Thomasson o el arte conceptual de la arquitectura inútil

Puertas ciegas. Buzones sin casa. Escaleras que se deslizan hacia el precipicio… digamos «Thomasson». Letreros que nadie puede leer. Restos de edificios nunca derrumbados. Fenómenos urbanísticos contrarios a la lógica: «¡Thomasson!». Paradojas en la calle, supensos en la facultad de arquitectura, pasillos hacia la incertidumbre.

Puede que te hayas topado con alguno de estos rompecabezas arquitectónicos y que nunca dijeras…

Ejemplo de Thomasson. Por yosukesan - old days. Wikimedia Commons.

Ejemplo de thomasson. Escalera que no conduce a ningún sitio. Por Yosukesan – old days. Wikimedia Commons. Licencia Creative Commons.

Portales que cuelgan del vacío. Peldaños en caracola que ascienden hacia un cielo infinito y cuya única finalidad solo puede ser la de una trampa para invidentes.

Todo eso es un Thomasson. Un despropósito, errores, construcciones sin sentido, que acaban siendo una forma de arte según la mirada del espectador.

Los Thomasson son objetos que podría describirse como anomalías arquitectónicas, construcciones que no cumplen con su natural propósito, primos de los oxímoron (puerta al vacío, ascensor sin piso, coche sin tierra), y cuando a una de estas estructuras u objetos se les despoja de la función original terminan siendo arte conceptual, o hiperarte – al menos en Japón- porque solo el arte trasciende a la irrelevancia o dota de sentido a la construcción de un loco.

El concepto lo desarrolló el artista neo dada Genpei Akasegawa en los años 80 y los llamó Hyperart Thomasson. Las redes sociales de hoy lo han trasladado a espacios de culto, descubrimientos a los que se les añade la fecha y el lugar, especialmente en tierra nipona, donde parece que los Thomasson tienen su sol naciente. El tag en Instagram de #トマソン es una prueba de la fascinación de este pueblo por los despropósitos urbanísticos.

 

Loving this book (amongst others) #hyperartthomasson

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Es imposible saber si los arquitectos japoneses han abusado del sake o tienen una natural inquietud por la construcción del Thomasson. En España las llamamos pifias o chapuzas pero esto se debe a que no percibimos su verdadero valor artístico, máxime cuando somos los grandes maestros de estas maravillas: un aeropuerto en el que nunca podrá volar un avión es el mayor de los Thomasson concebidos, una urbanización fantasma podría ser considerada como la Capilla Sixtina. El siglo XXI  pasará a la historia como la centuria de oro del Thomasson español.

El nombre de estos despropósitos tiene que ver con el béisbol y el secuestro de un apellido.

Gary Thomasson fue un famoso jugador contratado por el equipo nipón Yomiuri Giants. Pronto una serie de desdichas hicieron que apenas jugara a pesar del sueldo millonario (un récord, con 1,2 millones de dólares, que siguió a otro récord por eliminaciones).

Fue un jarrón de cristal sin aparente belleza. El deportista sin cancha es una alegoría de las cosas inútiles. Así pensó Genpei antes de robarle el nombre a Thomasson, el gran jugador que no jugaba.

Una puerta ciega es un strike contra la lógica. Una escalera que se dirige a ninguna parte es un bateador sin bate. Ahora este apellido es sinónimo de un arte ilógico, una puerta que da al zaguán de lo inaudito, que se construye a sí misma, sin objetivo aparente por parte de su creador.

En palabras de Genpei: «un objeto, parte de un edificio, que se mantuvo en buenas condiciones, pero sin propósito, hasta el punto de convertirse en una obra de arte»

No digas «chapuza» di «Thomasson». Si lo nombras algo se cuela en tu mirada partiendo la camisa de fuerza.

Ya no verás a esa rotonda como el crimen del alcalde, no percibirás el semáforo en mitad de la estepa como la estrategia de un torturador asiático: solo decimos, ¡mira, un Thomasson! Y nos alegramos, y no sentimos felices, porque el error ilumina nuestro firmamento.

Obras de arte sin dueño, restos que emergen del inconsciente inútil, metáforas jamás pensadas por nadie pero que siguen allí, como paquidermos blancos, peces sin aletas, gatos calvos, chimpancés rosas. Cosas que no tienen propósito en una sociedad capitalista.

Desde que lo supe mi vida ya no es un desastre, ahora es solo un hermoso Thomasson.

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