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Cervantes cumple 475 años. Cervantino soy

Cervantes cumple hoy 475 años. Cervantino soy y estoy en deuda con él. Esta fue una de mis primeras tallas, en madera de cedro, al poco de jubilarme en 20 minutos. Su Quijote es mi biblia.

Mi primera talla de Cervantes en madera de cedro

Los apuntes que tomé del profesor Lida sobre El Quijote no están incluidos en mis memorias («La prensa libre no fue un regalo»). No sin dolor, tuve que recortar páginas.

El curso sobre El Quijote, del profesor Lida (Harvard, 1976-77) me cambió, bastante, la vida. Al concluir la segunda lectura del libro de don Miguel de Cervantes, me atreví a decir, como su hidalgo, «yo sé quién soy».

Capitulo 55

Me hice, por siempre, cervantino

Si tuviera que decidir sobre cuál fue la aportación más relevante que recibí de la Universidad de Harvard en 1976-77 lo primero que me vendría a la cabeza sería mi descubrimiento de Cervantes, gracias al curso sobre El Quijote que nos dio Raimundo Lida, el sabio argentino más grande que he conocido. Y ¡ojo!: aunque menos, también he conocido a Borges. No exagero. Mi paso por Estados Unidos me ofreció experiencias fantásticas, conocimientos impensables, horizontes insospechados, pero nada comparables al efecto que me causó mi reencuentro con la obra de don Miguel de Cervantes a 6.000 kilómetros de mi tierra.

En más de una ocasión, he comentado la pasión cervantina de mi padre. Con él, la compartía a medias. Aunque es un libro difícil para un adolescente, por darle gusto, me aficioné, no sin esfuerzo, a su lectura favorita. Mi primer Quijote, el más grande que he tenido en mis manos, pesa varios kilos y mide más de medio metro de alto. Lo heredé, con el permiso de mi hermana, y aún lo conservo sobre un mueble antiguo presidiendo el salón de mi casa. Desde muy joven, lo leía en la cama y, por su peso, se me dormían las piernas. Son dos tomos impresionantes de pastas gruesas negras y letras enormes, aptas para gente con vista cansada. No sé cómo llegó a poder de mi padre una obra como ésta, publicada en 18…  , que incluía los nombres impresos de todos sus suscritores empezando por la reina Isabel II. Llegué a pensar que, quizás, procedía de la rica biblioteca de la Señora, doña Serafina Cortés viuda de Cassinello. Ella fue mi proveedora principal de libros infantiles y juveniles a través de mi abuela Dolores, su criada.

Sin embargo, en alguna ocasión, mi padre me comentó que había rescatado libros viejos, muy estropeados y abandonados, en una mansión, casi en ruinas, relacionada, no sé cómo, con un general catalán muy franquista y muy poderoso en Almería. Se llamaba Andrés Saliquet. Luego supe que este militar golpista, casado con una almeriense de Fiñana, había participado en el nombramiento de Franco como jefe del Estado y caudillo de España. Durante la guerra civil, el general Saliquet mandó el Ejercito del Centro con medio millón de hombres y es recordado en Castilla y León por su dureza represora, lo que le valió el nombramiento de presidente del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo y la concesión de un marquesado por Franco. No estoy seguro de la procedencia de “mi” Quijote. No obstante, a menudo, he fantaseado con la delicia de haberlo rescatado de las garras de un represor franquista, es decir, de lo menos cervantino que imaginarse pueda.

Grabados a cambio de harina

Lo que sí recuerdo claramente es que mi padre cometió un error, que lamentó toda su vida. En los años más duros del hambre en la postguerra, arrancó todos los grabados que ilustraban los dos tomos de El Quijote y los cambió por varios sacos de harina. “Primum vivere…”, claro. Siempre me dijo que don Quijote no se lo habría perdonado nunca. Ni el cura ni el barbero. Sancho Panza, en cambio, habría aplaudido su intercambio. Mi padre era un adicto a los refranes de Sancho y leía El Quijote sin orden alguno. Como hacen quienes leen la Biblia o los Evangelios. Según me comentó Lida, mi padre seguía, seguramente sin saberlo, una recomendación de William Faulkner. Abría el libro, al azar, por cualquier página, y se ponía a leer. A veces, en voz alta. Lo recuerdo, concentrado y orgulloso, leyendo el enorme tomo que, abierto, ocupaba casi la mitad de la mesa del comedor. Con frecuencia, soltaba alguna carcajada y, entre sonrisas, compartía las parodias cervantinas con nosotros. Con estos antecedentes familiares, no tiene nada de extraño que me apuntara, sin dudarlo un instante, al curso que el profesor Lida dedicaba íntegramente al Quijote. No me arrepentí.

Estos fueron sus apuntes que uno al borrador de mis memorias.

Raimundo Lida había nacido en Lambert, en el imperio austrohúngaro, en 1908, en el seno de una familia judía. Desde bebé, creció en Argentina, en una comunidad hebrea laica, y de allí pasó a México y a Estados Unidos. Fue discípulo y heredero intelectual de Amado Alonso. Gracias a Américo Castro, el maestro de Juan Marichal, Lida consiguió una beca para la Universidad de Harvard en la que llegó a ser director del Departamento de Lenguas Romances. Cuando le conocí, tenía casi 70 años. Filólogo, filósofo del lenguaje, ensayista y crítico literario, el maestro Lida era una autoridad indiscutida en el Siglo de Oro (Quevedo) y en el Modernismo (Rubén Darío). Pero me apuesto algo a que el curso del Quijote era el que más disfrutaba. No había más que verle. Saboreaba las palabras y las citas eruditas o mundanas. Se lucía. En clase, con apenas una docena de alumnos de doctorado, Lida se transformaba ora en don Quijote, ora en Sancho. Siempre en Cervantes. Cuando murió, un par de años después de dar ese curso, leí un obituario escrito en su memoria por Ana María Barrenechea en el que decía que “Cervantes era el autor más afín a su hondura humana”. Estuve totalmente de acuerdo con ella.

El vértigo de don Quijote

Nunca dejó de sorprenderme el saber casi enciclopédico del profesor Lida. Con naturalidad, sin petulancia, citaba de memoria a los grandes autores y destacaba, con finura exquisita, la aportación de cada uno de ellos al tema que trataba de explicar: Platón, Cicerón, San Agustín, Averroes, Maimónides, Goethe, Alfonso el Sabio, Ibsen, Flaubert, Dostoievski, Unamuno, Bergson o Kierkegaard. Ninguno escapaba a su vasto conocimiento de la literatura, la filosofía y la historia de Occidente. Estuvo muy bien preparado para analizar la realidad cervantina tan poliédrica, con tantas caras y aristas, tan rica en perspectivas tan distintas. Nos pintaba escenas del Quijote como si detallara los distintos puntos de vista de cada personaje. O sea, como el juego de espejos en las Meninas de Velázquez. Planos distintos entrecruzados. Todo ello formaba parte del “vértigo de don Quijote”, un libro abierto a muchas ricas lecturas. Podía ser cómico para los barrocos o trágico para los románticos. Pero las parodias de Cervantes nunca fueron crueles ni destructivas ni ajenas a cierta ternura. Con razón llegó a decir Dostoievski que “la presentación del Quijote en el juicio final serviría para absolver a la Humanidad”.

Lida lucía un humor finísimo, una ironía propiamente cervantina. Me encantaba su risita maliciosa, sus guiños penetrantes, sus anécdotas definitivas. De pronto, sin darle importancia, dejaba caer alusiones sutiles que encerraban un conocimiento profundo del ser humano. Nos dejaba suspendidos, en un arrobamiento intelectual inesperado, incapaces de seguir tomando apuntes hasta haber digerido su último disparo al corazón de su audiencia. Rezumaba cierto erasmismo en sus lecciones y presumía sin disimulo de los éxitos de judíos y conversos, tan sonoros en la historia, la filosofía y la literatura de Occidente y tan silenciados para los estudiantes españoles educados en la Dictadura franquista y el nacional catolicismo.

Dediqué mi talla de Cervantes a mis maestros cervantinos Lida y Marichal

Nos decía que para los dos Fray Luis (de Granada y de León) la perfección era posible fuera de la Iglesia. Es decir, el hábito no hace al monje. Pero él nos hacía el guiño, naturalmente en latín: “Monacatus non est pietas”. Igualmente, nosotros pensábamos que el escenario y el boato académico no afectaba a la calidad de sus lecciones. Cuando un catarro le retuvo abrigado en su casa de Cambridge, aislada por un metro de nieve, nos convocó para seguir sus clases en su sala de estar. La perfección también era posible en torno a una mesa de camilla, fuera del estrado oficial de su cátedra.

Tomé todos los apuntes que pude. Los guardo como oro en paño. Sin embargo, ahora que los repaso, al cabo de casi cuarenta años, observo muchas lagunas. Lástima que Lida no haya publicado sus notas sobre el Quijote como hizo con Quevedo o Rubén Darío. Con mis recuerdos vagos y mis apuntes concretos, intentaré resumir ahora, casi en titulares, algunas de las ideas que más me llamaron la atención en sus clases, todas ellas magistrales.

“Dime qué ves en el Quijote y te diré quién eres”, nos dijo un día el maestro al hablar de este primer monumento del realismo, lleno de fantasía y verosimilitud, provocador y entretenido. Cervantes tenía muchos ángulos: erasmista, humanista, barroco, anti barroco, heterodoxo, ortodoxo, patriota, antipatriota, cristiano… Escapó a la Inquisición con hábil y sabio disimulo. No así a las cuentas de la Hacienda Pública. Dijo producir un libro para entretener y divertir. Al parecer, nada serio. ¡Válgame Dios! Escribió: “Yo di pasatiempo al pecho melancólico y mohíno”. Pero, a la vez, como el que no hace la cosa, se burló de la caballería andante y del teatro de moda, o sea, de Lope de Vega cuyo éxito le tuvo tan obsesionado. ¡Ay, la envidia que hace tan humano a nuestro gran genio! Así, como si nada, metió una carga de profundidad en el cosmos medieval divinizado, en el mundo escolástico decadente, y nos dejó una nueva conciencia del hombre europeo, capaz de empezar a separar, gracias a la ciencia emergente, el orden físico del espiritual. El panteísmo de Spinoza (“Dios igual a Naturaleza”) y el pacifismo de Erasmo se abren camino en la primera novela del mundo.

El Quijote fue la bisagra entre dos siglos, ambos de Oro, y el símbolo del español de entonces, una alegoría de la locura hispánica vista con simpatía. Su autor pintó como nadie la inadaptación a los tiempos y la entrada en una nueva era. La era, además, de la novela moderna. Inventó la fábrica de hacer novelas. Sus personajes entran y salen de la novela como Juan por su casa. Se independizan. Así abrió la puerta a Galdós, a Unamuno, a Borges, a Pirandello, a Guide, etc.

Tuvo Cervantes un éxito indudable desde la primera edición de su obra. También tuvo críticos muy duros que, de forma panfletaria, le acusaron de antipatriota. Un anónimo del siglo XVIII divulgó que “del honor de España, era el autor (Cervantes) verdugo y cuchillo”. Casi nada. Juega con las apariencias y la realidad. Mezcla críticas y sonrisas ante los ideales trasnochados y hace una meditación destructora de la caballería andante. Parece hablar en serio, pero se ríe de los autores de moda.

A medida que avanzaba el curso, Lida nos recomendaba una amplísima bibliografía, que podíamos encontrar en la Widener Library de Harvard. No daba abasto. Por eso, opté por comprar algunos de esos libros, nuevos y usados, para seguir leyéndolos en el resto de mi vida. Una gran sorpresa fue volver a leer El Quijote, próximo yo a la treintena, pero con las notas de Martín de Riquer que el maestro tanto alabó. Lida nos advertía del efecto sorprendente de leerlo a distintas edades. ¡Qué rica fue esa segunda lectura! El curso envolvía el choque de dos mundos: el de la aristocracia minoritaria, que se resistía a morir, atado a sus antiguallas y derechos divinos, y el de la burguesía mercantil, ligado a las ciudades y al progreso, que luchaba por nacer e imponerse con pensamientos sentimientos modernos.

El hombre, hijo de sus obras

Nuestro hidalgo luce un lenguaje y unos ideales arcaicos. Pero nos cuela, casi de rondón, ideales de libertad e igualdad, revolucionarios para su época. Entre ellos está la aristocracia del alma, extendida a mucha más gente, la “gente nova” de Dante. El hombre es hijo de sus obras. Cervantes conoce muy bien la literatura italiana, que desdeña lo medieval, y enlaza con Petrarca. Las virtudes no son solo de la hidalguía de linaje, nobleza de sangre feudal, sino que dependen del modo interior de vida de cada hombre. ¿La verdadera nobleza? La del virtuoso, cualquiera que sea su origen y linaje. Nos lo dice Cervantes dos siglos antes de la Revolución Francesa. Ahí es nada.

¡Cómo se ríe nuestro autor del amor cortés de las leyendas carolingias y artúricas! Ariosto, con su “Orlando furioso”, influye mucho en Cervantes. Había libertad de imitación y de creación. Orlando, bravo en la batalla y torpe en el amor con Angélica. Con ironía y sorna, vemos, de pronto, a Roldán transformado en don Quijote. Desde Homero a Cervantes, el hombre luchaba cuerpo a cuerpo. Ahora, el arcabuz portátil, con su pólvora, se impone a la espada y a la lanza. Gran discurso de las armas y las letras. Con un arma de fuego, un cobarde puede matar a un héroe. Nuestro hidalgo insiste orgulloso en llevar las armas ridículas de su abuelo, en un momento en que se abre camino la pólvora, nada caballeresca, que mata a distancia y no con la fuerza del brazo de un guerrero. Gracián llegó a decir: “Una gallina mata a tiros a un león y el más cobarde al más valiente”. Esa es la injusticia de una guerra que a nuestro hidalgo le parece innoble.

¿Era solo combatir los libros de caballería el propósito de Cervantes?  De eso, nada. Dijo Borges que la segunda parte del Quijote es un comentario de la primera. En su novela, trata de asimilar lo bueno de la nueva cultura, de los descubrimientos, de los viajes y de la nueva épica burguesa, y no desesperar agarrados a los viejos tiempos. Nada más actual. Además, las novelas de caballería son su excusa para criticar toda la literatura.  El Quijote es mucho más que una parodia contra la caballería andante. El odio es limitado y el amor se antepone al odio en el ataque. El mal, el ser cainita, no existe en el Quijote. Hay ironía, burla, humor. No sátira cruel.

En sus clases, Lida no ocultaba las influencias de Américo Castro, su protector, cuyos libros nos recomendaba. En su prólogo al Quijote, don Américo destacó la alusión directa a comer “los sábados, duelos y quebrantos”. ¿Sufrir y tener quebrantos si comía cerdo el sábado? Ahí se percibe que la limpieza de sangre de don Quijote no corresponde a la de un cristiano viejo sino a la de un cristiano nuevo, descendiente de judíos conversos. Las virtudes de los caballeros andantes le venían “de casta”, por su buena cuna. Eran héroes por linaje. Un hidalgo, por respeto a lo que es, no hace trabajos manuales, cosa de judíos y moriscos. Ahí vemos ciertas raíces profundas del atraso económico de España. El hidalgo desprecia el lucro y el ahorro. Lo suyo es la liberalidad del manirroto. Se dedica al ocio o la guerra. Pero Cervantes no nos ofrece un héroe de 12 años, como Amadís de Gaula, sino un viejo de 50 años, como él mismo. Un hidalgo moderno que sabe leer. Y hace una burla erasmista de los eruditos medievales. Pasa de la debilidad por los libros a otra debilidad peor: la caballería andante.

Nos presenta a un héroe invencible que socorre a los débiles, viudas, huérfanos, desvalidos, doncellas perseguidas por tiranos. Su espada es infalible, mágica, contra reyes, emperadores, gigantes, follones, magos, brujos, demonios o encantamientos. Sus aventuras contra leones, fieras míticas o caballos voladores tienen final feliz. Recorre al azar montes, valles, castillos, cortes fantásticas en las que princesas se casan con el vencedor de un torneo. Puede ser, si quiere, rey de una ínsula. Treinta años antes, el Concilio de Trento había condenado los libros de caballería por “lascivos y obscenos”. Los acusaba de difundir el asombro y el milagro de la magia (del diablo) y no de Cristo y los santos. La Iglesia defendía la “honestidad cristiana” frente a la moralidad caballeresca de origen pagano (“el amor solo para Dios”) y declaraba la guerra a la mundanidad del siglo. “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”. Cervantes se ríe de la beatería y de la hipocresía.

Sospechosos de judaísmo

Sabe que, en Italia, los libros españoles eran sospechosos de judaísmo. Por su magia, incluso Amadís, leído por los luteranos, era tenido por hereje y demoniaco. Sin embargo, nuestro autor no odia los libros de caballería. Según Lida, hace otro. El mejor. Tiene su alma dividida: “libros sin igual”. Los elogia: “admirado ante el disparate”. Con sabor agridulce, tiene un desquite irracional: un loco “con bonísimo entendimiento”. Celebra “el estado para el que hemos nacido: la caballería andante”. Y recurre al canónigo para dar otra vuelta de tuerca maliciosa: “si no los leo críticamente corro el peligro de divertirme”.

Tengo la impresión de que Cervantes es un bromista redomado, que juega con el lector, con indecisión y goce dual. Mezcla lo histórico con lo legendario, lo sublime con lo ridículo. Parece decirnos que no debemos fiarnos ni de él mismo. Practica la prosa arcaica, como Garcilaso, y ofrece relajo, equilibrio, salud, distracción y pasatiempo “al pecho melancólico y mohíno”.

Por su modernidad y fuerza moral, uno de los capítulos más impactantes del Quijote ha sido para mí el que da cuenta de los amores y desamores de la pastora Marcela y el estudiante Grisóstomo … ¡en 1606! Se adelanta a cualquier feminista de hoy. “Comprender mejor es estar en condiciones de amar mejor”. Ahí se arriesga y se luce Cervantes. Marcela grita desde lo alto de una roca: “Nací libre”. La pastora quiere “vivir su vida” y celebra su libertad individual sin atender al efecto de su acción en los demás. Todos acusan a Marcela del suicidio de Grisóstomo quien se mata por su amor no correspondido. Ella no se siente culpable. Don Quijote – ¡cómo no! – la defiende. El mundo ha cambiado y nuestro ingenioso hidalgo se lanza contra la hipocresía, la mentira y el cinismo. Es decir, contra el amor provenzal. Sale en defensa de los derechos de la mujer. Da pie a varios mitos: un hombre quijotesco, aventuras quijotescas, quijotismo.

Cervantes parodia, critica, ataca, quiere, imita y mejora los libros de caballería y, burla burlando, pasa el problema al lector. Pero su sátira no es encarnizada como la de Quevedo. “Nunca voló mi pluma por la región satírica…” Critica los libros de caballería no con sarcasmo destructivo sino con la sonrisa, con el humor de un loco ridículo que pronto se convierte en un loco entretenido y crece hasta ser un prodigio de simpatía. Nos hace reír y, sin embargo, ¡qué pena!, muelen a palos al héroe, hacen burlas del derrotado. Según Lida, Dickens, como Cervantes, une a la burla el amor. Son víctimas de la sociedad que no se resignan. Para Galdós, El Quijote es una obra moderna. Un libro lleno de vida, de amor. Su autor se separa de la contrarreforma. Opone la igualdad a la casta, la paz a la guerra, el amor al odio.

Raimundo Lida, catedrático de la Universidad de Harvard.

En este “libro de libros”, “versión de versiones”, no aparece el pecado original, no hay figura del mal ni del pecador arrepentido. No hay seres perversos sino cambiantes. No son de una sola pieza. El bandido Roque es cruel y compasivo. Es la novela de los imposibles. “Yo soy libre”, le hace decir a Marcela ¿a los 16 años? ¿Dónde queda la autoridad paterna? ¿Por qué lo dice si sabe que no es cierto? ¿Cuál era su propósito? Lida no se sorprende. Cita a Valery: “Las intenciones son intenciones y las obras son obras”. Nos dice que sí, que Doctoievski trató de escribir un folletón de moda y, mira por donde, le salió “Crimen y castigo”. ¡Qué diferencia entre la intención y la obra! Recurre a Fichte: “La obra literaria depende del hombre que se es”.

A veces, nos parece escrito desde otro mundo. Salta por encima de los valores de su época y se dirige a temas universales. No niega la realidad objetiva ni hay idealismo a lo Berkeley, pero nos muestra una realidad insegura, oscilante. Los libros no son inertes. Actúan sobre el alma humana. Cada libro es distinto para cada lector. Nos muestra distintas posiciones ante la misma aparente realidad. ¿Gigantes o molinos? El ventero defiende los libros de caballería, como don Quijote. El cura los ataca. Cervantes nos va irradiando problemas en cada línea. Inquieta al lector. Hace una “imitación selectiva” de los llantos de Amadís o de Orlando cuando escribe la carta, con lenguaje arcaico, a Dulcinea. Para Pedro Salinas esa es “la mejor carta de amor de la literatura española”.  Su Quijote huye de la sociedad… enloqueciendo.

“Tutéame Sancho”

Uno de los grandes aciertos del libro es, a mi juicio, la influencia mutua que se produce entre don Quijote y Sancho. Tengo un dibujo muy querido que el gran Ortuño me dedicó en tiempos de Cambio 16. Muestra al caballero y al escudero por la Mancha, a lomos de sus bestias, bajo un sol de fuego. El globito de texto es muy escueto, lapidario. Don Quijote le dice a su criado: “Tutéame Sancho”. Toda la obra cervantina es una parodia de la parodia, con un estilo que Lida llamaba “mercurial” y zumbón pues nada estaba quieto. “Soberana y alta señora”, empieza diciendo el hidalgo. Sancho lo memoriza así: “Alta y sobajada señora”. De soberana a sobajada.

Dibujo de Alfonso Ortuño, ilustrador y humorista gráfico de Cambio 16, Doblón, El Sol, TVE…

El autor se ríe de la falsa erudición, de la seudociencia, de la sabiduría inútil. Se ríe de sí mismo. “¿Qué libro tienes ahí?”. El lector responde: “La Galatea, de Miguel de Cervantes”. Inventa aquí el “pirandelismo”, el desdoblamiento entre personaje y autor. De paso, nos mete un corte publicitario. Así es el prisma cervantino. Cuando un asunto llega al prisma queda descompuesto en colores distintos. Así son también las distintas verdades y planos del creador del Quijote y – ¡cómo no! – de Sancho. El creador de un enorme mito doble: el ingenioso hidalgo y su interlocutor o anti personaje que no es Dulcinea (la presencia de una ausencia) sino Sancho. Dulcinea es el gran personaje ausente. Alonso Quijano nunca tuvo el “don”. Don Quijote, sí. Además, “de la Mancha”, como el “de Gaula” o “de Inglaterra”. Don Quijote es un judío converso pero su apellido viene del árabe: Mancha o Manggia, tierra seca y alta, refugio frente a inundaciones. Hay parodia de nombres pomposos (Don Quijote, Dulcinea) con apellidos ridículos (de la Mancha o del Toboso).

También juega con los octosílabos: “don Quijote y Sancho Panza” o bien “en un lugar de la Mancha”. Como a Raimundo Lida no se le escapaba ni una, nos descubrió que el Quijote empieza, sin ponerle comillas, como es costumbre cuando se copia, con ese octosílabo (“En un lugar de la Mancha…”) sacado sin permiso de una coplilla anónima y vulgar. Es una nota de humor, una comicidad para enterados, más propia de la picaresca que del mundo de los sabios. Riza el rizo con esta imprecisión en endecasílabo: “…de cuyo nombre no quiero acordarme…”. De lo que sí se acuerda seguramente Cervantes es de otro endecasílabo de La Eneida: “Callaron todos, tirios y troyanos”. En su juego “mercurial”, recurre al equívoco con frases célebres.

El caballero va contagiando su locura al escudero. Las promesas de una ínsula ayudan. Pero también vemos un cariño gradual de Sancho hacia su amo, una cierta hermandad matizada. Aunque el criado es rústico, hablador, abusador del lenguaje, la relación entre caballero y escudero los iguala como el amor que iguala a la pareja. Hay una dignidad entre señor y criado. Sancho aprende e imita pues tiene fe en su amo. Se hacen inseparables, imprescindibles hasta la muerte. Son dos almas que se van haciendo recíprocamente. Cuando el escudero es gobernador, pasa a primer plano. Sancho Panza no es la sombra de don Quijote sino su complemento. Crecen y se funden el uno en el otro. Son la cara y la cruz del alma humana.

Los refranes de Sancho, píldoras de conocimiento, se le van pegando a su señor. “Cuatro dedos de enjundia tiene de cristiano viejo”. La enjundia es grasa o manteca de cerdo, prohibida a musulmanes y judíos. Con mucha gracia, Sancho corrompe el lenguaje. Su amo dice “pacto tácito o expreso con el demonio” y Sancho lo repite, a su modo, como “patio espeso con el demonio”. En su entrelazamiento, ambos tienen un acuerdo de creerse mutuamente. Para Lida es, sin duda, una novela social. Otro rizo: haciendo la novela explica cómo se hace una novela. El cura habla de Cervantes y de su Galatea. Novela sobre novela. No hay marcos fijos entre novela y realidad. Salen personajes en la segunda parte que han leído la primera, en ediciones piratas por las que Cervantes no cobró ni un maravedí. Lo mismo que hoy con Internet.

“Rey de los hidalgos… ruega por nosotros”

En su continuo juego de perspectivas, el autor hace al lector cómplice del narrador. Es un gran periodista que utiliza diversas fuentes, según se mire, para informar de un mismo hecho. Pone el nombre de Cide Hamette Berengeli (berenjena) al autor del manuscrito. Precisamente, la berenjena, plato favorito de moriscos y judíos. Mi hijo David no olvida una frase que leímos juntos, cuando era niño, antes de dormir: “Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros”. La repetimos aún entre risas. La fantasía y la imaginación… “la loca de la casa” para Santa Teresa.

Hay tantas lecturas del Quijote como lectores. Para un romántico perdido como Heine, es “el libro más triste que existe”. Pero también nos da pistas de un pre racionalismo avanzado, de un pensamiento pre siglo XVIII. No pocos aún siguen descifrando los mensajes de Cervantes, los misterios que disimuló hábilmente y no pudo decir con claridad por miedo a la Inquisición, siempre atenta a los peligros de cualquier disidencia.

Mi camiseta favorita para el tenis.

Algunos han querido ver el engrandecimiento de Sancho como un anuncio de la emancipación de la clase obrera o los valores democráticos (libertad, igualdad, fraternidad) en don Quijote. No digamos Pirandelo en su obra, tan cervantina, “Así es si así os parece”. Para Unamuno, nuestro hidalgo sufre una “santa locura”. Para Ortega y Gasset, se trata de la novela de los puntos de vista, del perspectivismo y la realidad oscilante. Cervantes es un Erasmo sin religión. En su obra no hay influencia religiosa pues la moral de Cervantes es filosófica, natural, humana. Lutero, que tiene todo lo español por sospechosamente poco cristiano, llegó a decir que “casi prefiero tener al turco por enemigo que a los españoles que no creen en nada; son marranos seudo convertidos”. Así se abonaba la leyenda negra contra el imperio español de los Austrias.

Para compensar lo de Lutero, no puedo cerrar los apuntes que tomé de las clases magistrales del maestro Raimundo Lida sin copiar aquí una cita que nos regaló de Rubén Darío. En ella, el grandísimo poeta modernista santifica a nuestro don Quijote:

“Rey de los hidalgos,

señor de los tristes,

noble peregrino,

contra las certezas,

contra las mentiras,

contra la verdad,

ruega por nosotros”.

Así sea, maestro Lida. Usted me hizo, por siempre, cervantino. Gracias.

 

Acerca de JAMS

Periodista en activo durante los últimos 55 años, doctor en Ciencias de la Información “cum laude” por la Complutense y primer hispano parlante diplomado por la Nieman Foundation for Journalism de la Universidad de Harvard (1976-77). Profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Almería. Consejero y fundador del Grupo 20 minutos España. Ha sido Director General y fundador de Multiprensa, la empresa editora del diario 20 minutos, líder de la prensa española durante casi una década y de 20minutos.es, número 3 de las webs de noticias de España (1999-2014). Director-fundador de los diarios El Sol (1989-90)y La Gaceta de los Negocios (1988-89), del semanario Doblón (1974-76), del mensual Historia Internacional y de la televisión matinal, con el primer informativo diario “Buenos Días” de TVE (1986); director de la Agencia EFE Nacional (1987), corresponsal en Estados Unidos del semanario El Globo del Grupo Prisa (1987-88), redactor jefe de Internacional y de Economía del diario El País (1977-84) y redactor jefe fundador y director en funciones del semanario Cambio-16 (1971-1974). Director de los Telediarios, en distintas etapas, y de varios programas en directo (Informe del Día, Espiral/Detrás de la Noticia, Economía en la 2, Entrevistas a Candidatos Presidenciales de 1993 y 1996, Debates electorales, etc,) de Televisión Española. Corresponsal-jefe de TVE en Estados Unidos 1995-96 (despedido tras la entrevista preelectoral que realizó al candidato José María Aznar) y autor de varios libros: “Jaque a Polanco” (Temas de Hoy, Planeta), “Los empresarios ante la crisis” (Grijalbo) y “Autopistas de la Información” (Debate), con Francisco Ros e Ignacio Santillana; Es almeriense, presidente de la Junta Rectora del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar (Almería) y posee la Medalla de Andalucía. Ejerció el reporterismo de sucesos y de información económica en la Agencia Hispania Press (1968) y fue redactor del diario Nivel (1969) y del diario Arriba (1970-71). Trabajó en Radio Nacional de España y TVE en programas de divulgación económica (Mi Bolsillo, La Aventura del Saber, El Canto de un Duro, etc.). Como director del semanario económico Doblón y autor de un artículo sobre la purga de moderados en la Guardia Civil fue secuestrado, torturado y sometido a una ejecución simulada en marzo de 1976 por fuerzas paramilitares franquistas. Fue el primer desaparecido del final del franquismo. Trabajó para el Gobierno de Adolfo Suarez en la Reforma Fiscal (1978) como ayudante del ministro de Hacienda, Fco. Fdz. Ordóñez y en el programa de ajuste económico de Los Pactos de la Moncloa a las órdenes directas del vicepresidente Fdo. Abril Martorell y del ministro de Economía, Jose L. Leal (1979-80). El 13 de febrero de 2014 dejó el Consejo de 20 minutos, pero mantiene su blog “Se nos ve el Plumero” sobre “Noticias y no noticias comparadas” (dentro de 20minutos.es) que, desde 2005 suma casi 2,9 millones de lectores.

Ángel Viñas, primer premio Albert Camus

Con emoción contenida, asistí ayer a la entrega del primer premio Albert Camus (de la Asociación Arte y Memoria) al historiador Ángel Viñas y a la Asociación de ex presos y represaliados políticos anti franquistas. Me emocionó el acto en el auditorio de la Academia de Cine (pared con pared con la sede del PP), sobre todo, porque estuvo repleto de jóvenes.

Con el historiador Ángel Viñas, tras recoger su premio Albert Camus.

Fui a abrazar a mi amigo Viñas y me topé, de pronto, con el relevo de una nueva generación que proclama los valores de republicanos de libertad y justicia a través del cine y otros formatos digitales. Los cortos premiados por la Asociación Arte y Memoria expresaban «el deber de la memoria» (no olvidar el Holocausto, la resistencia francesa, la guerra civil española, los refugiados y emigrantes, Ucrania, el hambre, la pobreza, los olvidados, el sinsentido de los totalitarismos…). Hubo menciones a Fahrenheit 451 («la temperatura a la que se inflama y arde el papel») en favor del memoria como «un acto de resistencia».

Ángel Viñas recibe el primer premio Albert Camus de la Asociación Arte y Memoria.

Viñas comparte el primer premio Albert Camus con la Asociación de ex presos y represaliados antifranquistas.

Representantes de la Asociación de Ex presos y Represaliados Anti franquistas reciben el premio Albert Camus.

El Festival Internacional de Cine por la Memoria Democrática (FESCIMED) reunió ayer a un buen grupo de jóvenes artistas cinematográficos. Como premio, recibieron la escultura de un taco de árbol, con las anillas de la memoria, coronado por una piedra de los campos de Brunete, donde murieron 30.000 españoles en una batalla inolvidable de dos semanas. Las piedras de la memoria…

Los jóvenes premiados en el FESCIMED. Sentado, en primera fila, con corbata, Fernando Martinez, secretario de Estado de Memoria Democrática. A la izquierda, Ángel Viñas, con su inseparable pajarita.

El profesor Viñas, el historiador que ha descubierto las vergüenzas corruptas del «millonetis» Francisco Franco, hizo un espléndido discurso de gracias. Anunció su próximo libro sobre la República Española y la URSS en tiempos de Stalin y pregonó su tesis, compartida por nuestro gran amigo Gabriel Jackson, de que  «la guerra civil no fue inevitable».

Con Ángel Viñas y Gabriel Jackson, reunidos tras la muerte del dictador.

Ángel Viñas, Gabriel Jackson y un servidor (con barba) tras la muere del dictador.

Viñas nos descubrió la cita real y tremenda de Albert Camus sobre la guerra civil española, publicada en 1945: «Es posible tener razón y ser vencido». Los vencedores no tenían la razón, según Unamuno, solo la fuerza. Y esa fuerza les vino de Hitler y Mussolini… «y de los monárquicos alfonsinos, los falangistas y carlistas, los financiadores del Golpe como Juan March y una parte del Ejército». Ángel Viñas («no hay historia definitiva, no hay historiadores definitivos») nos ofreció también otro de sus hallazgos. La Italia de Mussolini firmó con Sanz Rodríguez contratos de suministro de armas, aviones, etc., para los futuros golpistas, ¡el 1 de julio de 1936! es decir, 18 días antes del golpe de Estado de Franco. Estaba claro que si fracasaba el Golpe, los golpistas tenían prevista la guerra civil con la ayuda infame de Hitler y Mussolini. Gracias a historiadores como Viñas vamos descubriendo la memoria de aquella infamia inolvidable, pese a los medios franquistas que, durante décadas, pretendieron borrar la memoria sin éxito. Uno de los premiados citó al argentino Eduardo Galiano: «Nos mean y los medios dicen llueve».

Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, no descansa en su campaña de divulgación pedagógica de su Ley de Memoria Democrática.

La Ley que Fernando Martínez promovió, desde el ministerio de Félix Bolaños, «pone en el centro a las víctimas». Nos recordó su lema: «Verdad, Justicia y Reparación» para que no vuelva a ocurrir jamás. Según el secretario de Estado, «el deber de la memoria (memoria intergeneracional) es una garantía de no repetición de la barbarie».

Una de las premiadas me impresionó con su breve discurso («mujer joven y libre me siento») y otra cerró su discurso de gracias con un grito, ya clásico: «Honor y gloria a las víctimas de la barbarie».

Seguramente sin querer, y sin citarlo, Willy Meyer, ex eurodiputado con Izquierda Unida, hizo propaganda de mi libro «La prensa libre no fue un regalo». Me gustó. Dijo que «la libertad nunca ha sido un regalo sino una conquista… y las conquistas no son definitivas».  Gracias, Willy. Te recomiendo mi libro. Buen regalo de Navidad para los amantes de la libertad. No digo más.

 

Emocionado al presentar mi libro en campo propio

Hacía tiempo que no pisaba Almería, la capital donde nací a la vida. El martes, 18 de octubre, lo hice no sin emoción. ¡Cuantos abrazos debidos a tantos amigos y paisanos! Solo por reunirme con ellos en el Teatro Apolo, donde actué de niño, valió la pena publicar mi libro de memorias «La prensa libre no fue un regalo». La Voz publicó una crónica  que agradezco de Manuel León, uno de los que fundaron conmigo La Gaceta de los Negocios a finales de los 80. Gracias, Manolo.

Crónica de La Voz de Almería sobre la presentación de mi libro en el Teatro Apolo, donde yo actué de niño.

Me encantó reunirme con tantos amigos, colegas de la Universidad de Almería (UAL), vecinos de mi barrio y parientes a quienes hacía tiempo que no veía. «Almería.., quién te viera» es el titulo de la serie de artículos que, con ataques de nostalgia, suelo publicar en La Voz. Pues el martes, por fin, pude ver y sentir mi Almería. ¡Qué fácil es triunfar en campo propio con el público a favor! Me emocionaron.

Jams reina en el Apolo: presentación de las memorias de un hombre de acción

El periodista Martínez Soler comparece con su obra ‘La prensa libre no fue un regalo’

MANUEL LEÓN
16:13 • 19 OCT. 2022 / actualizado a las 16:40 • 19 OCT. 2022

Ocurrió anoche en el Apolo lo siguiente: se apagó la luz del orlado coliseo y apareció un tipo en una pantalla diciendo con voz aflautada “Hola, soy Martínez Soler” y a continuación un fotograma en el que se veía al protagonista con un traje, una flor en la solapa y peinado de Elvis, cogido del brazo de una chica de Boston con la que se acababa de casar; e inmediatamente se vio a ese mismo hombre con el ojo arruinado, como si acabara de boxear con Urtain, y a su lado, la misma mujer americana mirándolo con ternura, sufriendo por él, como se sufre por un ser lastimado al que se quiere. Ese hombre, ese periodista indaliano, acababa de ser secuestrado y torturado por un comando de la Guardia Civil en Madrid en 1976, cuando España era aún como un campo de minas desconocido donde los españoles tenían que aprender a pisar, a no embestir, a pensar, como dejó escrito Machado cuando se moría en Collioure muchos años antes

Fue ese fotograma la fiel demostración del título del libro que ha venido a traernos nuestro curtido paisano: “La prensa no fue un regalo, cómo se gestó la Transición”. Esa imagen describió, más que todas las palabras juntas, el fragor de los bisoños periodistas de entonces por conseguir el oxígeno de libertad. Eso debió de pensar José Antonio aquella mañana, mientras Elvis se atiborraba de somníferos en Las Vegas, cuando fue sometido a un fusilamiento simulado entre pinos y castaños de Guadarrama, por haber publicado un artículo sobre la purga de mandos moderados en la Guardia Civil. No apretaron, venturosamente, el gatillo y Martínez Soler, el almeriense, el hijo de Pepe el del cemento, ha vivido para contarlo, como el título de la última novela que escribió el nobel colombiano. Y lo contó anoche, con todos los matices, durante dos horas de película, en el teatrillo de Obispo Orberá, ante un grupo amplio de amigos y teniendo a su lado a escuderos y colegas como Manuel Saco, Amalia Sánchez Sampedro, Rafael Quirosa, Antonio Cantón y Antonia Sánchez Villanueva, que actuó como conductora de un acto organizado por La Voz.

Inauguró el acto para contar este inapelable relato de unos hechos tan recientes, tan lejanos, la subdirectora de La Voz quien resumió en ocho los motivos para leer este libro al que definió como “un relato ágil, entretenido, en un estilo divulgativo que nos retrata, que nos explica, con un despliegue impactante de hechos, lugares y personajes”.

El periodista y colega del autor, Manuel Saco, compañero en la redacción de la legendaria Cambio 16, con la media voz de un tango, desplegó toda una colección de perlas cultivadas de la memoria, complicidades de aquellos tiempos compartidos, con protagonistas de la época como Marcelino Camacho, rememoró aquella letra ávara del almeriense que era su jefe en la publicación, cuando ya la imaginación empezaba a servir para burlar la censura de curas y falangistas trasnochados.

Amalia Sánchez Sampedro, merideña (ahora casi veratense), veterana de las cámaras de televisión, de crónicas apresuradas desde los intestinos del Congreso, sacó a colación todo ese miedo legítimo de la época, sus coincidencias en la calle con Martínez Soler, con aquel Mariano Guindal que aún sobrevive, todo ese periodo del semanario Doblón, de los Gal, de Calviño, de la ¡Otan no! y luego ¡Otan sí! “son las memorias narcisistas de Jams” (José Antonio Martínez Soler) dijo, mientras el autor gesticulaba, ávido de agarrar en algún momento el micrófono.

Rafael Quirosa, catedrático de Historia de la UAL, subrayó que la Transición no fue un proceso idílico, que se encontró con muchos obstáculos, “a pesar de la ventana que abrió la Ley Fraga” y esbozó algunos títulos de esa prensa que empezaba a derribar las puertas de tantos años de férreo control dictatorial como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo.

Antonio Cantón, ingeniero almeriense de Telecomunicaciones, “el hermano pequeño de José Antonio”, como se autodefinió, con su voz rotunda de Jazztel, relató cómo se fue tejiendo hace cinco años el cañamazo de estas memorias recién editadas por Marcial Pons, cómo fueron urdiéndose todas esas páginas que llegaron a un millar, y de las que hubo que amputar las de la niñez y la juventud almeriense, “a través de navegaciones y de las reuniones almerienses con Andrés Cassinello, fue surgiendo esta obra”.

Llegó por fin el turno del protagonista del acto quien aferró el micrófono como el náufrago se engancha a una tabla y entre bromas de Unamuno y sus inicios como mal estudiante de arquitectura, relató cómo se hizo periodista por accidente en el diario Pueblo cuando le pilló estudiando en la silla vacía del redactor jefe Balbín y le sorprendió la campanilla de la Agencia EFE anunciando un golpe de Estado en Indonesia. Habló y no paró José Antonio, con gracejo almeriense, de sus años lasalianos con el Hermano Rufino, de sus peripecias con los censores de la época –“uno se apellidaba Sordo, ¡vaya censor!”– Y se puso serio para rememorar que la clave de la Transición fue que “no conocíamos la debilidad del otro, nosotros parecíamos muchos pero éramos cuatro gatos, igual que los comunistas o los falangistas, no sabíamos a dónde íbamos, marchábamos a tientas, con miedo legítimo, entre ruido de sables, entre el flu flu de las sotanas, con represión policial, sin saber a dónde llegaríamos. El miedo en ambas partes nos hizo demócratas, eso y la generosidad de nuestros padres y la nueva clase media que estaba emergiendo”.

Y lanzó laureles, José Antonio, a otro almeriense, Andrés Cassinello, teniente coronel -allí estaba su hermana Mercedes- el jefe de los servicios de inteligencia en la época de Suárez, de quien recordó que ayudó a facilitar la legalización del Partido Comunista y la vuelta de Tarradellas, escenas que parecen ya como de la noche de los tiempos.

Y seguía y no paraba este Jams -más dicharachero que León Salvador, que Robles el de los botijos, que aquel Gustavo reportero de Barrio Sésamo- el hijo del Rumino de Mojácar, contando incidencias, fechorías, entrevistas a González, a Aznar, sus aprietos con Calviño, pasajes de esos caudalosos años que hicieron que hoy los españoles -los almerienses- seamos lo que somos, seamos como somos, con la Constitución de 1978 como el mejor prontuario al que llegó esa prensa libre, que no fue un regalo. Ahí está su cara en las hemerotecas, la cara quemada del almeriense Jams, como prueba del ocho de que la libertad en las rotativas no cayó del cielo; esa cara ahora más arrugada pero dura como el cemento que vendía su padre y que felizmente no sucumbió ante un pistolón hace ahora tanto como 46 años.

Presentadores de mi libro en el Apolo

Luego tertulia en El Tomate, junto al mercado donde mi madre y mi abuela hacían la compra y donde yo escuchaba fascinado a los charlatanes que vendían ilusiones contra los celos y otras dolencias… y te regalaban un peine.

Tertulia en el Tomate

Acompañado por un trío de ases (Cantón, Saco y Flavio) en la puerta del Teatro Apolo.

Y antes de comenzar el acto, mi amigo Alfredo Sánchez me impuso el PIN de los Coloraos que luzco con orgullo en mi solapa. Representa el final del Pingurucho de mármol de Macael donde homenajeamos cada 24 de agosto a los Mártires de la Libertad, fusilados por orden de Fernando VII, el rey felón, ese mismo día de 1824. Pronto celebraremos el Bicentenario de aquellos que murieron por defender la libertad, pisoteada por el absolutismo y la Inquisición del peor rey de la historia de España.

Con Alfredo Sánchez y el PIN de los Coloraos en mi solapa poco antes de comenzar el acto del Apolo.

 

 

 

Franco no la pudo silenciar… del todo

El 18 de julio (¡mal día!) compré por Amazon un libro sobre Carmen de Burgos (Colombine), famosa periodista, feminista y republicana universal, y la mujer más odiada por Franco. Al día siguiente recibí, a la misma hora, dos mensajes contradictorios de Amazon. Uno decía que ya me habían entregado el libro y el otro que. lamentablemente, no me lo habían podido entregar. El libro se había perdido en el camino.

Dos libros sobre Colombine, mejor que uno.

Dos libros sobre Colombine, mejor que uno.

Desesperado frente a la web infernal de Amazon, armé la de san Quintín y, al fin, me llamó por teléfono un ser humano y prometió devolverme el dinero. Compré otro ejemplar, más barato, en todocolección.net. Hace unos días, un vecino regresó de sus vacaciones y encontró mi libro de Amazon extraviado en su buzón de correo. Dije a Amazon que no me devolvieran el dinero, pues ya tenía el libro. Ayer recibí el ejemplar de todocoleccion.net. Por tratarse de esta paisana universal, dos libros mejor que uno. Uno para mi hija y otro para mi chica.

El 9 de octubre de 2009, un grupo de admiradoras y admiradores llevamos claveles rojos a su tumba en el Cementerio Civil de Madrid.

El homenaje a Colombine en La Voz de Almería

He leído el libro (es un cómic) y me encanta. Lo recomiendo, aunque sea por Amazon, sobre todo a los hombres. Su título es «Carmen de Burgos «Colombine». Una figura clave en la emancipación de la mujer». Sus autores: María Carmen Amate y J. M. Beltrán.

Tumba

Tumba de Carmen de Burgos

Carmen de Burgos, junto a Emilia Pardo Bazán, fue una de las cuatro primeras mujeres admitidas como socias de Ateneo de Madrid. Fue un hito en la historia de esta venerable institución.

El Ateneo no sería solo para hombres

Los ateneistas y los feministas estamos en deuda con Carmen de Burgos. Por eso, nos preparamos para homenajear su memoria en el 90 aniversario de su muerte el próximo mes de octubre. Es preocupante que después de 44 años de democracia muy pocos conozcan la vida y la obra de Colombine.  ¿Quién conoce hoy a Carmen de Burgos?

La mujer silenciada, en el 150 aniversario de su nacimiento

Carmen de Burgos, Colombine, fue odiada por Franco desde que conoció sus crónicas de la guerra de África. Fue la primera mujer corresponsal de guerra. Murió en octubre de 1932, en la cumbre de su carrera periodística y literaria. Autora de más de cien novelas cortas y largas, cuarenta traducciones, cientos de conferencias y miles de artículos de prensa, esta gran feminista, defensora de los derechos de la mujer, del divorcio y del voto femenino era conocida, admirada y querida por medio mundo.

Al terminar la guerra civil, Franco incluyó su nombre, con el número 9, en la lista de autores prohibidos en España. Un asesinato de su carácter en toda regla. Nadie podía mencionar su nombre. Carmen de Burgos, que se había codeado con Emilia Pardo Bazán, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Pío Baroja y Blasco Ibáñez, ente otros, fue condenada al ostracismo junto a Voltaire, Rousseau y Zola y sus obras fueron buscadas, requisadas y quemadas por orden del dictador.

Con cierto riesgo, muchos de sus escritos fueron escondidos y salvados de la quema inquisitorial franquista por sus admiradores. Afortunadamente, muerto el dictador y recuperadas las libertades democráticas en España, las obras de esta ilustre almeriense universal emergieron de sus cenizas y salieron de sus escondites con una fuerza tan merecida como inusitada.

Hoy no puede hablarse de la historia del feminismo, de la lucha por la igualdad entre géneros, sin recurrir a ella como la más destacada pionera en la defensa de los derechos de la mujer. Tampoco puede hablarse de la historia del periodismo sin reconocer su valor profesional como primera redactora y primera corresponsal de guerra de un periódico.

Por todo ello, y mucho más, Carmen de Burgos es merecedora de que la recordemos en su Ateneo de Madrid, en octubre de este año, con motivo del 90 aniversario de su muerte. En cuanto sepa la fecha y hora del acto os la diré para que lo anotéis en vuestras agendas.

Nació en Almería en 1867 y se crió en Rodalquilar, en el Cabo de Gata.

Con su hija en brazos, huye a Madrid y deja en Almería a su esposo maltratador

Un secreto a voces en La Salle de Almería

Jamás he contado nada de esto por escrito. Verbalmente, solo a tres amigos íntimos, compañeros de aula. Los tocamientos y abusos que sufrí una vez en el Colegio La Salle de Almería, cuando yo era preadolescente, me dejaron una huella traumática escondida. A veces, para tratar que quitarle hierro al asunto, nos hemos reído al comentarlo entre estos amigos de clase que sufrieron la misma o parecida suerte.

Excursión al cortijo de los frailes de La Salle en Almería. Estoy detrás del que lleva el palo.

Me dejó, además, una basurilla en mi corazón y la convicción de que algunos frailes eran unos hipócritas de tomo y lomo de los que no te podías fiar. <<Una cosa es lo que dicen y otra, lo que hacen>>. El abuso sexual era algo feo que formaba parte de los secretos más íntimos de aquel mundo siniestro. A veces, aterrador.

Para aquellos que no puedan leer la letra pequeña del diario o no puedan ampliar la foto de esta página de La Voz de Almería de hoy, copio y pego en texto del artículo en un cuerpo más grande en Word.

Fiesta en La Salle. Soy el tercero, segunda fila por la derecha.

Almería, quién te viera… (10)

 Un secreto a voces en La Salle de Almería

J.A. Martínez Soler

Jamás he contado nada de esto por escrito. Verbalmente, solo a tres amigos íntimos, compañeros de aula. Los tocamientos y abusos que sufrí una vez en el Colegio La Salle de Almería, cuando yo era preadolescente, me dejaron una huella traumática escondida. A veces, para tratar que quitarle hierro al asunto, nos hemos reído al comentarlo entre estos amigos de clase que sufrieron la misma o parecida suerte. Me dejó, además, una basurilla en mi corazón y la convicción de que algunos frailes eran unos hipócritas de tomo y lomo de los que no te podías fiar. <<Una cosa es lo que dicen y otra, lo que hacen>>. El abuso sexual era algo feo que formaba parte de los secretos más íntimos de aquel mundo siniestro. A veces, aterrador.

El poderoso abusaba del débil. El mayor, del menor. Lo veíamos, no sin dolor, como algo casi inevitable. A nadie se le hubiera ocurrido entonces denunciar tales delitos a la policía, ni siquiera decirlo a sus padres. Guardé el secreto con tal fuerza y de tal forma, hasta para mí, que procuré olvidarlo completamente. Comparado con lo que sospechábamos que pasaba con algunos alumnos internos, sin pruebas fehacientes, lo mío carecía de importancia.

Lo peor de todo fue la decepción que me causó aquel fraile, que presumía de ser más amigo que profesor, cuando “se pasó de la raya”. Esa era la expresión de moda entre los niños para identificar a los pederastas con sotana. Ocurrió en el despacho del hermano prefecto cuando éste estaba de viaje y el hermano José ocupó provisionalmente su puesto. Me llamó al despacho, que tanto miedo nos causaba, para explicarme algo que ya no recuerdo y me sentó en sus rodillas.

Tenía ocho o nueve años y llevaba poco tiempo en el Colegio. Yo confiaba en él. Conmigo se mostraba simpático y generoso. Me daba caramelos y vales de buen comportamiento para mejorar mis notas o aliviar los castigos. En un momento, pasó de acariciarme el cuello y la cara a mis muslos. Yo vestía pantalón corto. Enrojecí de vergüenza y de impotencia. Me quedé paralizado. Él apestaba a sudor seco. Su respiración se aceleraba. No pude o no supe reaccionar hasta que me abrazó e intentó acariciarme el pito. O sea, hacerme una paja. Llegó a tocarlo. Aturdido, salté de sus rodillas, a punto estuve de caerme rodando por el suelo, y salí corriendo, espantado, de aquel despacho/mazmorra.

Tardé mucho tiempo en volver a cruzarme con él o a mirarle a la cara. Por supuesto, dejó de darme regaliz, bolas dulces y vales. Me daba miedo. Al año siguiente, fue trasladado a otro colegio, lejos de Almería. Entre los niños, el comportamiento de aquel fraile pederasta, y de otros con tendencias depravadas parecidas, era un secreto a voces. Sin especificar, decíamos: “Cuidado con éste o con aquél; ya sabes”.

Ahora ya sabemos, sí, que la jerarquía eclesiástica católica, sobre todo la española, encubría y encubre persistentemente los delitos de pederastia de sus curas y frailes, sexualmente reprimidos por el celibato, enfermos mentales o simplemente pervertidos. A veces, también los premia. Ese fue el caso del papa Juan Pablo II, que ya es santo, con el tenebroso padre Marcial, violador de niños y fundador de los Legionarios de Cristo. La Iglesia Católica aún tiende a tratar las violaciones de niños solo como pecado, no como un delito penal. Afortunadamente, el papa Francisco, que no es como el presunto santo Juan Pablo II, empieza a hablar en público del asunto. Su portavoz para la lucha contra los abusos sexuales de curas y frailes, el jesuita Hans Zollner, ha dicho que “esconder lo que la sociedad ya sabe no es creíble”.

Cientos de casos sangrantes ocurrieron en Massachusetts, uno de los Estados norteamericanos con más católicos, donde creció mi mujer. Incluían multitud de violaciones de niños, descubiertas por unos colegas del diario The Boston Globe, probadas en juicio, que han llevado a muchos sacerdotes y religiosos a la cárcel. (Véase la película Spotlight, ganadora del Oscar en 2016). Las indemnizaciones ordenadas por los jueces rozan los 3.000 millones de dólares, lo que ha llevado a la archidiócesis a la bancarrota. El cardenal arzobispo de Boston, que hizo la vista gorda, sigue huido y refugiado en el Vaticano. El papa emérito Benedicto XVI, acusado ahora de encubrir otros casos de clérigos abusadores de menores, cuando era arzobispo de Munich, sigue en el Vaticano sin dar la cara. Finalmente, ayer mismo pidió perdón como ex arzobispo de Munich y Papa emérito.

También la católica Irlanda está plagada de escándalos de pederastia que salen frecuentemente a la luz y acaban en los tribunales con indemnizaciones de 1.500 millones de euros. Con la cantidad de propiedades que tiene el clero en España no les supondría una gran pérdida vender inmuebles para compensar algunos de los daños gravísimos que han cometido contra sus víctimas indefensas. Lo peor, no obstante, es la impunidad. El todavía obispo de Tenerife llegó a decir impunemente que los niños provocaban a los clérigos.

En Francia, 330.000 víctimas en 70 años. En Australia no prescriben nunca esos delitos. ¿Qué pasa en España? ¿Acaso creemos que no ocurre aquí algo parecido a lo de Estados Unidos, Irlanda, Francia, Alemania o Australia? El silencio sepulcral que cubre los casos de pederastia de curas y frailes en España no tiene que envidiar, en nada, a la “omertá” que protege, con el secreto cómplice, a la mafia en Italia. España no puede ser tan diferente. La complicidad con el silencio es criminal. “Hay circunstancias en las que callarse es mentir”. Lo aprendí de Unamuno.

En las últimas semanas, han alzado su voz varios adultos valientes que, cuando eran niños, sufrieron violaciones y otros abusos sexuales por parte de frailes y curas católicos. Quizás, por eso, y por el informe que El País entregó al Papa Francisco con más de doscientos casos de pederastia en la Iglesia Católica en España, la Fiscalía ha tomado ya cartas en el asunto y todos los partidos políticos, excepto VOX y PP, se han mostrado partidarios de formar una Comisión de Investigación sobre estos delitos que podría ser dirigida por el Defensor del Pueblo. Ya era hora. Esta nueva atmósfera de esperanza en la lucha por la Justicia y contra el encubrimiento culpable de la jerarquía católica, me anima también a mi a contar ahora aquella triste experiencia.

He superado en mi vida tres mudanzas transatlánticas, saltos de 6.000 kilómetros, con toda la familia a cuestas. Ninguna de ellas me causó tanto trauma como la que me llevó del Colegio Montessori al Colegio La Salle cuando estaba a punto de cumplir los ocho años. El primer día que pisé aquel edificio enorme, que fue cárcel, quise salir corriendo hacia mi barrio y al regazo del Montessori.

Mi foto oficial en el Colegio Montessori, en una cochera de la calle Juan del Olmo, Almería.

En el 2013, hace 9 años, celebramos en La Salle (copas, misas, banquetes, risas) los 50 años de nuestra promoción de Ingreso en Bachillerato. Los actos conmemorativos, ciertamente emocionantes y agridulces, fueron presididos por la ausencia de nuestros compañeros difuntos.  A mí me tocó el honor, indeclinable, de dar el discurso de nuestras “Bodas de Oro” y del Primer Siglo de La Salle en Almería, juntos, en el Auditorio Maestro Padilla lleno a rebosar. Mi único mérito, adquirido durante ese medio siglo, lo sé, había sido simplemente salir en la tele. Para muchos, y especialmente para mi madre, salir en la tele era el no va más. Lo que dije allí, y está publicado, era verdad: un canto a la excelencia educativa de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Mi agradecimiento hacia la mayoría de mis frailes (los hermanos Sebastián, Felipe, Amado de María, Rufino, Pelayo, Joaquín, León, etc.,) también fue sincero.

Compañeros de curso tras la representación de Gólgota 36, en La Salle. En el centro, el hermano Joaquín, alias Cabezón, bruto y noble. Yo soy el primero por la derecha. El hoy general Manuel Jesus Solana es el primero por la izquierda.

Como ya era habitual en mí, no dije todo lo que pensaba. Oculté los abusos de los pederastas. Para entonces, yo gozaba del grado de maestro del disimulo. Ahora es distinto. Mi reciente jubilación, con la casa pagada y mis hijos criados, ha quebrado mi carrera triunfal hacia al doctorado en el arte de la diplomacia. Ya puedo decir y escribir casi todo lo que me de la gana. Como si fuera libre. Eso hago, por ejemplo, ahora. De los frailes no pederastas recibí una excelente educación y, por ello, les debo gratitud. De las manzanas podridas (“ya sabes”) huíamos como del diablo. Aquello era un secreto a voces. Ojalá, por fin, los culpables paguen penalmente por sus delitos y así se haga justicia con las víctimas.