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Los secuestradores exigen un rescate: mi animal de poder

Indios y niños. Los no contactados y los que no superan los cinco años. Solo ellos pueden ser felices. El resto perdimos a nuestro animal de poder.

Imagina que tu cabeza fuera una selva. Que las fuerzas psíquicas que te componen, conscientes e inconscientes, son animales o personas. Los pensamientos, ideas, pulsiones, cobran vida independiente. Braman. Rugen. Zumban. Aúllan en tu mente.

Así ocurre durante un brote psicótico. No te asustes. Puedes imaginarlo sin perder el control. Estás en la selva

A veces yo también personalizo mis pensamientos, o las fuerzas psíquicas que azuzan, como abejitas borrachas de azúcar, mi conciencia. Es una psicosis controlada que uso para entenderme mejor.

A determinados patrones, capacidades, o líneas de pensamiento, las relaciono con un animal de poder. Mi curiosidad creativa, por ejemplo, sería una urraca que grazna palíndromos.

Urraca. Benutzer123. Wikimedia Commons.

Urraca. Benutzer123. Wikimedia Commons.

A veces recibo el mensaje de la parte opuesta, las fuerzas oscuras que me gobiernan. Los llamo «Los secuestradores».

Tenemos secuestrado a tu ser íntimo. Entréganos a tu animal poder.

El animal es la forma de pago que exigen a cambio de mi presunta libertad. Una transacción con mi parte oscura. No es buen negocio.

Mata a tu urraca y serás un hombre de éxito.

Los secuestradores son unos tipos siniestros que viven en la mente profunda, disfrazados de cultura, ley y razón. Son colonizadores que llegaron tiempo atrás a mi selva, que entonces era un vergel, y yo tendría dos o tres años.

El que más me acojona se llama «Duda». Tiene pinta de escolar, de buen tipo, contable, quizás; contrasta con la imagen de sus compinches, «Negación» y «Furia», que van llenos de cicatrices y pueden jurar en ruso. «EL-MIEDO-QUE-TRANSMITEN-LOS-PADRES» es el más siniestro de todos. Lee el resto de la entrada »

Músicos muertos ‘on the road’

El día que murió la música

El día que murió la música

Habitan la carretera —o esas otras formas de senda: las vías de tren, los corredores trazados en el cielo…— y por pura obligación estadística mueren sobre la carretera, on the road, en marcha de un lugar a otro para cantar mañana las mismas canciones que ayer.

En los primeros minutos de la madrugada inclemente del 3 de febrero de 1959 una avioneta Beechcraft Bonanza se estrelló en un maizal de Clear Lake-Iowa (EE UU). Murieron el piloto y los tres pasajeros, los músicos Buddy Holly, Ritchie Valens y Big Bopper. El impacto de la tragedia todavía es notable en la copia de la vieja portada de diario. Unos años después bautizaron la amarga jornada como el día que murió la música.

Hubo otros fallecidos por impactos y entre hierros, pero no estaban en tránsito laboral: el londinense Marc Bolan, muerto unos días antes de cumplir 30 en el interior de un Mini que conducía su novia, salía de un restaurante y se iba a casa a dormir; el texano Stevie Ray Vaughan, a los 36, cuando se estrelló el helicóptero que lo trasladaba a un curso de golf; Rockin’ Robin Roberts, a los 26, cuando, tras una fiesta muy loca, viajaba en un coche kamikaze que causó una colisión múltiple con incendio; Bobby Fuller, cuyo cadáver (24) fue encontrado en el interior de su coche en Hollywood…

No fueron las primeras víctimas de la urgencia temeraria que reclama el negocio musical. Tampoco serán los últimos. En esta entrada recordamos a otros artistas prematuramente quebrados en automóviles, aviones, trenes…

Ragtime para Al Capone

Pesaba 150 kilos pero la comida no era su único apetito: consumía alcohol y sexo con la misma entrega. Fats Waller, el maestro del piano rag, tocaba tan bien que Al Capone ordenó que lo secuestrasen a punta de pistola para llevarlo a animar una fiesta de cumpleaños. Volvía locos a todos y todas, pero vivía más deprisa de lo que su enorme cuerpo podía aguantar. Murió en 1943 (ataque cardíaco) en la cabina del tren en el que viajaba para la siguiente actuación y la siguiente borrachera. Tenía 39 años.

Desangrada en la Ruta 61

La Emperatriz del Blues, Bessie Smith, tenía malas pulgas.  Siempre estaba dispuesta a la bronca por una mala mirada o una lectura entre líneas. Bebía mucho y cantaba como nadie ha cantado —incluso la adorable Billie Holiday se queda muy atrás en la comparativa—, con sangre y fuego en la garganta. Fue la primera cantante negra de blues rica y famosa (cobraba 500 dólares por actuación en los años veinte, una enorme suma entonces) y murió desangrada, a los 43 años, con un dramatismo casi literario: en la tierra de nadie de la Route 61 —la verdadera carretera de la música, por la que los bluesmen del sur llevaron el veneno a Chicago— tras un accidente de coche. La ambulancia tardó una eternidad en llegar.

Cadáver en un Cadillac azul pálido

La última canción que grabó Hank Williams fue I’ll Never Get Out of This World Alive, Nunca saldré vivo de este mundo. El vaquero más triste murió el uno de enero de 1953, a los 29 años, en el asiento trasero de un Cadillac azul pálido (lo exhiben en un museo) en una gasolinera de Oak Hill, Colina del Roble (Virginia Occidental), mientras iba camino de otra actuación. Estaba consumido por la morfina y los calmantes que necesitaba para paliar el tormento de una espina bífida oculta. Además de la guitarra que había cambiado el rumbo del country y presentido el rock and roll tenía encima un cuaderno escolar con letras de nuevas canciones.

Sin gafas en una noche de lluvia

Clifford Brownie Brown tuvo la mala suerte de madurar como trompetista casi al mismo tiempo que Miles Davis, cuya enorme presencia eclipsaba a todos los rivales. Era un músico limpio —ni heroína ni alcohol— y de gran pegada rítmica que ayudó a consolidar el hard bop, es decir, el jazz contaminado por el rhythm and blues y su latido urbano. En junio de 1956 murió, entre actuación y actuación, cuando el coche que conducía su mujer se salió de la carretera en una noche de lluvia. Ella, que también perdió la vida, era miope y no llevaba gafas, pero se había animado a tomar el volante mientras Brownie echaba una cabezada en al asiento de atrás.

El cadete se llevó una Gretsh rota

Eddie Cochran era tan guapo como Elvis Presley pero bastante más inteligente —en Summertime Blues (1958) hizo el primer alegato generacional y político a ritmo de cuatro por cuatro—. Murió el 16 de abril de 1960, a los 21 años, mientras estaba de gira en el Reino Unido. El taxi en el que viajaba iba a demasiada velocidad, sufrió un reventón en una rueda, patinó y se empotró contra una farola. Cochran salió despedido por una puerta y sufrió letales contusiones en la cabeza. En el taxi viajaba su colega, el también cantante Gene Vincent (Be-Bop-A-Lula), que resultó herido en una pierna y cojeó toda la vida. Con la guitarra Gretsh de Cochran, bastante perjudicada tras el accidente, se quedó el  cadete de policía David John Harman, que aprendió a tocarla y, bajo el apodo de Dave Dee, montó unos años después el grupo Dave Dee, Dozy, Beaky, Mitch & Tich.

Vaquero angelical y conductor borracho

Clarence White aparece en el vídeo anterior a la izquierda, vestido de vaquero angelical, tocando con clase y estilo fingerpicking la guitarra y apoyando a Roger McGuinn en la voz. Hijo de músicos canadienses, White era un virtuoso llamado con frecuencia para acompañar a grupos y solistas del country-rock espacial de la segunda mitad de los años sesenta (Gram Parsons, Emmylou Harris, Ry Cooder…). El 15 de julio de 1973, mientras cargaba equipo en una furgoneta para salir a tocar, fue atropellado por un conductor borracho y murió en el acto. Tenía 29 años.

El soul murió en un lago helado

Otis Redding estaba llamado a ser el gran renovador del soul. Era una demasía: la mejor voz, el más alto voltaje escénico, un enorme compositor y arreglista. Incluso los hippies —muy poco amigos de la música racial— se habían quedado pasmados tras verlo en el Festival de Monterey, donde incendió la noche y dejó en evidencia a los grandes ídolos blancos. El 10 de diciembre de 1967, a los 26 años, murió al caer la avioneta en la que viajaba en las aguas heladas de un lago. Estaba de gira con su grupo, The Bar-Kays, dos de cuyos músicos también fallecieron en el accidente. Tres días antes, Redding había grabado la canción con la que daba a su carrera un giro radical y la acercaba a la sensibilidad beatle: (Sittin’ On) The Dock of the Bay.

La cubierta profética

Tres días antes habían editado el disco Street Survivors (Supervivientes callejeros), en cuya portada aparecían entre llamas. El 20 de octubre de 1977, el grupo Lynyrd Skynyrd, sureños, bebedores, eléctricos, alquiló una avioneta para ganar tiempo en una apretada y exitosa gira. La aeronave se estrelló en un bosque y en el accidente murieron seis personas, entre ellos el cantante Ronnie Van Zant (29 años), el guitarrista Steve Gaines (28) y su hermana y vocalista Cassie (29). Uno de los supervivivientes, mal herido, logró llegar a una granja para pedir ayuda pero el propietario le dió un tiro creyendo que se trataba de un prófugo de una penitenciaria. La avioneta había sido rechazada previamente por el grupo Aerosmith porque el piloto y el copiloto no paraban de beber bourbon mientras tripulaban el aparato.

 Ánxel Grove

Lenin y Bowie en ‘mugshots’ de estilo inmutable con 81 años de diferencia

Lenin, 1895 (izquierda) y Bowie, 1976

Lenin, 1895 (izquierda) y Bowie, 1976

Entre el par de fotos de la izquierda y las dos de la derecha hay casi un siglo de distancia temporal.  Vladimir Ilich Lenin fue retratado en un cuartel de la policía zarista de San Petersburgso en 1895. David Bowie, en un comisaría policial de Rochester (Nueva York-EE UU) en 1976.

Los delitos son distintos, casi discrepantes. El del soviet, ejercer la agitación escribiendo y publicando panfletos peligrosos para el estatus del imperio, con títulos tan manifiestos como Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas. El del músico, llevar encima casi tres kilos de marihuana.

Los castigos tampoco guardan semejanza: Lenin fue condenado en 1896 a tres años de destierro en la tundra siberiana, mientras que Bowie, tras una retención de unas horas en el cuartelillo, pagó una multa de 2.000 dólares y se fue a su hotel de lujo sin cargos judiciales.

¿Es improcedente colocar una imagen al lado de la otra? No desde el punto de vista fotográfico: ambas pertenecen al género de las mugshots o retratos policiales y, como tal, responden al mismo objetivo (ser añadidas como complemento gráfico al atestado policial) y, pese a los 81 años transcurridos, están realizadas con la misma metodología (retratos frontal y de perfil, iluminados con luz directa y con corte de plano medio).

Al Capone, 1929

Al Capone, 1929

No hay nada artístico en las mugshots, ningún artificio. Todo es sometimiento al imperativo del género y la utilidad. El retratado debe ser identificable y dejar ver sus dimensiones antropométricas. El modelo ha de mostrarse ante la cámara manejada por un funcionario policial que hace su trabajo con disculpable rutina.

En los retratos policiales hay otra constante: el retratado sabe y asume que la foto es la prueba gráfica de su detención y debe decidir, en un espacio de tiempo ínfimo, habitualmente 1/125 de segundo, y bajo una tremenda presión, qué imagen, rastro o reflejo quiere dejar de sí mismo ante quienes le han capturado y le juzgarán.

Al Capone, que llegó a ser el enemigo público número uno, todavía lucía saludable cuando fue detenido en 1929 por llevar encima armas de fuego sin licencia. Su mirada es clara en la mugshot, de fiera pero también de hombre de negocios. Tiene el don de saber ocultar el miedo que padecía a los atentados de las familias enemigas que deseaban asesinarle y el dolor de la sífilis que sufría desde adolescente (y que le mató a los 48 años).

Hermann Goering, 1945

Hermann Göring, 1945

Tampoco opta por el mimetismo o el enclaustramiento el mariscal nazi Hermann Göring, detenido en Austria en mayo de 1945. El ego descomunal del que había sido designado por Hitler como sucesor es patente en las fotos, en las que posa con descarada pedantería, la misma que le hacía llevar toga sobre el uniforme y que demostró en los juicios de Nuremberg por crímenes contra la humanidad (se suicidó con una píldora de veneno el día antes del señalado para su ahorcamiento).

Algunas sentencias judiciales en los EE UU no han admitido como prueba las mugshots porque «criminalizan» a los acusados e influyen en los jurados al estar basadas en el mismo código visual de los carteles de se busca. Otros fallos judiciales, en sentido contrario, indican que las fotos son especialmente apropiadas cuando se trata de demostrar la «carrera criminal» de una persona.

Sean cuales sean el lugar o el tiempo, la circunstancia o la causa de la detención, la actitud altanera o derrotada del modelo, la tecnología análogica o digital utilizada en los retratos policiales -que pueblan por millones los archivos nacionales y los vericuetos de Internet (aquí hay un buscador y aquí una colección de celebrities en apuros), el carácter del subgénero no se ha transformado: el supuesto culpable, casi siempre sumiso, posa ante el sistema represivo de frente y de perfil.

Presuntos mafiosos, 1940

Presuntos mafiosos, 1940

Las excepciones son contadas. La foto de la izquierda, tomada en una comisaria de Nueva York en 1940, muestra a un grupo de cuatro acusados de pertenecer a una pandilla organizada de delincuentes. ¿Por qué la imagen en grupo, que rompe todos los cánones del trabajo y no tiene ningún fin aparente que no pueda ser suplido por las fotos individuales? ¿El deber inesperado del fotógrafo por ser documentalista, casi reportero?

En otras ocasiones, muy pocas, la ideología se infiltra de manera muy burda en el hábito y la mugshot expande su significado.

El 23 de febrero de 1956 casi 60 activistas en pro de los derechos civiles de los negros estadounidenses fueron detenidos en Montgomery (Alabama) tras una manifestación contra la segregación racial en los autobuses públicos.

Martin Luther King, 1956

Martin Luther King, 1956

Uno de los detenidos fue Martin Luther King. El funcionario policial encargado de las mugshots descuidó bastante el marco de la foto y lanzó al activista hacia la izquierda y hacia abajo. ¿Cansancio por tener que retratar a tanto negro beligerante? ¿Puro deseo primario de acabar con aquel joven carismático sacándolo del cuadro?

Pasados unos años, el 4 de abril de 1968, alguien anotó a mano alzada en la foto que King estaba muerto. La palabra dead aparece dos veces: sobre el vientre y encima de la cabeza del asesinado. Las fotos casi nunca mienten.

Ánxel Grove