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Fotos en las que siempre hace frío

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Una pantalla, muchos hijos, nicotina, dos trapos en la pared, parches demasiado leves contra las grietas en el yeso.

La geografía no es necesaria para entender lo que sucede en la foto. Tampoco las fronteras exteriores de la foto importan. Con algunas fotos sucede: como los ojos de los perros, tienen un tapetum lucidum, son reflectantes, se han quedado sin márgenes y se disuelven con el background.

¿Qué sabemos? Lo suficiente para entender: la casa está acordonada por el barro y el frío, el pan está negro, los niños imitarán al padre.

La foto la hizo un profesor destinado en la zona. Quizá así se explique que los niños se desentiendan y miren a la pantalla. Al profesor ya lo ven demasiado.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Más críos en la segunda imagen. Uno de ellos, quizá una niña, quiere beber la cerveza brava que bebe la madre.

El hombre tiene mucho frío. La chaquetilla es una mala broma contra el gris del cielo.

Los árboles también sufren.

Nicotina, niebla, tierra yerma… Nadie mira al maestro de escuela.

A veces todas las fotos son la misma foto.

El profesor-fotógrafo se llama Jindřich Štreit. Nació en 1946 en la región de Moravia-Silesia, que entonces pertenecía a la Checoslovaquia comunista y ahora a la República Checa. Es una de esas tierras con márgenes disueltos, como mapas rotos. Muchos la han pisado pero pocos se han quedado. Demasiado barro.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

En las fotos de Štreit siempre hace frío. Un frío medular, literario, insufrible. El frío que sólo sienten los desgraciados.

Al profesor-fotógrafo le han castigado por ser quien es, un amigo de los desgraciados. En 1982 le detuvo la policía secreta. Le incautaron la cámara y todos los negativos. Le condenaron a diez meses de cárcel por difamar al país.

Llegaron a esa conclusión tras interpretar las fotos. En una encontraron a varios hombres durmiendo durante un acto del Partido Comunista. En otra, un mapa desmembrado. En una tercera, un perro triste.

Tras la sesión de análisis fotográfico, los comisarios políticos firmaron la sentencia y bajaron a tomar unas copas de aguardiente. Tenían mucho frío.

A Štreit le cambió la vida el destino de su primer trabajo como profesor de Arte. Le enviaron, en 1971, a las regiones de Olamouc y Bruntál. Se estableció en la aldea de Sovinec. Es difícil encontrarla en los mapas.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Los estrategas que manejan la cartografía convinieron que Sovinec fuese alemán. Tras la II Guerra Mundial y el despiece del lomo europeo entre los triperos, lo resituaron dentro de los límites de Checoslovaquia, es decir, bajo la bota de piel de oso soviético.

Los campesinos alemanes se largaron y otros campesinos ocuparon su lugar. Unos y otros tenían el pasaporte de la nación sin patria de los desgraciados.

Los nuevos repobladores llegaron empujados por las tácticas del estado. Procedían de aquí y de allá y nada tenían en Sovinec además de un incierto futuro.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

¿Qué puedes sentir por la tierra si no no conoces el nombre de los arroyos, no recuerdas quién descansó en esa piedra, no tienes difuntos en el cementerio…?.

Caminas casi tumbado, te encorvas. Tienes frío.

Štreit daba clases en la escuela. Tenía tiempo libre y, a veces, hacía fotos. Mariconadas compositivas, escenas pastorales que envíaba a concursos patrocinados por hermandades sindicales, agrupaciones vecinales, cofradías culturales y otras formas bastardas de la metaestructura del poder.

Todos merecemos el accidente de la revelación. Para Štreit llegó en 1978, en una conferencia del fotógrafo Ján Šmok. En una reunión con otros aficionados posterior a la charla, les dijo que el ojo debe residir en el mismo mundo en que reside el fotógrafo, que cualquier universo contiene a todo el universo, que desgraciados somos todos. Štreit no envió fotos a concursos nunca más.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Desde entonces, con una pureza metódica, el profesor terminaba la jornada escolar y recorría la comarca en su viejo Lada para hacer fotos de barro y frío.

Fascinado, como inaugurando ojos nuevos, documentó durante 13 años la vida en la zona: los animales, la tristeza del tabaco negro, la borrachera diaria para que pueda llegar otro día de borrachera, la franca brutalidad, la alegría inesperada de un buen chiste, las casas como aguafuertes de un pintor tenebrista…

Trabajó en soledad y sin referentes. Sabía, claro, de su gran paisano, el también moravio Josef Koudelka,  pero Štreit no frecuentaba a sus contemporáneos, no pertenecía a gremios o clubes. Era un profesor de primaria vecino de Sovinec con una cámara en la mano.

Tras la caída de los totalitarismos comunistas su obra empezó a trascender. En 1989 expuso en Newcastle (Reino Unido) y dejó al mundo con la boca abierta. ¿De dónde sale esto?, se preguntaba la crítica.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Con la libertad de moverse y el reconocimiento, llegaron los trabajos por encargo, las comisiones.

Štreit hizo reportajes sobre mineros y trabajadores agrícolas de otras latitudes. En una de sus series más conocidas, Cesta ke svobodě (El camino hacia la libertad, 1996-1999), retrató las toxicomanías en el medio rural.

El profesor-fotógrafo confirmó la pasmosa obviedad que había escuchado de labios de Ján Šmok: el mundo entero es una infinita repetición de la misma aldea. Savinec está en todas partes.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Quiero terminar esta entrega de Xpo, la sección fotográfica del blog, con una de las fotos que elegiría si me obligasen a escoger, digamos, diez de entre todas las que conozco. Una foto que condensa la fuerza primaria de Štreit, su capacidad para retratar cada ladrillo de la cárcel que edificamos con nuestras manos.

La foto podría titularse, es mi capricho, En el Barranco del Trasmundo.

La inexplicable sombra del perro es el Señor Muerte, siempre tras la ventana, salivando el hocico.

La mano del yonqui es la última orquesta.

Una orquesta de desgraciados para que todos bailemos el vals del barro y el frío.

Ánxel Grove

La ruta pintoresca de los tóxicos

"A perturbed young woman fast asleep" - J.P. Simon, 1810

"A perturbed young woman fast asleep" - J.P. Simon, 1810

Las drogas son un camino a ninguna parte, pero al menos son la ruta pintoresca.

Todos, en algún momento, necesitamos un diablo sobre nuestro pecho perturbado.

No somos tan infinitos como Bill Clinton («probé la marihuana una vez, pero no tragué el humo«). Nos hace falta la pastilla, la copa, la dosis, la calada, el tiro…

¿Para qué? Para no partirle la cara al vecino, para no morder el polvo de la vulgaridad, para no testificar la diaria derrota, para no aburrirnos de nosotros mismos.

A veces nos recetan, a veces nos recetamos, pero siempre pagamos. El importe puede salir de una cuenta corriente, hurtarse a la familia o los amigos o ser subvencionado por la Seguridad Social. A la droga le da igual. Es inmutable a los mercados.

Esta semana dedicamos nuestro Cotilleando a… a esos amigos complacientes, a los edredones naturales o químicos que nos protegen del frío espiritual, a los venenos que endulzan la cicuta de la vida, a los tóxicos que nos contaminan porque se lo pedimos.

Contemos algunas públicas virtudes y pecados privados sobre drogas y dependencias.

1. El primer speedball letal de la historia. Se lo inyectó el médico y sicólogo austriaco Ernest von Fleischl en octubre de 1891. Había sido morfinómano y heroinómano durante años para calmar los dolores que le quedaron como secuela de una amputación de un dedo. Su admirado Sigmund Freud (sí, ese Freud) le recomendó que se pasase a la cocaína. Al coleguita le fue fatal y, en un intento de calmar la tortura del dolor, inventó el speedball (cocaína + heroína). Calculó mal las proporciones y se le paró el corazón. Tenía 45 años.

Maria Callas (1923-1977)

Maria Callas (1923-1977)

2. Tenias y Quaaludes. La diva triste María Callas no tuvo reparos en asociarse con un pasajero intestinal para perder los kilos que le sobraban (llegó a pesar cien en su juventud) y le afectaban la voz. La tenia hizo bien su trabajo y la cantante adelgazó, pero el blues, el gran parásito, creció al mismo ritmo que el gusano. Para combatir la negra sombra de la pena, la Callas se empachaba en la decadente soledad de su mansión parisina de metacuaolona, un hipnótico que te hace sentir como la corriente del Danubio. Comercializado como Quaaludes, Ludex, Mandrax o -a veces los vendedores son poetas- Sopor, también era muy apreciado por los hippies desencantados por las flores muertas. María Callas expiró en 1977, a los 55. Los forenses fueron benévolos con el mito y escribieron «causas desconocidas» en el certificado de defunción. Había una nota cerca del cadáver, una cita de la ópera La Gioconda: «En estos momentos de orgullo».

3. La luz de la cerveza (y el hedor). Era mal escritor, pero al menos sabía vivir (no como otros, que brincan de conferencia en conferencia, de gran almacén en gran almacén, de caseta en caseta). Charles Bukowski reducía su hábitat al territorio anal. Se definió en un poema: «un admirador de los calientes y jóvenes y no usados ya más afligidos culos de las mexicanas». Se explayó en una entrevista: «No hay nada tan glorioso como una buena cagada de cerveza. Me refiero a la de haber bedido veinte o venticinco cervezas la noche anterior. El aroma de una cagada de cerveza así se extiende y permanece durante una buena hora y media. Te hace sentir realmente vivo». Pese a las predicciones de todos sus amigotes, Hank murió a los 67 74. No de cirrosis, sino de leucemia. Su lápida dice: «No lo intentes».

4. Gula VIII de Inglaterra. Jonathan Rhys-Meyers es a Enrique VIII lo que Mariano Rajoy a Jimi Hendrix. El monarca elevado a sex symbol por la serie de televisión Los Tudor era un glotón impenitente de obesidad casi mórbida. Aunque no hay constancia de cuánto llegó a pesar, sus trajes y armaduras permiten calcular que andaba por los 120 kilos cuando la palmó (1547) a los 55 años. Teniendo en cuenta que medía 1,60 ya se pueden hacer una idea: Su Majestad Bolita. Su droga favorita no era el sexo, que practicaba con regia promiscuidad para garantizarse descendientes, sino la manduca. Las cenas de palacio tenían 16 platos y 10 postres (entre 10 y 20.000 calorías). Duraban no menos de tres horas y los invitados estaban obligados a la estricta observancia de dos reglas de protocolo: acabar toda la comida y carcajearse a mandibula grasienta con los chistes soeces de Enrique.

Amadeo Modigliani (1884-1920)

Amedeo Modigliani (1884-1920)

5. Éter, absenta, hachís y burdeles. No toleró un sólo minuto de su escueta vida adulta sin estar colocado. El pintor Amedeo Modigliani comenzó a darle duro al hachís y el alcohol en los burdeles de Venecia, que frecuentaba en la tardo adolescencia buscando sexo y modelos para sus cuadros. Andrajoso y genial, llevó una vida que los moralistas juzgarían como desastrosa. Pintó ardientes cuadros de desordenada perspectiva, expuso sólo una vez, esculpió con piedras que los amigos recogían en las calles y cultivó el desorden con ordenada eficacia. Se enganchó al éter y, sobre todo, a la verde disciplina de la absenta. Murió de una meningitis tuberculosa. Horas después del hallazgo del cadáver, su mujer y modelo, Jeanne Hébuterne, embarazada de nueve meses del segundo hijo de la pareja, se tiró de un quinto piso. La familia de ella tardó diez años en permitir que la enterrasen al lado del pintor. Uno de los cuadros de Modigliani se subastó hace pocos meses por casi 49 millones de euros. La cantidad daría para mucha absenta.

6. La tiniebla más profunda. Una ley turca del siglo XVI establecía que una mujer puede divorciarse de su esposo si éste no llegaba a proporcionarle una dosis diaria de café. Más o menos en la misma época, los asesores del Papa Clemente VIII le aconsejaron prohibir el café, recién llegado a Europa, porque representaba una amenaza de los infieles. Después de haberlo probado, el pontífice bautizó la nueva bebida, declarando que sería una lástima dejar sólo a sus infieles el placer del café. Se estima que aproximadamente 501 billones de tazas de café se consumen anualmente el mundo. Tantos fans no podemos estar equivocados: viertan en el desagüe el agua manchada con té y entréguense a la honda tiniebla del café. Honoré de Balzac escribió sus cien novelas empujado por el café. Sólo establecía dos condiciones para coger la pluma: un cuarto y una cafetera. Con esos compañeros era capaz de alargar la vigilia hasta 48 horas. Sigan su ejemplo. Un tipo que escribió que «detrás de cada gran fortuna hay un delito» no podía estar equivocado.

William Faulkner (1867-1962)

William Faulkner (1867-1962)

7. De un trago. «Soy una mala persona. Voy a irme al infierno y no me importa. Prefiero estar en el infierno antes que estar donde estás tú». William Faulkner sabía en qué lado de la vía de tren prefería situarse. Bebió todo el bourbon que pudo y, aunque luchó para dejar la dependencia (se sometió a electrochoques), nunca lo consiguió. Al infierno que deseaba no lo llevó la botella, sino la caída de un caballo y las complicaciones derivadas del accidente. A su tumba acuden bastantes peregrinos con una botella de bourbon. La ceremonia establece que la mitad debe arrojarse sobre la tierra donde yace el escritor y la otra mitad debe ser ingerida por el visitante. De un solo trago.

8. Un tripi para pasar al otro lado. En su lecho de muerte, sometido al padecimiento de un cáncer de laringe que le impedía hablar, Aldous Huxley le pasó una nota a su mujer:  «LSD, 100 µg, intramuscular». A los pocos minutos el escritor (que lo probó todo para percibir mejor y más) murió en un viaje de ácido. Tenía 69 años y su fallecimiento pasó desapercibido porque pocas horas antes habían asesinado a John F. Kennedy.

9. «Llega una gran oscuridad». Unos días antes de morir, Emily Dickinson pronunció esta frase antes de desvanecerse en la cocina de la casa en la que vivió en casi absoluta reclusión voluntaria durante 56 años. Su vida, trastornada por la compulsión y la agorafobia, fue tratada por los médicos con la torpeza habitual: le administraron laxantes y diuréticos de forma masiva. La verdadera droga de Emily estaba bajo su cama: más de 700 poemas. Era una workaholic: si no escribía, nada tenía sentido. Su hermana descubrió 40 volúmenes de poesía encuadernados a mano cuando recogía el cuarto de la muerta. Dos versos bastan para comprender su grandeza: sería más fácil fallecer con la tierra a la vista, / que conquistar mi azul península.

Béla Lugosi (1882-1956)

Béla Lugosi (1882-1956)

10. Drácula en la feria del pueblo. El actor Béla Lugosi terminó haciendo el payaso en barracas de ferias ambulantes. Aparecía vestido de vampiro, enseñaba los colmillos de plástico y asustaba a algunos niños que aún no habían nacido cuando se estrenó Drácula (1931). Rechazado por Hollywood porque era incapaz de memorizar los guiones, el mejor intérprete del mito necesitaba sangre blanca: morfina, metadona y analgésicos. Le enterraron con la capa puesta.

Ánxel Grove