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Anders Gjennestad, arte callejero a vista de pájaro

'Memorie Urbane', mural de Anders Gjennestad en un colegio de Gaeta (Italia)

‘Memorie Urbane’, mural de Anders Gjennestad en un colegio de Gaeta (Italia)

Anders Gjennestad (Arendal – Noruega, 1980) adopta el nombre artístico de Strøk cuando ejerce de artista urbano. En la calle es un sibarita de las superficies viejas y desgastadas, un cazador de paredes deterioradas y de puertas metálicas oxidadas; en el estudio —donde firma con su nombre real— usa como lienzo tablas de madera y chapas corroídas por la humedad.

Artista autodidacta y residente en Berlín (ciudad ideal cuando se trata de rincones deteriorados por el tiempo) trabaja con espray y plantillas y representa a menudo a niños jugando en la calle, derrochando horas en una eterna tarde de julio cualquiera. Gjennestad perfila las sombras infantiles con precisión, haciéndolas a veces alargadas, dejando claro que la pandilla de niños se propone derrochar con descaro cada tarde de las vacaciones de verano. En los planos cenitales, sobre las paredes, parece que los críos han conseguido ponerse de pie sobre las paredes desafiando las leyes de la gravedad.

'Nuart' - Anders Giennestad. Foto: Kalevkevad

‘Nuart’ – Anders Giennestad. Foto: Kalevkevad

Escoge siempre el blanco y negro, no quiere quitar protagonismo a los tonos naturales de las maderas rayadas ni a los desconchones de las paredes: se trata de que la imagen sepa convivir con la superficie que le ha tocado.

Se sube a edificios lo suficientemente altos para observar los movimientos de los transeúntes y hace fotos como referencia para las plantillas. Pone especial atención a los niños y los grupos de adolescentes porque son los más activos y tienen un amplio catálogo de posturas, dispara y recoge esos momentos fugaces desde su posición anónima y privilegiada, como un ave de presa. Después pinta lo que ha fotografiado, corta a mano las plantillas y las divide por capas para dar profundidad a la obra.

Helena Celdrán

'Achtung' - Anders Gjennestad

‘Achtung’ – Anders Gjennestad

'Crossover' - Anders Gjennestad

‘Crossover’ – Anders Gjennestad

Gjennestad trabajando en el mural 'Memorie Urbane'

Gjennestad trabajando en el mural ‘Memorie Urbane’

'T' - Anders Gjennestad

‘T’ – Anders Gjennestad

Obra de Gjennestad en Hawái

Obra de Gjennestad en Hawái – Anders Gjennestad

‘San Serapio’, un cuadro de tela y luz

Francisco de Zurbarán - 'San Serapio', 1628 (Hartford, CT, Wadsworth Atheneum Museum of Art. The Ella Gallup Sumner and Mary Catlin Sumner Collection)

Francisco de Zurbarán – ‘San Serapio’, 1628 (Hartford,
CT, Wadsworth Atheneum Museum of Art.
The Ella Gallup Sumner and Mary Catlin Sumner Collection)

Los cuadros tienen fauces y garras, un poder animal para marcarte y examinar luego las heridas con su propia capacidad diagnóstica. Te indagan como tomografías, desnudándote de un modo más sorprendente aún —como si no fuese suficiente el pasmo de que unos pegotes de pintura sobre un lienzo fuesen el mejor doctor—, sabiendo que son artilugios de otros siglos, de tiempos que ni siquiera aplicando el detectivismo histórico más competente puedes entender del todo.

Por ejemplo, San Serapio, pintado por Francisco de Zurbarán en algún momento de 1628, cuando el maestro tenía entre 39 y 40 años y trabajaba por encargo de los monjes de Nuestra Señora de la Merced Calzada de la ciudad de Sevilla.

El cuadro representa el cadáver colgante del inglés Peter Serapion, que había llegado a España como cruzado para ayudar a expulsar a los árabes y terminó entrando en los mercedarios, la orden que a los votos de pobreza, obediencia y castidad añadía un cuarto:  «redención o sangre», que les comprometía a dar su vida a cambio del rescate de los cautivos en peligro de perder su fe.

Los superiores de Serapio le encargaron viajar a África en misión evangélica en 1240. Capturado por piratas sarracenos y tras una tortura que hemos de sospechar larga e inclemente, Serapio fue atado a un árbol y decapitado en algún paraje de lo que hoy llamamos Argelia. Un cuello de infiel, una espada bien afilada, el pleito por el verdadero nombre de dios… Parece una crónica de actualidad contemporánea: también la historia es un animal sometido al trajín de la repetición.

Una tesis menos atávica, menos salafista y acaso más real, apunta que el mercedario regresaba a la patria natal y que los piratas no profesaban el credo de Alá, sino el de los dioses paganos de los moors, el desierto de los australes. De acuerdo con esta versión, los secuestradores eran escoceses que reclamaron un rescate a Sevilla y nerviosos porque no era satisfecho liquidaron a Serapio, desmembrando el cuerpo atado por las cuatro extremidades a otras tantas caballerías azuzadas hacia destinos opuestos.

Fuese cual fuese el capítulo final, el papa Benedicto XIII canonizó a Serapio, que entró en el martirologio católico en 1728.

El cuadro de Zurbarán, destinado a la capilla De Profundis del sótano funerario del convento sevillano, mide 120 por 103 centímetros. Las tres cuartas partes de la superficie están ocupadas por tela y luz.

En la mancha del hábito del religioso, una toga que, según establecía la regla mercedaria, había de ser «blanca, de materia sencilla, compuesta de túnica, cinturón, escapulario, capilla y escudo», podría yo vivir mejor que en la mejor de las moradas. En los tres pliegues de la capa que caen con una mágica verticalidad, como aristas que sostienen a los huesos rotos y la carne macilenta, encuentro un sueño de refugio, una redentora morada contra todos los degüellos.

El cuadro, que desde hace más de medio siglo (1964) no se ha expuesto en España, regresa ahora para la exposición Zurbarán: una nueva mirada —en el madrileño Museo Thyssen desde el 9 de junio—. Aunque no estaré allí —a veces el mucho deseo no es divisa suficiente para pagar un billete de viaje y estar donde debieras—, desearía confrontarme al martir y a la profunda y silenciosa moralidad que irradia.

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Esculturas que sólo se ven con una inclinación de 54,74 grados

Tres de las creaciones de John V. Muntean

Tres esculturas de John V. Muntean

«Nuestra interpretación científica de la naturaleza depende a menudo de nuestro punto de vista. La perspectiva importa«, dice John V. Muntean refiriéndose a sus creaciones.

No parecen más que bloques de madera, ejercicios de alguien que busca perfeccionar su técnica como tallador, pero en cada amasijo conviven varias esculturas. Sólo hay que saber usarlos con un poco de ciencia para que las sombras descubran en un mismo bloque a un elefante, un caballo y un coyote o a tres bailarines realizando pasos distintos.

Su autor, doctor en Química, basó su tésis doctoral en el ángulo en el que giran las partículas dentro de un campo magnético cuando se las somete a una resonancia magnética nuclear. La sencilla técnica, que simula de modo mecánico cómo se mueve una molécula por el espacio, fue la inspiración para sus esculturas Ángulo mágico (Magic Angle Sculptures): «Como científico y artista, me interesa cómo la percepción influye en nuestra teoría del universo«.

Muntean produce los bloques de madera, los atraviesa con un tubo de metal y los monta en una base o simplemente los sujeta cerca de una pared. El truco está en saber iluminarlos desde arriba y girarlos para encontrar el ángulo mágico (54,74 grados). Las sombras de la pieza de madera se proyectan ofreciendo tres figuras diferentes, una cada 120 grados de rotación.

Helena Celdrán