Cuando Dylan predijo el punk: cofre de 36 discos con la gira íntegra de 1966

'The 1966 Live Recordings' - Bob Dylan, Columbia, 1966

‘The 1966 Live Recordings’ – Bob Dylan, Columbia, 1966

Tres preguntas para empezar:

  1. ¿Tiene sentido la edición de un cofre con 36 discos, cada uno de un concierto de una gira de hace 50 años y con setlists casi idénticos?
  2. ¿Añade algo novedoso la edición?
  3. ¿Modifica la caja —que no tiene el habitual precio venenoso: cuesta 113 euros, coste apañado— lo que ya sabíamos sobre la gira de 1966, encuentro de Bob Dylan y de quienes le idolatraban como profeta con la perversión revolucionaria de la electricidad?

Las respuestas son: sí, sí y sí. Tres afirmaciones taxativas.

Unas cuantas consideraciones de contexto.

Ni una palabra sobre oportunismo, por favor. La publicación del cofre Bob Dylan: The 1966 Live Recordings, que comercializa la división de obras con categoría histórica-documental de Columbia, Legacy, estaba programada y anunciada mucho antes de la concesión al mejor poeta-trovador del siglo XX del Nobel de Literatura, ese premio que ha puesto de los nervios a un montón de protoliteratos, sobre todo veinte y treintañeros, que del compositor saben lo que han escuchado como banda sonora para anuncios de lencería femenina: gente que, en fin, tiene derecho a tanto resentimiento porque sigue considerando a Proust como el centro de gravedad del arte literario (y no les falta razón, pero quizá deban trasladarse a una época temporal más acorde con el planteamiento).

El cofre es una respuesta comercial a dos efemérides: los 75 años de Dylan —cumplidos en mayo— y los 50 del más notable de sus varios clímax creativos: los prodigiosos 1965 y 1966, cuando cambió la forma de sentir, cantar, bailar, hacer rock y dar conciertos gracias a la ruptura de los principios que le habían convertido en un héroe tradicionalista de la nueva izquierda liberal. Cuando el bardo se hizo símbolista, los comunistas, en su línea, salieron corriendo para denunciar una traición.

La gira de 1966, celebrada entre abril y mayo en Australia, Dinamarca, Irlanda, el Reino Unido, París, los EE UU y Suecia, es uno de los momentos clave de la historia del rock. Mientras se iniciaba el verano hippie, Dylan, apocalíptico y culto, se distanciaba pese a que había contribuido a poner los cimientos del pacifismo, la protesta social agria y el desconsuelo libertario sólo tres años antes.

Los ídolos, adornados con sedas orientales y alimentados con marihuana, eran marionetas de un carnaval condenado al fracaso y la franquicia. Demasiado egotista para llevar estandartes comunitarios, Dylan se rodeó de un grupo de rock —no bautizados todavía formalmente, pero eran el germen de The Band, actores clave de los años setenta, cuando preconizaron, en otro radical cambio de recorrido, el regreso a la paz acústica y las tragedias familiares— y repartió vitriolo y watios a un público cándido que se sentía estafado por el ídolo.

En los 36 discos y pese a que los conciertos contenían una mitad acústica y otra eléctrica, puede comprobarse cuanta ferocidad y rabia circulaban en dos direcciones: desde el escenario, donde los músicos tocan como predictores del punk, y desde los patios de butacas, donde el público abuchea, aplaude y grita en una dialéctica que no tiene parangón. «¡Enchúfate!», exclama alguien. «¡Desenchúfate!», replica otra voz. «¡No eres Bob Dylan, dile que salga!», reclaman al artista. «Está muy enfermo, me ha pedido que lo sustituya», responde el cantante.

Bob Dylan y 'The Band' en Australia, 1966

Bob Dylan y ‘The Band’ en Australia, 1966

La calidad del sonido es extraordinaria: casi todo fue recogido en una grabadora Nagra de dos pistas y las cintas ofrecen un bloque preciso de rock and roll. La hostilidad del público, aguijoneada por algunos medios de comunicación que mercadearon con el adjetivo «traidor» para despertar suspicacias y calentar el ambiente, no aminoró a los músicos, que emplearon el descontento y la incomprensión para retroalimentarse.

Nunca en la historia un grupo sonó con tal capacidad de venganza hacia los fariseos que defendían el inmovilismo, el retroceso, la comodidad de los dogmas… Cuando un diario francés de izquierda acusó a Dylan de «venderse al fascismo estadounidense», el cantante encargó al equipo de producción que comprara la bandera más grande de los EE UU que encontraran en París y culminó la gira con el telón de fondo de las barras y las estrellas. Otro guiño hacia el futuro de la descontextualización de los símbolos.

Cuando un aficionado de Londres grita desde la platea: «¡Regresa a las canciones de protesta! (…) ¿Dónde está Woody Guthrie, Bobby?», Dylan responde con cansancio: «Venga, hombre. Todas estas canciones son de protesta. No es Pop Británico, es Rock and Roll de los EE UU. Venga ya».

Dylan y el ingeniero de sonido Richard Alderson en un fotograma de las grabaciones en cine de la gira

Dylan y el ingeniero de sonido Richard Alderson en un fotograma de las grabaciones en cine de la gira

De la escucha del cofre emerge con una nobleza enorme el trabajo hasta ahora olvidado del joven ingeniero de sonido Richard Alderson, contratado por Dylan para construir el equipo usado en directo y manejar las mezclas de los conciertos. Entrevistado en el minidocumental insertado más arriba, el prodigioso y nada esnob profesional, al que Dylan descubrió porque Alderson se había encargado del sonido en las giras de Harry Belafonte en pabellones de deportes, dice que los recuerdos están tamizados por una «niebla de anfetaminas, LSD, alcohol y marihuana», pero precisa que Dylan tenía claro cómo deseaba sonar —»sólido, potente»— y le dejó hacer su trabajo con libertad.

El magnífico material de Bob Dylan: The 1966 Live Recordings no solo vuelve a poner sobre el tapete el momento epifánico de la poesía de Dylan entre 1965 y 1966 —cuando compuso obras mercuriales, sagaces, nocturnas, plagadas de imágenes literarias cuya belleza nunca se ha repetido desde entonces (ni en el rock ni en la literartura) como Visions of Johanna, Ballad of a Thin Man, Desolation Row, Like a Rolling Stone, Just Like Tom Thumb’s Blue…—.

Fue y sigue siendo material febril, confesional y elocuente. Material Nobel y noble.

Jose Ángel González

 

1 comentario

  1. Dice ser lew

    oh no, Dylan!

    21 noviembre 2016 | 15:37

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