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Édouard Manet y los demonios de la crítica

Édouard Manet

Édouard Manet

Édouard Manet (1832-1883) nunca dejó de sentirse atraído -y rechazado- por los críticos y los organismos oficiales del arte. No era un bohemio, su ideal no era entregarse a las pasiones y vivir con lo puesto. Al mismo tiempo, era incapaz de resignarse a encajar en lo que muchos querían que hiciera. Lo afectaban profundamente las duras críticas sobre sus cuadros, pero volvía, con la cabeza agachada, a intentar ser aceptado de nuevo.

Al contrario que otros artistas de su generación, como Edgar Degas o Paul Cézzane, creía que exponer en el Salón de París (la exposición oficial de arte de la Academia de Bellas Artes de París) era a lo que debía aspirar un artista y relegaba a un segundo plano a los circuitos independientes. Pero las pinturas hablaban por él y lo defienden ahora como un creador inamovible: Manet no quería sacrificar nada para llegar a la fama.

Sus ideas políticas no eran un secreto: a pesar de pertenecer a una familia burguesa económica y políticamente muy bien situada, era republicano, de izquierdas y enemigo del Segundo Imperio Francés de Napoleón III. Era íntimo del escritor y padre del Naturalismo Émile Zola, del político Léon Gambetta (partidario de la eliminación de los títulos nobiliarios y del sufragio universal) y de Jules Ferry, también ferviente defensor de la República.

En la técnica, practicó el radicalismo eliminando los medios tonos sin pensarlo dos veces. Las figuras tenían sombras, pero Manet se dio la libertad de utilizarlas como le convenía y además estableció el derecho del artista a pintar con los colores y las tonalidades que más le gustaran, no los que se diera por supuesto que eran más convenientes. Esa premisa, básica pero poderosa, impulsó el impresionismo y cambió el rumbo de la pintura moderna.

Las constantes contradicciones de su carácter fueron una ventaja en su arte porque era capaz de combinar lo que parecía imposible: los maestros españoles y venecianos, Honoré Daumier, la fotografías y el grabado de su tiempo, Frans Hals, las xilografías japonesas… El señor, el dandi del siglo XIX que causaba revoluciones sobre un lienzo inventó un nuevo estilo fundiendo esos elementos no por pura extravagancia, sino por la necesidad innata de ser un hombre de su tiempo y a la vez ser fiel a sus más admirados héroes.

Con una selección de cinco cuadros que descubren sus inquietudes, el Cotilleando a... de esta semana es para el pintor Édouard Manet, al que se le pueden otorgar dos títulos aparentemente irreconciliables: fue el último maestro clásico y el primer maestro moderno.

'Le Déjeuner sur l'Herbe' ('El almuerzo sobre la hierba')

'Le Déjeuner sur l'Herbe' ('El almuerzo sobre la hierba')

1. «Holgazaneando sin vergüenza». La contemporaneidad de esta precoz pintura fue lo que levantó las iras del público. Manet quería a personas reales en la escena, lejanas a la perfección divina del Renacimiento. La luz sobre los personajes es descaradamente fotográfica y la escena tiene un enfoque real: el desnudo no se puede disfrazar en este caso de escena histórica o mitológica. La perspectiva caprichosa (la mujer del fondo está desproporcionada con respecto a las figuras en primer plano) y los colores nada canónicos terminaron con la paciencia de los críticos. Le Déjeuner sur l’Herbe (El almuerzo sobre la hierba), pintada entre 1862 y 1863, es un homenaje a Concierto pastoral del renacentista italiano Giorgione y a los grabados que Marcantonio Raimondi hizo a partir de la obra de Rafael El juicio de Paris. Pero ni con inspiraciones de tanto renombre se pudo evitar que el cuadro fuera directo al Salon des Refusés (Salón de los Rechazados), donde se exponían los trabajos que horrorizaban al jurado del Salón de París, con el consecuente ensañamiento de los críticos, que los atacaban con gusto. «Una mujer vulgar, de vida alegre, tan desnuda como se puede estar, holgazanea sin vergüenza entre dos dandis vestidos hasta los dientes. (…) Esto es  una vergonzosa úlcera abierta que no merece ser expuesta», dijo el crítico Louis Etienne.

'Olympia'

'Olympia'

2. La prostituta divina. Inspirarse en la Venus de Urbino de Tiziano no protegió a Manet del aluvión de críticas. Olympia (1863) es una provocación técnica de radicales manchas de color que chocan con el ideal de la pintura realista del siglo XIX. La mujer desnuda claramente no es una diosa, sino una puta parisina que irradia arrogancia en su mirada. Tras ella una mujer negra le entrega un ramo de flores, un regalo típico a las meretrices de alto copete. La orquídea, el gato y la zapatilla medio caída son símbolos lascivos que retan a la pureza de la Venus renacentista. La mujer real, recibiendo la crudeza de una luz blanca y tapándose los genitales con firmeza y dominio de la situación desató la indignación del público. Incluso tras morir Manet, cuando por fin el pintor se convirtió en una celebridad y se vendieron la mayoría de los cuadros que quedaban en su estudio, Olympia se quedó sin comprador, mirando desafiante a todo el que se le acercaba.

'Le fifre' ('El fífero')

'Le fifre' ('El fífero')

3. Cómo mezclar pintura española y grabados japoneses. Pintó Le fifre (El pífano) en 1866 tras volver de España, hipnotizado por los cuadros de Velázquez. No fueron las Meninas ni la Venus del espejo lo que más impresionó al artista. El óleo Pablillos de Valladolid -que presenta a un cómico de mirada vivaracha- era para Manet «puede que la pintura más asombrosa jamás realizada». No podía quitarse de la cabeza «el modo en que la figura no está rodeada mas que de aire». Cuando volvió a París emuló esa sensación liviana con un niño que tocaba en la banda musical de la Guardia Imperial. La raya negra del pantalón del uniforme sirve para delimitar el contorno de la figura con una técnica semejante a la utilizada en la caligrafía japonesa. La suavidad de las formas y el original contraste de color que evita los semitonos es también característico de los grabados japoneses, que hicieron mella en el estilo de Manet. El cuadro, estilísticamente demasiado radical, no pasó el filtro del jurado del Salón de París.

4. Manet y Monet. Argenteuil(1874) muestra a un navegante aficionado intentando captar la atención de una mujer joven ataviada con un vestido de rayas y con rostro de indiferencia, común a muchos de los retratos de

'Argenteuil'

'Argenteuil'

mujeres que hizo el artista. La pequeña localidad de Argenteuil -en el Valle del Oise- era un destino habitual para la burguesía de París y lugar de residencia del pintor Claude Monet, que montó un estudio en una embarcación. Ambos artistas pasaban el día navegando y pintando y  Manet –que destestaba que lo confundieran con Monet porque sus apellidos se diferenciaran solo por una vocal- disfrutaba de la compañía de su amigo impresionista. Aunque de ideales artísticos cercanos,  Manet siempre tuvo claro que no pertenecería nunca al impresionismo por sus ansias de satisfacer las exigencias del famoso Salón de París.

Como no podía ser de otra manera, Argenteuil también fue denostado por los críticos, que no entendían la radical composición del cuadro,con personajes tan en primer plano que parecía que fueran a salirse del lienzo.

Hubo incluso viñetas en torno a la obra. Un caricaturista añadía este texto burlón a su sátira dedicada a la excesiva cercanía de las dos figuras:

– ¡Dios mío! ¿Qué es eso?
– Son Manet y Manette
– ¿Qué están haciendo?
– Creo que están en un barco.
– Pero ¿esa ballena gigante?
– Es el Sena.
– ¿Estás seguro?
– Bueno, fue lo que me dijeron por ahí.

'Un bar aux Folies-Bergère' ('El bar del Folies-Bergère')

'Un bar aux Folies-Bergère' ('El bar del Folies-Bergère')

5. Su última aportación al perpetuo Salón de París. Un bar aux Folies Bergère (El bar del Folies-Bergère) -pintado en 1882, un año antes de su muerte- es un reto para el espectador, que no sabe si lo que hay tras la muchacha de mirada vacía es un espejo. El cuadro, una locura visual que muestra el bar de un famoso cabaret parisino, ha sido visto por algunos expertos como una reformulación de Las Meninas de Velázquez. Frente al desmadre de las perspectivas, el pintor ilustra en los objetos dispuestos sobre la barra una galería de exquisita delicadeza: naranjas en un frutero de cristal, dos flores en una copa, botellas de diferentes diseños… El lienzo fue la última gran contribución de Manet a la visión moderna de la pintura. En 1883 una gangrena derivada de un grave problema circulatorio provocó que le cortaran una pierna. Unos días más tarde murió, a los 51 años. En la gran exposición póstuma que se celebró un año después los mismos que tardaron toda una vida en entender al artista lo elevaron a los altares. Sólo al final de su vida consiguió vencer la resistencia de la crítica, el gran demonio que no dejaba de atormentarlo, pero que nunca consiguió domar su revolución interior.

Helena Celdrán

Diez disparates del Nobel de Literatura

Lawrence Durrell: "monomaníaca preocupación erótica"

Lawrence Durrell: "monomaníaca preocupación erótica"

Un reportero sueco difundió hace unos días los argumentos que tiene en cuenta el comité que decide el Nobel de Literatura para conceder o denegar el magno y siempre polémico premio.

¿Análisis semióticos? ¿Comparación de textos? ¿Interpretaciones críticas? ¿Sesudos razonamientos y premisas seguidos de conclusiones deductivas? No va por ahí la cosa: se trata de algo que procede de la praxis de andar por casa del batín guateado y el coñac.

Ahora sabemos que para el jurado designado por la Academia Sueca en 1961 J.R.R. Tolkien era un escritor con una prosa «de segunda categoría», Lawrence Durrell sufría una «monomaníaca preocupación por las complicaciones eróticas», Alberto Moravia adolecía de una «monotonía general», Robert Frost era por entonces «demasiado viejo» (86) y E.M. Forster se había convertido en «una sombra de lo que fue».

Graham Greene

Graham Greene, nunca

¿Quién ganó a Tolkien, Durrell, Moravia, Frost, Forster y los otros dos finalistas de 1961, nada menos que Graham Greene y Karen Blixen? El jurado decidió otorgar el galardón, «por la fuerza épica con la que ha reflejado temas y descrito destinos humanos de la historia de su país», al poeta yugoslavo Ivo Andrić. Quizá a ustedes no les suene. No se inquieten: somos millones.

Hoy dedicamos nuestra sección de los miércoles, Cotilleando a…, a unas cuantas sombras, polémicas, injusticias, desafueros, iniquidades y disparates del Nobel de Literatura (1,4 millones de dólares en metálico, diploma, medalla de oro y un televisadísimo y muy ventajoso en términos de royalties ‘choca esos cinco’ con el Rey de Suecia).

1. Para empezar, una nómima de apestadosMarcel Proust, Ezra Pound, James Joyce, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, Jorge Luis Borges, John Updike… Con sus obras se podría subsistir durante varias vidas, pero ninguno ganó el Nobel, casi siempre por motivos extraliterarios o políticos.

Borges y la "tradición escandinava"

Borges y la "tradición escandinava"

2. La Academia Sueca nunca quedó mejor retratada en su medianía como hurtando el premio a Borges, nominado casi todos los años desde la década de los sesenta.  Se especula que en 1977 habían decidido dárselo (a medias con el español Vicente Aleixandre), pero reconsideraron la propuesta porque Borges fue a Chile a recibir una medalla que entregaba el dictador Augusto Pinochet (sin justificar al escritor, conviene recordar que los premiados Jean-Paul Sarte (1964) y Pablo Neruda (1971) apoyaron de palabra, obra y actos al mayor asesino de masas de la historia, José Stalin). Cuando le preguntaron si sabía que ponía en peligro el Nobel, Borges dijo: “Pero fíjese que yo sabía que me jugaba el Premio Nobel cuando fui a Chile y el presidente ¿cómo se llama?… Sí, Pinochet, me entregó la condecoración. Yo quiero mucho a Chile y entendí que me condecoraba la nación chilena, mis lectores chilenos”. En 1981 un periodista preguntó a Borges: «¿A qué atribuye que no le hayan dado el Nobel de Literatura?». El escritor respondió: «A la sabiduría sueca». En otra ocasión dijo: «Yo siempre seré el futuro Nobel. Debe ser una tradición escandinava». Según una de sus biografías, a Borges le afectaba el ninguneo más de lo que simulaba. Cada octubre recibía la noticia de que no había obtenido el Nobel «con humor agridulce y el corazón apretado» y «adoptó aires de perdedor experto».

Sartre y De Beauvoir

Sartre y De Beauvoir

3. Jean-Paul Sartre rechazó el premio en 1964 porque no deseaba ser «institucionalizado por el Oeste o por el Este» («no es lo mismo si firmo Jean-Paul Sartre que si firmo Jean-Paul Sartre, Premio Nobel», dijo). El escándalo fue mayúsculo. Al autor de La náusea le llovieron los insultos. Le llamaron «hiena dactilográfica» y «delincuente del espíritu», le describieron como un «pequeño hombrecillo de los ojos desviados, aquel que parece saberlo todo» y le acusaron de ejercer el «excrementalismo sartreano». Recibió centenares de cartas de personas humildes que lo impulsaban a aceptar el premio y donar el dinero. La prensa rosa terció en el asunto: adujo que Sartre había rechazado el Nobel para evitar los celos de Simone de Beauvoir, su compañera sentimental. Sartre escribió: «Rechazo 26 millones [de francos de entonces] y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más porque la gente va a decirse: ‘¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?’. Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me habría dejado recuperar por el sistema». La Academia sueca se hizo la sueca: «El laureado nos informa que él no desea recibir este premio, pero el hecho de que él lo haya rechazado no altera en nada la validez de la concesión». En suma: muy a su pesar, Sartre sigue figurando entre los laureados.

Philip Roth, "aislado, insular"

Philip Roth, "aislado, insular"

4. La última polémica dura se desató en 2008, cuando el entonces secretario de la Academia Sueca, Horace Engdahl, declara sin sonrojo a una agencia de prensa que «Europa todavía es el centro literario del mundo», acusa a los EE UU de ser una nación «demasiado aislada, demasiado insular» [Suecia tiene 9,4 millones de habitantes, menos que la ciudad de Nueva York] y a sus literatos de ser «sensibles a las tendencias de su propia cultura de masas». La crítica literaria estadounidense aprovecha la concesión del premio de 2009 a la rumano-alemana Herta Müller para tildar a los académicos de «eurocéntricos» y, con bastante razón, menciona, entre otros, a Philip Roth, autor de refinado y astuto cosmopolitismo que introdujo en los EE UU a notables escritores europeos como Danilo Kiš, Witold Gombrowicz, Milan Kundera y Primo Levi, que tampoco ganaron el Nobel. La última escritora de los EE UU en obtener el premio fue Toni Morrison en 1993 (en total, una decena de estadounidenses lo han ganado). Europa ha dominado con carácter casi autárquico el galardón en las últimas décadas. Hay escasas excepciones: Mario Vargas Llosa [que tiene nacionalidad española] (2010), el turco Orhan Pamuk (2006), el sudafricano J.M. Coetzee (2003), el chino Gao Xingjian (2000), el japonés Kenzaburo Oe (1994)…

5. Desde la primera edición del Nobel (1901), los escritores suecos han recibido más premios que los de toda Asia.

Elfriede Jelinek, "masa de texto"

Elfriede Jelinek, "masa de texto"

6. El premio a la austriaca Elfriede Jelinek (2004), una especie de Lucía Etxebarría centroeuropea y sin tufo a paella, derivó en la renuncia del académico Knut Ahnlund, que habló de la concesión como «un daño irreparable» al prestigio del Nobel y a las «fuerzas progresistas» y calificó la obra de la escritora como «una masa de texto sin el menor rastro de estructura artística». Unos años antes, en 1989, otro par de académicos, Kerstin Ekman y Lars Gyllensten, dimitieron en protesta por el silencio de la institución sobre la condena a muerte dictada por el Ayatolá Jomeini contra el escritor Salman Rushdie (propuesto como candidato pero rechazado por ser «demasiado popular», según declaró un miembro del jurado). Ese año se llevó el premio el escritor español Camilo José Cela.

7. El año de la gran vergüenza para los académicos fue 1974, cuando el Nobel se lo llevaron los escritores suecos Eyvind Johnson y Harry Martinson, desconocidos fuera de su país y asiduos miembros de los jurados que adjudican el premio. Eran candidatos dos de los grandísimos ausentes en el listado, Graham Greene y Vladimir Nabokov, y Saul Bellow, que lo ganó dos años más tarde.

W.H. Auden, bocazas

W.H. Auden, bocazas

8. El poeta W.H. Auden tenía el Nobel en el bolsillo, pero cometió la imprudencia de comentar en conferencias públicas en Suecia que el premio Nobel de la Paz de 1961, el sueco Dag Hammarskjöld, secretario general de la ONU entre 1953 y 1961, era homosexual (como Auden).

9. También estuvo a punto de obtenerlo André Malraux, pero a los académicos les parecía «demasiado rojo».

10. La regla no escrita pero tácita durante las primeras décadas de los premios era lo que se llamaba dirección ideal. La Academia tenía claro cuál era literariamente hablando: el conservadurismo. Así se explica el premio a Rudyard Kipling (1907) y los rechazos a sus contemporáneos León Tolstói y Émile Zola. Con el tiempo la dirección ideal fue sustituida por el interés general, lo que dió lugar a premios baratos como los de Sinclair Lewis (1930) y Pearl Buck (1938). Ahora no hay dirección alguna y parece, como en el libre mercado y los consejos de ministros de Rajoy, que todo vale.

Ánxel Grove