Querido Torquemada 3.0

Aparece esta imagen en el espejo.

Fray Tomás de Torquemada. Wikimedia.

Fray Tomás de Torquemada. Wikimedia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es el retrato del ilustre Gran Inquisidor, fray Tomás de Torquemada, un dominico que es símbolo perpetuo de la Inquisición. No es una obra de arte, pero explica bien el personaje: rasgos duros, mente obtusa, peinado extremo, cruz justificante.

Me golpea su leyenda negra, los actos que dicen que cometió, cómo condenó y quemó a los conversos, el modo en que asesinó a brujas y herejes. Armado con la maza de la ley levantó una fe monolítica de espinas y cruces puñal al servicio de los reyes, grave cual losa de una fosa común– solo él tenía la razón y la impuso sobre el coste de miles de vidas que hoy consideramos inocentes.

He leído que lanzó a España, que hasta entonces la escribíamos en plural –las Españas– a las tinieblas de las que tanto le cuesta recuperarse: habitamos desde aquellos días en una especie de cripta ideológica, siempre contrariada, enfrentada, vehemente, dispuesta al juicio del que grita «¡traidor!» -dicen los parapsicólogos que si prestas la suficiente atención todavía hoy puedes oír a alguien, puede que sea un poeta, un filósofo o un pensador, aullar en la tumba de Franco, y golpea, clama por su liberación desde el interior de la fosa, reverbera su auxilio en la cripta. Fue como un pesticida moral que solo permitía la supervivencia a una clase de hombre y mujer: la consagración del pensamiento uniforme y el cabreo eterno.

No nos gusta este Torquemada en el reino del pluralismo político. Es cierto, al menos en apariencia. Ahí está el enigma que esconde el retrato que veo en el espejo. Como en el cuadro de Dorian Gray, enseña un reflejo perverso.

El misterio, ahora sabemos, quinientos años después, es que el Gran Inquisidor no fue un hombre sino un camaleón. Déjenme explicarme. Con los primeros autos de fe pusieron en vereda a los discordantes, díscolos, molestos, o cabezas de turco. Entonces nadie pareció percibir su verdadera naturaleza. El procedimiento era sencillo: condena y fuego. No era necesario argumentar, debatir. No había un principio procesal contradictorio que sustentara la imparcialidad. Así lo plasmó el maestro castellano Pedro Berruguete en su obra Auto de Fe, pintado en 1495, un lienzo que se encuentra en el Museo de Prado. En este caso es otro dominico, Domingo de Guzmán, quien preside la hoguera. Puede que su reflejo se aparezca en otros espejos.

Auto de Fe. Pedro Berruguete. Wikimedia.

Auto de Fe. Pedro Berruguete. Wikimedia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El camaleón habitaba en esos días en los hábitos de los curas conversos – el más ortodoxo de todos los azotadores imaginables- y alzaba con su mano la antorcha de un ideal que convertía con el rigor de su luz a las personas en pequeños insectos (y el camaleón es un reptil que disfruta de ellos). Todos pensaron que cuando muriera terminaría la estirpe de Torquemada. Pero no fue así. Porque el inquisidor, como digo, no era un hombre…

Continuó navegando en el anonimato de los siglos. Tiene más caras que el Diablo o David Bowie. Solo tuvo que camuflarse, cambiar de color, trocar unos hábitos por otros como el perfecto camaleón que es. Resulta difícil demostrar esta tesis si uno no está frente al espejo y acude a su reflejo al alba. A veces me miro y aparece este retrato en lugar de mis barbas.

A veces emerge, otras no tanto. Según la época, puede mostrarse más envalentonado o menos. En la actualidad aparece muy seguro de sí mismo pues tiene unos instrumentos con los que nunca pudo soñar. Asépticos, quirúrgicos, efectivos. Bombas de relojería moral. Azotes de venganza sin rebote emocional. Tornados de anonimato dispuestos a la inmediata catástrofe. Redes sociales que organizan autos de fe a la velocidad de una condena celestial (a cuántos hemos visto caer sin preguntarnos por su dolor, ¿acaso importa?).

Torquemada está contento. Me gustaría romper el espejo. Mis amigos nunca me aceptarían con este peinado psicótico. Su éxito como camaleón es que nadie piensa que lo es, y que, oculto en la neurosis de la psique, puede esgrimir cualquier posibilidad política o moral: no es religioso, no es ateo, no es de izquierdas, no es de derechas, no es antiguo, no es moderno, no es machista, no es feminista, no es carnívoro, no es vegano, no es textil, no es nudista, no es científico, no es curandero… Puede serlo todo a la vez: el inquisidor, además de camaleón, es un trabajador polifacético.

Cuando justificamos el linchamiento él sonríe protegido por el peso de los siglos. Cuando derrumbamos el necesario debate él susurra amén. Las mejores ideas, honorables proclamas, terminan a su servicio por este arte del camuflaje. A él le importa poco si la idea es buena o mala, correcta o incorrecta, si hay razón o no. Cuántas verdades carga nuestro querido camaleón con el único objetivo de imponerlas sin importar el precio o esperar al juicio. Cuánto podemos justificar el dolor del adversario, por miserable, por su condición, por habérselo buscado. Qué rápido nace en nosotros y se multiplica en su metástasis digital. Cuántos inquisidores despiertan en una cena de Nochebuena, día en que la policía debe prever refuerzos por los conflictos domésticos. Cuánto espacio le hemos dejado en nuestras vidas. Cómo ha gobernado las redes sociales nuestro querido Torquemada 3.0. ¡Cuántos reflejos! ¡Cuántos espejos!

Su problema principal no es el pogromo, la destrucción infantil, el desacato a la presunción de inocencia, la quema de puentes o el fin que lo justifica todo: su peor maldad es que puede agarrar una idea noble, necesaria o útil, y la desarma, la destruye, la quema, obligándonos a repetir la barbarie en nombre de lo mejor de nosotros mismos. Eso es un auto de fe. La bruja, resumen de la libertad, tiembla. En el próximo post, hablaremos de ella.

Torquemada, enfadado, lanza el crucifijo, cuando escucha la contraoferta de los judíos antes de su expulsión. Título: La Expulsión de los Judíos. Autor: Emilio Sala Francés. 1889. El cuadro, pintado al óleo, se encuentra en el Museo del Prado. Wikimedia.

Torquemada, enfadado, lanza el crucifijo cuando escucha la contraoferta de los judíos antes de su expulsión. Título: La Expulsión de los Judíos. Autor: Emilio Sala Francés. 1889. El cuadro, pintado al óleo, se encuentra en el Museo del Prado. Wikimedia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Creo que fue un ilustre cazador de camaleones británico quien nos dio las claves para atrapar a uno de estos escurridizos bichos: “cuando un camaleón se camufla en tus adentros debes repetir su nombre, decirle quién es, y entonces recuperará su verdadero color en el espejo”.

Me arranco las legañas, empieza el día.

Todos llevamos dentro el cielo y el infierno.

Oscar Wilde.

3 comentarios

  1. Dice ser joseluis

    actualmente tenemos algo peor que la inquisicion y se llama islamismo y en españa principalmente la izquierda lo apoya, por eso yo digo que no nos confundamos de enemigos porque ya hace siglos que acabo la inquisicion pero lo que nos esta entrando ahora en españa es terrorismo, humillacion a la mujer, regreso al pasado, intolerancia con el infiel y es contra eso con lo que tenemos que luchar ahora mismo para que nuestro pais vuelva a ser el pais moderno que ya lo fuimos por ejemplo en los primeros años 70.

    11 enero 2018 | 16:48

  2. Dice ser avadis

    Siempre me gustó la historia y empecé esa carrera, pero la dejé por otra distinta…Me llama la atención los comentarios y análisis de las personas y los hechos pasados con una mentalidad actual y un sentido de que actualmente somos jueces y lo sabemos hacer bien yb antes no. Cada uno es libre de comentar lo presente o lo pasado pero no hay que olvidar que aquello no es esto, que se hacían las cosas por unoas razones que ahora no se entienden.Que se te daba un cometido y había que hacerlo porque loque mandaba el rey o el papa o el que mandaba ,era como si lo mandase Dios. Respetemos lo pasado, y analicemos las cosas con mas frialdad ,mas etica y mas base, y todo en su contexto o tiempo

    11 enero 2018 | 16:55

  3. Dice ser Sociólogo Astral

    Los curas eran malos y mataban y torturaban a la gente.

    11 enero 2018 | 18:05

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