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Cincuenta años sin el único ‘quinto beatle’, Stuart Sutcliffe

Stuart Sutcliffe - "Autorretrato"

Stuart Sutcliffe – «Autorretrato»

El quinto beatle. Un título casi nobiliario que ha sido pretendido por unos pocos —el agente Brian Epstein, que diseñó la marca y la puso en el mercado; el arreglista y productor George Martin, sin el cual no sería posible el sonido intrincado y valiente de las mejores obras del grupo— y adjudicado con demasiada alegría a bastantes más —al pianista Billy Preston, al avispado jefe de prensa Derek Taylor, al asistente-secretario-road manager y nefasto contable Neil Aspinal e incluso al díscolo y mágico futbolista George Best—.

Si no damos al título carácter metafórico, si lo reducimos a la textualidad y expulsamos de la competición al nulo Pete Best, el pésimo baterista de los primeros años que fue despedido por Epstein, sólo un persona ejerció realmente como quinto beatle con todas las de la ley: el muchacho abstraído que se autorretrató con pinceladas expresionistas en el óleo de la izquierda, Stuart Sutcliffe, de cuya muerte a los 21 años se cumple ahora medio siglo.

Amigos y compañeros de escuela de arte, Sutcliffe y John Lennon eran confidentes. El segundo, inseguro de sus méritos, envidiaba al primero, brillante, guapo, con maderas de futuro gran pintor y muchas inquietudes culturales. Paul McCartney los envidiaba a ambos —y ya sabemos el tamaño del ego de este tipo: como el estuario del Támesis— porque tenía la sensación de que aquella relación le estaba condenando al «asiento de atrás» (el entrecomillado es de Macca) del grupo musical con el que jugueteaban.

Tres 'beatles', 1960. Desde la izquierda: George Harrison, Stuart Sutcliffe y John Lennon

Tres ‘beatles’, 1960. Desde la izquierda: George Harrison, Stuart Sutcliffe y John Lennon

Desde enero de 1960, Sutcliffe tocaba el bajo (un Hofner President que compró con el dinero de la venta de un cuadro) en la banda, que se había llamado Johnny and the Moondogs, luego The Beatals, Silver Beetles, The Silver Beatles y, finalmente, en agosto del mismo año, adquirió la marca que se tatuaría a fuego en la piel de cada ser humano durante la próxima década, The Beatles.

Tras emigrar para ganarse la vida a los antros de Sankt Pauli, en la zona roja de Hamburgo (Alemania), los cinco beatles (Lennon, McCartney, George Harrison, Sutcliffe y Best) bregaron durante casi dos años con público bronco, empresarios sin piedad y noches de tal longitud que sólo podían surcarlas con ayuda de anfetaminas.

Preferían tocar versiones de Elvis, Chuck Berry y Little Richard, pero eran capaces de cualquier cosa (fueron la banda de acompañamiento de la stripper Janice) para cobrar las 15 libras semanales por cabeza que les pagaban.

Foto de Hugo Haase de los Beatles en Hamburgo, Sutcliffe es

Foto de Hugo Haase de los Beatles en Hamburgo. Desde la izquierda: Best, Harrison, Lennon, McCartney y Sutcliffe

Sutcliffe tocaba bastante mal —a veces daba la espalda al público para tratar de disimular su escasa pericia—, pero tenía más actitud que los demás: fue el primero en adoptar pose de rockabilly, con flamante tupé, pantalones de pitillo y gafas Rayban. En las sesiones en directo llamaba la atención y a las chicas les gustaba cuando cantaba a media voz Love Me Tender, el único tema que Lennon y McCartney le cedían.

En el club Kaiserkeller, Sutcliffe conoció a Astrid Kirchherr, una chica nacida en 1938 que estudiaba diseño gráfico y textil, era buena fotógrafa y estaba relacionada con un grupo de jóvenes artistas de Hamburgo seguidores del naciente existencialismo («exis«, les llamaba Lennon con la reveladora sorna que utilizaba para designar todo aquello que no era capaz de entender). Uno de ellos, el novio de Kirchherr, era Klaus Voorman, otro de los que entrarían en la pugna por ser el quinto beatle —dibujó la cubierta de Revolver (1966)—.

Autorretrato de Astrid Kirchherr

Autorretrato de Astrid Kirchherr

Vestida de riguroso y elegante negro (Lennon le dedicaría la canción Baby’s In Black), la muchacha no se parecía a las amistades de los Beatles, bastante garrulos y de educación limitada. En pocas semanas Kirchherr y Sutcliffe comenzaron a salir juntos y al cabo de unos meses estaban enamorados y anunciaron que deseaban casarse. Fue ella quien le sugirió a él que cambiase de imagen y dejase de intentar imitar a Elvis.

Sutcliffe fue el primer beatle en renunciar a la brillantina, el tupé y la cazadora de cuero y cortarse el pelo a la taza. Estaba tan deslumbrado por el mundo al que Kirchherr  le había dado acceso —la búsqueda de un sentido vital a través del arte y la filosofía— que se distanció de los demás beatles y, en julio de 1961, dejó el grupo, obtuvo una beca para hacer un doctorado en una escuela de arte de Hamburgo, volvió a pintar, esta vez lienzos abstractos, y era feliz viviendo con su novia una especie de «cuento de hadas», como ella afirmaría años más tarde, en el que ambos se intercambiaban ropa como si fuesen la misma persona.

También estaba aliviado por haber roto con los Beatles. La separación fue amistosa y Sutcliffe le regaló el bajo Hofner a McCartney, que a partir de entonces dejó la guitarra y estaba satisfecho de no tener interferencias en su relación con Lennon.

Stuart Sutcliffe

Stuart Sutcliffe

Tras una caída accidental en las escaleras de casa, Sutcliffe empezó a sufrir severos dolores de cabeza a partir de enero de 1962. Fue al médico, que no encontró anomalías visibles pero le recomendó hacerse radiografías. Como la situación había mejorado, faltó a la cita con el radiólogo. El 10 de abril sufrió un colapso y perdió el conocimiento. Kirchherr lo trasladó en ambulancia a un hospital de Hamburgo pero ingresó cadáver. La rotura de un aneurisma había causado una hemorragia interna mortal en el cerebro.

Lennon no fue al funeral y ni siquiera envió flores, pero estaba destrozado. Pasó varios días en casa de Kirchherr, llorando como un crío. Más tarde declararía que Sutcliffe era su «álter ego, un guía, una luz».

Unos meses después, los Beatles entraron en el estudio para grabar Love Me Do, su primer single y el inicio de una leyenda.

El único «quinto beatle» posible volvió al lado de sus compañeros en 1967. Su foto aparece en la superpoblada portada de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Es el primero por la izquierda en la tercera fila empezando por abajo.

Ánxel Grove

El fútbol también es arte (a veces)

Carteles de Xavi, Pelé, Best y Cruyff - Zoran Lucic

Carteles de Xavi, Pelé, Best y Cruyff - Zoran Lucic

Hace un año que España ganó el mundial de Sudáfrica y a todos se nos sigue poniendo una sonrisa bobalicona cuando recordamos el gol de Iniesta  como colofón a la memoria emocional de aquellos tortuosos partidos.

Las vuvuzelas, el batacazo contra Suiza, Piqué con el labio ensangrentado, Llorente dándole la vuelta al partido contra Portugal, el gol de cabeza de Puyol en la semifinal con Alemania, la patada de videojuego que el holandés De Jong le dio a Xabi Alonso en el pecho, San Casillas librándonos de la desgracia una y otra vez…

Hoy me atrevo a hablar de fútbol a pesar de ser una aficionada ocasional a esta religión. Por favor, sean comprensivos y pórtense bien con esta pobre recién llegada al olimpo del balón. A pesar de mi limitado conocimiento, tengo que decir en mi defensa que siento la pasión de una buena jugada.

Los carteles de Zoran Lucic que traigo a nuesta sección de Obsesiones, contaminan de nostalgia a quien los mira. Esquinas desgastadas, colores desvaídos e imágenes en blanco y negro ornamentan a la figura del futbolista elevado a héroe.

Lucic, un diseñador gráfico de Bosnia Herzegovina, quería relacionar tipografía y fútbol, darle al póster una estética cuidada que escapara del mero fanatismo rápido.

No se limita al repaso de las superestrellas actuales, en la colección hay ídolos setenteros como Johan Cruyff, señores poco atléticos como el húngaro madridista Puskas, melenas al viento, uniformes desfasados y pantalones demasiado subidos.

A cada jugador le añade su número, una lista de los clubes a los que perteneció y su selección nacional.

Ocasionalmente  añade motes o alguna cita, como en el póster de George Best (1946-2005), el futbolista británico más pop -tan amigo de los Beatles como de los pubs- una máquina de crear eslóganes: «En 1969 dejé a las mujeres y el alcohol. Fueron los peores 20 minutos de mi vida».

El cartel de Zico es el favorito del autor: «captura el espíritu deportivo y el look del equipo brasileño de aquella época».

El jugador participó en el mundial de España de 1982, que parecía destinado a Brasil, pero se llevó Italia. Lo llamaban «el Pelé blanco» y a lo largo de su carrera anotó 406 goles: es el mediocampista con más tantos de la historia del fútbol de alta categoría.

Por supuesto, entre la recopilación artística de jugadores imprescindibles de Zoran Lucic también hay algunos héroes  españoles de Sudáfrica, como Villa, Xavi Hernández e Iniesta, recién llegados al santoral de los inmortales y que lucen junto a Maradona, Roberto Baggio o Pelé.

 Helena Celdrán