A estas alturas no creo que haya nadie mínimamente interesado en el mundo de los videojuegos que no sepa lo brutalmente bueno que es el Batman Arkham City, un serio candidato a mejor juego de 2011 (Game of the Year o GOTY). Dignísimo sucesor del excelente Arkham Asylum, este título vuelve a demostrar que el Hombre Murciélago está tocado por la fortuna (o quizás debería decir «por el talento»).
Batman es, con diferencia, el superhéroe con mayor tasa de éxitos en el mundillo del videojuego. El resto de personajes de DC está a años luz y los de Marvel viven en la constante irregularidad. Dos de las más importantes franquicias de dicha editorial han visto recientemente nuevas adaptaciones a videojuego. No me extrañaría que algunos (muchos) no se hayan enterado, porque lo último de Spider-Man y de los X-Men ha llegado a las tiendas casi de tapadillo.
Los títulos a los que me refiero son X-Men: Destiny y Spider-Man: Edge of Time. El juego de Spidey es un pelín más decente, pero ni uno ni otro están a la altura de lo que se espera de tamañas marcas. La atención que le han concedido los medios de comunicación a estos juegos ha sido escasa cuando no inexistente. El motivo es que -¿cómo decirlo sin resultar muy cruel?- son bastante mediocres.
Ante esta inmensa diferencia de fuerzas, ¿no es un poco injusto comparar el juego de Batman con los otros dos? Sí, lo es, pero voy a hacerlo, al menos de pasada. De Arkham City se puede decir que tiene un diseño espectacular, que las referencias al universo del personaje son abundantes, que el plantel de villanos es envidiable, que técnicamente es una joya, que el desarrollo es variado y ofrece multitud de objetivos secundarios… Es un juegazo.
Por otro lado, de las aventuras de Spidey y de los mutantes no hay mucho bueno que decir: los gráficos son deficientes, los desarrollos se hacen repetitivos, el diseño de niveles es flojo, los enemigos dejan mucho que desear… Todos estos defectos son especialmente acusados en el título de los Hombres X, juego al que habría que sumar además otro puñadito más de fallos.
Esta comparación, que puede parecer innecesaria, tiene su porqué. En mi opinión, casos como este son los que más luz arrojan sobre un elemento que raras veces se menciona en los análisis de videojuegos: el amor. Los videojuegos, como las comidas caseras, se hacen con ciertas dosis de amor y, por mágico que parezca, eso se aprecia en su «sabor final».
Nadie puede negar que Batman Arkham City está hecho con un cariño inmenso. Es algo que va más allá de la calidad visual, de la precisión de los diseños… Es el mimo con el que están tratados los personajes, el respeto -la reverencia- que se muestra hacia el universo de Batman, la búsqueda del buen gusto hasta en el más nimio de los detalles… El juego es capaz de transmitir la sensación de que los desarrolladores disfrutaron dándole forma.
Como avanzaba en el título del artículo, Batman lo tiene y Spidey y los X-Men no. Dejando a un lado las cuestiones técnicas y todas aquellas más o menos objetivas, podemos afirmar que Edge of Time y Destiny no llegan a tocar la fibra sensible del jugador. Dan la impresión de ser productos descuidados, desarrollados casi como por compromiso y sin ningún interés en dotarles de alma. Han sido creados sin amor.
El amor es esencial. Si un desarrollador hace su trabajo con cariño, los jugadores lo perciben y responden a su vez con un afecto incondicional, con una fe ciega. La pasión desatada por el recién estrenado Modern Warfare 3 no es casualidad. Infinity Ward sabe hacer la guerra con amor. Maravillosa paradoja.
Tal vez estoy chalado y yo soy el único que percibe el amor en los videojuegos. Espero que no. A vosotros os dejo el veredicto.