con estas ayudas terminarán este periodo formativo con un nivel de preparación equivalente al de cualquier periodista especializado en países donde esta formación mixta o puente es fruto de un bagaje científico histórico mucho más potente que el nuestro.

Ahora bien, existe el evidente riesgo de que su camino profesional termine siendo el de la comunicación corporativa o institucional, y no el del periodismo. Entiéndase, riesgo para el periodismo, no para ellas. La comunicación científica existe, está mejor retribuida y es profesionalmente más estable que el periodismo de ciencia. Muchos buenos periodistas de ciencia acaban derivando hacia la comunicación, cansados de comprobar cómo los medios abren la puerta a periodistas expertos en política, economía o deportes, pagando lo que valen, y cómo la cierran a los especialistas en ciencia para cubrir ese hueco con jóvenes sin la suficiente experiencia ni comprensión de la ciencia. Esto marca la diferencia, por ejemplo, entre Materia y otros.

Pero es una diferencia que, se supone, el público no sabe apreciar. Salvo, claro, cuando el público hace de una pieza de ciencia en un medio la más leída en la historia de ese medio. Lo que no ocurre con otras piezas en otros medios.

Mi sensación personal durante la larguísima ceremonia de entrega de los premios y ayudas –cuando alguno de los propios agraciados que recibían un premio económico muy sustancioso la define como un tostón, quizá un replanteamiento sería oportuno– fue la de esas arengas de los entrenadores a sus jugadores en el vestuario antes del partido, o de los comandantes a sus soldados antes de la batalla. Todos los allí presentes ya llegábamos previamente convencidos de la importancia del periodismo de ciencia. Quienes no están convencidos de ello no estaban allí. ¿Ha trascendido algo de lo que allí se dijo? ¿Ha aparecido en los noticiarios de las radios y las televisiones?

Durante la gala se comentó también que, después del explosivo interés por las noticias científicas durante lo más crudo de la pandemia y con la salvedad aún del volcán de La Palma y de la conferencia COP26 del cambio climático, a medida que las aguas vuelven a su cauce la ciencia regresa a su lugar anterior, a las catacumbas de las páginas y las webs de los medios. Claro está, con las honrosas excepciones de aquellos que han mantenido sus apuestas antes y durante la pandemia, y seguirán manteniéndolas después de la pandemia.

Para otros medios, las noticias de ciencia volverán a ser aquello que conté en el primer post de este blog en febrero de 2014 y que decía un director de periódico de la vieja escuela, el tipo de perfil que no estaba presente en la gala ni se le esperaba: «la sonrisa, el invento y la curiosidad». Algo con lo que distraerse un poco entre las noticias realmente importantes, aquellas que cuentan lo que los políticos han dicho hoy. ¿Solo cuando hay una tragedia puede apreciarse la importancia en la sociedad de la información y la divulgación científica?

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