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El Rey cita a Azaña en el Ateneo. «¡Qué menos!», me dice

¡Feliz Bicentenario, Ateneo! Con el espíritu liberal de la Constitución de 1812 («La Pepa»), el Ateneo fue fundado en 1820. La pandemia nos impidió celebrarlo en 2020. Hoy, en cambio, ha tenido un arranque emocionante ya que en 1823, hace justo 200 años, Fernando VII, el rey felón, antepasado de Felipe VI, lo cerró, recuperó la Inquisición y persiguió a los liberales socios fundadores, muchos de los cuales huyeron al exilio para salvar su vida. El Rey actual no cito hoy al felón (un detalle) sino a Manuel Azaña, presidente del II República, y a su tatarabuela la reina Maria Cristina, quienes ocuparon la jefatura del Estado antes que él. Como republicano de corazón, me gustó el gesto. Y se lo agradecí personalmente. «¡Qué menos!», me respondió con amplia sonrisa.

El Rey («socio de cuota», dijo) compartió una copa con los ateneistas en La Cacharrería del Ateneo de Madrid.

Esperando al Rey en la venerable Cátedra Mayor del Ateneo

Me llamó la atención el cajón flamenco que había en medio del escenario. ¿Sería una invitación al Rey, tan aficionado a este instrumento?

El sabio Emilio Lledó, el ateneista vivo más antiguo (con 96 años) nos emocionó con su canto al Ateneo («mi segunda casa», dijo), a la lectura y a los libros de su biblioteca con los que él tanto ha dialogado desde que se hizo socio en 1949. El filósofo citó, cómo no, a su colega Aristóteles: «La amistad es lo más necesario de la vida». Lledó incluyó a los libros leídos entre sus amigos.

Los actores Miguel Rellán y Leire Marín (abuelo y nieta) iluminaron, con gracia y talento, el acto inaugural del Bicentenario.

Miguel Rellán, que nos ha enganchado con «Sentimos las molestias» junto a Antonio Resines, le echó un capote al Rey al cederle la palabra. Le ofreció el cajón flamenco del escenario como una oportunidad para lucirse. El actor arrancó aplausos del público y risas del monarca. El Rey le replicó:

«Me temo que voy a llevar eso para toda la vida».

No es para menos. Más risas y aplausos de los ateneistas. A eso se le llama empezar con buen pie. Equivale a la «captatio benevolencia» de los clásicos. A partir de ahí, Felipe VI pronunció un discurso cargado de valores cívicos («libertad, solidaridad e igualdad») que firmaría cualquier republicano que se precie.

Miquel Iceta, ministro de Cultura, estaba en su salsa.

A Miquel Iceta, ministro de Cultura, también le gustó el discurso real. Le pregunté si lo había escrito él. Lo negó.

Chupando cámara con los actores Miguel Rellán y Leire Marín (abuelo y nieta).

Recordé al joven Rellán cuando llegó a Madrid y empezó a colaborar con el semanario Doblón que yo dirigía entonces. ¡Qué tiempos!

Con Antonio Garrigues Walker

Cada vez que me cruzo con Antonio Garrigues Walker no puedo evitar recordar mi infancia en mi casa de La Rumina (Mojacar). Su familia veraneaba en un palacete impresionante (Marina de la Torre) al otro lado de río Aguas, muy cerca de mi casa. A escondidas, me bañaba desnudo en la balsa de los Garrigues hasta que el guarda me quitó la ropa y se la llevó a mi abuela, mientras yo escapaba en pelota picada por el río. A las niñas de la familia Garrigues (guapísimas) las llamábamos «las madrileñas». Otro ataque de nostalgia.

Bueno. Me voy a la Casa de Vacas del Retiro donde hoy predico a las 19.00h. en favor de la libertad con mi libro «La prensa libre no fue un regalo». Felipe VI se me adelantó hoy celebrando la libertad, con mucho fundamento, en el Ateneo de Madrid (donde presenté mi libro). A su antepasado, el rey felón, le habría disgustado mucho el discurso de nuestro rey constitucional. A mi gustó.

Mis colegas (aún en activo) cuchicheaban en un corrillo aparte sobre la visita del rey emérito, Juan Carlos I, a las regatas gallegas. ¡Qué diferencia! Lo siento, señor, me quedo con Felipe VI.

 

 

 

 

Los Coloraos, amparados por la Ley de Memoria Democrática

Más vale tarde que nunca. Los amigos de los Coloraos (fusilados por orden de Fernando VII en 24 de agosto de 1824) estamos de enhorabuena, tras la publicación en el BOE de la Ley de Memoria Democrática que podría proteger «lugares de memoria» dignos de recuerdo como el Pingurucho dedicado a los Mártires de la Libertad. La Voz de Almería ha publicado los detalles.

Información del La Voz de Almería sobre la declaración de los Coloraos como «lugar de memoria».

Precisamente, el pasado 18 de octubre, en la presentación de mi libro («La prensa libre no fue un regalo») en el Teatro Apolo de Almería, recibí de manos de Alfredo Sánchez, destacado activista del Bicentenario de los fusilamientos, el PIN que lo representa. Desde entonces lo llevo con orgullo en mi solapa.

Luciendo el PIN del Bicentenario de los Coloraos junto a Alfredo Sánchez.

El pasado 27 de septiembre, tras la presentación de mi libro en el Ateneo de Madrid, tuve ocasión de felicitar personalmente a Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, por haber conseguido sacar adelante una Ley que yo llamaría de «Justicia Democrática». Esa tarde también hablamos de nuestros Coloraos.

Abrazo, agradecido, a Fernando Martínez en el Ateneo de Madrid.

Cuando el actual secretario de Estado de Memoria Democrática era alcalde de Almería, a través de nuestro común amigo Miguel Naveros, me encargó que leyera el Himno de los Coloraos y un extracto de la carta que el periodista Benigno Morales redactó el 23 de agosto de 1824, víspera de su fusilamiento. Así lo hice, no sin emoción, a los pies del Pingurucho que conmemora la hazaña de nuestros Mártires de la Libertad, enemigos del absolutismo y la Inquisición impuestos por el rey felón.  Benigno Morales compuso el himno de la expedición de los Coloraos titulado «El Grito Nacional», cuyo estribillo, cantado a coro, era:

Libertad y unión: alzad, / venid, guerreros de España: / las cadenas arrojad: / ¡viva la libertad!.

Al gritar este estribillo, me estremecí de emoción y se me puso la piel de gallina.

Himno de la expedición de Los Coloraos (1824) contra la tiranía de Fernando VII

Con mi hijo David a cuestas (hace 33 años) tras el homenaje a los Coloraos.

Hacía pocos años que habíamos recuperado la libertad en España tras la muerte, en 1975, del último tirano. El Monumento a los Coloraos, destruido por la Dictadura antes de la primera visita del general Franco a la ciudad (que confundió Coloraos por Rojos), había sido reconstruido, por suscripción popular, con mármol blanco de Macael. Y ahí sigue en pie, pese a los intentos frustrados de miembros del PP que quieren retirarlo de la Plaza Vieja (hoy de la Constitución), donde está ubicado, y trasladarlo a otro sitio menos relevante. No lo conseguirán. El recuerdo de estos Mártires está muy asentado entre los almerienses amigos de la Libertad. Estoy convencido de que en el PP abundan también los amigos de la Libertad que no comparten la manía que algunos alcaldes y concejales de su partido tienen contra el Pingurucho de los Coloraos y su actual localización.

El 24 de agosto de 2024 se cumplirán los 200 años del fusilamiento de los Coloraos. Y el Pingurucho seguirá en su sitio. Allí estaremos.

¡Vivan los Coloraos!

 

Emocionado al presentar mi libro en campo propio

Hacía tiempo que no pisaba Almería, la capital donde nací a la vida. El martes, 18 de octubre, lo hice no sin emoción. ¡Cuantos abrazos debidos a tantos amigos y paisanos! Solo por reunirme con ellos en el Teatro Apolo, donde actué de niño, valió la pena publicar mi libro de memorias «La prensa libre no fue un regalo». La Voz publicó una crónica  que agradezco de Manuel León, uno de los que fundaron conmigo La Gaceta de los Negocios a finales de los 80. Gracias, Manolo.

Crónica de La Voz de Almería sobre la presentación de mi libro en el Teatro Apolo, donde yo actué de niño.

Me encantó reunirme con tantos amigos, colegas de la Universidad de Almería (UAL), vecinos de mi barrio y parientes a quienes hacía tiempo que no veía. «Almería.., quién te viera» es el titulo de la serie de artículos que, con ataques de nostalgia, suelo publicar en La Voz. Pues el martes, por fin, pude ver y sentir mi Almería. ¡Qué fácil es triunfar en campo propio con el público a favor! Me emocionaron.

Jams reina en el Apolo: presentación de las memorias de un hombre de acción

El periodista Martínez Soler comparece con su obra ‘La prensa libre no fue un regalo’

MANUEL LEÓN
16:13 • 19 OCT. 2022 / actualizado a las 16:40 • 19 OCT. 2022

Ocurrió anoche en el Apolo lo siguiente: se apagó la luz del orlado coliseo y apareció un tipo en una pantalla diciendo con voz aflautada “Hola, soy Martínez Soler” y a continuación un fotograma en el que se veía al protagonista con un traje, una flor en la solapa y peinado de Elvis, cogido del brazo de una chica de Boston con la que se acababa de casar; e inmediatamente se vio a ese mismo hombre con el ojo arruinado, como si acabara de boxear con Urtain, y a su lado, la misma mujer americana mirándolo con ternura, sufriendo por él, como se sufre por un ser lastimado al que se quiere. Ese hombre, ese periodista indaliano, acababa de ser secuestrado y torturado por un comando de la Guardia Civil en Madrid en 1976, cuando España era aún como un campo de minas desconocido donde los españoles tenían que aprender a pisar, a no embestir, a pensar, como dejó escrito Machado cuando se moría en Collioure muchos años antes

Fue ese fotograma la fiel demostración del título del libro que ha venido a traernos nuestro curtido paisano: “La prensa no fue un regalo, cómo se gestó la Transición”. Esa imagen describió, más que todas las palabras juntas, el fragor de los bisoños periodistas de entonces por conseguir el oxígeno de libertad. Eso debió de pensar José Antonio aquella mañana, mientras Elvis se atiborraba de somníferos en Las Vegas, cuando fue sometido a un fusilamiento simulado entre pinos y castaños de Guadarrama, por haber publicado un artículo sobre la purga de mandos moderados en la Guardia Civil. No apretaron, venturosamente, el gatillo y Martínez Soler, el almeriense, el hijo de Pepe el del cemento, ha vivido para contarlo, como el título de la última novela que escribió el nobel colombiano. Y lo contó anoche, con todos los matices, durante dos horas de película, en el teatrillo de Obispo Orberá, ante un grupo amplio de amigos y teniendo a su lado a escuderos y colegas como Manuel Saco, Amalia Sánchez Sampedro, Rafael Quirosa, Antonio Cantón y Antonia Sánchez Villanueva, que actuó como conductora de un acto organizado por La Voz.

Inauguró el acto para contar este inapelable relato de unos hechos tan recientes, tan lejanos, la subdirectora de La Voz quien resumió en ocho los motivos para leer este libro al que definió como “un relato ágil, entretenido, en un estilo divulgativo que nos retrata, que nos explica, con un despliegue impactante de hechos, lugares y personajes”.

El periodista y colega del autor, Manuel Saco, compañero en la redacción de la legendaria Cambio 16, con la media voz de un tango, desplegó toda una colección de perlas cultivadas de la memoria, complicidades de aquellos tiempos compartidos, con protagonistas de la época como Marcelino Camacho, rememoró aquella letra ávara del almeriense que era su jefe en la publicación, cuando ya la imaginación empezaba a servir para burlar la censura de curas y falangistas trasnochados.

Amalia Sánchez Sampedro, merideña (ahora casi veratense), veterana de las cámaras de televisión, de crónicas apresuradas desde los intestinos del Congreso, sacó a colación todo ese miedo legítimo de la época, sus coincidencias en la calle con Martínez Soler, con aquel Mariano Guindal que aún sobrevive, todo ese periodo del semanario Doblón, de los Gal, de Calviño, de la ¡Otan no! y luego ¡Otan sí! “son las memorias narcisistas de Jams” (José Antonio Martínez Soler) dijo, mientras el autor gesticulaba, ávido de agarrar en algún momento el micrófono.

Rafael Quirosa, catedrático de Historia de la UAL, subrayó que la Transición no fue un proceso idílico, que se encontró con muchos obstáculos, “a pesar de la ventana que abrió la Ley Fraga” y esbozó algunos títulos de esa prensa que empezaba a derribar las puertas de tantos años de férreo control dictatorial como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo.

Antonio Cantón, ingeniero almeriense de Telecomunicaciones, “el hermano pequeño de José Antonio”, como se autodefinió, con su voz rotunda de Jazztel, relató cómo se fue tejiendo hace cinco años el cañamazo de estas memorias recién editadas por Marcial Pons, cómo fueron urdiéndose todas esas páginas que llegaron a un millar, y de las que hubo que amputar las de la niñez y la juventud almeriense, “a través de navegaciones y de las reuniones almerienses con Andrés Cassinello, fue surgiendo esta obra”.

Llegó por fin el turno del protagonista del acto quien aferró el micrófono como el náufrago se engancha a una tabla y entre bromas de Unamuno y sus inicios como mal estudiante de arquitectura, relató cómo se hizo periodista por accidente en el diario Pueblo cuando le pilló estudiando en la silla vacía del redactor jefe Balbín y le sorprendió la campanilla de la Agencia EFE anunciando un golpe de Estado en Indonesia. Habló y no paró José Antonio, con gracejo almeriense, de sus años lasalianos con el Hermano Rufino, de sus peripecias con los censores de la época –“uno se apellidaba Sordo, ¡vaya censor!”– Y se puso serio para rememorar que la clave de la Transición fue que “no conocíamos la debilidad del otro, nosotros parecíamos muchos pero éramos cuatro gatos, igual que los comunistas o los falangistas, no sabíamos a dónde íbamos, marchábamos a tientas, con miedo legítimo, entre ruido de sables, entre el flu flu de las sotanas, con represión policial, sin saber a dónde llegaríamos. El miedo en ambas partes nos hizo demócratas, eso y la generosidad de nuestros padres y la nueva clase media que estaba emergiendo”.

Y lanzó laureles, José Antonio, a otro almeriense, Andrés Cassinello, teniente coronel -allí estaba su hermana Mercedes- el jefe de los servicios de inteligencia en la época de Suárez, de quien recordó que ayudó a facilitar la legalización del Partido Comunista y la vuelta de Tarradellas, escenas que parecen ya como de la noche de los tiempos.

Y seguía y no paraba este Jams -más dicharachero que León Salvador, que Robles el de los botijos, que aquel Gustavo reportero de Barrio Sésamo- el hijo del Rumino de Mojácar, contando incidencias, fechorías, entrevistas a González, a Aznar, sus aprietos con Calviño, pasajes de esos caudalosos años que hicieron que hoy los españoles -los almerienses- seamos lo que somos, seamos como somos, con la Constitución de 1978 como el mejor prontuario al que llegó esa prensa libre, que no fue un regalo. Ahí está su cara en las hemerotecas, la cara quemada del almeriense Jams, como prueba del ocho de que la libertad en las rotativas no cayó del cielo; esa cara ahora más arrugada pero dura como el cemento que vendía su padre y que felizmente no sucumbió ante un pistolón hace ahora tanto como 46 años.

Presentadores de mi libro en el Apolo

Luego tertulia en El Tomate, junto al mercado donde mi madre y mi abuela hacían la compra y donde yo escuchaba fascinado a los charlatanes que vendían ilusiones contra los celos y otras dolencias… y te regalaban un peine.

Tertulia en el Tomate

Acompañado por un trío de ases (Cantón, Saco y Flavio) en la puerta del Teatro Apolo.

Y antes de comenzar el acto, mi amigo Alfredo Sánchez me impuso el PIN de los Coloraos que luzco con orgullo en mi solapa. Representa el final del Pingurucho de mármol de Macael donde homenajeamos cada 24 de agosto a los Mártires de la Libertad, fusilados por orden de Fernando VII, el rey felón, ese mismo día de 1824. Pronto celebraremos el Bicentenario de aquellos que murieron por defender la libertad, pisoteada por el absolutismo y la Inquisición del peor rey de la historia de España.

Con Alfredo Sánchez y el PIN de los Coloraos en mi solapa poco antes de comenzar el acto del Apolo.

 

 

 

El tte. general Cassinello presenta mañana sus Memorias

Las Memorias del teniente general Andrés Cassinello, imprescindibles para entender la Transición, se presentarán mañana, miércoles, 5 de octubre, a las 18:30 h. en el Instituto Gutiérrez Mellado, Calle Princesa, 36, Madrid.

Andrés Cassinello, cuando fue capitán general de Burgos

Este experto almeriense en inteligencia política y militar, que inventó en embrión del actual CNI a las órdenes del presidente Suárez, tiene mucho que contar. No solo sobre lo que ocurrió en España de la Dictadura a la Democracia, sino, más importante aún, por qué ocurrió.

Cubierta del libro de memorias de Andrés Cassinello

Y lo hace con una escritura limpia y clara. Por muy raro que parezca, el teniente general Cassinello es un militar que sabe escribir. En cuanto leí su libro, recién salido de imprenta («La huella que deja el tiempo al pasar»),  lo recomendé inmediatamente a nuestros paisanos en el diario La Voz de Almería. En vísperas de su presentación al público de Madrid, copio y pego aquella crónica.

Crónica sobre el libro de mi paisano Andrés Cassinello publicada en el diario La Voz de Almería

Almería, quién te viera… (26)

Los demócratas, en deuda con el tte. general Cassinello

 J.A. Martínez Soler

Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición. Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente.

Su historia personal y profesional, desde la Dictadura a la Democracia, te engancha porque, por raro que parezca en un teniente general, nuestro paisano escribe muy bien. Da gusto leerle. Es su quinto libro. Y aunque me gustó mucho su biografía del Empecinado (“O el amor a la libertad”), ejecutado por orden del rey felón (Fernando VII), como nuestros Colorados, esta es, a mi juicio, su mejor obra.

Andrés Cassinello, que ya ha cumplido 95 años, estudió en el colegio Ferrer Guardia como Andrés Pérez (su padre y su tío habían sido fusilados por los republicanos) y luego, en el Instituto de Almería, fue alumno de Celia Viñas. Con un solo párrafo de su primer capítulo, el autor muestra toda su gran humanidad ante los lectores:

“Pero mi compañero de banca, mi amigo para toda la vida, era Pepe Fornovi, cuyo padre acababa de ser fusilado por las tropas de Franco que a mí me liberaron. Podría contar su historia. Igual a la mía, pero desde el otro lado del espejo, porque a su padre le condenaron a muerte y le fusilaron los míos en el verano de 1939, mientras yo me ufanaba con la victoria. (…) Me confesó que a uno de sus hijos le había puesto de nombre Andrés en recuerdo de nuestra amistad juvenil”.

Este es nuestro Andrés, como dice la contra cubierta de su libro, “un militar profesional que, desde planteamientos netamente alineados con el régimen franquista, pasó a convertirse en uno de los principales impulsores del proceso de transición a la Democracia”.  Como jefe de Inteligencia, a las órdenes directas del presidente Adolfo Suárez, Cassinello, que sabía inglés (esto cambió su suerte) y por eso había estudiado en Estados Unidos, creó el SECED, embrión de lo que luego sería el CNI. Su informe secreto a Suárez en favor de la legalización de PCE fue clave para el éxito de la Transición sin violencia por parte de los comunistas. También lo fue para traer a España al president Tarradellas, a quien visitó en el exilio, y durante la noche del golpe fallido del 23-F que pasó hablando con todas las capitanías generales.

Bueno, con todas, no. Solo se le resistía la del general Milans del Bosch, capitán general de Valencia, quien se había unido a los golpistas y mandó sus carros de combate a recorrer las calles de la capital de su región militar. Hay una anécdota que no aparece en sus memorias y que yo, con su permiso, cuento en las mías (“La prensa libre no fue un regalo”):

“El jefe de la Comandancia de Valencia, a quien mi paisano conocía muy bien, no se le ponía al teléfono. Cabreado por su resistencia, le dio este mensaje al telefonista: “Dígale a Quintiliano que, si no se pone al teléfono, mañana me presentaré en Valencia y le cortaré los huevos”. El mensaje, claro y cuartelero, surtió efecto. Al final, la sangre no llegó al río”.

El teniente general Cassinello ha leído y recortado mi manuscrito (como han hecho mi esposa Ana Westley, mi hijo Erik y Manolo Saco) y me ha concedido el honor de escribir un prólogo cariñoso (“Vidas que han estado entrelazadas”) para mi libro de memorias. También tuve la fortuna de leer su manuscrito y ayudar en su edición y recorte. Ojo por ojo. Este trabajo conjunto en ambas memorias, mano a mano, me ha permitido conocerle mejor y quererle más. Es un personaje excepcional, con sentido del humor y de la Justicia, buena escritura y una gran finura y profundidad en sus análisis.

De sus memorias y de nuestras tertulias de almerienses transterrados a Madrid, me han impresionado mucho sus reflexiones sobre los nacionalismos para entender el fenómeno de ETA y lograr vencer al terrorismo. A las órdenes directas del general Saénz de Santamaría, Andrés Cassinello se dedicó ocho años a la lucha contra ETA, que luego continuó como capitán general de Burgos. Por sus análisis tan acertados del terrorismo y sus éxitos al combatirlo, los demócratas estamos en deuda con este almeriense ilustre.

Le conocí hace años en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición) de la que él era su presidente. Así terminó Andrés Cassinello el prólogo que tan generosamente escribió para mis memorias:

“Y allí apareció José Antonio Martínez Soler, el hijo de “Pepe el del Cemento”, el que leía los libros de mi tía Serafina, a quien me unían, sin saberlo, recuerdos y recuerdos. Después, las memorias de uno y otro. Leídas, discutidas, subrayadas…, y el atraco de que escriba un prólogo. Pues bien, he aquí la criatura. Por favor, sigan leyendo, se podrán enterar de muchas cosas y recordar otras tantas”.

También escribió:

“No estábamos tan lejos sin saberlo. Posiblemente, nos pesaba la historia. Yo era lo que entonces se llamaba hijo de caído, y él era hijo de un teniente del ejército republicano, pero ese peso no coaccionaba nuestras libertades supuestamente enfrentadas”.

Comprenderán que, con este prólogo del teniente general Cassinello, fruto del afecto mutuo, cómo no voy a quererle. No os perdáis sus memorias. Lo digo en serio.

«A José Antonio, el hijo de Pepe el del Cemento, con mis letras garrapatosas pero con todo cariño, Andrés». Dedicatoria que guardo como oro en paño.

Andrés Cassinello vino a la presentación de mi libro en el Ateneo y yo iré mañana a la del suyo. Faltaría más. (Manuel Saco, Joaquín Estefanía, Andrés Cassinello, Ricardo Urías, un servidor, Nativel Preciado y Antonio Cantón)

Con Andrés Cassinello y su libro

Con Andrés Cassinello y mi libro

 

Los demócratas, en deuda con el teniente general Cassinello

Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición.

Con mi paisano Andrés Cassinello y su último libro.

Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente. Hoy publiqué la noticia en La Voz de Almería.

Mi artículo sobre el libro de Cassinello en La Voz de Almería de hoy, 7 de septiembre de 2022

Portada del libro de Cassinello

Dedicatoria: «A José Antonio, el hijo de Pepe el el cemento, con mis letras garrapatosas, pero con todo cariño. Andrés.

Cassinello, de capitán general de Burgos.

Carnet militar de mi padre en el Ejército de la II República.

Como de costumbre, para facilitar la lectura a jubilados con vista cansada, copio y pego a continuación el texto de mi artículo en word.

Almería, quién te viera… (26)

Los demócratas, en deuda con el tte. general Cassinello

 J. A. Martínez Soler

Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición. Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente.

Su historia personal y profesional, desde la Dictadura a la Democracia, te engancha porque, por raro que parezca en un teniente general, nuestro paisano escribe muy bien. Da gusto leerle. Es su quinto libro. Y aunque me gustó mucho su biografía del Empecinado (“O el amor a la libertad”), ejecutado por orden del rey felón (Fernando VII), como nuestros Colorados, esta es, a mi juicio, su mejor obra.

Andrés Cassinello, que ya ha cumplido 95 años, estudió en el colegio Ferrer Guardia como Andrés Pérez (su padre y su tío habían sido fusilados por los republicanos) y luego, en el Instituto de Almería, fue alumno de Celia Viñas. Con un solo párrafo de su primer capítulo, el autor muestra toda su gran humanidad ante los lectores:

“Pero mi compañero de banca, mi amigo para toda la vida, era Pepe Fornovi, cuyo padre acababa de ser fusilado por las tropas de Franco que a mi me liberaron. Podría contar su historia. Igual a la mía, pero desde el otro lado del espejo, porque a su padre le condenaron a muerte y le fusilaron los míos en el verano de 1939, mientras yo me ufanaba con la victoria. (…) Me confesó que a uno de sus hijos le había puesto de nombre Andrés en recuerdo de nuestra amistad juvenil”.

Este es nuestro Andrés, como dice la contracubierta de su libro, “un militar profesional que, desde planteamientos netamente alineados con el régimen franquista, pasó a convertirse en uno de los principales impulsores del proceso de transición a la Democracia”.  Como jefe de Inteligencia, a las órdenes directas del presidente Adolfo Suárez, Cassinello, que sabía inglés (esto cambió su suerte) y por eso había estudiado en Estados Unidos, creó el SECED, embrión de lo que luego sería el CNI. Su informe secreto a Suárez en favor de la legalización de PCE fue clave para el éxito de la Transición sin violencia por parte de los comunistas. También lo fue para traer a España al president Tarradellas, a quien visitó en el exilio, y durante la noche del golpe fallido del 23-F que pasó hablando con todas las capitanías generales.

Bueno, con todas, no. Solo se le resistía la del general Miláns del Bosch, capitán general de Valencia, quien se había unido a los golpistas y mandó sus carros de combate a recorrer las calles de la capital de su región militar. Hay una anécdota que no aparece en sus memorias y que yo, con su permiso, cuento en las mías (“La prensa libre no fue un regalo”):

“El jefe de la Comandancia de Valencia, a quien mi paisano conocía muy bien, no se le ponía al teléfono. Cabreado por su resistencia, le dio este mensaje al telefonista: “Dígale a Quintiliano que, si no se pone al teléfono, mañana me presentaré en Valencia y le cortaré los huevos”. El mensaje, claro y cuartelero, surtió efecto. Al final, la sangre no llegó al río”.

El teniente general Cassinello ha leído y recortado mi manuscrito (como han hecho mi esposa Ana Westley, mi hijo Erik y Manolo Saco) y me ha concedido el honor de escribir un prólogo cariñoso (“Vidas que han estado entrelazadas”) para mi libro de memorias. También tuve la fortuna de leer su manuscrito y ayudar en su edición y recorte. Ojo por ojo. Este trabajo conjunto en ambas memorias, mano a mano, me ha permitido conocerle mejor y quererle más. Es un personaje excepcional, con sentido del humor y de la Justicia, buena escritura y una gran finura y profundidad en sus análisis.

De sus memorias y de nuestras tertulias de almerienses transterrados a Madrid, me han impresionado mucho sus reflexiones sobre los nacionalismos para entender el fenómeno de ETA y lograr vencer al terrorismo. A las órdenes directas del general Saénz de Santamaría, Andrés Cassinello se dedicó ocho años a la lucha contra ETA, que luego continuó como capitán general de Burgos. Por sus análisis tan acertados del terrorismo y sus éxitos al combatirlo, los demócratas estamos en deuda con este almeriense ilustre.

Le conocí hace años en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición) de la que él era su presidente. Así terminó Andrés Cassinello el prólogo que tan generosamente escribió para mis memorias:

“Y allí apareció José Antonio Martínez Soler, el hijo de “Pepe el del Cemento”, el que leía los libros de mi tía Serafina, a quien me unían, sin saberlo, recuerdos y recuerdos. Después, las memorias de uno y otro. Leídas, discutidas, subrayadas…, y el atraco de que escriba un prólogo. Pues bien, he aquí la criatura. Por favor, sigan leyendo, se podrán enterar de muchas cosas y recordar otras tantas”.

También escribió:

“No estábamos tan lejos sin saberlo. Posiblemente, nos pesaba la historia. Yo era lo que entonces se llamaba hijo de caído, y él era hijo de un teniente del ejército republicano, pero ese peso no coaccionaba nuestras libertades supuestamente enfrentadas”.

Comprenderán que, con este prólogo del teniente general Cassinello, fruto del afecto mutuo, como no voy a quererle. No os perdáis sus memorias. Lo digo en serio.

Ahí va su prólogo a mi libro de memorias.

Prólogo del teniente general Cassinello a mi libro de memorias

Con el teniente general Cassinello y la cubierta de mis memorias.

Cassinello presentará mis memorias «La prensa libre no fue un regalo» en el Ateneo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Vivan los Coloraos! ¡Mueran la cadenas!

Cada 24 de agosto, muchos almerienses rendimos homenaje a los liberales Mártires de la Libertad, ejecutados en 1824 por orden del rey felón. Desde la muerte de Fernando VII, el peor rey de la historia de España, tal día como hoy, se dejan flores junto a las cenizas de los Coloraos y ante el monumento (el Pingurucho) que conmemora su lucha por la libertad.

Flores en la tumba donde reposan las cenizas de los Mártires de a Libertad

Flores en la tumba donde reposan las cenizas de los Mártires de la Libertad

Miembros de la Asociación Bicentenario de los Coloraos, ante el monumento de la Plaza de la Constitución.

Muchos compañeros de la Asociación por el Bicentenario de los Coloraos cumplieron con una tradición más que centenaria.

Con mi hijo David a cuestas. Hoy tiene 34 años.

Allí acudí muchos años con mis hijos y mi nieto, pero hoy, lejos de Almería, no sin pesar, no pude asistir.

Mi nieto Leo, hace unos años, ante el Pingurucho de los Coloraos..

Pese a los intentos del PP, hasta hoy infructuosos, de quitar el Monumento de su actual emplazamiento, la tradición continúa. Solo el dictador Francisco Franco logró quitar de allí el Pingurucho de los Coloraos. Por una orden de demolición. Los franquistas, no muy dados a la lectura, confundieron a los «coloraos» del siglo XIX con los «rojos» del XX.

Artículo publicado en La Voz de Almería hace unos años.

Demolición del Monumento antes de a visita de Franco a Almería. Volvimos a reconstruirlo, por suscripción popular, tras la muerte del tirano, al recuperar la libertad en España.

Este fue el himno de los Coloraos, compuesto por Benigno Morales, líder de los sublevados en Almería contra el tirano Fernando VII:

Himno de los Coloraos

Eso mismo, querido colega Benigno Morales (1795-1824): ¡Viva la libertad! y ¡Mueran las cadenas!

El monumento a los Coloraos sigue, por ahora, en su sitio, mal que les pese a algunos del PP (afortunadamente, no a todos) que aún no han comprendido que los Coloraos lucharon por nuestra libertad frente a los partidarios de las cadenas, la represión absolutista y la ominosa Inquisición del rey felón.

El Pingurucho de los Coloraos en la Plaza de la Constitución de Almería.

Pin del Bicentenario de loo Coloraos,

Y este es mi PIN conmemorativo del Bicentenario (24/08/2024). Ya lo tengo reservado en mi agenda. Solo faltan dos años. ¡Vivan los Coloraos!

 

 

 

 

Pepe Guirao, gran gestor cultural y mejor persona. DEP

Mi paisano Pepe Guirao Cabrera, ex ministro de Cultura, ha muerto a los 63 años, tras una enfermedad de 16 meses. No sé que decir para resaltar la excelencia personal y profesional de este amante de la Cultura. La prensa está ya destacando sus logros políticos y personales. A mí me quedan por resaltar los recuerdos comunes ligados a nuestra tierra. Para muchos serán minucias sin importancia, pero para mí son anécdotas imborrables en el momento de su muerte tan temprana.

José Guirao, ex ministro de Cultura

Pepe era un tipo espléndido, amable, suave en las formas y firme en el fondo. Dedicó su vida a promover la Cultura con mayúsculas y, por ello, los españoles estamos en deuda con él. Le tenía en mi lista de paisanos y amigos para enviarle pronto mi último libro «La prensa libre no fue un regalo» (que acaba de publicar Marcial Pons) y que celebré en la Feria del Libro con Miquel Iceta, sucesor de Pepe en el ministerio de Cultura. ¡Qué gran pérdida! La muerte se me adelantó por unos día

Con Miguel Iceta, ministro de Cultura, en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro y mi libro La prensa libre no fue un regalo. Al fondo, Juan Eslava Galán.

Pepe Guirao era natural de Pulpí (Almería) donde fue concejal antes de saltar a la Diputación de Almería, a la Junta de Andalucia y al Gobierno de España. Ambos hemos compartido el honor de haber sido pregoneros de las fiestas de Pulpí. También compartimos las playas de Terreros (Pulpí) y de Cuevas de Almanzora. Ambos hemos defendido también el amor y el respeto por la memoria de Los Colorados y el Pingurucho de la plaza Vieja de Almería a esos Mártires de la Libertad, ejecutados por orden de Fernando VII, el rey felón, el 24 de agosto de 1824. Pepe ya no podrá compartir con nosotros el Bicentenario de aquel triste y trágico suceso.

Otro recuerdo minúsculo que nos hizo reír a ambos almerienses está relacionado con el trabado de mi esposa (awestley.com) cuando ella era la corresponsal del diario The New York Times en España. Ana Westley, que desconocía el origen de Guirao, quiso escribir una historia sobre el Guernica de Picasso y la ampliación del museo Reina Sofía que Pepe dirigió durante unos seis años. Acudió al despacho del director del museo y, durante la entrevista, pronto cambiaron del inglés al castellano. Cuando Ana, almeriense consorte, ya no tenía más preguntas sobre su reportaje, le hizo una pregunta personal:

-Tiene usted, señor Guirao, un acento muy marcado del levante almeriense o quizás de Murcia. ¿Me puede dar algunos datos personales de su curriculum?

El director del Reina Sofía se sorprendió de que una norteamericana de Boston pudiera distinguir su acento con tanta precisión. Le dijo que era natural de Pulpí, un pueblo, en efecto, del levante almeriense. Mi chica le replicó:

-¿De Pulpí? Entonces conocerá al Cañón, aunque no compre lotería, o a Pepe, el capataz de la Diputación, o a Pedro…

En ese momento, Pepe Guirao casi saltó su sillón:

-¿Cómo es posible que la corresponsal del New York Times sepa tanto de mi pueblo?. No me puedo creer lo que estoy oyendo.

La respuesta de Ana le aclaró todo:

-¿Es que usted tiene un acento muy parecido a de mi marido, José Antonio Martinez Soler, que es almeriense y vamos mucho por las playas de Terreros donde van a bañarse nuestros amigos de Pulpí.

Con esos datos, ambos compartieron unas risas y, libres ya de las formalidades profesionales, se despidieron con un abrazo. Naturalmente, esa anécdota nos dio para repetir las risas cada vez que Pepe y yo coincidamos en algún acto cultural.

Descansa En Paz, querido Pepe. Vives en nuestros recuerdos.

 

 

 

 

 

 

Como aquel 2 de mayo, con el corazón partío

Cuando Bush, Blair y Aznar invadieron Irak, me acordé del papelón de Goya y del Empecinado ante la invasión de España por las tropas de Napoleón en 1808 y la rebelión popular de aquel 2 de mayo. El dilema moral y político de ambos españoles, entre la fe y la razón, entre el antiguo régimen absolutista, apoyado por la nobleza y el clero, y el reformismo ilustrado de los enciclopedistas, me ha perturbado con frecuencia. La ambigüedad miedosa del afrancesado Goya y el heroísmo del guerrillero Juan Martín, El Empecinado, me partían el corazón. Dos patriotas, primero enfrentados y luego unidos por el amor a la libertad.

Los fusilamientos del 3 de mayo. Goya

¿Cuántos iraquíes liberales, contrarios a la dictadura de Sadam Hussein, tuvieron que defender su territorio invadido por tropas extranjeras occidentales que, sin embargo, les prometían la instauración de la democracia? Algo parecido ocurrió cuando la Unión Soviética invadió Afganistán con la idea de modernizar el viejo régimen y frenar así el contagio del fanatismo islamista a sus territorios limítrofes. Ni siquiera las tropas de Alejandro Magno, discípulo de Aristóteles, pudieron someter a los “barbaros” afganos. Tampoco pudo el emperador Napoleón I someter a los españoles.

Blair, Bush y Aznar, el trío de las Azores. Allí acordaron la invasión de Irak.

¿Acaso no prometía Napoleón la modernización de España, frente a la nobleza y el clero, en favor de la burguesía y el pueblo llano? El pueblo llano y algunos, muy pocos, militares desobedecieron las órdenes que dio Fernando VII (el rey felón) de apoyar a las tropas francesas y se rebelaron por su cuenta contra el invasor. Imagino el dilema moral de Francisco de Goya, un ilustrado de ideas afrancesadas, cogido entre dos fuegos. Y comprendo también su miedo a tomar claramente partido entre los invasores, que prometían apoyar sus ideas modernas, y los patriotas guerrilleros que luchaban contra el francés.

Alegoría de la Villa de Madrid. Francisco de Goya. Sin la imagen del rey José I, borrada del medallón.

José Bonaparte ocupó el trono español el día de Santiago de 1808, en plena Guerra de la Independencia. Goya le dedicó entonces un cuadro («Alegoría de la Villa de Madrid») en el que incluyó el retrato de José I en un gran medallón. El genio aragonés, pintor de la Corte bonapartista, fue condecorado con la Orden Real de España que los anti franceses despreciaron con el nombre de “la berenjena”. Ese medallón resume una parte esencial de la historia de España: el retrato goyesco de José I fue borrado mas tarde y sustituido por la leyenda del “2 de mayo”.

Las vueltas que da la vida. Que se lo digan al maestro Fernando Savater, a quien tanto admiré.  Mis hijos crecieron leyendo su «Ética para Amador». Imitando al duque de Rivas del XIX, mi filósofo de cabecera renegó el sábado pasado del liberalismo de Ciudadanos para apoyar las ideas reaccionarias de la señora IDA (Isabel Díaz Ayuso) tan próxima a la extrema de derecha de VOX. ¡Qué desencanto!

Francisco de Goya, pintor de la Corte

Con la derrota de Napoleón en 1814 y el regreso al trono de Fernando VII (llamado “el Deseado”, ¡qué paradoja!) se inició la persecución de los afrancesados. Había estallado la primera guerra civil del siglo XIX: liberales contra absolutistas. Y viceversa. Goya fue sometido a depuración por colaboracionista con el ejército invasor. Ese mismo año, poco antes de la llegada a Madrid del cínico rey felón, que juró la Constitución liberal de Cádiz y pronto la traicionó, Goya pintó a tiempo dos obras geniales que pudieron salvarle la vida y la hacienda: Los fusilamientos del 3 de mayo y La carga de los mamelucos. Con sus pinceles, se declaró patriota.

Duelo a garrotazos. Un cuadro premonitorio de Francisco de Goya

El rey felón acabó en 1824 con el trienio liberal, con la ayuda de las tropas francesas reaccionarias (los Cien Mil Hijos de San Luis), y restableció el absolutismo y la Inquisición. Goya murió en el exilio en Burdeos y el general Juan Martín, El Empecinado, fue ahorcado por orden del rey Borbón cuyo regreso había hecho posible luchando contra las tropas de Napoleón. Como en el poema del Mío Cid, “Dios, que buen vasallo si hubiese buen señor”.

Hoy, fiesta regional, se celebra en Madrid el heroísmo indudable de los militares Daoiz y Velarde, que desobedecieron a sus mandos naturales del Ejército español, y el arrojo civil del alcalde de Móstoles que, el 2 de mayo, declaró la guerra a Francia. Se rebelaron contra las instrucciones de Fernando VII quien, desde Francia, mantenido por Napoleón, había ordenado apoyar a las tropas francesas. Los sublevados también se alzaron contra la nobleza, el clero fernandino y no pocos ignorantes (que pronto gritaron «vivan la cadenas»). Una parte de España soñaba con el retorno del absolutismo y la Inquisición. La otra parte lo hacía con la Constitución liberal de Cádiz. Tras cientos de madrileños muertos a manos de los mamelucos en la Puerta del Sol y otros tantos fusilados al día siguiente en Príncipe Pío, el 2 de mayo de 1808 marcó el inicio trágico de nuestras múltiples guerras civiles entre dos bloques políticos difíciles de reconciliar desde la Constitución liberal de Cádiz de 1812 (la Pepa) hasta la Constitución de la Transición de 1978 a la que deseo larga vida.

 

Portada del libro de mi paisano el teniente general Andrés Cassinello

Es una pena que no sepamos la fecha exacta, en abril de 1808, del primer acto guerrillero de El Empecinado cuando dio muerte a dos soldados franceses en el Salto del Caballo, junto al Duero, cerca de Peñafiel. Por su cuenta y riesgo, el campesino Juan Martín se anticipó en varias semanas a los demás héroes del 2 de mayo. La leyenda cuenta que el futuro mariscal y capitán general del Ejército español, a quien también inmortalizó Goya, se sublevó contra las tropas de Napoleón para vengar la violación de una amiga suya por uno de esos dos soldados franceses.

Portada del libro de Ubaldo González Gauli

Así dio comienzo, con permiso de Viriato, la primera guerra de guerrillas moderna. Ese modo de luchar, de golpear y desaparecer, pegados al terreno, junto a la ayuda de las tropas inglesas del duque de Wellington y del “general invierno” de Rusia acabaron con el imperio de Napoleón Bonaparte. Desde entonces, gracias al Empecinado, la palabra castellana “guerrilla” ha sido adoptada por muchas otras lenguas. Hoy, injustamente, pocos se acuerdan de él. Siempre luchó por la libertad, en favor de un pueblo dividido, desagradecido y olvidadizo.