Te pusieron un nombre indio al nacer

A ti te pusieron un nombre indio al nacer. No lo dijiste en la escuela, estará olvidado. No tuvo su origen en tus padres o el cura. Viene del cielo por derecho salvaje. Un don de enredaderas, bautismo de aves, que pían tu nombre antes que lo profane un nuevo “José”.

Tu madre y abuela tampoco recuerdan esta filiación indígena.

No es su culpa. A este proceso lo llamaron asimilación cultural. Consiste en llenarte la cabeza de muebles para erradicar a los pájaros bautismales. Prueba de ello es que cuando un ave cruza los cielos pocas veces sabrás entonar su verdadero título y, por las leyes sagradas de la reciprocidad, ella tampoco responderá al tuyo.

Como ves les ocurrió a muchos otros antes que a ti, es una epidemia que cabalga sobre los siglos. Tiene un comportamiento vírico similar al del lenguaje, su vector principal: palabras que aparecen en la selva como mosquitos de una educación siniestra, que divide, separa, junta en la masa y así vence; picaduras de una mosca del olvido que te enferman hasta la desmemoria ancestral.

A tus antepasados les ocurrió lo mismo que a este señor indígena que luce las trenzas de la derrota. A principios del siglo XX fue fotografiado por las gentes del Instituto Smithsoniano para dar fe de unos aborígenes convertidos en fantasmas. Es un documento único que enseña cómo alguien puede dejar de ser algo sólido para convertirse en nada homogénea.

Lo cierto es que nuestras células recuerdan que todos fuimos indios alguna vez y que las fotografías son las ladronas del alma. Ver la foto de este indio vestido al modo occidental es llorar una sombra en el zoológico humano. Si el zoo es la cruel imitación de la naturaleza, entonces la existencia moderna qué será, se pregunta este hombre convertido en espantapájaros.

Abramos un corchete para hablar de la modernidad, un mal que es siempre presente:

Hoy en día la asimilación cultural ha evolucionado mucho desde los tiempos del Séptimo de Caballería. No es tanto por el uso de la fuerza sino por la seducción de las pantallas, según el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, autor de Psicopolítica, y que parece un hombre razonable aunque no le guste conceder entrevistas.

Hoy nos parece que este proceso hacia lo uniforme, aspiración única de un humano consumidor y consumido, lo ejecutan las máquinas y los algoritmos que actúan como si fueran madres superioras. Nos califican por nuestros pecados gracias a la información que vertimos cual vómitos en la confesión de la Red: “pornógrafos compulsivos”, “extremistas” ,“altamente neuróticos” ,“crédulos”, “infantiles”,“idiotas cooperativos”. Y ganan mucho dinero con ello -porque trafican con nuestros defectos y sueños-, y deciden qué información debemos beber. Ayudan a que todos queramos seguir siendo esa nada homogénea. Es la paradoja de aspirar a ser únicos siendo iguales en el protocolo. El Algoritmo se cargará a más indios que el general Custer.

Veo en el blanco y negro de esta fotografía signos de una derrota. Posos de una tranquilidad marmórea, como quien acepta el destino y asume el trance y decide que el sacrificio es la única salida viable. Dejar de ser yo para ser tú, y entonces poder ser acogido o amado, ambas cosas valiosas entre los primates sociales de toda condición y continente, con plumas o sin ellas, habitantes de las selvas o los páramos.

Tú y el indio lo compartíais todo al nacer, incluso el nombre –los pájaros dan fe- pero ambos lo habéis olvidado. La cultura de la dominación es un tremebundo alzheimer, un exterminio de los gorriones que cantan las identidades.

A este señor lo asimilaron para convertirlo en esa cosa que decimos ser nosotros, y a nosotros nos atraparon para que nos parezca imposible ser ese indio. La asimilación dispara en dos direcciones, como Billy el Niño. Le pusieron un bonito chaleco con la marca de una claudicación íntima que solo confesaría en un lenguaje incomprensible.

Olvida lo tuyo. Bebe whisky, sé un hombre.

Entonces decían «matar al indígena para salvar al hombre que lleva dentro«. Pero recuerda que a ti te pusieron un nombre distinto al nacer, por voluntad de los pájaros y de las raíces profundas. Y que lo tienes, ahora mismo, en la punta de la lengua

Prueba de hacerlo al revés: olvida al hombre, sálvate.

3 comentarios

  1. Dice ser Ananda

    ¡Pues bendita «fotosensibilidad»!

    ¡Excelente artículo!

    05 abril 2018 | 14:35

  2. Dice ser Lore

    Un poco más y salgo volando chico. Gracias 😉

    05 abril 2018 | 23:04

  3. Javier Rada

    Gracias a vosotros, un abrazo.

    06 abril 2018 | 10:02

Los comentarios están cerrados.