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Segun Lazcano, la muerte a los 54 años de un fotógrafo fronterizo

© Según Lazcano

© Segun Lazcano

«Más vale estar entre los perseguidos que entre los perseguidores». El escritor yugoslavo Danilo Kis, que congregaba en su voz los crujidos de ceniza de Kafka y las infinitas arenas desérticas de Borges, terminó una de sus novelas con este aviso que merecería ser un himno para los indomables. Kis escribió poco pero dijo mucho porque sabía, como los viejos ascetas de las cuevas del desierto, que quien sabe no habla, y vivió con la misma frugalidad, alimentándose de la duda y alejado de los príncipes. Cuando murió, en París en 1989, tenía 54 años.

En una localidad mucho menos literaria que la pomposa capital francesa —y por ello más legítima, la vizcaina Elorrio (que en lengua vasca es la misma palabra que nombra a la baya roja del espino)— acaban de enterrar, a la misma edad de 54, groseramente temprana para la cita con la muerte, a Segun Lazcano. Era mi amigo pese a que la danza de la vida nos impidió el encuentro físico. Nunca logramos abrazarnos o, mejor, porque le sospecho tan retraído y poco dado al artificio como yo, darnos tímidamente la mano. El desencuentro hizo más lacerante la noticia de la muerte: cuando la recibí sentí que un perro me mordía los ojos.

Creo que Segun anotaría en alguna libreta la frase inicial de Danilo Kis que abre este torpe obituario y pensaría con cierto orgullo de baja fidelidad que otros, como él mismo, pertenecen a la estirpe de la gente de la frontera, el territorio patrio de los que nunca nos sentiremos cómodos entre salvas de artillería, próceres, managers de conciencias, pequeños hitlers con titulación académica o aspirantes a Napoleón. Como Kis, Segun sabía que el único armamento necesario es la duda porque evita el cinismo y la egolatría de quienes se creen profetas.

Segun Lazcano

Segun Lazcano

Es tiempo de anotar que Segun era fotógrafo, sea lo que sea esa vocación en estos años de falaz comunismo digital. Sus páginas en Flickr y Tumblr siguen activas, proyectando la sombra fantasmática de un muerto. Nos conocimos en la primera plataforma, cuando aquello era una pequeña sala de estar y no la asamblea de egos en que la han convertido. Después, con una devoción que no merezco, Segun me persiguió con la mano abierta y las retinas dispuestas a compartir distancias focales. Siguió los blogs que publico por placer, las páginas en las que colaboro por oficio, los lugares que comparto desde esas formas bastardas de amistad de las redes sociales…

Esta bitácora, por ejemplo, está llena de comentarios de Segun. Escuetos, simples y cariñosos como las bayas de los espinos. Me estimaba tanto y de tal manera que había pensado en mí, lo he sabido demasiado tarde para corresponder al honor, para escribir el prólogo del proyecto Noctis

Ahora me duele no haber retribuido al amigo muerto con la misma humilde elegancia, no haber seguido sus fotos con algo más que mi maldita mirada silenciosa, no haber dejado en nuestro rastro común algo más hondo que las muchas respuestas que se limitaban a las permutaciones de las palabras que componen la fórmula «gracias, Segun, amigo». El silencio regresa, en el rodar imperturbable del karma, para despertarte del letargo de creerte distinto o especial o con derecho a la altanería.

Las fotos de Según habían cambiado mucho durante los últimos años. Ya no eran los delicados eufemismos del comienzo, una garra las había desmembrado para que fuesen también placas de un escáner clínico, mantequilla extendida por la rebanada abierta del día, desfiles de seres cincelados que atraviesan los canales de lava de  calles iluminadas por el haz de una linterna milagrosa, vistas del agua estancada al fondo de la botella, canciones suspendidas de clavos, ojos troquelados, paisajes urbanos raspados con una esponja de metal…

Uno de los amigos cercanos del fotógrafo, Jesús Mari Arrubarrena, a quien acudí en busca de los datos personales que nunca supe y el procaz ejercicio del periodismo me obliga a saber, dice sobre la mutación de estilo de Segun: «Durante muchos años hizo fotografía de reportaje o documental. Estos últimos años me ha dicho más de una vez que estaba más cerca de la pintura que de aquel tipo de trabajos objetivos. De hecho, tiene fotos muy buenas que ha preferido no enseñar. Ha preferido decantarse por una fotografía más difícil, más personal y más autentica (en el sentido de que habla de sí mismo)».

© Según Lazcano

© Según Lazcano

Con la mediación de Jesús Mari he sabido alguna otra circunstancia: la pareja de Segun se llama Maritxi: los hijos preadolescentes y ahora huérfanos de padre, Pello y Xabier; el fotolibro Ero estaba a punto de ser publicado y ahora será póstumo; Segun vivió las últimas etapas de la enfermedad con entereza y sonrisas…

Me consuela trazar mapas con los nombres, situar las circunstancias en el arcón de la memoria, encajar todos los pormenores en el pecho hambriento de imposibles oraciones.

La muerte de Segun —fotógrafo del hambre, trapero de los desolados, hombre comprometido con la lengua y la cultura de una villa con nombre de baya de espino— me duele como la de un hermano.

Dejo aquí escrito un juramento: si la muerte no llega antes iré a Elorrio, haré fotos en soledad en las calles, repitiendo en silencio, con la cadencia de un manta, una frase de Georges Bataille: «La verdad tiene sólo una cara: la de la contradicción violenta». Sé que seremos dos las voces de esa canción.

Ánxel Grove

Diez disparates del Nobel de Literatura

Lawrence Durrell: "monomaníaca preocupación erótica"

Lawrence Durrell: "monomaníaca preocupación erótica"

Un reportero sueco difundió hace unos días los argumentos que tiene en cuenta el comité que decide el Nobel de Literatura para conceder o denegar el magno y siempre polémico premio.

¿Análisis semióticos? ¿Comparación de textos? ¿Interpretaciones críticas? ¿Sesudos razonamientos y premisas seguidos de conclusiones deductivas? No va por ahí la cosa: se trata de algo que procede de la praxis de andar por casa del batín guateado y el coñac.

Ahora sabemos que para el jurado designado por la Academia Sueca en 1961 J.R.R. Tolkien era un escritor con una prosa «de segunda categoría», Lawrence Durrell sufría una «monomaníaca preocupación por las complicaciones eróticas», Alberto Moravia adolecía de una «monotonía general», Robert Frost era por entonces «demasiado viejo» (86) y E.M. Forster se había convertido en «una sombra de lo que fue».

Graham Greene

Graham Greene, nunca

¿Quién ganó a Tolkien, Durrell, Moravia, Frost, Forster y los otros dos finalistas de 1961, nada menos que Graham Greene y Karen Blixen? El jurado decidió otorgar el galardón, «por la fuerza épica con la que ha reflejado temas y descrito destinos humanos de la historia de su país», al poeta yugoslavo Ivo Andrić. Quizá a ustedes no les suene. No se inquieten: somos millones.

Hoy dedicamos nuestra sección de los miércoles, Cotilleando a…, a unas cuantas sombras, polémicas, injusticias, desafueros, iniquidades y disparates del Nobel de Literatura (1,4 millones de dólares en metálico, diploma, medalla de oro y un televisadísimo y muy ventajoso en términos de royalties ‘choca esos cinco’ con el Rey de Suecia).

1. Para empezar, una nómima de apestadosMarcel Proust, Ezra Pound, James Joyce, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, Jorge Luis Borges, John Updike… Con sus obras se podría subsistir durante varias vidas, pero ninguno ganó el Nobel, casi siempre por motivos extraliterarios o políticos.

Borges y la "tradición escandinava"

Borges y la "tradición escandinava"

2. La Academia Sueca nunca quedó mejor retratada en su medianía como hurtando el premio a Borges, nominado casi todos los años desde la década de los sesenta.  Se especula que en 1977 habían decidido dárselo (a medias con el español Vicente Aleixandre), pero reconsideraron la propuesta porque Borges fue a Chile a recibir una medalla que entregaba el dictador Augusto Pinochet (sin justificar al escritor, conviene recordar que los premiados Jean-Paul Sarte (1964) y Pablo Neruda (1971) apoyaron de palabra, obra y actos al mayor asesino de masas de la historia, José Stalin). Cuando le preguntaron si sabía que ponía en peligro el Nobel, Borges dijo: “Pero fíjese que yo sabía que me jugaba el Premio Nobel cuando fui a Chile y el presidente ¿cómo se llama?… Sí, Pinochet, me entregó la condecoración. Yo quiero mucho a Chile y entendí que me condecoraba la nación chilena, mis lectores chilenos”. En 1981 un periodista preguntó a Borges: «¿A qué atribuye que no le hayan dado el Nobel de Literatura?». El escritor respondió: «A la sabiduría sueca». En otra ocasión dijo: «Yo siempre seré el futuro Nobel. Debe ser una tradición escandinava». Según una de sus biografías, a Borges le afectaba el ninguneo más de lo que simulaba. Cada octubre recibía la noticia de que no había obtenido el Nobel «con humor agridulce y el corazón apretado» y «adoptó aires de perdedor experto».

Sartre y De Beauvoir

Sartre y De Beauvoir

3. Jean-Paul Sartre rechazó el premio en 1964 porque no deseaba ser «institucionalizado por el Oeste o por el Este» («no es lo mismo si firmo Jean-Paul Sartre que si firmo Jean-Paul Sartre, Premio Nobel», dijo). El escándalo fue mayúsculo. Al autor de La náusea le llovieron los insultos. Le llamaron «hiena dactilográfica» y «delincuente del espíritu», le describieron como un «pequeño hombrecillo de los ojos desviados, aquel que parece saberlo todo» y le acusaron de ejercer el «excrementalismo sartreano». Recibió centenares de cartas de personas humildes que lo impulsaban a aceptar el premio y donar el dinero. La prensa rosa terció en el asunto: adujo que Sartre había rechazado el Nobel para evitar los celos de Simone de Beauvoir, su compañera sentimental. Sartre escribió: «Rechazo 26 millones [de francos de entonces] y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más porque la gente va a decirse: ‘¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?’. Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me habría dejado recuperar por el sistema». La Academia sueca se hizo la sueca: «El laureado nos informa que él no desea recibir este premio, pero el hecho de que él lo haya rechazado no altera en nada la validez de la concesión». En suma: muy a su pesar, Sartre sigue figurando entre los laureados.

Philip Roth, "aislado, insular"

Philip Roth, "aislado, insular"

4. La última polémica dura se desató en 2008, cuando el entonces secretario de la Academia Sueca, Horace Engdahl, declara sin sonrojo a una agencia de prensa que «Europa todavía es el centro literario del mundo», acusa a los EE UU de ser una nación «demasiado aislada, demasiado insular» [Suecia tiene 9,4 millones de habitantes, menos que la ciudad de Nueva York] y a sus literatos de ser «sensibles a las tendencias de su propia cultura de masas». La crítica literaria estadounidense aprovecha la concesión del premio de 2009 a la rumano-alemana Herta Müller para tildar a los académicos de «eurocéntricos» y, con bastante razón, menciona, entre otros, a Philip Roth, autor de refinado y astuto cosmopolitismo que introdujo en los EE UU a notables escritores europeos como Danilo Kiš, Witold Gombrowicz, Milan Kundera y Primo Levi, que tampoco ganaron el Nobel. La última escritora de los EE UU en obtener el premio fue Toni Morrison en 1993 (en total, una decena de estadounidenses lo han ganado). Europa ha dominado con carácter casi autárquico el galardón en las últimas décadas. Hay escasas excepciones: Mario Vargas Llosa [que tiene nacionalidad española] (2010), el turco Orhan Pamuk (2006), el sudafricano J.M. Coetzee (2003), el chino Gao Xingjian (2000), el japonés Kenzaburo Oe (1994)…

5. Desde la primera edición del Nobel (1901), los escritores suecos han recibido más premios que los de toda Asia.

Elfriede Jelinek, "masa de texto"

Elfriede Jelinek, "masa de texto"

6. El premio a la austriaca Elfriede Jelinek (2004), una especie de Lucía Etxebarría centroeuropea y sin tufo a paella, derivó en la renuncia del académico Knut Ahnlund, que habló de la concesión como «un daño irreparable» al prestigio del Nobel y a las «fuerzas progresistas» y calificó la obra de la escritora como «una masa de texto sin el menor rastro de estructura artística». Unos años antes, en 1989, otro par de académicos, Kerstin Ekman y Lars Gyllensten, dimitieron en protesta por el silencio de la institución sobre la condena a muerte dictada por el Ayatolá Jomeini contra el escritor Salman Rushdie (propuesto como candidato pero rechazado por ser «demasiado popular», según declaró un miembro del jurado). Ese año se llevó el premio el escritor español Camilo José Cela.

7. El año de la gran vergüenza para los académicos fue 1974, cuando el Nobel se lo llevaron los escritores suecos Eyvind Johnson y Harry Martinson, desconocidos fuera de su país y asiduos miembros de los jurados que adjudican el premio. Eran candidatos dos de los grandísimos ausentes en el listado, Graham Greene y Vladimir Nabokov, y Saul Bellow, que lo ganó dos años más tarde.

W.H. Auden, bocazas

W.H. Auden, bocazas

8. El poeta W.H. Auden tenía el Nobel en el bolsillo, pero cometió la imprudencia de comentar en conferencias públicas en Suecia que el premio Nobel de la Paz de 1961, el sueco Dag Hammarskjöld, secretario general de la ONU entre 1953 y 1961, era homosexual (como Auden).

9. También estuvo a punto de obtenerlo André Malraux, pero a los académicos les parecía «demasiado rojo».

10. La regla no escrita pero tácita durante las primeras décadas de los premios era lo que se llamaba dirección ideal. La Academia tenía claro cuál era literariamente hablando: el conservadurismo. Así se explica el premio a Rudyard Kipling (1907) y los rechazos a sus contemporáneos León Tolstói y Émile Zola. Con el tiempo la dirección ideal fue sustituida por el interés general, lo que dió lugar a premios baratos como los de Sinclair Lewis (1930) y Pearl Buck (1938). Ahora no hay dirección alguna y parece, como en el libre mercado y los consejos de ministros de Rajoy, que todo vale.

Ánxel Grove