La televisión ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Alain Touraine

Archivo de la categoría ‘V, de Verdi’

Mario Vargas Llosa… y yo

A Don Mario y a mí nos separan cuatro grados, y pasan por las manos de un personaje mítico: la empleada del Museo de Cera de Madrid que toma las medidas a las celebridades para luego hacer de ellas figuras (de cera, por supuesto).

A mí esa mujer me fascina.

Yo veo a esa buena señora con su artilugio de medición en la mano, con esa perenne sonrisa, y me conmuevo.

La imagino en su casa, concentrada frente a la pantalla del televisor, pendiente de las nuevas estrellas que surgen, y que espera – o teme – ver pasar en breve por sus herramientas de precisión.

O la imagino – de nuevo – en conversaciones telefónicas con el cirujano plástico de Norma Duval, que recurre a ella para confirmar sus medidas originales cada vez que la vedette solicita una nueva intervención.

Y algunas veces, cuando paso frente a la Plaza de Colón, hasta creo verla charlando con sus amigas mientras desayunan en Riofrío:

– Nena, tú al que tenías que tomarle las medidas es al Nacho Vidal ése…

– Calla, calla, que menudo problemón… a saber en qué galería lo pondrían: ¿en Espectáculo? ¿en Deporte? ¿o en Arte, eh?

– Ay, no, mujer, a ése… en Ciencia y Literatura.

La veo allí, tan dispuesta, midiéndole el cráneo a Vargas Llosa. Siempre tan recatada: siempre de manga larga, sobria, sin estampados estridentes, elegante, mesurada, regia.

Pienso en ella, igualmente discreta, tomando las medidas para la figura de Don Miguel de la Quadra- Salcedo, que después quedaría tan apuesto, tan aventurero, con tan buen pelo, tan moreno (casi tan moreno como Don Alvaro de Marichalar – en la foto, en carne y hueso, aclaro)

Entonces, y sólo para buscar los nexos, regreso a mis días de colegio y a la memoria de la buena amistad que me unió a uno de los hijos de Miguel de la Quadra – Salcedo (una amistad sobre la que, desgraciadamente, llovió lodo, mucho lodo), y a los buenos recuerdos que guardo del carácter excéntrico, excesivo y muy afable de Don Miguel, conectado a Vargas Llosa por la mujer que mide y, por lo tanto, separado de mí por cuatro grados.

Exactamente los mismos que me separan del pecho de Rafa Nadal. Mmmm.

Grados: 4º

Fernando Vallejo… y yo

Ahora que a Grass se le confunden entre los papeles de su escritorio las esvásticas con los símbolos de euro, sería fabuloso que Fernando Vallejo escribiera una novela autobiográfica por la tangente (otra más) en la que confesara que él, en realidad, es de misa diaria, rosario vespertino y muy devoto de la Virgen de Guadalupe.

Ahora que Lech Walesa (el bigote de Wojtila) exige que Grass devuelva su Premio Nobel de Literatura, sería maravilloso que Vallejo confesara su fervor mariano y Hugo Chávez le exigiera que devolviese – íntegro – el importe del Rómulo Gallegos que el genial escritor colombiano donó a una asociación para la defensa de los animales.

Ahora que todo el mundo que no ha leído a Grass (bienaventurados sean) piensa que Gunter no era TAN bueno, sería fantástico que los mismos, que tampoco han leído a Vallejo (ellos se lo pierden), descubrieran que Don Fernando no es TAN demoniaco.

Ahora que lo pienso, a Fernando Vallejo y a mí nos unen solo dos grados de separación. Y por dos lados:

– por la espléndida revista colombiana El Malpensante, que hace unos meses publicó un texto mío, y al mes siguiente – para recuperarse del desastre, me imagino – anticipó en exclusiva a sus lectores un extracto del próximo libro de Vallejo (la magnífica revista El Malpensante, que no escarmienta y en el próximo número vuelve a publicarme… los pobres…)

– por el lado (bueno, siempre el lado bueno) de William Ospina; poeta, ensayista y novelista colombiano, que ha sido siempre tan lindo conmigo en Bogotá y que, cuando venga a España el próximo otoño a presentar su novelón «Ursúa«, dejará solo a Vallejo como resistente en la nómina de escritores colombianos que se negaron a visitar la «madre patria» (hijueputicas…) mientras se les exigiera un visado para viajar acá (William será el penúltimo en incumplir; antes ya lo hicieron Alvaro Mutis, Gabo…)

Me consta que cuando William fue a México a contárselo a Vallejo, le hizo muy feliz, pues nada hace tan feliz a Don Fernando como ser el último renuente. A algo. A lo que sea.

Grados: 2º (x 2)

Jorge Javier Vázquez… y yo

Dice Antonia San Juan – en su último espectáculo – sobre J. J. Vázquez: «el día que la vida le pida cuentas… SE VA A CAGAR«. Totalmente de acuerdo.

Jorge Javier Vázquez ha mordido las manos que le dieron de comer y, al tiempo que las masticaba con fruición, se ha buscado un lugar privilegiado en la crónica social española más reaccionaria, ésa que hace escarnio y mofa a partir de valores morales decimonónicos camuflados bajo un disfraz de moderno chismorreo. Un asco.

El asco que me produce descubrir cómo la «crónica rosa» española refuerza el concepto más rancio de sociedad mientras condena a la gente que folla, se emborracha, fracasa, miente o, simplemente, sobrevive. A la gente que hace lo que hacemos todos (follar, emborracharnos, fracasar y mentir… para sobrevivir).

Y ahí tenéis a J. J. Vázquez, riéndose de todos: burlándose del triste. De la muerta. Del caído. De la borracha. Del promiscuo.

Ahí tenéis a J. J. Vázquez: devoto colaborador diario de una plagiaria.

Aquí está J. J. Vázquez: en la pisicina del Hotel Emperador de Madrid, hace tres años, tirándome los tejos (yo estaba más delgado, y él era menos famoso).

Grados: 1º

San Fernando Vallejo, Mártir

Vaya por dios (con perdón y con minúscula); ya me parecía a mí que a Don Fernando lo estaban dejando demasiado tranquilo campar a sus anchas y proclamar su desprecio por el catolicismo (bueno, y por los pobres, y por los campesinos colombianos, y por las mujeres embarazadas, y por su propia madre, y por sí mismo incluso) en sus novelas – que son deliciosos delirios dolientes en primera persona, y que figuran entre mis lecturas preferidas.

Al escritor Fernando Vallejo lo acusan de «incitación al genocidio».

Vaya por dios (con perdón, con minúscula y SIN tetas), qué gracia que lo mismo que ha venido proclamando Don Fernando en todas sus novelas durante tantos años no haya llamado la atención a los prebostes de las buenas costumbres y morales rectas (rectas como el filo de una AMEX impregnada de coca), hasta que ha sido una revista a todo color el medio que lo publicaba.

¿Eso es porque nadie lee libros? ¿Eso es porque los libros son largos y entre tanto barullo la gente no se enteraba de las diatribas de Don Fernando? ¿Eso es porque quien se compra un libro asume que ahí dentro puede haber ficción y quien compra una revista confía en descubrir realidades semanales a todo color? ¿O porque las ideas de San Fernando Vallejo venían adornadas de una Cristo con tetas?

¿O será porque los libros de Vallejo vinieron publicados por Alfaguara, que nunca se metió en política, y Soho – la revista donde se ha publicado el texto que acusan de «incitar al genocidio» – pertenece a Felipe López, también propietario de Semana y opositor a Uribe?

El estado está para reprimir y dar bala. Lo demás son demagogias, democracias. No más libertad de hablar, de pensar, de obrar, …

LA VIRGEN DE LOS SICARIOS

De Giuseppe Verdi a Josele Román hay un paso

Así es, amigos lectores. Y de calles repletas de respetables padres de familia adornados con pelucas azules de rizo nervioso a una aldea tirolesa, otro.

Paso a paso:

– Exterior noche. Zona peatonal Plaza de Oriente. Familias al completo pasean alborozadas con la satisfacción de haberse hecho con su tradicional peluca anual navideña en la Plaza Mayor. Fenómeno incomprensible, al menos para mí.

– Interior Noche. Teatro Real. «Luisa Miller«, de Verdi (no confundir con su coetánea, Mirta Miller). Bonita ópera. Gran descubrimiento el del tenor Marcelo Álvarez. Inquietante descubrir que en el Teatro Real aún queda mucho para erradicar la tuberculosis; qué manera de toser la de este público. En uno de los momentos dramáticos cumbres suena un teléfono móvil. Inconcebible. Me siento identificadísimo con el protagonista de un relato de «La mesa limón«, de Julian Barnes; un libro estupendo.

– Interior Noche. Restaurante late-night. En una mesa cercana, María Pineda (famosísima por su antiguo romance con Joaquín Cortés), estupendamente aconsejada por un buen amigo:

BUEN AMIGO: ¡No bebas más, María!

MARÍA: ¡Pepe! Ponme otra servesita…

– Interior Noche. Bar/Tugurio en Chueca, donde actúan las estrellas internacionales del travestismo Nacha la Macha y Piña Pastori, entre otras.

Vemos entrar a Josele Román, esa actriz que siempre hacía de hippie, de putilla o de criada en el cine español de los 70, que enseñó las tetas como nadie, pasó por malos momentos, tiene un grupo de hard-rock, y parece haber sobrevivido a todo.

Nacha la Macha pide un aplauso para ella, le ruega que suba al escenario, y ahí Josele nos cuenta que está a punto de rodar con Santiago Segura «La máquina de bailar» y de estrenar la última de Albadalejo. La travesti nos pide a todos que aplaudamos porque Josele tiene trabajo y nosotros aplaudimos. Porque creo que nos alegramos de verdad, como si su buena racha nos confirmara que se puede sobrevivir dignamente «en el lado más bestia de la vida».

Lo dicho, de Verdi a Josele Román, hay un solo grado de separación: yo. Qué miedo me doy.