‘Memento mori’, las fotografías ‘post mortem’ del siglo XIX

Las fotografías de los muertos nos inquietan; más que la Muerte misma. En la época victoriana, sin embargo, fueron algo común, una mezcla de sentimentalismo, romanticismo y memento mori: la necesidad de recordar que un día aparecerás en esa imagen perturbadora.

Familia posando con hija fallecida. Wikimedia Commons.

Familia posando con hija fallecida. Wikimedia Commons.

Una vez fallecidos, los vestirán con las mejores galas, los sentarán o estirarán sobre una butaca o ataúd simulando al animalillo dormido. Su carcasa de carne será eterna, congelada por un fotón de luz para las generaciones venideras. El alma habrá regresado a las estrellas fundadoras por el agujero negro del aliento. El ciclo estará concluido. Será el último adiós. No sabemos si habrá más allá, paz, vacío, no existencia, conciencia pura en su retorno a la Fuente, cielo, averno, o eones de aburrimiento.

Solo sabemos que la física cuántica no entiende la Muerte y que la naturaleza no la inventó como tal. La Muerte es un concepto humano, un temor o un rompecabezas. Un salto al vacío. Y hubo un tiempo en que podía ser fotografiada porque ocurría en casa, y no en los hospitales o centros de retiro, formaba parte de una realidad doméstica sin zona de exclusión.

La perdida de un ser querido, especialmente la de un niño, en épocas de alta mortalidad infantil por culpa de la viruela o la tuberculosis, los trabajos forzados o el hambre, se consagraba entonces con una fotografía en blanco y negro, un recuerdo. En ocasiones, trucando el negativo, se les dibujaban unos ojitos para mantener el espejismo de la vida. Muchos de estos retratos serían el primero y último.

Niño fallecido llamado William posando como si estuviera dormido. 1850. Wikimedia Commons.

Niño fallecido llamado William posando como si estuviera dormido. 1850. Wikimedia Commons.

 

Parece que este ritual, nacido cuando el arte aún estaba emparentado con la magia, se inició en Francia, en 1839, justo en los albores del ingenio fotográfico. Se fotografiaban cadáveres a domicilio, a precios módicos, porque la muerte tenía la importancia y el boato de una boda o comunión: constituía el «no espacio» al que van a parar los regalos más preciados de la vida.

La fotografía se convertía entonces en un poema póstumo, la dulcificación del último adiós, un acto mágico de permanencia imposible.

Pero los tiempos cambiaron, como bestias mecánicas que arrasan los pastos de la memoria: aparecieron las fotos en color, y la Muerte, sabemos, no aguanta bien el rojo, el azul o el verde, los signos de la vida.

Al estilo de la novela American Gods, de Neil Gaiman, esta antigua deidad fue desterrada de los salones de la eterna juventud, convertida en un don nadie, un mendigo al que ninguno de nosotros quiere mirar, y eso nos llenó de un miedo inefable.

Cuanto mayor fuera el progreso menor espacio tenía la Muerte, hasta que un día convertimos los geriátricos en unas salas de aeropuerto, donde los viajeros, una vez cruzado el cordón de seguridad, se encuentran sentados en tierra de nadie, olvidados por todos, esperando su último vuelo. Pasearse por estos «aeropuertos» es oler al mendigo sagrado, percibirlo en cada esquina con la fuerza de un vómito desagradable. Entonces una sensación angustiante te atenaza y te ordena escapar, necesitas salir corriendo de ese lugar, huir de la zona de exclusión, abrazar de nuevo la Vida: follar, comer, beber, amar, correr, correr, correr… en dirección contraria.

Sin embargo, todos sabemos que las direcciones de esta carrera nos dirigen al mismo punto. Que el detestado, temido y olvidado vagabundo no es en realidad un mendigo al que podamos expulsar por siempre de nuestras vidas. Está en el Este, el Oeste, al Sur, al Norte… La forma ignorada te espera como la momia que aguardó al cuerpo del faraón en la solitaria Pirámide.

 

 

La Muerte es la única potencia globalizadora, la cosa que nos hermana con todas las razas de los seres vivos. La Muerte nos iguala, es quien da sentido a la vida, una fuerza yin que pide un equilibrio con su yang. Nos recuerda, como en la locución latina del memento mori, que todos somos sus siervos; nos previene contra la prepotencia y la soberbia y la pérdida de tiempo en vanos conflictos que no merecerán ser recordados o fotografiados.

Al haberla desterrado todo esto fue desaprendido.

Dijo un alquimista, antes de que inventaran la fotografía y estos rituales que hoy consideramos macabros, que «quien no muere en vida es aniquilado cuando muere». Durante años he intentado descifrar este galimatías.

¿A qué se refería con aniquilar y morir? ¿qué significa esta metáfora?

Hoy intuyo que no se trata de una figura poética sino de un hachazo literal. Según la RAE aniquilar significa “reducir a la nada”. Quien no aprenda a morir no sabrá vivir, quien no sepa vivir tampoco sabrá morir.

Solo habrá sido nada inconsciente. Justo lo contrario de lo que nos ha tocado experimentar en esta dimensión que llamamos el ser.

Quien no aprenda de esta vida será aniquilado, su existencia y muerte no tendrán sentido, nada habrá comprendido y estará perdida la oportunidad de realizarse como ese trocito de universo consciente que somos.

Creo que eso es lo que quería decir el brujo.

 

 

Marco Aurelio, el emperador romano, dejó escrito: “Un hombre no debería tener miedo a la muerte, debería tener miedo a no empezar nunca a vivir».

Tú y las estrellas seréis un día visitados, tarde o temprano, por el mendigo. Será mejor que tengamos preparadas las ofrendas.

La oportunidad que tenemos es única: polvo estelar consciente, venido del otro lado, con el objetivo de aprender de este misterio.

Estas fotografías nos enseñan algo más que el memento mori. Nos recuerdan nuestra obligación de vivir de manera plena, consciente, provechosa, equilibrada, amante, entender el privilegio. Nos enseñan que estas imágenes no son estampas macabras sino un acto puro de amor, y que este es el nexo fundamental del misterio que compartimos.

Es el regalo que le devuelve la Muerte a la Vida a cambio de nuestros restos.

Una ofrenda preciosa.

3 comentarios

  1. Dice ser John Doe

    Interesantísimo artículo. Pensé que eran un bulo las fotos a los muertos.

    27 abril 2018 | 23:48

  2. Dice ser sandra29

    Interesante artículo. Debían de tener alguna obsesión con la muerte en la época, también les gustaba gastar bromas:

    https://momentosdelpasado.blogspot.com.es/2017/09/curiosos-retratos-gente-sin-cabeza-siglo-xix.html

    28 abril 2018 | 20:55

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