Utopía

Among the Sierra Nevada, California, 1868. Albert Bierstadt. Wikimedia Commons.

Among the Sierra Nevada, California, 1868. Albert Bierstadt. Wikimedia Commons.

El cuadro lo firmó Albert Bierstadt, pero yo lo llamaré utopía. En 1868 capturó este horizonte de cordilleras salvajes en el que no sabemos si empieza o termina la noche. Es solo la estampa de un sol naciente o moribundo, inclinado sobre las aguas recién nacidas; allí los animales mojan sus patas, y los bosques, como silenciosos espectadores, se sienten sagrados.

Dejadme llamarlo utopía.

Bierstadt fue el gran retratista del Salvaje Oeste, antes de que el ferrocarril importara la plaga. El cuadro corresponde a Sierra Nevada, estado de California, hoy una antorcha encendida en el valle de la emergencia. Paradójicamente Bierstadt colaboró con la destrucción de estos paisajes con sus labores de topógrafo explorador. Había retratado los territorios aún no conquistados. Murió solo y olvidado, quizás soñando con la utopía perdida.

Las utopías suelen ser lugares lejanos, espacios que pensamos futuros, decimos que inalcanzables. La utopía es el lugar al que se aspira a ir, donde nos gustaría vivir. Y cuando yo miro hacia el futuro en el que querría morir, veo un cuadro de Bierstadt.

Quiero verlo, acudir a él como el elefante que camina a su cementerio:

Veo que en este futuro la naturaleza, como en el lienzo, mantiene su cíclico retorno. Veo en este cuadro el símbolo de nuestra continuidad: la supervivencia de este paisaje significa el porvenir de los hijos. Lo siento como un baile perfecto, orgánico, como la lluvia suave o la brisa fresca en verano, mi esperanza tiene aquí el aliento del musgo. No veo la tecnología en este cuadro porque ahora es invisible, y está al servicio del paisaje y no en contra. Si éste lograr sobrevivir, entiendo que supimos corregir los errores, unir esfuerzos y lazos como si fuéramos un inteligente micelio, y sé que tuvimos que hacerlo en el último minuto… Me entusiasmo porque hemos respondido juntos a esta debacle que empezó en el día en que decidimos comportarnos como una plaga que viaja en ferrocarril. Veo que hemos vencido a la cultura suicida del ahora mismo. Comprendimos el sentido de la palabra hogar al identificarlo con este paisaje. Somos los habitantes del jardín y no la plaga, y lo sentimos en carne viva, vertimos en él nuestro instinto de pertenencia: el río es la arteria; el árbol, el alveolo; el mar, la sangre; el amanecer, la córnea húmeda…

Somos los que podremos volver a pintar un cuadro de Bierstadt.

Utopía.

He dicho que suele ser un lugar hermoso e inalcanzable.

El cuadro de Bierstadt de pronto aparece borroso

Among the Sierra Nevada, California, de Albert Bierstadt, borroso.

Among the Sierra Nevada, California, de Albert Bierstadt, borroso.

Un paisaje que es solo un recuerdo. Sobrevive en la frágil memoria del viejo: «Yo pude ver esos bosques, bañarme en esas aguas que ya no existen…»

Among the Sierra Nevada, California, de Albert Bierstadt, más borroso.

Among the Sierra Nevada, California, de Albert Bierstadt, más borroso.

«¿Cómo fue abuelo? ¿Qué pasó?», pregunta el nieto de este futuro. «Creo que empezó con nuestra expulsión del verdadero Edén, pero sospecho que la cosa venía de mucho antes», responde.

Expulsión del Jardín del Eden. 1828. Thomas Cole. Wikimedia Commons.

Expulsión del Jardín del Eden. Thomas Cole. 1828.Wikimedia Commons.

«Estábamos dominados por una fiebre de fuego. Fuimos tan idiotas que quemamos el barco, y de nada sirve ya señalar a los culpables. Ahora sobrevivimos en los escollos.

Bombardment of Algiers. George Chambers. 1836. Wikimedia Commons.

Bombardment of Algiers. George Chambers. 1836. Wikimedia Commons.

Los paisajes fueron cayendo, la vida retrocedió, y son solo eso:  declinantes recuerdos

Montañas rocosas de Albert Bierstadt, borroso.

Montañas rocosas, de Albert Bierstadt, borroso.

 

Utopía. Dicen los científicos que es urgente dar un paso de gigante, movilizar nuestro ingenio ya mismo, necesitamos todos los recursos y voluntades si queremos aminorar el cambio climático y evitar una extinción masiva: mantener este paisaje. Es la mayor amenaza a la que nos hemos enfrentado; en contrapartida nos comportamos como la generación peor preparada de la historia: parecemos gamberros adolescentes pasando una noche de borrachera en este museo en el que las irremplazables piezas -como dijera Walt Whitman– son tan perfectas que avergüenzan a las máquinas que veneramos.

Como ocurre con casi todo lo importante, se habla poco de este desafío en los telediarios. Somos una especie adolescente culpable. Y tenemos miedo. Es natural: impotentes, miramos hacia otro lado, ese agujero de metales pesados, la mina tóxica que llamamos ombligo. Demasiado complejo… Inconscientemente deseamos acabar con los últimos árboles. Será la juerga final. Una comilona con cólico mortal. Quememos los barcos. ¡Vamos! La Tierra es ahora la gran cerilla.

¿Cómo detener la hélice de un avión que quiere despegar sin alas? ¿Cómo apagar las estufas en el iceberg que nos mantiene a flote? La humanidad no se ha enfrentado a un esfuerzo así de poderoso, colectivo, absorbente, vital, desde la Segunda Guerra Mundial. La escala del desastre nos parece infinita, incomprensible para nuestro pequeño encéfalo de chimpancé avanzado. No se trata solo de una transición energética – a la que estamos llegando tarde-, se trata de cambiar a una cultura enferma.

¿Cómo curas a un enfermo que en su delirio cree que está sano? ¿Cómo regresas a la naturaleza si has talado los bosques, crucificado a los gorriones? ¿Cómo reconoceremos el camino de vuelta?

El reloj pasa. Tic-tac. La utopía merma. Tic- tac. Cada día perdemos un siglo. Cada minuto que golpea es un paisaje borroso.

Utopía: dejar de soñar mundos caídos y asfixiados, y abrazar de una vez el paisaje del Bierstadt, dejarnos inundar por la sencillez de este oasis -que ahora sabemos- está en su amanecer.

A esto podríamos llamarlo utopía.

Equilibrio natural o barbarie. Así será. El día que comprendamos que somos el aire que respiramos, que ese cielo es una placenta y la bandada de pájaros un tatuaje que nos identifica, entonces los egoístas retrocederán. Para ello necesitamos una nueva cultura que nos explique, necesitamos decir basta, alzarnos, reencontrarnos, unirnos, y visualizar de nuevo el lienzo: un cuadro, un amanecer, un paisaje que debemos salvar.

Tu viejo o vieja futuro no necesitará entonces recordarlo. No temerá a un tiempo que corre deprisa. Seguirá allí, a su alcance, y él o ella, como los árboles, será el espectador: solo necesitará estar acompañado frente a este espectáculo que compartirá con sus nietos.

-¿Cómo lo hicisteis abuela? ¿Cómo nos salvasteis a todos?

Utopía. Así lo logramos.

Paisaje de las Montañas Rocosas, de Albert Bierstadt. 1870. Wikimedia Commons.

Paisaje de las Montañas Rocosas, de Albert Bierstadt. 1870. Wikimedia Commons.

 

2 comentarios

  1. Dice ser PEGATA

    —Eso es lo que queremos.
    —Eso es una utopía.
    —Pues queremos esa utopía.

    22 diciembre 2017 | 21:20

  2. Dice ser Está aquí, ahora, desde siempre, en un grito, un sueño...

    Utopía no es una tierra lejana. Utopía está junto a nosotrxs todos los días. Basta poner un pie en la realidad y dejarse de colgarse medallitas de cara a la galería y dar un paso en esa realidad para sentirla tierra de nadie en el interior.
    Utopía no está en otro planeta. Utopía está junto a nosotrxs cada segundo, cada milésima de segundo, cada instante. La terquedad nos aleja de ella. La represión nos aleja de ella. Las tradiciones de cadenas nos alejan de ella. El no querer pensar diferente nos aleja de ella. Pero como destino de esperanza alcanzable que es, no traiciona. Espera, sabe esperar, siempre espera a sentir nuestros pies avanzando por su senda. Unxs llegarán antes. Otrxs lo harán más tarde y con más padecimiento impuesto e innecesario; porque es impuesto e innecesario todo padecer que se acepta en lugar de cambiar a mejor estado. Y si no la alcanzan no será por culpa suya, que no es traicionera, repito. No la alcanzarán quienes no la merecen, sea por el motivo que sea, porque todo motivo contrario a amarla va en contra de su esencia.
    Utopía está aquí, está ahora, en un grito, en un sueño, en un gesto, en una idea de deseo de avance al compás de un vivo corazón que late contracorriente.

    24 diciembre 2017 | 01:09

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