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«Valoramos la libertad, como el oxígeno, cuando nos falta»

Hoy me siento alguien. The Objective publica el texto de una entrevista grabada sobre mi vida y milagros. La transcripción escrita de lo que dije ante la cámara puede inducir a error. Quienes me conocen saben lo presumido que soy. Por eso puede sorprenderles que yo haya dicho que «en lo que más destaco es en la modestia, como sabes. Soy muy humilde». En cámara podréis notar la sonrisa y el gesto que acompaña a mi ironía, ya que de humilde no tengo nada. Pero una frase escrita, desprovista de la imagen, resulta ingrata por incompleta. Pido disculpas por haber hecho el payaso ante la cámara. Ahí va la transcripción de la entrevista y el enlace a la grabación, que recomiendo. Gracias, Javier, por acordarte de los viejos rockeros… y por haber leído mi libro de memorias «La prensa libre no fue un regalo».
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J.A. Martínez Soler: «La libertad, como el oxígeno, sólo la valoramos cuando nos falta»

El periodista almeriense ha fundado y cerrado periódicos. En consecuencia, ha vuelto a empezar muchas veces

J.A. Martínez Soler: «La libertad, como el oxígeno, sólo la valoramos cuando nos falta»
José Antonio Martínez Soler. | Carmen Suárez

Su hija Andrea tiene la culpa de que en plena pandemia de la covid comenzara a escribir sus memorias pensando en sus nietos, dejándole un libro en blanco en la puerta de casa. José Antonio Martínez Soler –también conocido como JAMS– ha vivido a salto de mata, con muchos sobresaltos, la profesión de periodista. El 2 de marzo de 1976, siendo director de la revista Doblón, fue secuestrado al salir de su casa en Las Matas (Madrid) para ser torturado e interrogado después, en la Sierra de Guadarrama, por un grupo de individuos –según todos los indicios, guardias civiles franquistas–, empeñados en saber la identidad de sus fuentes de información.

Conociéndole, este dramático episodio y otros más felices se los habría contado igual a sus nietos de palabra, pero escribir sobre su vida podría ser una buena terapia para combatir el confinamiento. Así nació La prensa libre no fue un regalo (Editorial Marcial Pons), un libro de más de quinientas páginas en las que cuenta en primera persona su dilatada trayectoria profesional, con algún ajuste de cuentas y muchas anécdotas, pero «sin acritud», como diría su buen amigo Felipe González.

De familia humilde, Martínez Soler nació en un barrio obrero de Almería en enero de 1947. Su padre, admirador de Nicolás Salmerón, presidente de la Primera República, le inculcó ideas socialdemócratas que todavía defiende. Como también defiende la Transición democrática, que ahora algunos tanto cuestionan.  «El miedo en ambas partes –afirma en sus memorias– nos hizo demócratas».

Reconoce el sacrificio y la generosidad de los líderes de entonces, pero critica las actuales posiciones de Felipe González y Alfonso Guerra, contrarios a las concesiones de Sánchez a los partidos independentistas.  «Creo que Felipe y Guerra están envejeciendo mal… Pedro Sánchez tenía que haber cautivado a estos dos viejos monstruos del socialismo para que no se pusieran en su contra», explica. En definitiva, darles algo más de cariño.

Casado con la periodista estadounidense Ana Westley (natural de Boston), Martínez Soler cuenta en esta entrevista de Fuera de micrófono que dejó los estudios de Arquitectura al no aprobar el dibujo, y que esa circunstancia le abocó a tener que buscarse la vida escribiendo donde podía. El periodista almeriense recuerda sus idas y venidas por el diario El País y su participación en la fundación de periódicos, revistas y programas de televisión. «Iba de fundación en fundación, como Santa Teresa de Jesús», afirma divertido. Aunque confiesa: «nunca he estado en ningún partido político y no lo estaré jamás, mientras sea periodista»; tampoco esconde sus afinidades y simpatías socialdemócratas.

PREGUNTA.- En tu libro de memorias, La prensa libre no fue un regalo, resumes una vida dedicada al periodismo. ¿Qué te llevó a escribir sobre tu pasado?

RESPUESTA.- Nunca pensé escribir mis memorias, porque yo en lo que más destaco es en la modestia, como sabes. Soy muy humilde. Me pilló por medio la covid, estaba en casa encerrado, con mi mujer, y mi hija nos traía la comida a la puerta. Durante el confinamiento, para no aburrirme, me puse a escribir para mi nieto. Mi hija, que es muy lista, me regaló un libro con las páginas en blanco y me dijo: escribe ahí tu vida para que la conozca tu nieto, porque creo que él debe conocer cómo fueron tus raíces. Empecé a escribir a mano sobre mi infancia, hasta que me cansé y me puse en el ordenador. Me salieron mil páginas. Mi mujer me dijo: «¡Estás loco! Quién va a querer leer mil páginas sobre tu vida». Así que le dije que las editara ella. Cogió un lápiz rojo, empezó a cortar y dejó el libro en quinientas.

P.- Que «la prensa libre no fue un regalo» lo sabes bien, porque lo sufriste en tus propias carnes.

R.- Es cierto, pero también lo sufrieron muchos más. No sólo yo. Algunos lo pagaron con su vida. Yo tuve mala suerte. Tras la muerte de Franco, en noviembre de 1975, yo estaba investigando la purga de mandos moderados en la Guardia Civil. En febrero de 1976 publiqué cuatro o cinco casos sueltos, gota a gota, en los que contaba que el general Campano, nombrado por Franco antes de morir, iba destinando a provincias, y sin mando, a guardias civiles importantes que eran demócratas moderados. A sospechosos de no ser franquistas. Aquello provocó una reacción que no me esperaba. Me cruzaron un coche al salir de mi casa, en Las Matas (Madrid), me sacaron del vehículo con metralletas y me llevaron a la sierra de Guadarrama. Me quemaron la cara y me estuvieron interrogando desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche. Luego supe que era un comando de la Guardia Civil especializado en este tipo de interrogatorios. Eran muy profesionales y todas las preguntas iban dirigidas a que confesara quién me había filtrado la información. Les dije que no lo sabía porque me llamaban por teléfono sin darme el nombre. A pesar de ello, me hicieron firmar un documento acusando al general Sáinz de Santamaría de haberme dado esa información. Le dije que no era verdad, pero con una metralleta en la espalda yo firmo todo lo que me digan.

«El poder se toma la revancha, como hizo Aznar conmigo»

P.- Las memorias sirven a veces para ajustar cuentas y justificar errores. En tus memorias ajustas cuentas con Aznar.

R.- Yo a los malos no los respeto para nada. Pero no tengo enemigos. Como dijo Narváez, el espadón de Loja (Granada), cuando el cura le preguntó, antes de morir, si perdonaba a sus enemigos. «Padre, yo no tengo enemigos: a unos los fusilé y a otros los ahorqué». En ese ten con ten se había quedado sin enemigos. Cuando criticas al poder, el poder se toma la revancha, como hizo Aznar conmigo, echándome de TVE después de entrevistarle como candidato a las elecciones de 1996. Ganó las elecciones por menos votos de los que él pensaba y me despidió de la tele. Estaba yo de corresponsal de TVE en Estados Unidos y no era un cargo político, sino laboral. Me sentó muy mal. Me dio la impresión de que era un hombre rencoroso. Le puse un pleito a la televisión del Gobierno, lo gané, y con el dinero de la indemnización pude comprarme un BMW grande, de segunda mano. Mis tres hijos me decían: «Este cochazo es de la época de Aznar«. Lo tomamos con sentido del humor. Yo creo que no he ajustado cuentas con nadie. Critico un poco a Juan Tomás de Salas porque me despidió de Cambio 16 de mala manera, con un poco de mala fe. Cuento sus luces y sombras. Y no tengo más enemigos… Bueno, otro que quiso quitarme el trabajo fue Miguel Boyer, el pobre, que le pidió a Jesús Polanco mi cabeza. Acabé yéndome de El País por tercera o cuarta vez.

José Antonio Martínez Soler. | Carmen Suárez

P.- Volviendo a tus inicios, hay que recordar que empezaste Arquitectura y, al no aprobar la asignatura de dibujo de primero, te buscaste la vida en el periodismo.

R.- La suerte me acompaña. Soy cobardica, pero tengo mucha suerte. Eso me ha permitido fundar muchas revistas, muchos periódicos y muchos programas de televisión. Me he divertido mucho. De alguna forma, yo tenía las espaldas cubiertas. Era un mantenido porque mi mujer, que nació en Boston, era corresponsal del New York Times y cobraba en dólares. Entonces, yo podía arriesgarme. Me iba de los sitios porque tenía a mi mujer detrás que mantenía a los niños. No soy ningún valiente, Javier, aunque he tenido mucha suerte.

José Antonio Martínez Soler, cuando dirigía y presentaba Buenos días, año 1986| Foto: Javier del Castillo.

P.- En las memorias cuentas que fuiste «de fundación en fundación, como Santa Teresa de Jesús».

R.- En lugar de conventos, fundaba medios de comunicación. Yo empecé en TVE haciendo de figurante, porque había hecho cine en Almería como extra. Entonces, conocí a Amestoy. Me pidió un artículo para la revista Don Quijote y después me contrataron. Hacía el ajuste de páginas, mientras estudiaba Periodismo. Estuve seis meses, pero sólo cobré el primero. Después, fui uno de los fundadores del periódico Nivel. Me contrató Manuel Martín Ferrand y conocí allí a gente muy buena. A Martín Ferrand le quise mucho. Era un tipo sensacional. Él era conservador y yo socialdemócrata, así que chocábamos de vez en cuando. No he estado en ningún partido, ni lo estaré jamás, mientras sea periodista. Aquel periódico sólo se publicó un día. Así que de ahí me fui a trabajar de documentalista a un programa de TVE que se llamó España siglo XX, cuyos guiones firmaba José María Pemán, el poeta de Franco. Era el negro de Pemán. Él corregía algunas cositas y ponía su nombre en letras grandes. Debajo, en letras pequeñitas, aparecía: Investigación y documentación, José Antonio Martínez Soler. Y yo tan orgulloso.

«No he sido nunca felipista, guerrista, ni maoísta del Niño Jesús»

P.- Lo primero que hiciste en TVE fue presentar un programa escolar, gracias a una recomendación de Adolfo Suárez.

R.- Era una especie de videoclub que se ofrecía a los colegios de los pueblos, y que se llamaba Televisión escolar. Era una prueba, que duró un año.  Yo había conocido a las secretarias de Adolfo Suárez, entonces uno de los jefes de producción en la Primera Cadena de TVE. Ellas me dijeron que estaban buscando una cara para presentar aquel programa y Suárez me dio una tarjeta para que se la entregaran a quienes hacían las pruebas. Hice la prueba con gente de más experiencia y, al finalizar, el realizador me dice: «¿Te habrás dado cuenta de que eres el peor de todos?». Me puse colorao y le dije que el problema era que estaba acostumbrado a las cámaras de cine, más pequeñas. Al final, me dijo que si en quince días perdía el acento de Almería el trabajo sería mío. Lo conseguí y fui presentador de Televisión escolar con 20 años.

P.- Volviste muchos años después a TVE, en los años 80, para hacer Telediarios y el programa matinal en TVE, Buenos días.  

R.- He tenido mucha suerte. Un día, cuando yo era director del TD1, estaba yo preparando las preguntas para una entrevista al ministro de Obras Pública, Julián Campo, sobre la Ley de Aguas, y me llamaron al control para decirme que el ministro no iba a llegar a tiempo. ¿Qué hacemos? Me bajé al estudio, me maquillaron corriendo y Manuel Campo Vidal Concha García Campoy me hicieron a mí las preguntas que había preparado para el ministro. Esa misma tarde, Ramón Colom me dijo que dónde había aprendido a hablar en televisión con tanta naturalidad. Le conté que había estado un año presentando Televisión escolar. Al poco tiempo, me llamó José María Calviño, el gran jefe, y me dijo si podría hacer el Buenos días, en la televisión matinal. Me fui una semana a Nueva York a copiar los matinales que se habían en EEUU. y los adapté al gusto español. Y el 13 de enero de 1986 había nacido una estrella.

P.- Recuerdo que dabas los buenos días en los cuatro idiomas que tenemos en España.

R.- Es verdad. Ahora me copian en el Parlamento. Yo saludaba todas las mañanas diciendo Buenos días, Bon dia, Bos días y Egun on. Excepto un día en que cambié el saludo. Me llamó a las dos de la mañana nuestro corresponsal en Ámsterdam anunciándome que se iniciaban relaciones diplomáticas de España con Israel. Cambié todo el programa y abrí el Buenos días diciendo Shalom, shalom, IsraelUn saludo, recordé, que se remontaba a hace quinientos años. Yo oí decir entonces: Buenos días, ShefaradEra emocionante. Se te ponían los pelos de punta. Dimos la exclusiva.

P.- TVE era la única cadena de televisión y esa circunstancia permitía alcanzar grandes audiencias, pero también incrementaba las presiones políticas.

R.- Yo he dirigido telediarios en el año 1985 y en los años 1993 y 1994. En dos etapas distintas. Los políticos siempre quieren manejar el monigote que sale en la tele. Es normal. Y el periodista tiene que oponerse y tratar de equilibrar esas presiones. Lo que se publica o se emite es la resultante de todas las presiones que llegan: del jefe, del amigo, del cuñado, del vecino, del político o del anunciante. Nosotros tratamos de hacer la resultante de todas esas presiones. Yo recibía llamadas del ministro portavoz o del líder de la oposición continuamente. Pero en el Buenos días ¿quién me iba a llamar a mí a las cuatro o a las cinco de la mañana? Todos estaban durmiendo. Yo era libre y hacía lo que me daba la gana. A posteriori, podían criticarme, pero ya daba igual. Era maravilloso. Éramos los más libres de España porque los jefes estaban durmiendo.

P.- ¿Por qué se cargaron el programa matinal, nada más llegar a la dirección general de RTVE Pilar Miró?

R.- Hay cosas que no se pueden contar. Yo no he sido nunca ni felipista, ni guerrista. Ni maoísta del Niño Jesús. He sido siempre independiente. Soy de centro izquierda porque mi padre era republicano salmeroniano. Fíjate, yo soy de Salmerón, de la Primera República. Y también de Indalecio Prieto, si quieres, socialista a fuer de liberal. Pero nunca he estado en ningún partido político, ni lo voy a estar. Porque me interesa ser libre. Mi corazón está un poco en el centro izquierda. ¿Qué ocurre? Pues que inmediatamente tratan de ponerte una etiqueta. Cuando Calviño me llamó para dirigir un Telediario, la gente decía: si le ha llamado Calviño, es que este es guerrista. Yo ni conocía a Guerra. No lo había visto en mi vida. Bueno, le conocí indirectamente cuando fui ayudante de Fernando Abril Martorell, vicepresidente del Gobierno con Suárez, y ellos dos negociaban la Constitución. Los padres de la Constitución de verdad son Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell. Ellos negociaban de madrugada y luego le decían a Felipe y a Suárez lo que habían aprobado. Las matronas de la Constitución fueron Abril Martorell y Guerra. Me decían que era guerrista, pero de guerrista nada.

P.- Te llevabas bien con Felipe González… Te mandó una carta cuando te secuestraron.

R.- Es verdad. La primera foto de Felipe González la publiqué yo en la revista Doblón. Le tapamos los ojos, porque era todavía ilegal. Cuando me secuestraron y torturaron, me mandó una carta muy cariñosa, firmando ya con el nombre de Felipe González. También me mandó otra carta Nicolás Franco, sobrino del dictador. Yo soy amigo de Nicolás Franco porque me salvó la revista. El día que murió el caudillo nos la secuestró la policía. La portada era un sello de correos, con la cara de Franco ampliada y un titular que decía Ha muerto. Nada más. Luego me enteré que el secuestro se debió a que habíamos ofendido a la viuda, Doña Carmen Polo de Franco, por decir que era «inteligente para los negocios». No pagaba los collares en las joyerías. Lo tengo confirmado. Le hicimos llegar una carta al entonces todavía príncipe Don Juan Carlos y por la tarde nos dieron permiso para repartir la revista. Yo le estaré siempre agradecido al rey Juan Carlos y a Nicolás Franco. Aunque el rey Juan Carlos nos salió luego un poco rana, hizo mucho por la democracia y salvó mi revista.

José Antonio Martínez Soler en un momento de la entrevista. | Carmen Suárez

P.- Después de tan larga trayectoria, ¿somos ahora más libres o menos libres que hace cuarenta años?

R.- Es una reflexión difícil. Depende. Está claro que España es un país democrático. Somos libres. La mayor libertad que yo he tenido, como periodista, fue desde la muerte de Franco hasta la aprobación de la Constitución, años 76, 77 y 78. Me sentía más libre porque los poderes antiguos de la dictadura no acababan de morir y los poderes nuevos de la democracia no acababan de nacer. No había unos poderes claros. Yo era entonces director de Doblón y publicábamos cosas increíbles. La clave de la Transición fue que los demócratas no sabían la fuerza que tenían los franquistas y viceversa. Y tenían miedo a volver a las andadas. En aquellos tres años he sido más libre que nunca. Nadie es objetivo; somos sujetos, no objetos.

«Los españoles perdonamos los pecados del amor, pero no los de robar»

P.- En la Transición conociste bien a Felipe González y a Alfonso Guerra. ¿Qué te parecen sus críticas a lo que está haciendo Pedro Sánchez?

R.- El Rey emérito, con el que he tenido una relación de afecto y de agradecimiento, ha envejecido mal. Constitucionalmente, lo ha hecho bien, pero la bragueta le fue mal y la cartera también. Los españoles perdonamos siempre los pecados de amor, pero los de robar no. Aunque no se ha probado todavía, todo el mundo sabe que ha habido un comportamiento no ejemplar del Rey emérito. ¿Qué pasa con Felipe y Guerra? Yo quiero a los dos, y les he votado muchas veces. Para mí, Felipe es un hombre imprescindible en la historia de España. Ha sido fundamental, como lo fue Suárez, como lo fue Carrillo, como lo fue incluso Fraga, Guerra o Abril Martorell.  Pero, cuando pierdes el poder -por vejez o porque te retiras-, no te acostumbras a que los guardias no se cuadren y den el taconazo, ni a que el coche oficial no te esté esperando en la puerta. No se acostumbran a que las nuevas generaciones no les pregunten. Felipe y Guerra están dolidos por eso. Pedro Sánchez tenía que haber cautivado a estos dos viejos monstruos del socialismo para que no se pusieran en contra. Tanto Guerra como Felipe están envejeciendo un poco mal. Han hecho mucho bueno por la democracia, pero ahora es tiempo de los jóvenes.

«Felipe González, Alfonso Guerra y el rey Juan Carlos I están envejeciendo mal»

P.- Pero ¿no crees que se están haciendo demasiadas concesiones por parte del presidente en funciones?

R.- Pero, ¿cuándo no se han hecho?

P.- Tendrá que haber algún límite.

R.- El que marque la ley. Yo soy demócrata y republicano. Por ese orden. Acepto la Constitución y apoyo al Rey, aunque soy republicano. Y la princesa Leonor me parece encantadora. El Rey es soberano, no como Franco que era caudillo por la gracia de Dios. Felipe VI es rey constitucional de España, por designio del pueblo. Envejecer es muy difícil. Yo me he buscado otra vida para no molestar a los jóvenes. Hay gente que envejece mal. Y creo que Felipe, Guerra y el rey Juan Carlos I están envejeciendo mal.

P.- En el libro dices que el miedo de unos y de otros nos hizo demócratas. ¿Qué está pasando ahora?

R.- Efectivamente. El miedo nos hizo demócratas porque, como te decía antes, ninguno bando sabía la fuerza del otro bando. El miedo fue fundamental, pero también la generosidad. Hubo un punto de generosidad. Miedo a no volver a las andadas y generosidad para perdonar a los asesinos del lado franquista y a los asesinos del lado republicano. En la guerra civil hubo asesinos en los dos lados, pero en la posguerra los asesinos estaban todos en el mismo lado: en el lado de la represión franquista y policial. Creo que la izquierda perdonó más, pero ambos perdonaron. Los jóvenes han nacido en libertad y la libertad, como el oxígeno, sólo la valoras cuando te falta. A mí me faltó durante muchos años y la valoro; que ahora no me la quiten. La libertad no fue un regalo, ni lo es ahora. Hay que estar alerta defendiendo permanentemente la libertad, porque un país libre siempre es un país mejor.

Premio APM: «La libertad y el amor dan sentido a la vida»

  • ENTREVISTA AL PREMIO APM DE HONOR A LA TRAYECTORIA PROFESIONAL

José A. Martínez Soler: ‘El periodismo es una profesión muy honrosa, porque está permanentemente luchando por la libertad de expresión’

José A. Martínez Soler: ‘El periodismo es una profesión muy honrosa, porque está permanentemente luchando por la libertad de expresión’

José Antonio Martínez Soler, en la sede de la APM. Foto: APM

La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) ha galardonado a José Antonio Martínez Soler (Almería, 1947) con el Premio APM de Honor 2022, que se otorga en reconocimiento de toda una vida profesional. Periodista en activo durante los últimos 54 años, el jurado lo ha definido como un “profesional infatigable, arriesgado, comprometido y valiente, no solo en el ejercicio del periodismo, sino como emprendedor y fundador de distintas publicaciones”, como 20 MinutosEl Sol, La Gaceta de los Negocios y Doblón, entre otras. También fue director de la Agencia Efe Nacional, de los Telediarios y de varios programas en Televisión Española.

“Los enemigos de la libertad de prensa siempre están al acecho”, alerta Martínez Soler, “uno de los nombres clave de la historia del periodismo de nuestro país”, según el jurado. “La lucha del periodista reside siempre en que triunfen los hechos sobre las falsedades”, concluye durante la entrevista que ha concedido a Apmadrid.es.

– ¿Qué significa para usted haber sido reconocido con el Premio APM de Honor a la trayectoria profesional?
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Esto es como el Óscar de la prensa a toda una vida. Ha sido emocionante, no me lo esperaba. Me gusta mucho que el premio me lo concedan colegas, porque en esta profesión -yo el primero- somos envidiosos; no lo vamos a negar, nos gusta firmar en primera página. Pero también hay mucha generosidad, sobre todo cuando uno se jubila y tiene menos enemigos. Creo que no soy el que más merece este premio -hay otros muy brillantes en activo-, si bien quizá soy el que tenía menos enemigos en el jurado.

Estoy feliz. Es un broche de oro. Realmente, ahora puedo decir que he concluido mi vida profesional con cierto éxito. Agradezco a los compañeros del jurado que me hayan considerado merecedor de este premio.

– De profesión, periodista; pero también fundador de publicaciones: El SolLa Gaceta de los NegociosDoblónHistoria Internacional
– Era lo que llaman ahora emprendedor. Iba como Santa Teresa de Jesús: de fundación en fundación. Me gustaba mucho poner en marcha proyectos; claro, con el dinero de otros. Y he tenido buena relación con los editores. Solía llegar al acuerdo de que tanto el dueño como el director editorial tenían derecho de veto para publicar o no publicar. Así, el dueño no podía obligarme a publicar algo a favor de sus intereses particulares que yo no quisiera. Y yo no podía publicar algo que dañara sus intereses particulares.

Tanto el dueño como el director editorial tenían derecho de veto para publicar o no publicar

– De profesión, fundador de publicaciones; pero también director de programas informativos televisivos en directo, desde los propios Telediarios hasta el espacio Buenos Días, que fue el primer informativo matinal de TVE.
– La televisión me enseñó a hacer un periodismo más preciso, concreto y breve. Lo trasladé posteriormente a 20 Minutos, con noticias muy breves.

– También fue pionero en los debates electorales. ¿Qué valor cree que pueden tener en este año electoral que comienza?
– Están perdiendo valor últimamente. Pero todavía los valoro mucho. Lo más importante en un debate electoral es el lenguaje corporal. La televisión tiene una ventaja enorme: la cámara no engaña. El político puede estar diciendo una cosa de palabra, pero, si arruga la frente demasiado, la gente sabe que miente.

Hice también las entrevistas a los candidatos de las elecciones generales del 86, 93 y 96. En las últimas tuve mala suerte, porque entrevisté a Felipe González y a José María Aznar. Ganó Aznar y lo primero que hizo fue despedirme. Gané el juicio a la televisión del Gobierno y me dieron una indemnización interesante. Y con el dinero de la “beca Aznar”, pude poner en marcha 20 Minutos.

 20 Minutos quizá fue su “gran hijo”.
– Fue mi última obra, y para mí, desde luego, la más importante. Dábamos de leer al “sediento”; a los jóvenes, que todavía no se habían encontrado con la prensa. Cuando lo lanzamos, aún no entraban tanto en internet. 20 Minutos fue especialmente importante para mi corazón, porque se generaban nuevos lectores. Era luchar contra la ignorancia, y una de las grandes claves de mi vida ha sido luchar contra la injusticia y la ignorancia.

20 Minutos fue especialmente importante para mí; se generaban nuevos lectores, era luchar contra la ignorancia

– ¿Cómo fue su creación y la apuesta por un diario gratuito?
El “abuelo” de 20 Minutos fue una revista militar. Yo era soldado, fui a ver a mi capitán y le propuse hacer una revista. “Ya hubo una que hizo Jesús Hermida que dejó de salir por falta de presupuesto”, me contestó. Se llamaba Cornetín y la pagaba el Ejército. Le ofrecí resucitar aquel proyecto y hacerlo gratis, siempre que me libraran de las guardias. Fue mi primera revista gratuita. Fui viendo quiénes eran todos los proveedores del Ejército, y con las cuatro perras que saqué de la publicidad financié la revista.

Martínez Soler, entre los retratos de Javier Bueno y Alfonso Rodríguez Santamaría, presidentes de la APM asesinados durante la Guerra Civil. Foto: APM

Sin guardias, pude buscar trabajo. Me fui, vestido de soldado, al diario Arriba, y me contrató Jaime Campmany. Durante un tiempo, lo quité del currículum, pero luego lo volví a poner. Hay que estar orgulloso de todo lo que se hace. Era “la primavera de Campmany”, cuando empezaba a haber apertura.

Desde Cornetín, siempre pensé que algún día haría un diario que se financiara con publicidad; ese era el proyecto que siempre tuve en mi cabeza. De pronto, estando en la Universidad de Almería de profesor de Economía Aplicada, vi un ejemplar del diario gratuito Metro London. Inmediatamente, me puse a hacer el proyecto y se lo presenté al grupo QDQ, que lo aprobaron y lo lanzamos.

– En sus buenos tiempos, 20 Minutos era el periódico líder de audiencia con distancia respecto de sus competidores y había cuatro diarios gratuitos entre los diez más leídos.
– Llegó a tener una tirada de 1.100.000 ejemplares diarios: más que el resto de la prensa española junta. Fue el diario más leído de la historia de España. Aquel gran momento de los diarios gratuitos fue justo antes del boom de internet, que también era gratuito.

No obstante, he defendido muchas veces que mi diario no era gratuito: quien leía 20 Minutos nos pagaba con su atención. Esa atención la recibíamos en forma de audiencia, y se la vendíamos a los anunciantes. La atención de un lector vale más que el euro de un periódico.

La atención de un lector vale más que el euro de un periódico

Todos los periódicos, sean de pago o gratuitos, lo que tienen que buscar es la complicidad del lector. El éxito de 20 Minutos también se produjo porque los periódicos de pago iban de capa caída. Era una prensa antigua y hasta machista. En sus fotos nunca salían mujeres ni jóvenes: eran todos viejos con traje y corbata. En el despacho de Arsenio Escolar -gran director editorial de gran éxito-, teníamos un gráfico en el que se apuntaba el número de corbatas que aparecían en cada ejemplar de la prensa de pago. Y en nuestro caso, en el gráfico salían muchos jóvenes, mujeres y gente sin corbata.

– Pero en 2008 llegó la crisis económica y comenzaron a caer diarios gratuitos y otros muchos medios. En términos generales, ¿qué hicieron mal los editores en España para llegar a aquella crisis estructural? ¿Qué se debe evitar bajo cualquier circunstancia para que no vuelva a suceder una crisis sectorial de tales dimensiones?
– La crisis de 2008 nos sacudió muy fuerte. En 2007 ingresamos 50 millones de euros, con más de cinco millones de beneficios. En 2008 ingresamos 30 o 35. En 20 Minutos tuvimos que reducir costes, despedir personal, bajar el número de páginas, ya que cayó la publicidad. Sin embargo, superamos la crisis en 2010. Cuando me jubilé, el diario ya ganaba dinero. Los demás no: Qué!Metro y ADN murieron, porque no hicieron el ajuste. Teníamos 354 empleados y tuvimos que reducirlos a menos de 200. Había que despedir gente o el barco se hundía. Fue doloroso, pero no tuve más remedio que hacerlo.

La prensa tenía unos costes estructurales muy grandes. Los diarios de pago tenían plantillas de 400 o 500 empleados, con imprentas propias. Pero los editores y los periodistas hemos aprendido mucho de aquella crisis. Creo que el periodismo está entrando en un buen momento: con el boom de las fake news y de las teorías conspiratorias, empieza a valorarse la credibilidad de una firma de prestigio. El New York Times no publica bulos, sino antibulos. El que quiera tener una información de los hechos tiene que pagarla. La venta está siendo sustituida por la suscripción. En los grandes medios internacionales, los suscriptores están dando ya más ingresos que la publicidad. Y aquí se está empezando a notar.

En los grandes medios internacionales, los suscriptores están dando ya más ingresos que la publicidad

José Antonio Martínez Soler, el día de la entrevista. Foto: APM

– David Walmsley, director de The Globe and Mailaseguró recientemente que “si no pagan por tu trabajo es porque no tiene valor”.
– Cuando lo que se percibe por una suscripción te compensa lo que pagas, la mantienes. La gran ventaja ahora es que un periódico de prestigio, con firmas de prestigio como filtro, sirve de mucho, y eso hay que pagarlo. Si un lector deja de comprar un periódico es porque este ha dejado de darle un valor equiparable al euro o dos euros que le cuesta. Cualquier acuerdo de compraventa, y comprar un periódico lo es, funciona si ambas partes se llevan su beneficio y una de las partes no cree que da más de lo que recibe.

– Otras de sus grandes pasiones fueron la economía y el periodismo económico. Cuanto más complejo es el mundo, ¿más debe potenciarse el periodismo especializado? ¿Ello no choca con el anhelo empresarial de contar con periodistas multitarea, prescindiendo de otros profesionales?
– El periodismo especializado siempre es necesario. Ese anhelo es parte de la crisis de crecimiento. Estamos destruyendo el viejo modelo. Es la teoría de la destrucción creativa de Schumpeter. Para que se cree algo nuevo, tiene que morir lo viejo. Ahora mismo estamos en una crisis en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de coger esplendor. Vamos hacia un modelo de buen periodismo, especializado, multimedia, pero con periodistas que deben ser bien pagados y deben tener tiempo para investigar.

– ¿Cree que está excesivamente idolatrada la prensa de la Transición o está valorada en su justa medida?
– En aquella época, éramos pobres diablos: mucha política, mucha ideología, mezclábamos nuestros deseos con la realidad. Los periódicos estaban llenos de políticos. Mi generación tuvo una suerte enorme. No éramos tan buenos. Los jóvenes demócratas teníamos veintitantos años y los mayores tenían ya unos 60. Había 30 años de vacío generacional. Cuando los mayores se jubilaron o murieron, los jóvenes tuvimos que ascender rápidamente. Yo era director ejecutivo de Cambio 16 con 23 años.

Ahora la competencia es muy dura. Los jóvenes están muy preparados. Para nosotros fue muy fácil ejercer el liderazgo, porque fuimos la primera línea del periodismo libre; primero, con la ley de Fraga y, luego, con la muerte del dictador y la llegada de la democracia.

Portada de «La prensa libre no fue un regalo (Editorial Marcial Pons)

– Pero antes tuvieron que luchar por la libertad; en especial, por la libertad de prensa. Usted fue secuestrado, torturado y sometido a una ejecución simulada en marzo de 1976 por un comando franquista de la Guardia Civil.
– Sí, me secuestraron porque querían que dijera las fuentes de información de un artículo que había firmado con el pseudónimo Rafael Idáñez en Doblón, con el antetítulo “De Vega a Campano”, sobre la purga de jefes y oficiales moderados en la Guardia Civil. El último nombramiento de Franco fue el general Campano, un franquista de tomo y lomo, como director general de la Guardia Civil, quitando de en medio al general Vega, un hombre más bien moderado. Lo primero que hizo Campano fue ir quitando a los jefes del equipo anterior.

El número dos de Campano, que había heredado de Vega, era nada menos que el general Sáenz de Santa María. Cuando me subieron a la montaña y empezaron a golpearme, querían que dijera que me había dado la información alguno del grupo de Saénz de Santa María. Al final hicieron el fusilamiento simulado. Ya sin esparadrapo en los ojos, uno, con pasamontañas, se puso enfrente de mí con un pistolón a dos palmos de mi frente y los demás estaban detrás. Amenazó con disparar a la de tres. Al decir dos, los de atrás se separaron, como haciendo que se quitaban para que no les saltara la sangre. Entre el dos y el tres -ya no me da vergüenza decirlo, lo he contado todo en mi libro La prensa libre no fue un regalo-, pensé en la parcela que acababa de comprar con mi mujer, donde construí mi actual casa. No pensé ni el cielo ni en el infierno; es el sentido de la propiedad, Marx me castigaría. A la de tres no dispararon, sino que me pisotearon y golpearon con la metralleta, pero ya la sangre me parecía gloria bendita.

Martínez Soler, tras ser secuestrado y torturado.

Yo no conocía a mis fuentes de información. Lo que mis informadores anónimos me iban contando lo confirmaba en la fuente oficial: el Boletín Oficial del Ejército. Me hicieron escribir y firmar una declaración en la que afirmaba que el general Saénz de Santa María me había facilitado la información. Iban a por él.

Bajé de la montaña andando. Tenía la cara quemada por el espray que me habían echado. Fui directamente a la farmacia. Luego fui a un bar buscando un teléfono y no se me ocurrió otra cosa que pedir una copa de coñac para los nervios. Tuve que escupirla, porque tenía la boca llena de llagas.

– Toda la prensa reaccionó publicando el mismo editorial titulado “Impunidad”. ¿Se echa de menos aquel corporativismo? No debiera ser necesario llegar a esos extremos para actuar unidos en la misma línea.
– Aquella situación no es comparable con la actual. En el periodismo y en la política, cuando la situación es extraordinaria, emergen líderes extraordinarios.

– Ya, pero se suele decir que la libertad de prensa nunca está absolutamente conseguida, sino que es un derecho por el que hay que seguir luchando cada día.
– Efectivamente. Los enemigos de la libertad de prensa siempre están al acecho. Hay que estar siempre pendientes. La libertad no fue un regalo, y está en peligro que nos quiten el don que hemos conquistado con tanto esfuerzo. La libertad es como el oxígeno: solo la valoras cuando te falta.

El periodismo es una profesión muy honrosa, porque está permanentemente luchando por la libertad de expresión. La lucha del periodista reside siempre en que triunfen los hechos sobre las falsedades.

– Tras un episodio como el que ha narrado, supongo que no es necesario que le pregunte a usted por la pertinencia de garantizar por ley la protección del secreto profesional del periodismo, cuya regulación ha anunciado el Gobierno.
– El secreto profesional del periodista debe estar salvaguardado, sí. El secreto profesional es importante como garantía de que el periodista pueda trabajar libremente y cautivar a sus lectores.

– La Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación está anunciada como una norma para proteger el pluralismo y la independencia de los medios de comunicación en la UE. ¿Cree necesaria la regulación de la profesión periodística para su salvaguarda?
– Regular la prensa es peligroso. Tengo un sentimiento dual. Se decía que la mejor ley de prensa es la que no existe. La prensa se autorregula bastante por el consumidor. Si una prensa es de mala calidad, el lector inteligente la va abandonando.

– ¿Y qué opina de la futura ley de secretos oficiales? Se habla también de los riesgos de incurrir en una excesiva regulación.
– El poder se mete muchas veces donde no le corresponde, y hay que estar alerta. La ley de secretos oficiales tiene mucho peligro, tanto si se hace extensiva a cuestiones que no son realmente de seguridad nacional como si se alargan excesivamente los años que se imponga el secreto.

Martínez Soler, en el Salón de Actos de la APM. Foto: APM

– Será difícil resumir una trayectoria tan amplia, pero ¿con qué noticias de las que ha publicado se quedaría de toda su carrera?
– Estoy muy satisfecho de tres noticias que publiqué siendo redactor jefe de Economía de El País. La primera fue una información bastante exhaustiva sobre el aceite de colza. Hicimos un mapa con el recorrido de los camiones del aceite de colza adulterado: de dónde procedía, dónde se distribuía y dónde había muertos. Le di la información a la Policía para colaborar en la búsqueda de culpables, a condición de que cuando los detuvieran fuera yo el primer periodista en saberlo. Pude dar la exclusiva.

La segunda fue explicar qué había pasado en la expropiación de Rumasa. Y la tercera fue desentrañar, junto con compañeros de Barcelona, la corrupción de Jordi Pujol a través de Banca Catalana.

– ¿Y qué noticia no ha dado y le gustaría dar?
– Siempre hablamos de la paz, y nunca hay paz. A mí me gustaría que cayera Putin, que le quitaran los suyos y acabara la guerra en Ucrania. Ya han caído Trump y Bolsonaro, que caiga Putin también.

El ejercicio del periodismo libre te da sentido a la vida

– Para acabar, ¿un consejo que quiera dejarle a las nuevas generaciones de periodistas tras más de medio siglo ejerciendo el periodismo?
– He disfrutado de la profesión. La he sufrido también. Pero he sacado enseñanzas. Estoy muy orgulloso de haber sido periodista. Animo a los jóvenes que tengan vocación a que sean buenos periodistas, a que no se rindan nunca. Deben tener siempre la conciencia tranquila, que esa es la mejor almohada para dormir. Es una profesión muy hermosa. La segunda más antigua del mundo, pero la más hermosa de todas. Además, es muy útil. Te va realizando. El ejercicio del periodismo libre te da sentido a la vida. Lo que da sentido a la vida es la libertad y, por si lo lee mi mujer, el amor.

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España eres tú, querido Iñaki

Anoche vi, no sin cierta tristeza, la despedida periodística de Iñaki Gabilondo en Movistar con su «última» pregunta a varios entrevistados de campanillas: «¿Qué (diablos) es España?.

Iñaki Gabilondo , el gran escuchador

Desde mi sofá me dieron ganas replicarle al gran escuchador: «¿Y tú me lo preguntas? España eres tú». Eso pensé yo anoche. Y hoy leo la columna del joven Jordi Amat en El País que concluye con la misma línea: «España podrías ser tú». Sin conocernos, ambos hemos llegado a la misma conclusión, una conclusión cargada de esperanza y buena leche sobre el presente y el futuro de nuestro país. Aquí abundan los Iñakis moderados, dialogantes, esperanzados, firmes en sus principios, duros con las espuelas y blandos con las espigas… Aunque los entrevistados hurgaron, incluso se regodearon, en nuestras heridas históricas, el programa resultó equilibrado y digno del maestro Gabilondo. Me gustó.

Columna de Jordi Amat, uno de los invitados de Iñaki, en El Pais de hoy.

La pregunta, pese a pecar de repetitiva desde el Desastre del 98, es pertinente en estos momentos de zozobra por la polarización política (mucho de boquilla) y los discursos de odio de los extremistas. Sin embargo, no veo razón para tanto pesimismo y desasosiego como dejaba entrever Iñaki en su despedida (que no me creo) de los micrófonos. Basta con leer y/o viajar para comprobar que España no es diferente, como vendía Fraga, ministro de Franco y padre del PP. En lo fundamental, nos parecemos mucho a los demás países europeos y, en lo accesorio, podemos sacar pecho frente a varios de ellos.

Recordaba anoche una frase que, sobre la Transición de la Dictadura a la Democracia, me dijo el profesor Galbraith en los años 80, paseando por en el yard de la Universidad de Harvard: «Es increíble lo que habéis conseguido en España». Me sentí orgulloso y agradecido, por la parte pequeña que me tocaba. Ya vale de flagelarnos más de lo imprescindible.

Cito al profesor Galbraith en el Epílogo de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

Me sorprendió que, entre tantos sabios invitados, apenas se mencionaran los orígenes medievales de España (cristianos, musulmanes y judíos) que son la base de la posterior leyenda negra contra el imperio que tanta sospecha vertió sobre «limpieza» religiosa de los españoles. Aquel «melting pot» de las tres culturas (que convivían y se mataban, volvían a convivir y a matarse) tuvo una enorme influencia en los debates académicos sobre el ser de España que protagonizaron Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros.

Durante largas y ricas conversaciones, tales debates se han repetido en las sobremesas de mi casa. Hace poco, encontré en una foto/joya de aquellas tertulias en mi sótano.

Juan Marichal, Solita Salinas, mi esposa Ana Westley, Gabriel Jackson y un servidor, en el comedor de mi casa.

Pese a mi costumbre de gran hablador, en esas reuniones con tales maestros y amigos yo me convertía en un obligado (y embobado) escuchador. Como el Iñaki de anoche.

Mi madre tenía la costumbre de hablarme cuando yo salía en la tele. Solía decirme: ¡Qué estropeado estás, hijo mío! Pues anoche estuve a punto de hacer de apuntador y hablarle yo al colega Gabilondo que aparecía en la pantalla. Me hubiera gustado contarle la frase que aprendí de Alfonso Escámez, un aguileño que llegó de botones a presidente del Banco Central, el primero de España. La atribuía San Agustín:

«Cuando me considero soy un pecador, pero cuando me comparo soy un santo».

Pues eso, querido Iñaki. Ya quisieran los colegas europeos tener entre ellos a un periodista, uno solo, como tú.  Levanta esa moral y disfruta a tope de la jubilación.  Que 80 años no es nada…

Y enhorabuena por tu carrera profesional que admiro y envidio (no sé en qué orden). Suerte en las próximas décadas.

 

 

«Cornetín», el abuelo de 20 minutos

Como regalo por su 20 cumpleaños, hoy voy a revelar, con todo detalle, un secreto en exclusiva: el origen de “20 minutos”, el primer diario que no se vende y, antes de la crisis de 2008, el diario más leído de la historia de España. Ha llegado el momento de descubrir su linaje y atribuir a su abuelo “Cornetín” el mérito que le corresponde. Son partes de los capítulos 24 y 25 de mis memorias (inéditas) de la Transición y del Periodismo («Y seguimos vivos. Recuerdos de un periodista que sobrevivió a la Dictadura».) No apto para lectores impacientes.

Jura de bandera, en el centro.

Cornetín, mi primera publicación gratuita

Cuando mi capitán, en vez de mandarme a una prisión militar, me ofreció las medicinas de su difunto padre que curaron a Ana, me dieron ganas de darle un abrazo. Me contuve. Había recuperado la razón. Sabía que abrazar a un superior iría contra las reales ordenanzas militares de Carlos III. Le hubiera besado los pies. Injustamente, he olvidado su nombre. Después de aquel incidente, traté de demostrarle siempre mi agradecimiento. Me convertí en un soldado ejemplar. Su comportamiento me hizo cambiar la visión tan deplorable que yo tenía del Ejército.

En la cantina de tropa oí hablar de un proyecto antiguo de mis colegas José Antonio Plaza y Jesús Hermida. Años atrás, ambos periodistas fueron soldados del Batallón de Infantería al que pertenecía mi compañía de honores. Publicaron varios números de una vieja revista con el objetivo, creo yo, de librarse de las guardias y demás servicios. El Ministerio la financiaba hasta que fue borrada del presupuesto. Al desaparecer la subvención oficial, murió definitivamente.

Con esos antecedentes, pedí permiso a mi capitán para resucitar aquella revista con una idea original. En realidad, no era nada original. La aprendí, o sea, la copié cuando trabajaba en el diario Nivel. Su editor, Julio García Peri, lo era también del diario “Noticias Médicas”. Se repartía gratis a los médicos de toda España, y se financiaba solo con la publicidad de los laboratorios farmacéuticos y otros anunciantes del sector sanitario. Le conté mi plan y le garanticé que la revista no le costaría ni un duro al Ejército. Recordaba la experiencia fallida de Hermida. No tendríamos que pedir dinero a nadie. La idea le gustó.

Por la vía reglamentaria, consiguió que me recibiera el teniente coronel Alemán, nuestro superior. Tenía un gran despacho con vistas a la calle Barquillo. Me informé de todo lo referente a su historia, a su personalidad, a sus gustos literarios e históricos, a sus aficiones, etc. Junto con el Generalísimo y el capital general Muñoz Grandes, el que luchó junto a Hitler con la División Azul, mi jefe era uno de los pocos militares en activo que estaba en posesión de la máxima condecoración militar: la Gran Cruz Laureada de San Fernando.

Por su graduación, le correspondía tratamiento de jefe. Sin embargo, por ser “caballero laureado” se había ganado el máximo tratamiento de Vuecencia, es decir, Vuestra Excelencia, que se daba solo a los generales. Por tanto, en cuanto crucé el umbral de su despacho, me cuadré marcialmente y le dije:

– “¿Da Vuecencia su permiso?”.

Como al capitán de Cerro Muriano, le gustaba la historia militar. Le encantaron mis conocimientos de la guerra de África. Me la sabía de carrerilla por los pre guiones que escribí para la serie de TVE “España siglo XX”. Me dejó hablar. Él sería el director literario de la nueva etapa, y el capellán, que llamábamos “páter” como en mi Colegio Mayor Santa María, sería el director espiritual. Conservaba los 15 primeros números de la revista. Ejemplares flacos, de ocho páginas, sin apenas fotos, pagados con dinero público. Aún sentía nostalgia por ella. Se llamaba “Cornetín”. Me dijo:

– “Cornetín es el instrumento musical que nos manda lo que debemos hacer en cada momento”.

Así concluí mi disertación:

– “Como Vuecencia nos ha dicho, nuestra compañía de honores debe ser un espejo en el que se miren todas las demás compañías del Ejército español. Si Vuecencia lo permite, podríamos enviar un ejemplar gratuito de esta nueva etapa, con el doble de páginas, con fotos y mucho más contenido, a cada regimiento. Les marcaría un camino. Naturalmente, sin coste alguno para el Ejército”.

Aceptó mi plan periodístico y de negocio con una condición. Jamás abandonaría yo el Ejército, es decir, no me darían “la verde”, la cartilla de licenciado, sin haber concluido con éxito la refundación de la revista. Le di mi palabra y las gracias a Vuecencia. Como “Noticias Médicas”, se financiaría solo con los anuncios. Como fundador de la primera publicación gratuita, no subvencionada, de mi vida me estaba jugando el tipo. Salí cagado de miedo, aunque armado de ciertos residuos de valor, del despacho del teniente coronel laureado.

Se busca director comercial

Lo más urgente, lo prioritario, era garantizar la financiación de “Cornetín”. Aprendí pronto esa lección, tan provechosa para toda mi carrera profesional. Vencer o morir en aquella aventura periodística, es decir, mi futura y ansiada libertad o mi prisión permanente, dependía de que los ingresos de la revista fueran iguales o superiores a los gastos. Tomé buena nota.

Para medir bien los gastos de la nueva empresa debía visitar, con cierta flexibilidad y frecuencia, a mis proveedores (papel, imprenta, correos, etc.) y colaboradores. El capitán me libró de todos los servicios de guardia, limpieza, etc. salvo, llegado el caso, de los de rendición de honores en visitas de Estado u otras solemnidades castrenses. Objetivo alcanzado: Pase “pernocta”, sin guardias y con libertad casi total de movimientos por el Ministerio del Ejército para poder buscar anunciantes y colaboradores apropiados. Las tardes, libres.

Entregué al capitán, para que se lo hiciera llegar a Vuecencia, el plan de negocio detallado, especialmente en los gastos, cuyos presupuestos le adjunté. Necesitaba que liberara de guardias y otros servicios a otro soldado, el futuro director comercial. Él debía ayudarme a buscar los anuncios para asegurar los ingresos imprescindibles que harían viable, incluso rentable, la edición de “Cornetín”. Me dio la venia.

Ya le había echado yo el ojo a un charnego espabilado, un andaluz como yo, pasado por Cataluña, que tenía mucha gracia y habilidad para hacer negocios (tabaco, comida, cambios de guardia, etc.) con los soldados de la compañía de honores y los vecinos de la compañía de Telegrafía. Le propuse el cargo con un sueldo inimaginable: ¡liberado de todas las guardias! Aceptó en el acto.

La guardia en la calle Prim era la más deprimente. Nadie la quería. Por las noches de Prim rondaban homosexuales, perseguidos por las leyes del franquismo, sometidos a frecuentes redadas. También vi pasar a caballeros viejos con coches de lujo que contrataban los servicios sexuales más denigrantes de jóvenes chaperos, casi niños, muertos de hambre.

Una vez contratado, pasé la lista de clientes potenciales a mi flamante jefe de publicidad. Allí estaban los principales proveedores del Ministerio del Ejército: el fabricante de tambores, Cervezas El Águila, otros proveedores de las cantinas y del comedor, sastres de la calle Mayor, especializados en uniformes militares, vendedores de instrumentos musicales para las bandas, papelerías, etc.

Con más imaginación que yo para los negocios, mi director comercial amplió la lista en un santiamén. Los contratos de publicidad, para un nicho tan específico y eficiente, se iban firmando con demasiada celeridad. Un día me enteré de que mi colega amenazaba veladamente a sus clientes potenciales con cambiar de proveedor en el Ministerio si no firmaban el contrato. Por tan poco dinero, no querían arriesgarse a quedar mal con el Ejército.

Los periodistas conocemos esa técnica comercial como “Exclusivas El Trabuco”. Una de las mayores vergüenzas, y de los chantajes más habituales, de mi profesión. El periodista/comercial o el comercial/periodista solía amenazar así a sus clientes:

– “Si no me das publicidad, escribiré o actuaré en tu contra”.

Le pedí que aflojara la presión y no pusiera tanto empeño en su labor. Su trabajo y el mío debían durar hasta poco antes de Navidad de 1971, fecha prevista, de publicación del número 16 de “Cornetín”, nº 1 de la nueva etapa no subvencionada, y, por tanto, cerca de nuestra liberación y pase a la reserva. No convenía imprimirlo antes de tiempo.

Ambos departamentos, redacción y publicidad, vivíamos a cuerpo de rey. Acudíamos al cuartel por la mañana, después del toque de diana, dábamos una vuelta para ser vistos, hacíamos como que hacíamos alguna gestión. A veces, la hacíamos de verdad. Luego, quedábamos liberados hasta el día siguiente. La elección del director comercial de “Cornetín” fue un acierto. Siempre he valorado ese puesto en todas las fundaciones periodísticas que hice a partir de aquella. Poco después de la mili, le reencontré de director de una sucursal bancaria. Un triunfador que rozaba la línea de lo permitido.

Mi pluma, al servicio de la Falange

Desde que yo era muy niño, mi padre me había prohibido llevar la camisa azul del Frente de Juventudes de Falange. Por eso, no le gustó nada mi nuevo empleo. Por más que le expliqué que los tiempos habían cambiado, y que nadie me obligaría a escribir lo que yo no quisiera, nunca estuvo de acuerdo. Lo aceptó de mala gana en cuanto le dije que ese era el único empleo al que podía tener acceso con el uniforme de soldado. Tendría que esconder, como casi siempre, mis ideas políticas. Eso sí, sin dejar todo el peso de nuestros gastos sobre los ingresos de Ana como secretaria en Sofico. Además, Ana presentía que su empleo no iba a durar mucho. Los clientes ingleses reclamaban la rentabilidad de su inversión, y temían perderlo todo.

A pesar de las razones que di a mi padre, a mí me dio un no sé qué cuando crucé el umbral del Edificio Arriba. Tenía diez o doce pisos, en el Paseo del Generalísimo, frente a la Ciudad Deportiva del Real Madrid, donde hoy se alzan las torres de Florentino. En su fachada de ladrillo rojo visto colgaban el yugo y las flechas, el símbolo de Falange, de tamaño descomunal. Las flechas debían de medir más de cinco metros.

Pregunté por Melchor Sainz Pardo, mi compañero de la Escuela de Periodismo, que trabajaba en la Agencia PYRESA (Prensa y Radio del Movimiento, S.A.). Le impresionó mi traje militar de paseo, el correaje y la gorra de plato con visera de charol. Parecía un oficial. Me presentó al camarada Vicente Cebrián, director de la Agencia y anterior director del diario Arriba. Era un hombre alto, con un gran bigote, y de aspecto distinguido. Muy comprensivo con mi uniforme. Me recibió con gran cortesía, que mantuvimos mutuamente durante muchos años, y me contrató casi en el acto.

Salí muy contento de su despacho. Al día siguiente debía rellenar los papeles para darme de alta en la nómina y en la Seguridad Social, y empezar a trabajar en la agencia oficial de noticias de Franco.

Melchor me llevó a la cafetería del edificio, compartida con el Diario Arriba, varios semanarios también de Falange, y otros servicios de prensa del Movimiento. Allí me encontré por casualidad con Enrique Vázquez y Vicente de Luis Botín. ¡Vaya susto! Dos rojos perdidos, desde mis tiempos universitarios, emboscados en la cueva de los fascistas. Otra vez, juntos, pero no revueltos, como en mi Colegio Mayor. Nos saludamos efusivamente y comentamos mi incorporación inmediata a Pyresa. Les comenté el motivo de mi visita. Enrique Vázquez me interrumpió:

– “De eso, nada. Tú tienes que incorporarte, sí, pero al diario Arriba, en la planta debajo de Pyresa, donde soy el jefe de la Sección Internacional. Te necesitamos. Déjalo de mi cuenta. No te muevas de aquí”.

Melchor y yo no sabíamos qué decir. Enrique salió disparado hacia el despacho de su director, Jaime Campmany, un falangista murciano, camisa vieja, que estaba evolucionando hacia posiciones aperturistas del Régimen. Llevaba apenas un año de director, y ya había contratado a varios redactores izquierdistas para darle un tinte moderado al diario oficial del franquismo que había sido filo nazi hasta muy recientemente.

Después de la “Primavera de Praga”, brutalmente frustrada por los tanques soviéticos en el verano del 68, los cambios operados en la primavera de 1971 en el seno del diario Arriba, el órgano de Falange Española fundado por José Antonio Primo de Rivera, merecieron el nombre de la “Primavera de Campmany”.

Ese mismo día, cambié dos veces de empleo. Al camarada Campmany también le gustó mi traje militar de paseo. Tras chocar la mano, sin saludo brazo en alto como me había ocurrido más de una vez en el SUT, me dijo:

“Según Enrique, hablas francés e inglés, justo lo que necesitamos en esta nueva etapa de apertura del diario y de toda España al mundo exterior”.

Apenas pude responder:

“Francés, bien, pero inglés, un poco”.

Enrique me cortó:

– “No le hagas caso. Lo sé. José Antonio es muy modesto. Ha vivido en Estados Unidos antes de la mili, y su mujer es de Boston”.

Solo dije que me sentía mal por abandonar a Vicente Cebrián para quien iba a comenzar a trabajar al día siguiente. Campmany me replicó:

– “Eso no es problema; aquí somos una familia. Yo me encargo de hablar con él”.

Volvimos a subir a la cafetería compartida para celebrar mi segundo empleo en un mismo día. Pronto se sumaron Melchor Sainz Pardo y Vicente Cebrián. Este último me dio una palmada amistosa en la espalda al tiempo que me decía:

– “Traidor, menudo traidor”.

Sonreía. Por eso, no enrojecí de vergüenza. Volví a encontrarme con él muchas veces en mi carrera profesional. Era un caballero. Siempre recordó aquella “traición” con la misma sonrisa. Incluso a su hijo, Juan Luis Cebrián, el primer director de El País, quien, no obstante, me llegó a contratar cuatro veces.

Portada del diario de la Falange, Arriba, que borré de mi curriculum

Crónicas de mierda

El miedo a ser descubierto nunca me abandonó en la redacción del diario de la Falange. Me maravillaba cómo se comportaban mi jefe y mis colegas de la Sección Internacional. Aquello parecía Versalles. Nunca se discutía de política. Cada uno iba a lo suyo. Una célula de orientación comunista conviviendo con los restos del franquismo más rancio. Increíble, casi surrealista, pero cierto. Otra vez, como en mi Colegio Mayor del SEU donde acumulé experiencia en el arte de fingir.

En ese ambiente anti comunista y anti ateo, Campmany había metido a varios filocomunistas, probadamente ateos, en su propia redacción. Dio un paso más. Permitió el estreno, casi clandestino, de la película “Canciones para después de una guerra”, de Basilio Martín Patino, en la sala privada de cine del Edificio Arriba. Basilio quería sumar apoyos del Régimen para que levantaran la prohibición que pesaba sobre su obra. Era una recopilación de canciones e imágenes de la sociedad española durante la postguerra.

Todos los izquierdistas asistimos al estreno con el ánimo de aplaudir. Un buen número de franquistas también acudieron con el ánimo de abuchear la película. Estos no esperaron hasta el final para mostrar su claro repudio. Durante la proyección, se produjeron varios gritos en la oscuridad contra el director y su obra. Escuché gritos de “falso”, “mentira”, “qué cabronada”. Me asusté. Detrás de mí estaba sentado un colega de mi sección que gritó más fuerte que nadie: “Esta película es una hijoputez”. Nadie aplaudió al terminar la cinta. Rodeamos y acompañamos a Basilio hasta la puerta de salida del Arriba para evitar altercados contra él.

Conocíamos el carácter violento de algunos falangistas. Formaba parte de su cultura. Unos viejos, inspirados por los ataques de los nazis a las tiendas judías, presumieron abiertamente del asalto de los falangistas contra los almacenes SEPU, durante la República, por ser judíos que supuestamente explotaban a los empleados españoles.

En la Hemeroteca pudimos ver la portada de nuestro periódico del 30 de abril de 1945, el mismo día que Hitler se había suicidado. No mencionaba la muerte del dictador nazi. Este era su titular: “Europa tributa honores a su excelso hijo: Adolf Hitler”. Esas eran las raíces del diario donde conseguí mi primer empleo de redactor en plantilla con 13.000 pesetas al mes (aproximadamente un poco más de 2.000 euros de hoy, ajustada la inflación). Nuestro subdirector, Antonio Izquierdo, que luego dirigió El Alcázar, diario golpista de extrema derecha, solía poner su pistola sobre su escritorio.

Para dibujar el ambiente de falso compañerismo que reinaba en el diario Arriba, no puedo olvidar las crónicas de nuestro compañero de sección Vicente de Luis Botín, claramente izquierdista. Campmany le envió a cubrir las elecciones municipales de Chile en aquella primavera de 1971. Eran la prueba de fuego del presidente Salvador Allende, elegido en 1970, para avanzar en su “vía democrática hacia el socialismo”.

Yo era el encargado de recoger las tomas del télex o del teletipo de Efe por donde él enviaba sus textos. Corregía sus crónicas, las titulaba, y escribía el sumario lo más neutral posible. Al día siguiente, encontraba sobre mi mesa un sobre cerrado a nombre de Vicente de Luis Botín. Cada día se repetía la misma operación. Al cabo de varios días, el olor de los sobres acumulados sobre mi mesa a nombre de nuestro corresponsal en Chile se empezó a hacer insoportable. Se lo comenté por télex y Vicente me autorizó a abrir los sobres a su nombre.

Una desagradable sorpresa. Cada sobre contenía el recorte de una crónica suya de las elecciones en Chile llena de mierda. Se habían ido limpiando el culo con las crónicas de Botín sobre los avances del socialista Salvador Allende en las elecciones municipales. Valga como muestra del ambiente de compañerismo extravagante que respirábamos en el órgano doctrinal del franquismo.

               

Una oferta que no pude rechazar

Capítulo 25

En mi periódico había un cóctel ideológico surrealista. Dos mundos totalmente opuestos, el fascista y el comunista, se cruzaban por nuestra redacción con rumbos opuestos. A veces, a la deriva y con riesgo de colisión. En cuanto saltara por los aires el tapón biológico de los falangistas y otros ex combatientes del franquismo, la prensa caería, como una pera madura, en manos de mi generación. “¡Qué oportunidad!”, llegué a pensar entonces.

El vacío periodístico que hubo durante 40 años sin libertad lo pudimos llenar en el declive de la Dictadura. Debo reconocer que, desde el punto de vista laboral, los periodistas de mi generación lo tuvimos más fácil que los que vinieron después. Fuimos un tapón para los jóvenes que quisieron seguir nuestros pasos. Debemos mucho a aquella oportunidad histórica irrepetible. Por eso, no deberíamos presumir tanto de lo que hicimos por la libertad de prensa. Por lo menos, en mi caso, yo sé por qué lo digo. Con lo que me gusta presumir, tantas veces sin razón, tengo que reconocer que, sin mucho mérito por nuestra parte, estuvimos en el lugar oportuno y aprovechamos la ocasión. Nacimos de pie. Aunque, no siempre. Íbamos en una montaña rusa.

Otra vez, como en el semanario Don Quijote o en el diario Nivel, la dura realidad se impuso de nuevo sobre mis sueños de un futuro en libertad. La “Primavera de Campmany”, una mini revolución desde arriba, fue aplastada de pronto sin necesidad de tanques, como ocurrió en 1968 con la “Primavera de Praga”. Torcuato Fernández Miranda, que defendía la apertura casi democrática del franquismo, perdió su batalla a favor de legalizar las “asociaciones políticas” y cesó a Campmany.

Cuenta la leyenda que Franco le dijo:

– “O esas asociaciones son partidos o no son nada. Y, mientras yo viva, en España no habrá partidos políticos”.

El vicepresidente Carrero Blanco tomó nota, y le ganó esa batalla a Torcuato. Lo que son las cosas. Dos años y pico después, Carrero sufrió un atentado terrorista de ETA, y voló por los aires. Torcuato le sustituyó como presidente en funciones, y ayudó a poner al Rey en el trono y a Suárez en el Gobierno. Carrero ganó aquella batalla contra Campmany. Torcuato ganó la guerra.

La iglesia que no se quemó tres veces

Prácticamente liberados de los servicios de armas, incluso de los desfiles, el director comercial de “Cornetín” y yo vivíamos en el mejor de los mundos. Pensé que sería posible volver a colaborar con Ricardo Blasco, Fernández de la Torre o Esteban Madruga en algunos episodios de la serie de TVE “España, siglo XX” aún sin concluir.

A petición mía, Sol Nogueras, mi compañera de Hispania Press, había ocupado mi puesto durante mi viaje a Estados Unidos y mi servicio militar. El jefe de producción me dijo que podía sumarme al equipo sin desplazar a Sol. Se trataba de una colaboración eventual para la coordinación de los guiones con el montaje final, compatible con la mili y con el Arriba. Ese dinero extra no me vendría mal. Todo aprovecha para el convento. Además, aterrizaba de nuevo en Televisión. Allí podría encontrar oportunidades para poder dejar algún día el diario franquista, una experiencia enriquecedora que, en poco tiempo, tanto me había decepcionado.

Al cabo de más de un año de ausencia de la serie, noté un ambiente distinto. Los primeros episodios de la II República tropezaron con la censura. El franquismo no estaba dispuesto a que se emitieran, por ejemplo, las imágenes de la explosión de alegría callejera causada por el fin de la monarquía de Alfonso XIII. La feliz algarabía callejera con que una mayoría de españoles recibió la proclamación de la República, que Franco había destruido con su golpe de Estado, no era bien vista por los responsables de la serie.

Las imágenes de esa muchedumbre celebrando pacíficamente el cambio político en la Puerta del Sol eran un bofetón a los golpistas que ganaron la guerra civil. Hubo que rehacer muchos episodios. Me dijeron, y no me cuesta creerlo, que el propio Franco, gran amante del cine y de la televisión, intervino en la censura de algunos episodios. El Caudillo hizo algunas recomendaciones que nadie se atrevió a ignorar.

Para resolver los conflictos que planteaba la falsificación de la historia, TVE, bajo las directrices del Opus Dei triunfante, contrató al profesor Vicente Cacho Viu como asesor histórico de la serie. Un tipo interesante. Nada tonto. Leí su obra principal, voluminosa y perspicaz, sobre “La Institución Libre de Enseñanza” (ILE), a cuyo consejo editorial pertenezco ahora.

En agosto y septiembre de 1971, mi trabajo en Arriba se hizo bastante incómodo, por decirlo con palabras suaves. También en la serie “España, siglo XX”. Me llevaba bien con el profesor Cacho Viu. Dijo que, debido a mi juventud, comprendía mi intransigencia al negarme a incluir en episodios de mayo de 1931 imágenes filmadas de una iglesia ardiendo que ambos sabíamos que correspondían a junio de 1936, cuatro meses después de las elecciones que ganó el Frente Popular. Su teoría se basaba en aceptar un mal menor (imágenes repetidas fuera de su fecha real) para conseguir un bien superior (la continuidad de toda la serie, tan educativa). Otra vez, frente al eterno dilema moral: ¿el fin justifica los medios? Ese falso dilema siempre me pareció una coartada cínica.

Las imágenes filmadas de la quema de una iglesia, las únicas que teníamos a mano, se reproducían, una y otra vez, en varios episodios de distintas fechas para justificar y hacer verosímiles los desórdenes anticlericales y la violencia a que obligaba el guion autorizado. Les dije que no teníamos disponible ninguna imagen filmada de la quema de iglesias y conventos de mayo de 1931. Solo teníamos las de junio de 1936. Era una serie documental, no de ficción. Perderíamos credibilidad. Deberíamos recurrir solo a las fotos que publicó la prensa de la época.

Algunos colegas me recordaron a mi madre. Uno de ellos citó una de sus frases favoritas:

– “No está el horno para bollos”.

Todos tenían familia y ese era su único empleo. Yo tenía otro empleo, y ningún hijo que alimentar. Además, Ana me cubría las espaldas con su sueldo. Los comprendí y lamenté mi chulería. El historiador, el director y el productor entendieron y aceptaron la posición oficial. Según ellos, las instrucciones procedían “nada menos que de El Pardo”.

El incidente quedó reducido a una carta mía, muy educada, ingenua quizás, no exenta de cierta soberbia juvenil, dirigida a Vicente Cacho Viu, mi superior inmediato. En ella, le comunicaba mi dimisión “irrevocable” como ayudante suyo en “España, siglo XX” “por razones morales”. No sé si fui ingenuo, pedante, petulante o, simplemente, impulsivo. O las cuatro cosas, a la vez.

 Una revista como “The Economist”

Entre tanto, Ana y yo estábamos preparados para dejar Sofico y el diario Arriba. Conectamos de nuevo con Heriberto Quesada y Alfonso S. Palomares, los dueños de la Agencia de Prensa Delfos, con quienes ya habíamos colaborado con cierto éxito no solo con reportajes del corazón. Ellos habían vendido muy bien, por ejemplo, la entrevista que hicimos a Pablo Casals. Nos recibieron con los brazos abiertos.

A los pocos días, Heriberto me invitó a comer cerca de su oficina de la calle Alcántara. Acudí de paisano, como si ya estuviera licenciado. Intentó quitarme de la cabeza la idea que teníamos de emigrar. Dijo tener un proyecto hecho a mi medida: periodista con base económica. “Un semanario para la democracia”, me dijo. No le creí. Había visto nacer y morir, en cuestión de semanas, varios proyectos semejantes. “Cosas de aficionados”, pensé, con mi ya larga experiencia en fracasos profesionales de ese tipo. Me creía un experto en detectar sueños imposibles.

No me convenció. No obstante, acepté visitar, de su parte, a Juan Tomás Salas. Era un abogado que quería lanzar una revista, según me dijo, como “The Economist”. Necesitaba a un profesional que tuviera conocimientos de Economía. Además, era indispensable que tuviera el carnet y el correspondiente número en el Registro Oficial de Periodistas del Ministerio de Información para registrarle como responsable del contenido. Ese número, que Juan T. Salas no poseía, era imprescindible para obtener el permiso del Gobierno. Le habían hablado de mí, y quería conocerme.

El piso viejo de la calle García de Paredes no tenía nada que ver con las oficinas modernas de Ana en Sofico. El ascensor parecía inseguro. La escalera olía a cocido rancio. Alicia Fernández, una joven muy simpática, me abrió la puerta. Luego comprobé que era la secretaria del jefe, telefonista y encargada de resolver todo tipo de problemas. Acabó mandando mucho en aquel proyecto. Casi medio siglo después, la seguí admirando. Falleció prematuramente hace cuatro años. Buena amiga.

Salas me recibió efusivamente. Casi me abraza sin conocerme. Luego comprobé que lo hacía con frecuencia, indiscriminadamente. Parecía muy simpático. De buena familia, desde luego. Tenía risa fácil y carcajadas ruidosas. Me habló con mucha franqueza, lo que agradecí. Más o menos, lo que ya sabía. Me preguntó un poco por mi vida. Intercambiamos varias risas. Me dijo:

– “Heriberto no trabajará aquí, pero es de confianza y, de momento, aparecerá en la mancheta como director. Me dice que eres el mejor para el puesto de redactor jefe. Le creo. Te necesitamos ya mismo como director en funciones. Para serte sincero, lo que más necesitamos es tu carnet oficial de periodista, para poder inscribir el semanario en el Registro del Ministerio, y a ti, como responsable oficial del contenido de cara al Gobierno. Queremos salir cuanto antes”.

Todo iba demasiado rápido. Él llevaba mucho tiempo fuera de España (Colombia, Francia, Inglaterra) y apenas conocía periodistas. Se fiaba de Heriberto, pues venía de la mano de Luis González Seara, presidente de la editora IMPULSA, un hombre próximo al ex ministro Fraga. Los tres, gallegos.

Mientras decidíamos si emigrábamos o no a Améríca Latina, Juan Tomás y Heriberto me pidieron que les ayudara a avanzar con el proyecto, al menos para darle cuerpo al número 1, como colaborador eventual sin compromiso. Tenían mucha prisa. Me pagarían 22.000 pesetas al mes, 9.000 más que en el diario Arriba. Ese disparo de 22.000 pesetas, y en nómina cuando quisiera, me hizo tambalear. No me derribó.

Portada del primer número del semanario Cambio 16, noviembre de 1971

Al día siguiente, por si acaso, anuncié a Su Excelencia, mi teniente coronel, que la revista “Cornetín” ya estaba en el horno, lista para ser impresa “cuando Vuecencia me dé la orden”. Le mostré las pruebas completas de imprenta. La mayoría de las páginas ya las conocía. La portada le encantó. Una gran foto, a toda página, de la entrada principal del Ministerio con un soldado de los nuestros de guardia a cada lado de la puerta. Quedó muy satisfecho. Con una amplia sonrisa me dio la orden. Me dijo:

– “Al ataque”.

En unos pocos días, creo que coincidió con el 1 de octubre, fiesta del Caudillo, tuvimos los primeros ejemplares impresos en máquina plana. Mi capitán fue el primero en verlos. A la vez, le entregué las cuentas equilibradas de gastos e ingresos. Lo comido por lo servido. Me dio una palmada en la espalda:

– “Tenías razón, muchacho, aquí está “Cornetín” y sin costar ni un duro al Ejército”.

Con unos cuantos ejemplares en la mano, se fue directo al despacho del jefe laureado del Batallón de Infantería del Ministerio, teniente coronel Alemán, al que pertenecía mi compañía de honores. Le seguí hasta la puerta. Tardaba mucho en salir. Me empecé a preocupar. Se nos podía haber escapado alguna errata grave de imprenta. El caso es que, unos días antes, habíamos revisado juntos todas las páginas y les había dado el visto bueno. El miedo recorría todo mi cuerpo. Mi capitán tardaba mucho en salir. ¡Qué nervios!

La puerta se abrió y vi de lejos la sonrisa de Su Excelencia. ¡Qué alivio! Con el Ejército nunca se sabe. Como de costumbre:

– “¿Da Vuecencia su permiso?”

Me hizo un gesto amable y entré. Me recibió con estas palabras:

– “Enhorabuena, soldado. Te felicito. Has superado a Jesús Hermida, el último responsable de “Cornetín”. Gracias a los anuncios y al poco coste de fabricación, has sentado un buen precedente para que este proyecto benemérito no vuelva a morir. Lo prometido es deuda. He dado la orden a tu capitán para que te conceda permiso indefinido hasta la fecha oficial de tu licenciamiento del Ejército. Ha sido un placer tenerte a mis órdenes. Buena suerte en el periodismo. Y cuídame la guerra de África en Televisión Española. Soldado, puedes retirarte”.

¡Menudo parlamento! Solo pude balbucear un tímido:

– “Gracias, Vuecencia. Con su permiso, Vuecencia”.

Salí de ahí como pude. Caminando hacia atrás. Me temblaban las piernas.

Portada de la revista Cornetín (gratis) del ministerio del Ejército.

Al día siguiente, de paisano permanente, acepté la oferta de Juan Tomás Salas como “director en funciones” de un nuevo semanario de economía que se llamaría, según me dijo entonces, “Cambio 16”. El Registro de marcas había rechazado el nombre de “Cambio” por ser demasiado genérico.

Con el número 16 incorporado a la palabra Cambio, un nombre nada genérico, la marca fue aceptada por el Registro de la Propiedad. “¿Por qué 16?”, pregunté. Salas respondió:

– “Esos 16 son los socios fundadores de IMPULSA. Ya los irás conociendo”.

Firmé un precontrato. Salas se levantó y, entonces sí, me dio un gran abrazo. Luego dio una voz:

– “¡Manolo!”.

Allí se presentó Manolo, el único redactor de aquella empresa. Ya éramos cuatro para, armados de palabras, acabar pacíficamente con la Dictadura de Franco: Juan Tomás Salas, Alicia Fernández, Manolo Saco y yo. Por favor, que nadie se ría: aunque os parezca un poco pretencioso, ese era nuestro objetivo. Al día siguiente, me presentaría a varios accionistas de esos 16 que acudirían a la primera reunión editorial en toda regla.

Manolo y yo salimos a tomar juntos, en el bar de la esquina, la primera copa. En este punto, importante en mi vida, sólo puedo copiar a un clásico: fue el comienzo de una hermosa amistad. Al cabo de cincuenta años, sigo llamándole Mozart y yo mantengo para mí, a su lado, en un arranque inaudito de modestia, el nombre de Salieri.

En mayo de 2019, Ana y yo celebramos en su casa gallega nuestras bodas de oro. Con eso está todo dicho. Y recordamos, al borde de las lágrimas, el segundo aniversario de la muerte de su esposa, nuestra Alicia Fernández, fundadora, junto con nosotros, de Cambio 16, un embrión glorioso (sí, sí, glorioso, y me quedo corto) de la prensa libre en plena Dictadura.