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Un selfie de Manuel Saco con Ramón Lobo

Le acabo de pedir a mi amigo Manolo Saco que guarde algún párrafo de la despedida de su hermano adoptivo Ramón Lobo (que copio y pego, a continuación) para que lo repita en mi obituario.

El último selfie de Manolo Saco con su hermano Ramón Lobo.

Nuestro Ramón tenía dos familias, la biológica y la adoptiva. En una de sus obras (no recuerdo si fue en «Todos náufragos» o en «La ciudades evanescentes»), Lobo le dice a su madre que va a visitar a su hermano Manolo a Ourense. La madre, ya muy mayor, le replica: «No sabía que tú tuvieras un hermano».  El hijo se lo explica así a su madre: «Mamá, yo tengo dos familias, una biológica y otra adoptiva. Y tú estás en las dos».  Ese es mi Ramón. El que se fue «por una senda clara» marcándonos un camino de esperanza. Adiós, querido Ramón. Me quedo con tu hermano Manolo a quien, por admiración y envidia (no sé en qué orden) yo llamo Mozart. Él me llama a mí Salieri. Y no le falta razón.

Con permiso de Manolo Saco y de Ignacio Escolar, director de eldiario.es, copio y pego a continuación, en mi blog de 20minutos.es, el obituario emocionante que Saco ha dedicado a su hermano Lobo.

eldiario.es

Un selfi con Ramón Lobo

Selfi de despedida del periodista Manuel Saco con Ramón Lobo el 29 de julio
6 de agosto de 2023 22:21h
Actualizado el 07/08/2023 05:30h

Creo que ya todos lo sabéis: desde el miércoles 2 de agosto, el mundo es un poco peor. Al filo de la medianoche de ese día, se dejaba morir el periodista Ramón Lobo, mi hermano del alma. Se iba feliz, amarrado a un respirador y un gotero, meciéndose tranquilo en un mar de endorfinas que aliviaban su marcha hacia el paraíso de los ateos. El único cierto, donde no te espera ningún dios bárbaro y vengativo para ajustar cuentas.

Dos días antes de su marcha, a modo de despedida, quiso que nos encerráramos a solas en su casa durante más de dos horas, para consolarnos el uno al otro. Él, en verdad, no pedía consuelo, pero intuía que los amigos como yo necesitábamos el último aliento de su voz, el guiño cómplice de sus ojos claros, como provisión para seguir viviendo sin él. En un trance tan definitivo, sus palabras adquirían un valor doble.

Los amigos éramos su familia elegida. Y en ella me tocó ser su hermano mayor. Horas antes del encuentro, me preguntaba cómo afrontar la conversación con un condenado a muerte, sin caer en los tópicos o en la lágrima traicionera, cómo elegir las palabras exactas que estuviesen a la altura de la gravedad del momento y que sirviesen de bálsamo para ambos a un tiempo. Sobre todo para mí.

Con Ramón Lobo resultó muy fácil. Había visto la muerte tan de cerca en los combates de los que fue testigo como corresponsal de guerra, que me describía esta batalla suya, definitiva, como el observador que toma nota y que ya apenas puede hacer nada por solucionarlo. Y allí me encontraba yo, hablando con él de nuestras vidas y nuestras muertes, sin desazón, como dos profesionales con las piernas colgando al borde del precipicio, que se podían permitir perder el escaso tiempo que les quedaba.

Nos hicimos un selfi de despedida, y con el aliento que le proporcionaba el oxígeno enchufado a su nariz, tuvo fuerzas y humor para sonreír, al tiempo que hacía el signo de la victoria con dos dedos de su mano izquierda. Solo un tipo como él es capaz de invocar la victoria cuatro días antes de enfrentarse al pelotón de la muerte. “Por cierto, no publiques esta foto antes de que me haya ido”, me advirtió a continuación, como una última lección de ética periodística. Pensaba guardarla para mí, por pudor, pero creo que acababa de insinuarme que debía darla a conocer, como una lección de cómo hay que irse de este mundo, con elegancia, sin pataletas, agradecido a la vida y mofándose de la muerte.

Por mor de suavizar el trance, le recordé una de mis sentencias favoritas: “He decidido no ir a los entierros de mis amigos porque sé que ellos ya no vendrán al mío”. Se rio con un golpe de tos, y apenas me oyó aclarar a continuación que con él iba a hacer una excepción, porque, más que un amigo, era un hermano, y que entendía sus disculpas. Nunca hagáis el intento de sonsacarle una sonrisa o una carcajada a un condenado a muerte: os advierto que Ramón Lobo era único en su especie.

Hablamos de sus dos gatos, su familia más cercana, su compañía fiel, extrañamente mimosos, arremolinados a nuestro lado como si supiesen que algo grave ocurría en aquel trance. Y repasamos con la mirada su biblioteca, los recuerdos de sus viajes, los cuadros clavados en las paredes… Y le recordé el poema de José María Valverde, la Elegía para mi muerte, en el que vaticinaba: “Se quedarán mis cosas sin mí desconcertadas”. Y abrió los ojos como platos mirando en derredor, al tiempo que me pedía que se los enviase por WhatsApp, porque estaba rematando el último capítulo del libro que tenía entre manos.

Esto ocurría a las 18:42 del sábado 29 de julio. Moría cuatro días después. No sé si le faltó tiempo, porque escribir el último capítulo de un libro cuando estás en el último capítulo de tu vida me parece toda una proeza. La muerte fue para ambos un tema recurrente desde que nos hicimos hermanos, hace de esto 34 años. Él la había visto de cerca decenas de veces, y sabíamos que hablar de ella era la receta mejor para aventar el miedo. Estaba preparado. Solo le asustaba el dolor… y la alegría que le damos a los enemigos con nuestra muerte.

Cuenta María, su viuda, que cuando los médicos de paliativos le preguntaron cómo quería morir, Ramón demostró que tantos años de preparación habían servido para morir con dignidad. “Al final -les dijo- no soy un impostor”.

Y se fue. Sin más.

 

Mi libro, en la Feria de Madrid (caseta 82 de Marcial Pons)

Os parecerá mentira, pero hace unos días cobré los primeros derechos por la venta de mi libro «La prensa libre no fue un regalo. Cómo se gestó la Transición». Sorpresa mayúscula. Había olvidado que no escribí mis memorias personales y periodísticas por dinero. Lo hice, naturalmente, por vanidad. Quizás, también, para que algunos me conozcan un poco mejor y, aun así, me quieran.

Mi libro en la caseta 82 de Marcial Pons en la Feria de Madrid. En primera fila …y a la vista.

El caso es que hoy he recibido una foto que han hecho unos amigos de la caseta 82 de Marcial Pons en la Feria del Libro de Madrid y ahí están mis memorias. En primera fila y a la vista.

Caseta 82 de la Feria del Libro de Madrid. Muy recomendable. Claro que no soy objetivo…

Me dice mi librero favorito que la venta no ha ido mal y que ya quedan pocos ejemplares para saltar a la segunda edición. Aún estás a tiempo de hacerte con un ejemplar de la primera edición. Quedan pocos.

Portada de mi último libro

Empezamos por llenar de amigos y presuntos lectores el salón principal del Ateneo de Madrid (la Cátedra Mayor) en otoño. Presentación emocionante con el teniente general Andrés Cassinello, mi compadre Joaquín Estefanía, y mis amigos Manuel Saco, Nativel Preciado y Antonio Cantón. Así fue mi puesta de largo en el Ateneo.

Del Ateneo de Madrid pasé al Teatro Apolo de Almería donde actué de niño. ¡Cuántos abrazos de amigos de toda la vida en mi tierra!

Y, por fin, salió una crítica en Babelia de El Pais, mi diario de toda la vida. Y hasta fui invitado por el gran Javier del Pino para hablar de mi libro un buen rato en «A vivir que son dos días». 

El no va más fue hablar de mi libro en Radio Clásica, mi emisora favorita, en un programa sensacional con Clara Corrales y Martín Llade. Casi me arranco a cantar una copla de las de mi madre. Y en Radio Nacional de España con mi paisano Carlos Santos.

En la Casa de Vacas del parque del Retiro de Madrid, el mes pasado presentamos mi libro con mi admirado amigo José María Pérez, Peridis, de maestro de ceremonias. Luego me fui a Ourense y volví a hablar del libro con mi amigo Manuel Saco (autor del preámbulo) y seguí con mi «book tour» con los alumnos de Periodismo de la Facultad de Ciencias de la Información. 

La «noche de los libros», víspera del Día del Libro, la dedicamos en Marcial Pons a «La prensa libre no fue un regalo» con tres colegas brillantes. Como veis, no paro. No sé si se ha vendido bien mi libro por su calidad e interés o por la lata que doy con tantas presentaciones. Ya me conocéis. Agitación y propaganda («agitprop») a tope.

Estoy muy contento por haberlo escrito, como si fuera libre, en pleno confinamiento. Me quité un peso de encima. Además, me pagan por ello y no me rebajan la pensión.

Seguramente, la publicación de mi libro de memorias periodísticas contribuyó a que mis colegas de la Asociación de la Prensa de Madrid me concedieran el mejor galardón que pueda concebir: el Premio de Honor de la APM a toda una vida dedicado al Periodismo.

¿Qué mas puede pedir un abuelo jubilado como yo? Si lo llego a saber, lo hubiera escrito y publicado mucho antes.

 

 

 

 

 

Para no olvidar a los caídos, hoy es el día mundial de la libertad de prensa

Hoy es, según la UNESCO, el Día mundial de la Libertad de Prensa. Una ocasión especial para honrar y recordar a nuestros colegas, que caen muertos o son heridos, secuestrados, encarcelados y perseguidos por defender la libertad de prensa, por publicar algo que alguien no quiere que se publique. Se trata de la libertad, tantas veces pisoteada, de poder contar lo que pasa. Es un derecho de todos los seres humanos, no solo de los periodistas.

Cartel de la UNESCO

Con mi libro reciente («La prensa libre no fue un regalo»), escrito durante la pandemia, yo pongo mi granito de arena en favor de la libertad de prensa. Me costó revelar situaciones dolorosas sufridas durante la Dictadura. Lo escribí por mis hijos y nietos. Me alegro de haberlo hecho.  Puede ser un buen regalo para los jóvenes que tuvieron la suerte de no sufrir la falta de libertad durante la Dictadura.
La libertad de prensa siempre está en peligro. Hay que defenderla en posición de alerta permanente. La libertad, como el oxígeno, solo la notas cuando te falta. Luchemos por ella. No nos tocó en una tómbola.

Mi artículo sobre la purga de moderados en la Guardia Civil franquista que provocó mi secuestro.

La Unión Europea se ha unido hoy a la UNESCO para recordar conjuntamente que, en la actualidad, la libertad de expresión es más crucial que nunca para todos los demás derechos humanos y contribuye decisivamente a “configurar un futuro de derechos”.

Otros tiempos que no deben repetirse.

Entrevista en La Región de Ourense

 

El miedo nos hizo demócratas. Mañana, en el Foro La Región de Ourense.

Mañana jueves pregonaré algunos secretos de mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo») en el Foro de la Región de Ourense. ¡Qué placer volver a Ourense y dar un abrazo a mi amigo Manolo Saco, casi coautor del libro y autor de su preámbulo (a favor) tan maravilloso. Para quienes no tengan la suerte de andar por tierras orensanas, les recomiendo esta entrevista que me ha hecho Sergio Conde para La Región en la que anticipo algunas notas de mi intervención y otros gajes del oficio.

Entrevista publicada por La Región de Ourense

José Antonio Martínez Soler: «El miedo permitió la construcción del 78; fue lo que nos hizo demócratas»

José Antonio Martínez Soler protagonizará el Foro del jueves.
José Antonio Martínez Soler protagonizará el Foro del jueves.

Entrevista a José Antonio Martínez Soler, periodista

José Antonio Martínez Soler es uno de los periodistas fundamentales de la Transición en España. Ahora recuerda en su último libro cuanto costó alcanzar la libertad de prensa y todo lo que sufrió para conseguirlo.

La prensa libre no fue un regalo. ¿Cuánto costó esa libertad, si es que tiene precio?

La libertad vale tanto que no le podemos poner precio. “Por ella”, decía don Quijote, “se puede y se debe aventurar la vida”. Es como el oxígeno. Lo valoras solo cuando te falta. A mí y a muchos de mi generación nos faltó. Sin buscarlo, la lucha por la prensa libre casi me cuesta la vida. Gajes del oficio.

A usted le salió  cara, hasta llegaron a secuestrarle. ¿Cómo recuerda aquel episodio?

No es algo que me guste recordar. El 2 de marzo de 1976 pensé que iba a morir. Al cabo de tantos años, y una vez que, por fin, he publicado en mis memorias los detalles del secuestro, las torturas y el fusilamiento simulado por un comando franquista de la Guardia Civil, me siento más aliviado. Lo mantuve en secreto, durante décadas, por puro miedo.

¿Cuál fue la reacción de sus colegas periodistas y del público en general después de su secuestro?

A los tres meses de la muerte de Franco, la televisión de la Dictadura, controlada por Carlos Arias, atribuyó mi secuestro a ETA. Mis colegas periodistas sospecharon que era obra de la extrema derecha y tuvieron una emocionante reacción de solidaridad. Desde el Palacio de la Prensa, salieron en manifestación por la Gran Vía de Madrid hasta que los grises los disolvieron a palos. El público apenas se enteró de lo que me había ocurrido hasta que casi todos los medios publicaron un editorial común contra mi secuestro.

¿Cómo afectó  este secuestro a su carrera posterior?

Nunca llegué a saber si lo que había sufrido me metió más miedo en el cuerpo o bien todo lo contrario. “¿Qué más me pueden hacer?”, pensé en alguna ocasión. No soy ningún valiente. Y lo que me ocurrió a mí puede ocurrirle a cualquiera, y cosas mucho peores, sin quererlo ni buscarlo. De hecho, muchos periodistas, que solo cumplen con su deber de informar, son torturados y asesinados en todo el mundo.

¿Cómo era trabajar durante el régimen franquista en España?

Nuestro objetivo era contar lo que pasaba a nuestro alrededor y la dictadura sencillamente no nos permitía hacer bien nuestro trabajo. El choque entre los periodistas demócratas con los censores del régimen franquista era constante e inevitable. Yo fui procesado muchas veces por mis noticias y mis revistas fueron confiscadas frecuentemente por la policía.

¿Cuál era la censura en el periodismo y cómo afectaba a los periodistas? ¿Cómo la sorteaban?

Para someternos a la censura previa “voluntaria”, y evitar daños mayores, yo enviaba 10 ejemplares firmados a la oficina de la censura del Ministerio de Información. Cuando el Gobierno nos daba el visto bueno, entonces podíamos distribuir los ejemplares a los quioscos. Si algo no le gustaba al censor, debíamos cortarlo. Si consideraban algo delictivo, lo enviaban a la Justicia controlada por el dictador. No había escapatoria, pero aprendimos a sortear a la censura escribiendo entre líneas, con ironía, incluso con humor. El público sabía interpretar nuestro lenguaje.

Habla también de miedo durante la Transición. ¿Era solo en el periodismo o en toda la sociedad?

La conquista paulatina y lenta de la libertad de prensa, en mayor o menor grado, no fue obra solo de los periodistas sino de todos los demócratas de España. Conquistábamos la libertad palabra a palabra. Hubo una gran complicidad entre periodistas y lectores.

¿Cómo describiría la evolución del periodismo español desde la dictadura de Franco hasta la actualidad?

El periodismo necesita la libertad para existir. Sin periodismo no hay democracia. Prensa y libre son dos palabras que tiene que estar necesariamente unidas, como en el título de mi libro. En la dictadura, nuestra profesión no se parecía en casi nada a la que practicamos ahora, con todos los defectos que queramos, en democracia. Es como pasar de la noche al día, de la oscuridad a la luz.

¿Y de la sociedad? ¿Cuánto hemos cambiado?

La sociedad española ha experimentado un cambio espectacular, a mejor. En todos los aspectos que consideremos. Hay más empatía, compasión y solidaridad, somos menos racistas, menos homófobos, más solidarios con discapacitados o enfermos mentales. No hay espacio aquí para celebrar las mejoras extraordinarias conseguidas por la sociedad española. Nuestra transición en paz de la dictadura a la democracia (creo que se hizo lo que se pudo) asombró al mundo entero y hemos sido un ejemplo a imitar. La debilidad mutua y el miedo de los franquistas (que temían la revancha de los vencidos en la guerra civil) y de los demócratas (que temíamos más represión y mano dura) permitió el gran acuerdo de la Constitución del 78, la mejor y más larga de la historia de España. El miedo nos hizo demócratas.

En otro momento importante tenía un puesto muy influyente en TVE como editor del Telediario cuando se celebró el referéndum de la OTAN. Cuenta en el libro que la campaña estuvo llena de “artimañas y chantajes sectarios”.

Pues sí. La campaña “OTAN, de entrada, NO” (y de salida tampoco) nos partió el corazón a muchos españoles, empezando por el propio Felipe González. El PSOE, entonces en el poder, hizo malabarismos al cambiar de posición. Después de ganar las elecciones del 82 con el “No a la OTAN”, nos pidió que votáramos “Sí a la OTAN”. Nuestra conciencia chirriaba, chocaba con la cultura corporativa de TVE, de las emisoras o de los diarios. Fue un cambio brutal.

¿Esa campaña de prestigio pública fue lo que le hizo votar que no a la OTAN?

Mi voto contra la OTAN obedeció a varias razones que cuento en mi libro y que son difíciles de resumir. Al poco tiempo me percaté de que me había equivocado al votar “No”. Yo estaba seguro de que ganaría el “Sí”. Por eso, me permití votar en contra. Fue un error por mi parte.

También fue pionero en matinales y debates televisivos. ¿Han perdido valor estos formatos de cara al público general?

Me encantó ser el fundador, director y presentador del “Buenos Días”, el primer informativo matinal de TVE. Por el gran equipo que pude reunir, fue uno de los trabajos más hermosos de mi vida. La televisión de hoy se parece muy poco a la de los años 80. Ahora la oferta televisiva es casi ilimitada. No hay comparación posible. Y la evolución es a mejor. Hay periodistas jóvenes espléndidos. Nosotros hacíamos periodismo de trinchera hasta que acabó la dictadura.

¿Cómo eran aquellos primeros debates y cómo son ahora? Siempre se habla de que había más respeto.

Yo creo en el progreso, aunque a veces hay marcha atrás pasajera. Por eso, no creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor que el actual. No quiero caer en la nostalgia ni en la melancolía. No había más respeto que ahora. Y ahora hay más y mejores periodistas que antes. Sobre todo, mujeres.

¿Por qué y a quién le recomendaría leer su libro?

Lo escribí durante el confinamiento por el covid pensado en mis hijos y nietos, para que no se duerman jamás si ven peligrar la libertad. No es un libro de texto para forjar periodistas, pero casi. Lo recomiendo a mis colegas jóvenes. Y a los carrozas de mi edad se verán retratados.

 

Emocionado y agradecido recibo el Premio que me dan mis colegas

Mis narcisos aún no han florecido este año, pero yo sí. Hoy recibí uno de los dos premios más importantes de mi vida: el Premio de Honor 2022 de la APM «por toda la trayectoria profesional».

Doble página del folleto de los Premios de la APM con el retrato que me hizo el gran Bernardo Pérez, compañero y amigo de muchos años en El País. (Se nota que me quiere).

Emocionado y agradecido, he recibido el reconocimiento que mis propios colegas, miembros del Jurado, han hecho de mis 54 años de periodista. El acto, iniciado con el discurso de Juan Caño, presidente de la APM,  ha sido fantástico.

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, me entregó el Premio de Honor y dio un discurso espléndido, sin un papel, en favor de la libertad de expresión.

El otro premio, como «mejor profesor», me lo concedió hace décadas el tribunal más duro que pueda imaginarse: el de mis alumnos de Economía Aplicada. Colegas, que son maestros consagrados, y alumnos universitarios que votaron a mi favor, sin haber presentado yo mi candidatura, me han hecho muy feliz.

Portada del libro (editado por Marcial Pons) que tanto ayudó a convencer al Jurado de la APM para que votaran a mi favor.

Esto es parte de lo que mis hijos, que conocen mis debilidades, llaman «vanity tour», que comenzó con la publicación reciente de mis memorias periodísticas («La prensa libre no fue un regalo»), la presentación del libro en el Ateneo de Madrid, en el Teatro Apolo de Almería y seguirá, pronto, en el Foro de La Región en Ourense y Vigo…

Con Karmentxu Marín (de Doblón y El País) y Miguel Ángel Noceda (de La Gaceta de los Negocios y El País), miembros del Jurado de la APM.

Este libro, leído por dos amigos muy queridos, miembros del Jurado de la APM, ha sido clave, a mi juicio, para la obtención del Premio de Honor «por toda una vida de periodista» frente a otros candidatos, mejores que yo, que aún no han publicado sus memorias. Les animo a que lo hagan en cuanto se jubilen. Yo aproveché el confinamiento por el Covid para contar mi vida. Me alegro de haberlo hecho.

Con los demás premiados: Nieves Herrero, Laura de Chiclana, Luis de Vega y Félix Madero.

La Asociación de la Prensa de Madrid ha premiado también a otros notables colegas, más jóvenes que yo, que siguen triunfando en activo: Nieves Herrero, Laura de Chiclana, Luis de Vega y Félix Madero.

Dos de los premiados (Laura y Luis) han ganado el reconocimiento del Jurado por su cobertura, arriesgada y valiente, de la invasión ilegal rusa de Ucrania. El embajador de Kiev en España agradeció el trabajo de la prensa para contar la verdad de esta guerra tan bárbara. Y el acto concluyó con la actuación, emocionante, del coro infantil ucraniano en Madrid.

Coro de niños de Ucrania.

La dulzura de sus voces (niños desde 5 años años hasta adolescentes) contrastaba con la dureza de las imágenes que nos llegan de su patria herida por los crímenes de un dictador como Putin. Compatriotas de estos niños cantores mueren a diario violentamente en su patria. Imposible no cruzar canciones y sonrisas tan dulces con imágenes tan terribles y profundamente tristes de la guerra. ¡Es bárbara la guerra!

Texto de mi página en el folleto de la APM repartido en el acto de hoy en el Centro Cultural Conde Duque

Mi hija, Andrea Martínez Westley, acudió a darme su abrazo. Gracias, princesa. Erik y David estaban fuera de Madrid.

Con Andrea Martínez Westley. ¡Qué más puedo pedir!