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Una foto rompió el mayor banco de España… y varias familias

La fusión del Banesto y el Central (el mayor banco de España) se rompió por la foto de un adulterio.

Mamen Mendizábal y Conchi Cejudo leyeron un capítulo de mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo») y este domingo, 7 de abril, a las 21.30h, emitirán en La Sexta un reportaje sobre el caso («Anatomía de una foto»), que os recomiendo.

Fotograma de «Anatomía de una foto» que ha publicado Jordi Évole.

 

En febrero de 1989, hace un cuarto de siglo, Marta Chávarri, marquesa consorte, y Alberto Cortina, marqués consorte, se fugaron a un hotel de Viena.

Alberto Cortina y Marta Chavarri, al salir de su hotel en Viena.

Un fotógrafo les pilló a la salida. Esa foto se cargó la fusión que creaba el Banesto-Central, el mayor banco de la historia de España… y, de paso, provocó el divorcio de varias familias de millonetis.

Alfonso Escámez, presidente del Banco Central, y Mario Conde, presidente de Banesto.

La carroza dorada de Mario Conde, presidente de Banesto, se convirtió de pronto en calabaza. La prensa rosa hizo su agosto y la prensa económica entró al trapo. Conde se quedó sin banco y acabó en la cárcel.

Los grandes banqueros de España en 1989

Nuestro diario dio la exclusiva del reparto de patrimonio entre Alberto Cortina y Alicia Koplovitz.

La Gaceta de los Negocios, que fundé ese mismo año en el Grupo Zeta, dio las principales exclusivas y consolidó su fama de diario económico serio y solvente. Nos apuntamos varios tantos.¡Qué gran equipo!

Cubierta de mi libro de memorias donde se cuenta esta historia, más económica y política que del corazón.

Para quienes no tengan (aún) mi libro, y hayan llegado a leer hasta aquí, les copio y pego, de propina, algunas páginas del caso:

Pag. 446 de «La prensa libre no fue un regalo».

Pag 447

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Pag 461

Este domingo, 7 de abril, a las 21:30h, en La Sexta. No te lo pierdas.

Portada de Interviú.

 

 

Gustavo Matías, periodista íntegro y pertinaz

 Menuda racha. Otro golpe. He recibido, con dolor, la noticia de la muerte de Gustavo Matías, periodista y profesor, cuando, por su último mensaje, pensé que estaba resistiendo el cáncer en su tierra leonesa. Lo siento mucho. Hemos pasado muchos años juntos en El País y en La Gaceta de los Negocios. Y era un buen tipo. Yo le quería. Deja viuda a Mari Cruz y huérfanos a dos hijos y a cinco nietos. Acabo de publicar su obituario en El País y aquí, en mi blog de 20 minutos. DEP.

IN MEMORIAM

OPINIÓN

Gustavo Matías, periodista íntegro y pertinaz

Dio en exclusiva una de las noticias más relevantes de la transición de la dictadura a la democracia: la legalización del Partido Comunista de España
El periodista y profesor de la UAM Gustavo Matías, en una imagen sin datar.
El periodista y profesor de la UAM Gustavo Matías, en una imagen sin datar.
JOSÉ A. MARTÍNEZ SOLER
A los setenta años, un cáncer de pulmón acabó el jueves con la vida de Gustavo Matías Clavero, un ilustre leonés, periodista y profesor universitario. En nuestro oficio, el segundo más viejo del mundo, decimos que noticia es aquello que alguien no quiere que se sepa. Cuando Gustavo, redactor de Economía de EL PAÍS antes que profesor, mordía la pista de una noticia exclusiva era temible. No la soltaba por nada del mundo. Disfrutaba descubriendo secretos económicos de interés para sus lectores.

Forjado en la agencia Europa Press, conocía el valor de adelantarse a los competidores. Era generoso y compartía sus fuentes con sus compañeros, una rara virtud en una profesión de divos. Gustavo era rápido a la hora del cierre, pero escribía habitualmente unas líneas de más. Una anécdota suya hizo fortuna en EL PAÍS y en La Gaceta de los Negocios y, entre risas, la hemos recordado en el tanatorio. Cuando Joaquín Estefanía o yo mismo le gritábamos para que cortara urgentemente una línea de su información para poder ajustar la página, Gustavo nos respondía: “¡Pues quitad mi firma!”. No era presumido.

Sin embargo, no siempre fue así. Una de las noticias más relevantes de la transición de la dictadura a la democracia la dio Gustavo Matías en exclusiva por la línea de Europa Press: la legalización del Partido Comunista de España por el presidente Adolfo Suárez. Siempre presumió de haberse enterado antes que nadie y le dolía que no se le atribuyera ese mérito. Aquí queda dicho, querido Gustavo.

Nunca practicó el disimulo. Era directo. Iba con la verdad por delante y no tenía pelos en la lengua, lo que le creó problemas con no pocos líderes políticos y/o empresariales. Este viernes me recordó Rodolfo Serrano, otro histórico de aquella gloriosa sección de Economía, el día en que Gustavo fue a cubrir una rueda de prensa de Carlos Solchaga y le dijo: “Señor ministro, hay un error en los Presupuestos Generales del Estado y no cuadran sus cuentas”. Solía acertar.

Cuando nuestra generación se inició en la información económica, en pleno franquismo, muchos nos sorprendimos del reparto de sobres con dinero (que llamaban “dietas”) entre periodistas que cubrían juntas generales o acontecimientos relevantes de grandes empresas y bancos. Aquellos colegas recibieron el nombre de “sobre cogedores”. Pronto acabamos con aquellas prácticas corruptas.

Gustavo Matías era íntegro en la relación profesional con sus fuentes. Pudo equivocarse alguna vez, y rectificó, pero nunca publicó una mentira a sabiendas. Era un periodista honesto que defendía la veracidad de lo que contaba en sus más de 4.000 artículos repartidos por EL PAÍS, El Mundo, Cinco Días, Expansión, El Economista, La Gaceta de los Negocios, Ibercampus, etc.

Cuando el periodismo chocó con su vocación docente e investigadora, se pasó a la Universidad Autónoma de Madrid como profesor titular de Economía Aplicada y publicó más de una docena de libros de gran contenido académico. La prensa perdió prematuramente a un gran periodista y la Academia ganó a un magnífico profesor. Muchos discípulos le rindieron homenaje este jueves en el tanatorio. Descansa en paz, amigo Gustavo.

Gustavo Matías

Gustavo Matías cubrió a visita del dictador Fidel Castro a España.

Lobo: «La muerte es un problema para quien no ha vivido»

Espléndida mañana, casi otoñal, cargada de emociones y abrazos, para despedir los restos mortales del muy querido y admirado Ramón Lobo.

Junto al ataúd de nuestro amigo, Javier de Pino leyó el primer párrafo del libro póstumo inacabado de Ramón.

Antes de proceder a la incineración del cadáver, Javier del Pino lee el primer párrafo del libro inacabado de Ramón Lobo.

Dijo así: «Una parte de mí escribe palabras desde los kilómetros vividos; otra, desde los pocos que me quedan por vivir. Rescato imágenes, voces, memorias en busca de un orden que complete el rompecabezas. Quisiera tejer un tapiz que abarque mi existencia, poder verla extendida ante mí para valorar lo conseguido sin encelarme en lo que quedará sin hacer. Padezco una enfermedad grave que me va a matar en unos meses, aún no sé si en dos o tres o cinco. La suerte está echada. La percepción de la inminencia del final ilumina el camino andado, le da sentido. No arrastro demasiado equipaje porque aprendí a moverme ligero, sin ataduras. Un viaje de un mes cabe en una maleta que no se factura. Ahora escribo, medito y sueño en busca de materiales que me permitirán esculpir algo parecido a un epitafio. Somos solo eso: una frase, un párrafo corto; el resto es artificio.»

Solo los abrazos y algún gemido que otro rompieron el silencio, esta vez sí, sepulcral, del último adiós a nuestro Ramón.

Procesión laica por el cementerio civil de Madrid

Tal como él había dispuesto en las instrucciones que dio, en vísperas de su muerte, a Willy Altares, su hermano menor adoptivo, todos los asistentes al duelo (¿doscientos, quizás?), armados de flores, seguimos los pasos de Nieves Concostrina, maestra de ceremonias de una procesión cívica singular por el cementerio civil de Madrid.

María, viuda de Ramón, con Nieves Concostrina.

Manolo Saco, el hermano mayor adoptivo de Ramón, y su jefe en La Gaceta de los Negocios y en El Sol, ha sido el corrector de sus borradores. Y de los míos. Puedo presumir de que tanto Ramón como yo hemos gozado del mismo editor de lujo. Solo por eso, me siento alguien. Además, el Saco escribió el preámbulo de mi último libro «La prensa libre no fue un regalo». Eso sí que fue un regalo.

Con Manolo Saco y su chica, Isabel Malpica, nuestra realizadora favorita en TVE.

El Lobo habría celebrado los chistes malos del Saco («Íbamos dando tumbas, de un lado para otro, por el cementerio»). En nuestras tertulias, entre tantas risas, era imposible competir en ingenio con el Lobo y el Saco. Ya te echamos de menos, Ramón. Me alegra que hayas incluido a mi paisana Carmen de Burgos entre las tumbas a visitar con los comentarios brillantes y jocosos de Nieves Concostrina.

La tumba de Carmen de Burgos, Colombine, cuyo nombre, tallado en el granito, apenas se puede leer. Prometo volver pronto con acrílico negro para restaurar el nombre de mi paisana, la primera periodista en nómina de España.

Nieves nos ilustró, de tumba en tumba, sobre la vida y milagros los hombres y mujeres más grandes de la historia reciente de España que están enterrados en el Cementerio Civil, un auténtico museo al aire libre de personas ilustres: Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, Carmen de Burgos, Francisco Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón, Pablo Iglesias, Antonio Fraguas (Forges), Almudena Grandes y tantos otros.

La tumba de Marcelino Camacho, hombre clave en la Transición a la Democracia. Los bárbaros del PP y VOX quieren borrar su nombre de una calle dedicada a él en Navalagamella,

Un experto me dice que bajo este vertedero de la parte católica del cementerio de La Almudena hay una fosa común con restos sin rescatar de fusilados por la Dictadura de Franco.

Mañana, 5 de agosto, a las 4:30 de la madrugada, es el aniversario del asesinato de las 13 rosas en la postguerra del dictador felón. Ramón no se olvidó de ellas en sus instrucciones.

QR con la lista de asesinados por el franquismo en la postguerra.

El PP quitó a martillazos de este monumento los nombres de los fusilados por el franquismo. El autor de los troncos de bronce incluyó hábilmente una cajita de titanio que contiene un penn drive con todos esos nombres.

Antes de despedir el duelo y la procesión laica, aproveché para hacerme esa foto con dos genios: Nieves y Max Pradera. A ver si se me pega algo de ellos.

Obituario de Ramón, escrito por A. Morales. Habrá más.

Recordé su libro de memorias («Todos náufragos») que me inspiró y animó para escribir las mías. Pero había olvidado su generosa dedicatoria…

«A mi mejor director…» Gracias, Ramón. Nunca mientes, pero aquí exageras…

Una mañana, como digo, cargada de emociones, risas… y lágrimas. Hasta siempre, querido, admirado y envidiado Ramón. Descansa en Paz

 

Emocionado y agradecido recibo el Premio que me dan mis colegas

Mis narcisos aún no han florecido este año, pero yo sí. Hoy recibí uno de los dos premios más importantes de mi vida: el Premio de Honor 2022 de la APM «por toda la trayectoria profesional».

Doble página del folleto de los Premios de la APM con el retrato que me hizo el gran Bernardo Pérez, compañero y amigo de muchos años en El País. (Se nota que me quiere).

Emocionado y agradecido, he recibido el reconocimiento que mis propios colegas, miembros del Jurado, han hecho de mis 54 años de periodista. El acto, iniciado con el discurso de Juan Caño, presidente de la APM,  ha sido fantástico.

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, me entregó el Premio de Honor y dio un discurso espléndido, sin un papel, en favor de la libertad de expresión.

El otro premio, como «mejor profesor», me lo concedió hace décadas el tribunal más duro que pueda imaginarse: el de mis alumnos de Economía Aplicada. Colegas, que son maestros consagrados, y alumnos universitarios que votaron a mi favor, sin haber presentado yo mi candidatura, me han hecho muy feliz.

Portada del libro (editado por Marcial Pons) que tanto ayudó a convencer al Jurado de la APM para que votaran a mi favor.

Esto es parte de lo que mis hijos, que conocen mis debilidades, llaman «vanity tour», que comenzó con la publicación reciente de mis memorias periodísticas («La prensa libre no fue un regalo»), la presentación del libro en el Ateneo de Madrid, en el Teatro Apolo de Almería y seguirá, pronto, en el Foro de La Región en Ourense y Vigo…

Con Karmentxu Marín (de Doblón y El País) y Miguel Ángel Noceda (de La Gaceta de los Negocios y El País), miembros del Jurado de la APM.

Este libro, leído por dos amigos muy queridos, miembros del Jurado de la APM, ha sido clave, a mi juicio, para la obtención del Premio de Honor «por toda una vida de periodista» frente a otros candidatos, mejores que yo, que aún no han publicado sus memorias. Les animo a que lo hagan en cuanto se jubilen. Yo aproveché el confinamiento por el Covid para contar mi vida. Me alegro de haberlo hecho.

Con los demás premiados: Nieves Herrero, Laura de Chiclana, Luis de Vega y Félix Madero.

La Asociación de la Prensa de Madrid ha premiado también a otros notables colegas, más jóvenes que yo, que siguen triunfando en activo: Nieves Herrero, Laura de Chiclana, Luis de Vega y Félix Madero.

Dos de los premiados (Laura y Luis) han ganado el reconocimiento del Jurado por su cobertura, arriesgada y valiente, de la invasión ilegal rusa de Ucrania. El embajador de Kiev en España agradeció el trabajo de la prensa para contar la verdad de esta guerra tan bárbara. Y el acto concluyó con la actuación, emocionante, del coro infantil ucraniano en Madrid.

Coro de niños de Ucrania.

La dulzura de sus voces (niños desde 5 años años hasta adolescentes) contrastaba con la dureza de las imágenes que nos llegan de su patria herida por los crímenes de un dictador como Putin. Compatriotas de estos niños cantores mueren a diario violentamente en su patria. Imposible no cruzar canciones y sonrisas tan dulces con imágenes tan terribles y profundamente tristes de la guerra. ¡Es bárbara la guerra!

Texto de mi página en el folleto de la APM repartido en el acto de hoy en el Centro Cultural Conde Duque

Mi hija, Andrea Martínez Westley, acudió a darme su abrazo. Gracias, princesa. Erik y David estaban fuera de Madrid.

Con Andrea Martínez Westley. ¡Qué más puedo pedir!

 

 

Premio APM: «La libertad y el amor dan sentido a la vida»

  • ENTREVISTA AL PREMIO APM DE HONOR A LA TRAYECTORIA PROFESIONAL

José A. Martínez Soler: ‘El periodismo es una profesión muy honrosa, porque está permanentemente luchando por la libertad de expresión’

José A. Martínez Soler: ‘El periodismo es una profesión muy honrosa, porque está permanentemente luchando por la libertad de expresión’

José Antonio Martínez Soler, en la sede de la APM. Foto: APM

La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) ha galardonado a José Antonio Martínez Soler (Almería, 1947) con el Premio APM de Honor 2022, que se otorga en reconocimiento de toda una vida profesional. Periodista en activo durante los últimos 54 años, el jurado lo ha definido como un “profesional infatigable, arriesgado, comprometido y valiente, no solo en el ejercicio del periodismo, sino como emprendedor y fundador de distintas publicaciones”, como 20 MinutosEl Sol, La Gaceta de los Negocios y Doblón, entre otras. También fue director de la Agencia Efe Nacional, de los Telediarios y de varios programas en Televisión Española.

“Los enemigos de la libertad de prensa siempre están al acecho”, alerta Martínez Soler, “uno de los nombres clave de la historia del periodismo de nuestro país”, según el jurado. “La lucha del periodista reside siempre en que triunfen los hechos sobre las falsedades”, concluye durante la entrevista que ha concedido a Apmadrid.es.

– ¿Qué significa para usted haber sido reconocido con el Premio APM de Honor a la trayectoria profesional?
– 
Esto es como el Óscar de la prensa a toda una vida. Ha sido emocionante, no me lo esperaba. Me gusta mucho que el premio me lo concedan colegas, porque en esta profesión -yo el primero- somos envidiosos; no lo vamos a negar, nos gusta firmar en primera página. Pero también hay mucha generosidad, sobre todo cuando uno se jubila y tiene menos enemigos. Creo que no soy el que más merece este premio -hay otros muy brillantes en activo-, si bien quizá soy el que tenía menos enemigos en el jurado.

Estoy feliz. Es un broche de oro. Realmente, ahora puedo decir que he concluido mi vida profesional con cierto éxito. Agradezco a los compañeros del jurado que me hayan considerado merecedor de este premio.

– De profesión, periodista; pero también fundador de publicaciones: El SolLa Gaceta de los NegociosDoblónHistoria Internacional
– Era lo que llaman ahora emprendedor. Iba como Santa Teresa de Jesús: de fundación en fundación. Me gustaba mucho poner en marcha proyectos; claro, con el dinero de otros. Y he tenido buena relación con los editores. Solía llegar al acuerdo de que tanto el dueño como el director editorial tenían derecho de veto para publicar o no publicar. Así, el dueño no podía obligarme a publicar algo a favor de sus intereses particulares que yo no quisiera. Y yo no podía publicar algo que dañara sus intereses particulares.

Tanto el dueño como el director editorial tenían derecho de veto para publicar o no publicar

– De profesión, fundador de publicaciones; pero también director de programas informativos televisivos en directo, desde los propios Telediarios hasta el espacio Buenos Días, que fue el primer informativo matinal de TVE.
– La televisión me enseñó a hacer un periodismo más preciso, concreto y breve. Lo trasladé posteriormente a 20 Minutos, con noticias muy breves.

– También fue pionero en los debates electorales. ¿Qué valor cree que pueden tener en este año electoral que comienza?
– Están perdiendo valor últimamente. Pero todavía los valoro mucho. Lo más importante en un debate electoral es el lenguaje corporal. La televisión tiene una ventaja enorme: la cámara no engaña. El político puede estar diciendo una cosa de palabra, pero, si arruga la frente demasiado, la gente sabe que miente.

Hice también las entrevistas a los candidatos de las elecciones generales del 86, 93 y 96. En las últimas tuve mala suerte, porque entrevisté a Felipe González y a José María Aznar. Ganó Aznar y lo primero que hizo fue despedirme. Gané el juicio a la televisión del Gobierno y me dieron una indemnización interesante. Y con el dinero de la “beca Aznar”, pude poner en marcha 20 Minutos.

 20 Minutos quizá fue su “gran hijo”.
– Fue mi última obra, y para mí, desde luego, la más importante. Dábamos de leer al “sediento”; a los jóvenes, que todavía no se habían encontrado con la prensa. Cuando lo lanzamos, aún no entraban tanto en internet. 20 Minutos fue especialmente importante para mi corazón, porque se generaban nuevos lectores. Era luchar contra la ignorancia, y una de las grandes claves de mi vida ha sido luchar contra la injusticia y la ignorancia.

20 Minutos fue especialmente importante para mí; se generaban nuevos lectores, era luchar contra la ignorancia

– ¿Cómo fue su creación y la apuesta por un diario gratuito?
El “abuelo” de 20 Minutos fue una revista militar. Yo era soldado, fui a ver a mi capitán y le propuse hacer una revista. “Ya hubo una que hizo Jesús Hermida que dejó de salir por falta de presupuesto”, me contestó. Se llamaba Cornetín y la pagaba el Ejército. Le ofrecí resucitar aquel proyecto y hacerlo gratis, siempre que me libraran de las guardias. Fue mi primera revista gratuita. Fui viendo quiénes eran todos los proveedores del Ejército, y con las cuatro perras que saqué de la publicidad financié la revista.

Martínez Soler, entre los retratos de Javier Bueno y Alfonso Rodríguez Santamaría, presidentes de la APM asesinados durante la Guerra Civil. Foto: APM

Sin guardias, pude buscar trabajo. Me fui, vestido de soldado, al diario Arriba, y me contrató Jaime Campmany. Durante un tiempo, lo quité del currículum, pero luego lo volví a poner. Hay que estar orgulloso de todo lo que se hace. Era “la primavera de Campmany”, cuando empezaba a haber apertura.

Desde Cornetín, siempre pensé que algún día haría un diario que se financiara con publicidad; ese era el proyecto que siempre tuve en mi cabeza. De pronto, estando en la Universidad de Almería de profesor de Economía Aplicada, vi un ejemplar del diario gratuito Metro London. Inmediatamente, me puse a hacer el proyecto y se lo presenté al grupo QDQ, que lo aprobaron y lo lanzamos.

– En sus buenos tiempos, 20 Minutos era el periódico líder de audiencia con distancia respecto de sus competidores y había cuatro diarios gratuitos entre los diez más leídos.
– Llegó a tener una tirada de 1.100.000 ejemplares diarios: más que el resto de la prensa española junta. Fue el diario más leído de la historia de España. Aquel gran momento de los diarios gratuitos fue justo antes del boom de internet, que también era gratuito.

No obstante, he defendido muchas veces que mi diario no era gratuito: quien leía 20 Minutos nos pagaba con su atención. Esa atención la recibíamos en forma de audiencia, y se la vendíamos a los anunciantes. La atención de un lector vale más que el euro de un periódico.

La atención de un lector vale más que el euro de un periódico

Todos los periódicos, sean de pago o gratuitos, lo que tienen que buscar es la complicidad del lector. El éxito de 20 Minutos también se produjo porque los periódicos de pago iban de capa caída. Era una prensa antigua y hasta machista. En sus fotos nunca salían mujeres ni jóvenes: eran todos viejos con traje y corbata. En el despacho de Arsenio Escolar -gran director editorial de gran éxito-, teníamos un gráfico en el que se apuntaba el número de corbatas que aparecían en cada ejemplar de la prensa de pago. Y en nuestro caso, en el gráfico salían muchos jóvenes, mujeres y gente sin corbata.

– Pero en 2008 llegó la crisis económica y comenzaron a caer diarios gratuitos y otros muchos medios. En términos generales, ¿qué hicieron mal los editores en España para llegar a aquella crisis estructural? ¿Qué se debe evitar bajo cualquier circunstancia para que no vuelva a suceder una crisis sectorial de tales dimensiones?
– La crisis de 2008 nos sacudió muy fuerte. En 2007 ingresamos 50 millones de euros, con más de cinco millones de beneficios. En 2008 ingresamos 30 o 35. En 20 Minutos tuvimos que reducir costes, despedir personal, bajar el número de páginas, ya que cayó la publicidad. Sin embargo, superamos la crisis en 2010. Cuando me jubilé, el diario ya ganaba dinero. Los demás no: Qué!Metro y ADN murieron, porque no hicieron el ajuste. Teníamos 354 empleados y tuvimos que reducirlos a menos de 200. Había que despedir gente o el barco se hundía. Fue doloroso, pero no tuve más remedio que hacerlo.

La prensa tenía unos costes estructurales muy grandes. Los diarios de pago tenían plantillas de 400 o 500 empleados, con imprentas propias. Pero los editores y los periodistas hemos aprendido mucho de aquella crisis. Creo que el periodismo está entrando en un buen momento: con el boom de las fake news y de las teorías conspiratorias, empieza a valorarse la credibilidad de una firma de prestigio. El New York Times no publica bulos, sino antibulos. El que quiera tener una información de los hechos tiene que pagarla. La venta está siendo sustituida por la suscripción. En los grandes medios internacionales, los suscriptores están dando ya más ingresos que la publicidad. Y aquí se está empezando a notar.

En los grandes medios internacionales, los suscriptores están dando ya más ingresos que la publicidad

José Antonio Martínez Soler, el día de la entrevista. Foto: APM

– David Walmsley, director de The Globe and Mailaseguró recientemente que “si no pagan por tu trabajo es porque no tiene valor”.
– Cuando lo que se percibe por una suscripción te compensa lo que pagas, la mantienes. La gran ventaja ahora es que un periódico de prestigio, con firmas de prestigio como filtro, sirve de mucho, y eso hay que pagarlo. Si un lector deja de comprar un periódico es porque este ha dejado de darle un valor equiparable al euro o dos euros que le cuesta. Cualquier acuerdo de compraventa, y comprar un periódico lo es, funciona si ambas partes se llevan su beneficio y una de las partes no cree que da más de lo que recibe.

– Otras de sus grandes pasiones fueron la economía y el periodismo económico. Cuanto más complejo es el mundo, ¿más debe potenciarse el periodismo especializado? ¿Ello no choca con el anhelo empresarial de contar con periodistas multitarea, prescindiendo de otros profesionales?
– El periodismo especializado siempre es necesario. Ese anhelo es parte de la crisis de crecimiento. Estamos destruyendo el viejo modelo. Es la teoría de la destrucción creativa de Schumpeter. Para que se cree algo nuevo, tiene que morir lo viejo. Ahora mismo estamos en una crisis en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de coger esplendor. Vamos hacia un modelo de buen periodismo, especializado, multimedia, pero con periodistas que deben ser bien pagados y deben tener tiempo para investigar.

– ¿Cree que está excesivamente idolatrada la prensa de la Transición o está valorada en su justa medida?
– En aquella época, éramos pobres diablos: mucha política, mucha ideología, mezclábamos nuestros deseos con la realidad. Los periódicos estaban llenos de políticos. Mi generación tuvo una suerte enorme. No éramos tan buenos. Los jóvenes demócratas teníamos veintitantos años y los mayores tenían ya unos 60. Había 30 años de vacío generacional. Cuando los mayores se jubilaron o murieron, los jóvenes tuvimos que ascender rápidamente. Yo era director ejecutivo de Cambio 16 con 23 años.

Ahora la competencia es muy dura. Los jóvenes están muy preparados. Para nosotros fue muy fácil ejercer el liderazgo, porque fuimos la primera línea del periodismo libre; primero, con la ley de Fraga y, luego, con la muerte del dictador y la llegada de la democracia.

Portada de «La prensa libre no fue un regalo (Editorial Marcial Pons)

– Pero antes tuvieron que luchar por la libertad; en especial, por la libertad de prensa. Usted fue secuestrado, torturado y sometido a una ejecución simulada en marzo de 1976 por un comando franquista de la Guardia Civil.
– Sí, me secuestraron porque querían que dijera las fuentes de información de un artículo que había firmado con el pseudónimo Rafael Idáñez en Doblón, con el antetítulo “De Vega a Campano”, sobre la purga de jefes y oficiales moderados en la Guardia Civil. El último nombramiento de Franco fue el general Campano, un franquista de tomo y lomo, como director general de la Guardia Civil, quitando de en medio al general Vega, un hombre más bien moderado. Lo primero que hizo Campano fue ir quitando a los jefes del equipo anterior.

El número dos de Campano, que había heredado de Vega, era nada menos que el general Sáenz de Santa María. Cuando me subieron a la montaña y empezaron a golpearme, querían que dijera que me había dado la información alguno del grupo de Saénz de Santa María. Al final hicieron el fusilamiento simulado. Ya sin esparadrapo en los ojos, uno, con pasamontañas, se puso enfrente de mí con un pistolón a dos palmos de mi frente y los demás estaban detrás. Amenazó con disparar a la de tres. Al decir dos, los de atrás se separaron, como haciendo que se quitaban para que no les saltara la sangre. Entre el dos y el tres -ya no me da vergüenza decirlo, lo he contado todo en mi libro La prensa libre no fue un regalo-, pensé en la parcela que acababa de comprar con mi mujer, donde construí mi actual casa. No pensé ni el cielo ni en el infierno; es el sentido de la propiedad, Marx me castigaría. A la de tres no dispararon, sino que me pisotearon y golpearon con la metralleta, pero ya la sangre me parecía gloria bendita.

Martínez Soler, tras ser secuestrado y torturado.

Yo no conocía a mis fuentes de información. Lo que mis informadores anónimos me iban contando lo confirmaba en la fuente oficial: el Boletín Oficial del Ejército. Me hicieron escribir y firmar una declaración en la que afirmaba que el general Saénz de Santa María me había facilitado la información. Iban a por él.

Bajé de la montaña andando. Tenía la cara quemada por el espray que me habían echado. Fui directamente a la farmacia. Luego fui a un bar buscando un teléfono y no se me ocurrió otra cosa que pedir una copa de coñac para los nervios. Tuve que escupirla, porque tenía la boca llena de llagas.

– Toda la prensa reaccionó publicando el mismo editorial titulado “Impunidad”. ¿Se echa de menos aquel corporativismo? No debiera ser necesario llegar a esos extremos para actuar unidos en la misma línea.
– Aquella situación no es comparable con la actual. En el periodismo y en la política, cuando la situación es extraordinaria, emergen líderes extraordinarios.

– Ya, pero se suele decir que la libertad de prensa nunca está absolutamente conseguida, sino que es un derecho por el que hay que seguir luchando cada día.
– Efectivamente. Los enemigos de la libertad de prensa siempre están al acecho. Hay que estar siempre pendientes. La libertad no fue un regalo, y está en peligro que nos quiten el don que hemos conquistado con tanto esfuerzo. La libertad es como el oxígeno: solo la valoras cuando te falta.

El periodismo es una profesión muy honrosa, porque está permanentemente luchando por la libertad de expresión. La lucha del periodista reside siempre en que triunfen los hechos sobre las falsedades.

– Tras un episodio como el que ha narrado, supongo que no es necesario que le pregunte a usted por la pertinencia de garantizar por ley la protección del secreto profesional del periodismo, cuya regulación ha anunciado el Gobierno.
– El secreto profesional del periodista debe estar salvaguardado, sí. El secreto profesional es importante como garantía de que el periodista pueda trabajar libremente y cautivar a sus lectores.

– La Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación está anunciada como una norma para proteger el pluralismo y la independencia de los medios de comunicación en la UE. ¿Cree necesaria la regulación de la profesión periodística para su salvaguarda?
– Regular la prensa es peligroso. Tengo un sentimiento dual. Se decía que la mejor ley de prensa es la que no existe. La prensa se autorregula bastante por el consumidor. Si una prensa es de mala calidad, el lector inteligente la va abandonando.

– ¿Y qué opina de la futura ley de secretos oficiales? Se habla también de los riesgos de incurrir en una excesiva regulación.
– El poder se mete muchas veces donde no le corresponde, y hay que estar alerta. La ley de secretos oficiales tiene mucho peligro, tanto si se hace extensiva a cuestiones que no son realmente de seguridad nacional como si se alargan excesivamente los años que se imponga el secreto.

Martínez Soler, en el Salón de Actos de la APM. Foto: APM

– Será difícil resumir una trayectoria tan amplia, pero ¿con qué noticias de las que ha publicado se quedaría de toda su carrera?
– Estoy muy satisfecho de tres noticias que publiqué siendo redactor jefe de Economía de El País. La primera fue una información bastante exhaustiva sobre el aceite de colza. Hicimos un mapa con el recorrido de los camiones del aceite de colza adulterado: de dónde procedía, dónde se distribuía y dónde había muertos. Le di la información a la Policía para colaborar en la búsqueda de culpables, a condición de que cuando los detuvieran fuera yo el primer periodista en saberlo. Pude dar la exclusiva.

La segunda fue explicar qué había pasado en la expropiación de Rumasa. Y la tercera fue desentrañar, junto con compañeros de Barcelona, la corrupción de Jordi Pujol a través de Banca Catalana.

– ¿Y qué noticia no ha dado y le gustaría dar?
– Siempre hablamos de la paz, y nunca hay paz. A mí me gustaría que cayera Putin, que le quitaran los suyos y acabara la guerra en Ucrania. Ya han caído Trump y Bolsonaro, que caiga Putin también.

El ejercicio del periodismo libre te da sentido a la vida

– Para acabar, ¿un consejo que quiera dejarle a las nuevas generaciones de periodistas tras más de medio siglo ejerciendo el periodismo?
– He disfrutado de la profesión. La he sufrido también. Pero he sacado enseñanzas. Estoy muy orgulloso de haber sido periodista. Animo a los jóvenes que tengan vocación a que sean buenos periodistas, a que no se rindan nunca. Deben tener siempre la conciencia tranquila, que esa es la mejor almohada para dormir. Es una profesión muy hermosa. La segunda más antigua del mundo, pero la más hermosa de todas. Además, es muy útil. Te va realizando. El ejercicio del periodismo libre te da sentido a la vida. Lo que da sentido a la vida es la libertad y, por si lo lee mi mujer, el amor.

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El hombre que susurraba a Felipe

A los 40 años de la gran victoria socialistas en las elecciones del 28-O-1982, mi colega Ricardo Martín publicó en las redes un par de fotos suyas de aquellos días. En ambas aparecía un personaje singular, Enrique Sarasola Lerchundi (1937-2002), cubriendo las espaldas de Felipe González, nuevo presidente del Gobierno. Conociendo la estrecha relación que les unía, no me sorprendió la imagen. La recorté para enviarla por whats app a un gran amigo que compartía peluquero con Sarasola.

Enrique Sarasola, tras Felipe González. (Foto recortada)

Por error, la envié a «mi estado» en whats app sin citar al autor de las fotos. Ricardo se quejó, y con razón, por no haberle citado. Ahora me disculpo y trato de remediar ese error.

Foto original de Ricardo Martín

Felipe González, Enrique Sarasola y dos colegas de TVE en otra foto de Ricardo.

Enrique Sarasola Lerchundi

Reparado el error, llevo varios días recordando a Sarasola, conocido por sus amigos como el Pichirri, por haber sido gran goleador juvenil en el País Vasco. De mi relación personal con este personaje, que fue clave en la Transición, dejo constancia en varias páginas de mi libro «La prensa libre no fue un regalo».

Cubierta de mi libro, editado por Marcial Pons

Sarasola, provisto de brocha y pegamento, pegaba carteles de Cambio 16 sobre Marcelino Camacho, líder de CC.OO., en plena Dictadura.

Pag. 419 de mi libro. Tras el funeral de Sarasola, Felipe González me recordó lo que había sufrido Enrique por ser amigo suyo.

Fui testigo de la campaña de difamación y la persecución inmisericorde que sufrió Enrique Sarasola, por parte de Juan Tomás de Salas, líder del Grupo 16, desde el día en que Felipe González ganó las elecciones del 82. En 1971, Sarasola fue uno de los 16 fundadores de Cambio 16. Como director ejecutivo en funciones del semanario Cambio 16, desde octubre de 1971 hasta febrero o marzo de 1994, yo conocía los altibajos de amor y odio entre Salas y Sarasola, viejos socios fundadores de mi empresa.

Me consta que, con Felipe González en La Moncloa, Enrique Sarasola, sin ningún cargo público, siempre tuvo acceso fácil y frecuente a la oreja del presidente del Gobierno. Incluso realizó encargos extraoficiales de gran importancia para la entonces frágil Democracia española que había sobrevivido al frustrado golpe de Estado de 23-F de 1981. Jamás revelaré historias confidenciales que conocí por ser amigo personal de Sarasola (no como periodista) con el compromiso mío del «off the record». Enrique podía entrar en mi casa (donde hoy escribo) y servirse, sin preguntar, las cervezas del frigorífico o comer lo que quisiera. Otras veces, en su casa, competíamos cantando en los postres. Enrique, cuchara en forma de micro, cantaba boleros. Lo mío, herencia de mi madre, era la copla.

He buscado sin éxito en mis archivos y en la hemeroteca de El Pais Semanal un amplio reportaje/perfil de 7 u 8 páginas que publiqué allí, creo que en 1983, sobre Enrique Sarasola. Aunque nunca tuvo cargo público, ya era un personaje público conocido en los medios por su probada proximidad al presidente del Gobierno. Era noticia. Mi reportaje se titulaba «El empresario que siguió a Felipe» y yo era entonces redactor jefe de Economía de El País. Lástima no poder encontrarlo ahora. Cuando escribes sobre un amigo corres gran peligro de perder credibilidad como periodista. Sabía, y sé ahora, que la amistad es una fuente potencial de corrupción. No me importó asumir ese riesgo. Lo hice honestamente como réplica voluntaria a la campaña de difamación emprendida por el Grupo 16 (estrechamente ligado al ministro Miguel Boyer Salvador, a Mariano Rubio y otros miembros de la «beautiful people») para alejar a Sarasola del entorno personal e íntimo de Felipe González.

Durante años, sin querer, perdí la pista de mi amigo. A finales de 1989, me llamó para convencerme de que no dimitiera como director del diario «La Gaceta de los Negocios». Su llamada llegó tarde. No le hice caso. Ya estaba decidido a fichar como director del diario El Sol .

Pag. 466 de mi libro. La llamada de Sarasola

Pag. 567 de mi libro.

Fui de Guatemala  a Guatepeor. Pasé de Mario Conde y Javier de la Rosa, ambos carne de cárcel, ligados la Grupo ZETA, al diario El Sol, en manos de Anaya, la ONCE y (¡madre mía!) Silvio Berlusconi. El mayor fracaso profesional de mi vida. Si no hubiera perdido el contacto, durante tanto tiempo, con Enrique Sarasola, otro gallo me cantaría…

Las fotos recuperadas de Ricardo Martín me han traído, inevitablemente, estos ataques de nostalgia. En mi libro de memorias conté la mitad de la mitad de mi relación con el empresario que susurraba a Felipe. Fue una suerte y un privilegio gozar de su amistad.

Emocionado al presentar mi libro en campo propio

Hacía tiempo que no pisaba Almería, la capital donde nací a la vida. El martes, 18 de octubre, lo hice no sin emoción. ¡Cuantos abrazos debidos a tantos amigos y paisanos! Solo por reunirme con ellos en el Teatro Apolo, donde actué de niño, valió la pena publicar mi libro de memorias «La prensa libre no fue un regalo». La Voz publicó una crónica  que agradezco de Manuel León, uno de los que fundaron conmigo La Gaceta de los Negocios a finales de los 80. Gracias, Manolo.

Crónica de La Voz de Almería sobre la presentación de mi libro en el Teatro Apolo, donde yo actué de niño.

Me encantó reunirme con tantos amigos, colegas de la Universidad de Almería (UAL), vecinos de mi barrio y parientes a quienes hacía tiempo que no veía. «Almería.., quién te viera» es el titulo de la serie de artículos que, con ataques de nostalgia, suelo publicar en La Voz. Pues el martes, por fin, pude ver y sentir mi Almería. ¡Qué fácil es triunfar en campo propio con el público a favor! Me emocionaron.

Jams reina en el Apolo: presentación de las memorias de un hombre de acción

El periodista Martínez Soler comparece con su obra ‘La prensa libre no fue un regalo’

MANUEL LEÓN
16:13 • 19 OCT. 2022 / actualizado a las 16:40 • 19 OCT. 2022

Ocurrió anoche en el Apolo lo siguiente: se apagó la luz del orlado coliseo y apareció un tipo en una pantalla diciendo con voz aflautada “Hola, soy Martínez Soler” y a continuación un fotograma en el que se veía al protagonista con un traje, una flor en la solapa y peinado de Elvis, cogido del brazo de una chica de Boston con la que se acababa de casar; e inmediatamente se vio a ese mismo hombre con el ojo arruinado, como si acabara de boxear con Urtain, y a su lado, la misma mujer americana mirándolo con ternura, sufriendo por él, como se sufre por un ser lastimado al que se quiere. Ese hombre, ese periodista indaliano, acababa de ser secuestrado y torturado por un comando de la Guardia Civil en Madrid en 1976, cuando España era aún como un campo de minas desconocido donde los españoles tenían que aprender a pisar, a no embestir, a pensar, como dejó escrito Machado cuando se moría en Collioure muchos años antes

Fue ese fotograma la fiel demostración del título del libro que ha venido a traernos nuestro curtido paisano: “La prensa no fue un regalo, cómo se gestó la Transición”. Esa imagen describió, más que todas las palabras juntas, el fragor de los bisoños periodistas de entonces por conseguir el oxígeno de libertad. Eso debió de pensar José Antonio aquella mañana, mientras Elvis se atiborraba de somníferos en Las Vegas, cuando fue sometido a un fusilamiento simulado entre pinos y castaños de Guadarrama, por haber publicado un artículo sobre la purga de mandos moderados en la Guardia Civil. No apretaron, venturosamente, el gatillo y Martínez Soler, el almeriense, el hijo de Pepe el del cemento, ha vivido para contarlo, como el título de la última novela que escribió el nobel colombiano. Y lo contó anoche, con todos los matices, durante dos horas de película, en el teatrillo de Obispo Orberá, ante un grupo amplio de amigos y teniendo a su lado a escuderos y colegas como Manuel Saco, Amalia Sánchez Sampedro, Rafael Quirosa, Antonio Cantón y Antonia Sánchez Villanueva, que actuó como conductora de un acto organizado por La Voz.

Inauguró el acto para contar este inapelable relato de unos hechos tan recientes, tan lejanos, la subdirectora de La Voz quien resumió en ocho los motivos para leer este libro al que definió como “un relato ágil, entretenido, en un estilo divulgativo que nos retrata, que nos explica, con un despliegue impactante de hechos, lugares y personajes”.

El periodista y colega del autor, Manuel Saco, compañero en la redacción de la legendaria Cambio 16, con la media voz de un tango, desplegó toda una colección de perlas cultivadas de la memoria, complicidades de aquellos tiempos compartidos, con protagonistas de la época como Marcelino Camacho, rememoró aquella letra ávara del almeriense que era su jefe en la publicación, cuando ya la imaginación empezaba a servir para burlar la censura de curas y falangistas trasnochados.

Amalia Sánchez Sampedro, merideña (ahora casi veratense), veterana de las cámaras de televisión, de crónicas apresuradas desde los intestinos del Congreso, sacó a colación todo ese miedo legítimo de la época, sus coincidencias en la calle con Martínez Soler, con aquel Mariano Guindal que aún sobrevive, todo ese periodo del semanario Doblón, de los Gal, de Calviño, de la ¡Otan no! y luego ¡Otan sí! “son las memorias narcisistas de Jams” (José Antonio Martínez Soler) dijo, mientras el autor gesticulaba, ávido de agarrar en algún momento el micrófono.

Rafael Quirosa, catedrático de Historia de la UAL, subrayó que la Transición no fue un proceso idílico, que se encontró con muchos obstáculos, “a pesar de la ventana que abrió la Ley Fraga” y esbozó algunos títulos de esa prensa que empezaba a derribar las puertas de tantos años de férreo control dictatorial como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo.

Antonio Cantón, ingeniero almeriense de Telecomunicaciones, “el hermano pequeño de José Antonio”, como se autodefinió, con su voz rotunda de Jazztel, relató cómo se fue tejiendo hace cinco años el cañamazo de estas memorias recién editadas por Marcial Pons, cómo fueron urdiéndose todas esas páginas que llegaron a un millar, y de las que hubo que amputar las de la niñez y la juventud almeriense, “a través de navegaciones y de las reuniones almerienses con Andrés Cassinello, fue surgiendo esta obra”.

Llegó por fin el turno del protagonista del acto quien aferró el micrófono como el náufrago se engancha a una tabla y entre bromas de Unamuno y sus inicios como mal estudiante de arquitectura, relató cómo se hizo periodista por accidente en el diario Pueblo cuando le pilló estudiando en la silla vacía del redactor jefe Balbín y le sorprendió la campanilla de la Agencia EFE anunciando un golpe de Estado en Indonesia. Habló y no paró José Antonio, con gracejo almeriense, de sus años lasalianos con el Hermano Rufino, de sus peripecias con los censores de la época –“uno se apellidaba Sordo, ¡vaya censor!”– Y se puso serio para rememorar que la clave de la Transición fue que “no conocíamos la debilidad del otro, nosotros parecíamos muchos pero éramos cuatro gatos, igual que los comunistas o los falangistas, no sabíamos a dónde íbamos, marchábamos a tientas, con miedo legítimo, entre ruido de sables, entre el flu flu de las sotanas, con represión policial, sin saber a dónde llegaríamos. El miedo en ambas partes nos hizo demócratas, eso y la generosidad de nuestros padres y la nueva clase media que estaba emergiendo”.

Y lanzó laureles, José Antonio, a otro almeriense, Andrés Cassinello, teniente coronel -allí estaba su hermana Mercedes- el jefe de los servicios de inteligencia en la época de Suárez, de quien recordó que ayudó a facilitar la legalización del Partido Comunista y la vuelta de Tarradellas, escenas que parecen ya como de la noche de los tiempos.

Y seguía y no paraba este Jams -más dicharachero que León Salvador, que Robles el de los botijos, que aquel Gustavo reportero de Barrio Sésamo- el hijo del Rumino de Mojácar, contando incidencias, fechorías, entrevistas a González, a Aznar, sus aprietos con Calviño, pasajes de esos caudalosos años que hicieron que hoy los españoles -los almerienses- seamos lo que somos, seamos como somos, con la Constitución de 1978 como el mejor prontuario al que llegó esa prensa libre, que no fue un regalo. Ahí está su cara en las hemerotecas, la cara quemada del almeriense Jams, como prueba del ocho de que la libertad en las rotativas no cayó del cielo; esa cara ahora más arrugada pero dura como el cemento que vendía su padre y que felizmente no sucumbió ante un pistolón hace ahora tanto como 46 años.

Presentadores de mi libro en el Apolo

Luego tertulia en El Tomate, junto al mercado donde mi madre y mi abuela hacían la compra y donde yo escuchaba fascinado a los charlatanes que vendían ilusiones contra los celos y otras dolencias… y te regalaban un peine.

Tertulia en el Tomate

Acompañado por un trío de ases (Cantón, Saco y Flavio) en la puerta del Teatro Apolo.

Y antes de comenzar el acto, mi amigo Alfredo Sánchez me impuso el PIN de los Coloraos que luzco con orgullo en mi solapa. Representa el final del Pingurucho de mármol de Macael donde homenajeamos cada 24 de agosto a los Mártires de la Libertad, fusilados por orden de Fernando VII, el rey felón, ese mismo día de 1824. Pronto celebraremos el Bicentenario de aquellos que murieron por defender la libertad, pisoteada por el absolutismo y la Inquisición del peor rey de la historia de España.

Con Alfredo Sánchez y el PIN de los Coloraos en mi solapa poco antes de comenzar el acto del Apolo.

 

 

 

El Gran Monólogo del Lobo

Ramón Lobo, un abrazador que reparte toneladas de ternura y adarmes de tristeza, se pregunta: “¿Qué fue del niño soñador que fui?”. Aquí lo tenéis, negro sobre blanco, en su último libro (Las ciudades evanescentes), con palabras bien elegidas y mejor juntadas, en un texto de buena calidad literaria que rezuma un cierto “miedo durmiente” endulzado por su humor británico por parte de madre. Con ellas se desnuda y nos desnuda, a partir de las causas posibles y las consecuencias previsibles de la Gran Pandemia y del Gran Confinamiento. Se retrata a sí mismo, sin tapujos, y nos retrata a muchos de nosotros, más expertos que él en Al taqiyya, el arte del disimulo de los árabes. Si lo sabré yo.

Mi artículo de hoy en La Voz de Almería

El abrazo de Ramón Lobo, mi amigo (y colega).

Almería, quién te viera… (21)

El Gran Monólogo del Lobo

J. A. Martínez Soler

Endurecido con un callo protector, como corresponsal de muchas guerras y testigo directo de tantas miserias humanas, a mi colega Ramón Lobo le gusta hacerse pasar por malo. No lo consigue. ¡Qué bien nos transmite el espíritu de los balcones, a las ocho de cada tarde, durante el Gran Confinamiento cuando todos anduvimos extraviados, averiados, perdidos! El coronavirus nos igualó a todos en ese “miedo durmiente”. Ya es algo.

También nos da en su último libro (“Las ciudades evanescentes”) una lección de periodismo cuando destripa los efectos de la Gran Pandemia en la información no contrastada ni jerarquizada, sin contexto, ni basada en hechos probados. Me hace recordar a Noam Chomsky: “La gente ya no cree en los hechos”.  Lo llama “infodemia”.  No puede dejar se der reportero. Por eso, nos adereza su texto con datos, investigación y citas casi eruditas que se agradecen. Conoce bien al monstruo porque, como José Martí, “vivió en sus entrañas”.  Y se hace la pregunta ideal para conocer el precio de la noticia: “¿Quién paga a cambio de qué?”

Ramón Lobo, un abrazador que reparte toneladas de ternura y adarmes de tristeza, se pregunta: “¿Qué fue del niño soñador que fui?”. Aquí lo tenéis, negro sobre blanco, con palabras bien elegidas y mejor juntadas, en un texto de buena calidad literaria que rezuma un cierto “miedo durmiente” endulzado por su humor británico por parte de madre. Con ellas se desnuda y nos desnuda, a partir de las causas posibles y las consecuencias previsibles de la Gran Pandemia y del Gran Confinamiento. Se retrata a sí mismo, sin tapujos, y nos retrata a muchos de nosotros, más expertos que él en Al taqiyya, el arte del disimulo de los árabes. Si lo sabré yo.

Sigue siendo un niño soñador. La respuesta está clavada en las casi doscientas páginas de su Gran Monólogo, expresión de su “locura cuerda y productiva”. Con alma de Quijote y cuerpo de Sancho, Ramón se empeña en mostrarnos su rebeldía trasgresora y excéntrica, casi revolucionaria, mientras oculta en vano su sibaritismo culinario. Su bonhomía le traiciona en cada página. No os dejéis engañar por su habilidad literaria: Ramón es un cordero con piel de lobo. Lo sé. Por esa bondad natural y por su compromiso con la verdad periodística (no es un oxímoron, aunque lo parezca) le contraté como cofundador de dos de mis diarios fracasados más queridos (La Gaceta de los Negocios y El Sol).

Hace unos días, acudí a una librería de Madrid a la presentación post pandemia del libro a cargo del autor y de Javier del Pino, el conductor de “A vivir…” en la SER que nunca invita a políticos en activo (que dios se lo pague). Llovía a mares cuando me topé con un restaurante de la calle Echegaray (antes calle del Lobo) que ofrecía migas con torreznos. Como almeriense que soy, cuando llueve me gusta comer migas. Ante tamaña provocación (el restaurante se llama Casa Lobo) no tuve más remedio que zamparme un rico plato de migas… ¡con uvas de barco como las antiguas de mi tierra!

La librería estaba a tope. Allí me encontré con un diálogo cervantino sobre filosofía de la vida cotidiana, casi de andar por casa, hilvanado por dos artistas de la radio (el Lobo y el Pino) que escucho cada fin de semana en la SER. Entre risas compartidas (pues Ramón es un gran monologuista aún sin explotar), nos dejaron caer algunas cargas de profundidad de esas que te entran suavemente, como con vaselina, y luego te estallan dentro al salir de la librería. Lo que cuentan estos dos heterodoxos, medio en broma, te da qué pensar.  ¿De donde venimos? ¿Adónde vamos? Como ambos son de letras, no sabrán que un teólogo franciscano del Renacimiento (Luca Pacioli) trató de responder a esas preguntas y acabó inventando la contabilidad. Descubrió que venimos del Pasivo y vamos al Activo. O sea, el origen y la asignación de los fondos.

Ramón es un hombre de letras que pone el bien común por delante del dinero. Cultiva sus soledades más que Góngora. Nos habla de ocho soledades, ocho, y un poco también de la muerte, la última y definitiva. Pero lo hace con tanta gracia soterrada que te tragas el libro casi de un tirón. Su libro bordea la vida (lo nunca escrito) y la muerte (que nos iguala a todos en casi 2 kilos de ceniza). El Lobo es ingenioso y si lo juntas con Manuel Saco (“No hay dios”, qué gran libro) te partes de risa. No quiero destripar su historia, pero le copio aquí una leyenda sufí (la mayor escuela sufí estuvo en Pechina, Almería, en el siglo XI) sobre un cementerio en cuyas lápidas no había ni fechas de nacimiento ni de muerte. Solo días, horas o meses… “Aquí solo contamos el tiempo que somos felices”, dijo el sufí. Me ha recordado algo del testamento de nuestro gran califa Abderramán III, el hombre más poderoso del mundo en el siglo X: “En toda mi vida solo he sido feliz catorce días, no seguidos”.

Y qué me decís de esta frase del Lobo: “Si el tiempo es oro, perderlo debe ser un lujo extraordinario”. Qué razón tienes, Ramón. Lo descubrí, aunque tarde, al jubilarme. Por eso, él nos propone una ciudad ideal post pandémica con árboles y pajaritos y una gran plaza que se debería llamar “de la Conversación”. Ahí se le ve su fondo rebelde y heterodoxo. Giner de los Ríos la llamaría “Plaza del Santo Sacramento de la Conversación”.

Y para que vea que lo leí hasta el final, copio y pego su último párrafo:

“En nuestras retinas quedarán impresas las imágenes de los hospitales, los rostros marcados de las enfermeras y las médicas tras turnos eternos sin quitarse las protecciones, la extenuación y el impacto de lo vivido en sus ojos. En nuestros oídos quedarán el silencio mágico de las calles, el piar de los pájaros, los aplausos y las conversaciones desde las ventanas; también los planes y las esperanzas de construir un mundo en el que todos hayamos aprendido la lección. Solo queda un esfuerzo más: no olvidar jamás quienes fueron los imprescindibles y quienes son los impostores.”

Gracias, Ramón. Y enhorabuena por ser incapaz de disimular afectos y fobias. Cuando quieras te enseño el arte del disimulo que aprendí de niño en La Salle, un colegio de pago de Almería, y que practiqué, como un superviviente, hasta mi jubilación. Ya no. Ahora escribo como si fuera libre.

Diálogo cervantino entre el Lobo y el Pino

Me refugié de la lluvia en Casa Lobo

Migas con torreznos y uvas de barco en Casa Lobo. Un almeriense, cuando llueve, come migas. Me comí mis recuerdos.

Las ciudades evanescentes, de Ramón Lobo

Solapa del libro de Ramón