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Mi nieta y mi escultura, en el 90 Salón de Otoño

Hoy me toca presumir. Mi nieta Ana Isabel pudo, al fin, ver mi obra «Sol y sombra juvenil», seleccionada y expuesta en el 90 Salón de Otoño de la AEPE. Tuve suerte ya que la exposición (26 de octubre-26 de noviembre) fue clausurada ayer mismo en la Casa de Vacas del Retiro de Madrid. Mi nieta y sus padres han venido desde Santa Fe (New Mexico) para compartir el pavo de Thanksgiving con toda la familia. Gracias, David, por llevarla. Ana Isabel crecerá cerca de esa obra que tallé pensando en ella y en la coleta que le peina su madre, Chaz Gabriel.

Mi nieta Ana Isabel Martínez Gabriel con sus padres, Chaz y David, ayer, en el 90 Salón de Otoño de la AEPE.

El sábado no puede llevar a mi nieto Leo a la Expo ya que tuve que acompañarle a su clase de tenis, mientras su madre Andrea y sus tíos David y Erik preparaban la comilona de Thanksgiving. Ayer me tocó recoger y fregar.

Mis tres niños (David, Andrea y Erik)

Mi hijo David, chef en Santa Fe (N.M), preparó el pavo de Thanksgiving aplicando la base de su receta profesional: «Salt, Pepper and Love». La lleva tatuada. Cuando yo cocino, no la olvido.

Mi nieto Leo y su tío David preparan el pavo de Thanksgiving con «sal, pimienta y amor».

Hoy vuelvo a tallasmadera.com para resolver la primera prótesis de madera de sapeli (¡qué nervios!) que he colocado en la mano de un colega que sujeta su periódico para golpear a otro colega.

La prótesis de la mano que sujeta el periódico casi no se nota. Eso creo yo. La veta de sapeli es muy traicionera.  A ver qué me dice Sandra Krysiak, la maestra…

Prótesis de madera de sapeli injertada en la mano de un periodista.

En la foto, soy yo mismo sujetando El País y El Mundo en la plaza de Castilla de Madrid. En la talla me pondré más pelo.

Si tengo que copiar o inspirarme en alguien, prefiero hacerlo con los grandes. En esta ocasión, me inspiro nada menos que en «Duelo a garrotazos» de Francisco de Goya. ¡Ahí queda eso!

«Duelo a garrotazos» de Goya. ¡Qué penosa estampa tan española!

Leo y Ana Isabel. Escribo y tallo madera para ellos…

Desbaste de «Sol y sombra juvenil» en madera de ukola. Durante un mes (26 de octubre a 26 de noviembre) he presumido de mi talla en el 90 Salón de Otoño de la AEPE en la Casa de Vacas del Retiro. La obra de un becario codeándose con obras de los grandes escultores…  ¡Casi na!

«Valoramos la libertad, como el oxígeno, cuando nos falta»

Hoy me siento alguien. The Objective publica el texto de una entrevista grabada sobre mi vida y milagros. La transcripción escrita de lo que dije ante la cámara puede inducir a error. Quienes me conocen saben lo presumido que soy. Por eso puede sorprenderles que yo haya dicho que «en lo que más destaco es en la modestia, como sabes. Soy muy humilde». En cámara podréis notar la sonrisa y el gesto que acompaña a mi ironía, ya que de humilde no tengo nada. Pero una frase escrita, desprovista de la imagen, resulta ingrata por incompleta. Pido disculpas por haber hecho el payaso ante la cámara. Ahí va la transcripción de la entrevista y el enlace a la grabación, que recomiendo. Gracias, Javier, por acordarte de los viejos rockeros… y por haber leído mi libro de memorias «La prensa libre no fue un regalo».
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J.A. Martínez Soler: «La libertad, como el oxígeno, sólo la valoramos cuando nos falta»

El periodista almeriense ha fundado y cerrado periódicos. En consecuencia, ha vuelto a empezar muchas veces

J.A. Martínez Soler: «La libertad, como el oxígeno, sólo la valoramos cuando nos falta»
José Antonio Martínez Soler. | Carmen Suárez

Su hija Andrea tiene la culpa de que en plena pandemia de la covid comenzara a escribir sus memorias pensando en sus nietos, dejándole un libro en blanco en la puerta de casa. José Antonio Martínez Soler –también conocido como JAMS– ha vivido a salto de mata, con muchos sobresaltos, la profesión de periodista. El 2 de marzo de 1976, siendo director de la revista Doblón, fue secuestrado al salir de su casa en Las Matas (Madrid) para ser torturado e interrogado después, en la Sierra de Guadarrama, por un grupo de individuos –según todos los indicios, guardias civiles franquistas–, empeñados en saber la identidad de sus fuentes de información.

Conociéndole, este dramático episodio y otros más felices se los habría contado igual a sus nietos de palabra, pero escribir sobre su vida podría ser una buena terapia para combatir el confinamiento. Así nació La prensa libre no fue un regalo (Editorial Marcial Pons), un libro de más de quinientas páginas en las que cuenta en primera persona su dilatada trayectoria profesional, con algún ajuste de cuentas y muchas anécdotas, pero «sin acritud», como diría su buen amigo Felipe González.

De familia humilde, Martínez Soler nació en un barrio obrero de Almería en enero de 1947. Su padre, admirador de Nicolás Salmerón, presidente de la Primera República, le inculcó ideas socialdemócratas que todavía defiende. Como también defiende la Transición democrática, que ahora algunos tanto cuestionan.  «El miedo en ambas partes –afirma en sus memorias– nos hizo demócratas».

Reconoce el sacrificio y la generosidad de los líderes de entonces, pero critica las actuales posiciones de Felipe González y Alfonso Guerra, contrarios a las concesiones de Sánchez a los partidos independentistas.  «Creo que Felipe y Guerra están envejeciendo mal… Pedro Sánchez tenía que haber cautivado a estos dos viejos monstruos del socialismo para que no se pusieran en su contra», explica. En definitiva, darles algo más de cariño.

Casado con la periodista estadounidense Ana Westley (natural de Boston), Martínez Soler cuenta en esta entrevista de Fuera de micrófono que dejó los estudios de Arquitectura al no aprobar el dibujo, y que esa circunstancia le abocó a tener que buscarse la vida escribiendo donde podía. El periodista almeriense recuerda sus idas y venidas por el diario El País y su participación en la fundación de periódicos, revistas y programas de televisión. «Iba de fundación en fundación, como Santa Teresa de Jesús», afirma divertido. Aunque confiesa: «nunca he estado en ningún partido político y no lo estaré jamás, mientras sea periodista»; tampoco esconde sus afinidades y simpatías socialdemócratas.

PREGUNTA.- En tu libro de memorias, La prensa libre no fue un regalo, resumes una vida dedicada al periodismo. ¿Qué te llevó a escribir sobre tu pasado?

RESPUESTA.- Nunca pensé escribir mis memorias, porque yo en lo que más destaco es en la modestia, como sabes. Soy muy humilde. Me pilló por medio la covid, estaba en casa encerrado, con mi mujer, y mi hija nos traía la comida a la puerta. Durante el confinamiento, para no aburrirme, me puse a escribir para mi nieto. Mi hija, que es muy lista, me regaló un libro con las páginas en blanco y me dijo: escribe ahí tu vida para que la conozca tu nieto, porque creo que él debe conocer cómo fueron tus raíces. Empecé a escribir a mano sobre mi infancia, hasta que me cansé y me puse en el ordenador. Me salieron mil páginas. Mi mujer me dijo: «¡Estás loco! Quién va a querer leer mil páginas sobre tu vida». Así que le dije que las editara ella. Cogió un lápiz rojo, empezó a cortar y dejó el libro en quinientas.

P.- Que «la prensa libre no fue un regalo» lo sabes bien, porque lo sufriste en tus propias carnes.

R.- Es cierto, pero también lo sufrieron muchos más. No sólo yo. Algunos lo pagaron con su vida. Yo tuve mala suerte. Tras la muerte de Franco, en noviembre de 1975, yo estaba investigando la purga de mandos moderados en la Guardia Civil. En febrero de 1976 publiqué cuatro o cinco casos sueltos, gota a gota, en los que contaba que el general Campano, nombrado por Franco antes de morir, iba destinando a provincias, y sin mando, a guardias civiles importantes que eran demócratas moderados. A sospechosos de no ser franquistas. Aquello provocó una reacción que no me esperaba. Me cruzaron un coche al salir de mi casa, en Las Matas (Madrid), me sacaron del vehículo con metralletas y me llevaron a la sierra de Guadarrama. Me quemaron la cara y me estuvieron interrogando desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche. Luego supe que era un comando de la Guardia Civil especializado en este tipo de interrogatorios. Eran muy profesionales y todas las preguntas iban dirigidas a que confesara quién me había filtrado la información. Les dije que no lo sabía porque me llamaban por teléfono sin darme el nombre. A pesar de ello, me hicieron firmar un documento acusando al general Sáinz de Santamaría de haberme dado esa información. Le dije que no era verdad, pero con una metralleta en la espalda yo firmo todo lo que me digan.

«El poder se toma la revancha, como hizo Aznar conmigo»

P.- Las memorias sirven a veces para ajustar cuentas y justificar errores. En tus memorias ajustas cuentas con Aznar.

R.- Yo a los malos no los respeto para nada. Pero no tengo enemigos. Como dijo Narváez, el espadón de Loja (Granada), cuando el cura le preguntó, antes de morir, si perdonaba a sus enemigos. «Padre, yo no tengo enemigos: a unos los fusilé y a otros los ahorqué». En ese ten con ten se había quedado sin enemigos. Cuando criticas al poder, el poder se toma la revancha, como hizo Aznar conmigo, echándome de TVE después de entrevistarle como candidato a las elecciones de 1996. Ganó las elecciones por menos votos de los que él pensaba y me despidió de la tele. Estaba yo de corresponsal de TVE en Estados Unidos y no era un cargo político, sino laboral. Me sentó muy mal. Me dio la impresión de que era un hombre rencoroso. Le puse un pleito a la televisión del Gobierno, lo gané, y con el dinero de la indemnización pude comprarme un BMW grande, de segunda mano. Mis tres hijos me decían: «Este cochazo es de la época de Aznar«. Lo tomamos con sentido del humor. Yo creo que no he ajustado cuentas con nadie. Critico un poco a Juan Tomás de Salas porque me despidió de Cambio 16 de mala manera, con un poco de mala fe. Cuento sus luces y sombras. Y no tengo más enemigos… Bueno, otro que quiso quitarme el trabajo fue Miguel Boyer, el pobre, que le pidió a Jesús Polanco mi cabeza. Acabé yéndome de El País por tercera o cuarta vez.

José Antonio Martínez Soler. | Carmen Suárez

P.- Volviendo a tus inicios, hay que recordar que empezaste Arquitectura y, al no aprobar la asignatura de dibujo de primero, te buscaste la vida en el periodismo.

R.- La suerte me acompaña. Soy cobardica, pero tengo mucha suerte. Eso me ha permitido fundar muchas revistas, muchos periódicos y muchos programas de televisión. Me he divertido mucho. De alguna forma, yo tenía las espaldas cubiertas. Era un mantenido porque mi mujer, que nació en Boston, era corresponsal del New York Times y cobraba en dólares. Entonces, yo podía arriesgarme. Me iba de los sitios porque tenía a mi mujer detrás que mantenía a los niños. No soy ningún valiente, Javier, aunque he tenido mucha suerte.

José Antonio Martínez Soler, cuando dirigía y presentaba Buenos días, año 1986| Foto: Javier del Castillo.

P.- En las memorias cuentas que fuiste «de fundación en fundación, como Santa Teresa de Jesús».

R.- En lugar de conventos, fundaba medios de comunicación. Yo empecé en TVE haciendo de figurante, porque había hecho cine en Almería como extra. Entonces, conocí a Amestoy. Me pidió un artículo para la revista Don Quijote y después me contrataron. Hacía el ajuste de páginas, mientras estudiaba Periodismo. Estuve seis meses, pero sólo cobré el primero. Después, fui uno de los fundadores del periódico Nivel. Me contrató Manuel Martín Ferrand y conocí allí a gente muy buena. A Martín Ferrand le quise mucho. Era un tipo sensacional. Él era conservador y yo socialdemócrata, así que chocábamos de vez en cuando. No he estado en ningún partido, ni lo estaré jamás, mientras sea periodista. Aquel periódico sólo se publicó un día. Así que de ahí me fui a trabajar de documentalista a un programa de TVE que se llamó España siglo XX, cuyos guiones firmaba José María Pemán, el poeta de Franco. Era el negro de Pemán. Él corregía algunas cositas y ponía su nombre en letras grandes. Debajo, en letras pequeñitas, aparecía: Investigación y documentación, José Antonio Martínez Soler. Y yo tan orgulloso.

«No he sido nunca felipista, guerrista, ni maoísta del Niño Jesús»

P.- Lo primero que hiciste en TVE fue presentar un programa escolar, gracias a una recomendación de Adolfo Suárez.

R.- Era una especie de videoclub que se ofrecía a los colegios de los pueblos, y que se llamaba Televisión escolar. Era una prueba, que duró un año.  Yo había conocido a las secretarias de Adolfo Suárez, entonces uno de los jefes de producción en la Primera Cadena de TVE. Ellas me dijeron que estaban buscando una cara para presentar aquel programa y Suárez me dio una tarjeta para que se la entregaran a quienes hacían las pruebas. Hice la prueba con gente de más experiencia y, al finalizar, el realizador me dice: «¿Te habrás dado cuenta de que eres el peor de todos?». Me puse colorao y le dije que el problema era que estaba acostumbrado a las cámaras de cine, más pequeñas. Al final, me dijo que si en quince días perdía el acento de Almería el trabajo sería mío. Lo conseguí y fui presentador de Televisión escolar con 20 años.

P.- Volviste muchos años después a TVE, en los años 80, para hacer Telediarios y el programa matinal en TVE, Buenos días.  

R.- He tenido mucha suerte. Un día, cuando yo era director del TD1, estaba yo preparando las preguntas para una entrevista al ministro de Obras Pública, Julián Campo, sobre la Ley de Aguas, y me llamaron al control para decirme que el ministro no iba a llegar a tiempo. ¿Qué hacemos? Me bajé al estudio, me maquillaron corriendo y Manuel Campo Vidal Concha García Campoy me hicieron a mí las preguntas que había preparado para el ministro. Esa misma tarde, Ramón Colom me dijo que dónde había aprendido a hablar en televisión con tanta naturalidad. Le conté que había estado un año presentando Televisión escolar. Al poco tiempo, me llamó José María Calviño, el gran jefe, y me dijo si podría hacer el Buenos días, en la televisión matinal. Me fui una semana a Nueva York a copiar los matinales que se habían en EEUU. y los adapté al gusto español. Y el 13 de enero de 1986 había nacido una estrella.

P.- Recuerdo que dabas los buenos días en los cuatro idiomas que tenemos en España.

R.- Es verdad. Ahora me copian en el Parlamento. Yo saludaba todas las mañanas diciendo Buenos días, Bon dia, Bos días y Egun on. Excepto un día en que cambié el saludo. Me llamó a las dos de la mañana nuestro corresponsal en Ámsterdam anunciándome que se iniciaban relaciones diplomáticas de España con Israel. Cambié todo el programa y abrí el Buenos días diciendo Shalom, shalom, IsraelUn saludo, recordé, que se remontaba a hace quinientos años. Yo oí decir entonces: Buenos días, ShefaradEra emocionante. Se te ponían los pelos de punta. Dimos la exclusiva.

P.- TVE era la única cadena de televisión y esa circunstancia permitía alcanzar grandes audiencias, pero también incrementaba las presiones políticas.

R.- Yo he dirigido telediarios en el año 1985 y en los años 1993 y 1994. En dos etapas distintas. Los políticos siempre quieren manejar el monigote que sale en la tele. Es normal. Y el periodista tiene que oponerse y tratar de equilibrar esas presiones. Lo que se publica o se emite es la resultante de todas las presiones que llegan: del jefe, del amigo, del cuñado, del vecino, del político o del anunciante. Nosotros tratamos de hacer la resultante de todas esas presiones. Yo recibía llamadas del ministro portavoz o del líder de la oposición continuamente. Pero en el Buenos días ¿quién me iba a llamar a mí a las cuatro o a las cinco de la mañana? Todos estaban durmiendo. Yo era libre y hacía lo que me daba la gana. A posteriori, podían criticarme, pero ya daba igual. Era maravilloso. Éramos los más libres de España porque los jefes estaban durmiendo.

P.- ¿Por qué se cargaron el programa matinal, nada más llegar a la dirección general de RTVE Pilar Miró?

R.- Hay cosas que no se pueden contar. Yo no he sido nunca ni felipista, ni guerrista. Ni maoísta del Niño Jesús. He sido siempre independiente. Soy de centro izquierda porque mi padre era republicano salmeroniano. Fíjate, yo soy de Salmerón, de la Primera República. Y también de Indalecio Prieto, si quieres, socialista a fuer de liberal. Pero nunca he estado en ningún partido político, ni lo voy a estar. Porque me interesa ser libre. Mi corazón está un poco en el centro izquierda. ¿Qué ocurre? Pues que inmediatamente tratan de ponerte una etiqueta. Cuando Calviño me llamó para dirigir un Telediario, la gente decía: si le ha llamado Calviño, es que este es guerrista. Yo ni conocía a Guerra. No lo había visto en mi vida. Bueno, le conocí indirectamente cuando fui ayudante de Fernando Abril Martorell, vicepresidente del Gobierno con Suárez, y ellos dos negociaban la Constitución. Los padres de la Constitución de verdad son Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell. Ellos negociaban de madrugada y luego le decían a Felipe y a Suárez lo que habían aprobado. Las matronas de la Constitución fueron Abril Martorell y Guerra. Me decían que era guerrista, pero de guerrista nada.

P.- Te llevabas bien con Felipe González… Te mandó una carta cuando te secuestraron.

R.- Es verdad. La primera foto de Felipe González la publiqué yo en la revista Doblón. Le tapamos los ojos, porque era todavía ilegal. Cuando me secuestraron y torturaron, me mandó una carta muy cariñosa, firmando ya con el nombre de Felipe González. También me mandó otra carta Nicolás Franco, sobrino del dictador. Yo soy amigo de Nicolás Franco porque me salvó la revista. El día que murió el caudillo nos la secuestró la policía. La portada era un sello de correos, con la cara de Franco ampliada y un titular que decía Ha muerto. Nada más. Luego me enteré que el secuestro se debió a que habíamos ofendido a la viuda, Doña Carmen Polo de Franco, por decir que era «inteligente para los negocios». No pagaba los collares en las joyerías. Lo tengo confirmado. Le hicimos llegar una carta al entonces todavía príncipe Don Juan Carlos y por la tarde nos dieron permiso para repartir la revista. Yo le estaré siempre agradecido al rey Juan Carlos y a Nicolás Franco. Aunque el rey Juan Carlos nos salió luego un poco rana, hizo mucho por la democracia y salvó mi revista.

José Antonio Martínez Soler en un momento de la entrevista. | Carmen Suárez

P.- Después de tan larga trayectoria, ¿somos ahora más libres o menos libres que hace cuarenta años?

R.- Es una reflexión difícil. Depende. Está claro que España es un país democrático. Somos libres. La mayor libertad que yo he tenido, como periodista, fue desde la muerte de Franco hasta la aprobación de la Constitución, años 76, 77 y 78. Me sentía más libre porque los poderes antiguos de la dictadura no acababan de morir y los poderes nuevos de la democracia no acababan de nacer. No había unos poderes claros. Yo era entonces director de Doblón y publicábamos cosas increíbles. La clave de la Transición fue que los demócratas no sabían la fuerza que tenían los franquistas y viceversa. Y tenían miedo a volver a las andadas. En aquellos tres años he sido más libre que nunca. Nadie es objetivo; somos sujetos, no objetos.

«Los españoles perdonamos los pecados del amor, pero no los de robar»

P.- En la Transición conociste bien a Felipe González y a Alfonso Guerra. ¿Qué te parecen sus críticas a lo que está haciendo Pedro Sánchez?

R.- El Rey emérito, con el que he tenido una relación de afecto y de agradecimiento, ha envejecido mal. Constitucionalmente, lo ha hecho bien, pero la bragueta le fue mal y la cartera también. Los españoles perdonamos siempre los pecados de amor, pero los de robar no. Aunque no se ha probado todavía, todo el mundo sabe que ha habido un comportamiento no ejemplar del Rey emérito. ¿Qué pasa con Felipe y Guerra? Yo quiero a los dos, y les he votado muchas veces. Para mí, Felipe es un hombre imprescindible en la historia de España. Ha sido fundamental, como lo fue Suárez, como lo fue Carrillo, como lo fue incluso Fraga, Guerra o Abril Martorell.  Pero, cuando pierdes el poder -por vejez o porque te retiras-, no te acostumbras a que los guardias no se cuadren y den el taconazo, ni a que el coche oficial no te esté esperando en la puerta. No se acostumbran a que las nuevas generaciones no les pregunten. Felipe y Guerra están dolidos por eso. Pedro Sánchez tenía que haber cautivado a estos dos viejos monstruos del socialismo para que no se pusieran en contra. Tanto Guerra como Felipe están envejeciendo un poco mal. Han hecho mucho bueno por la democracia, pero ahora es tiempo de los jóvenes.

«Felipe González, Alfonso Guerra y el rey Juan Carlos I están envejeciendo mal»

P.- Pero ¿no crees que se están haciendo demasiadas concesiones por parte del presidente en funciones?

R.- Pero, ¿cuándo no se han hecho?

P.- Tendrá que haber algún límite.

R.- El que marque la ley. Yo soy demócrata y republicano. Por ese orden. Acepto la Constitución y apoyo al Rey, aunque soy republicano. Y la princesa Leonor me parece encantadora. El Rey es soberano, no como Franco que era caudillo por la gracia de Dios. Felipe VI es rey constitucional de España, por designio del pueblo. Envejecer es muy difícil. Yo me he buscado otra vida para no molestar a los jóvenes. Hay gente que envejece mal. Y creo que Felipe, Guerra y el rey Juan Carlos I están envejeciendo mal.

P.- En el libro dices que el miedo de unos y de otros nos hizo demócratas. ¿Qué está pasando ahora?

R.- Efectivamente. El miedo nos hizo demócratas porque, como te decía antes, ninguno bando sabía la fuerza del otro bando. El miedo fue fundamental, pero también la generosidad. Hubo un punto de generosidad. Miedo a no volver a las andadas y generosidad para perdonar a los asesinos del lado franquista y a los asesinos del lado republicano. En la guerra civil hubo asesinos en los dos lados, pero en la posguerra los asesinos estaban todos en el mismo lado: en el lado de la represión franquista y policial. Creo que la izquierda perdonó más, pero ambos perdonaron. Los jóvenes han nacido en libertad y la libertad, como el oxígeno, sólo la valoras cuando te falta. A mí me faltó durante muchos años y la valoro; que ahora no me la quiten. La libertad no fue un regalo, ni lo es ahora. Hay que estar alerta defendiendo permanentemente la libertad, porque un país libre siempre es un país mejor.

En Los Álamos, donde Oppenheimer creó la bomba atómica

Me ha costado explicar a mi nieto Leo (8 años) por qué tuvieron que inventar aquí, en Los Álamos (N.M.), en 1945, las dos primeras bombas atómicas que mataron a 200.000 japoneses en Hirosima y Nagasaki.

Hongo gigantesco formado tras la explosión de la primera bomba atómica sobre Japón

Con el corazón partido, no tenía respuestas convincentes para sus preguntas más sencillas.

Mi nieto Leo, junto a las réplicas de las dos primeras bombas atómicas: Little Boy y, al fondo, Fat Man.

Afortunadamente, el Museo de Los Álamos está pensado para niños y sus explicaciones en carteles y pies de foto eran mejores que las mías. No todos los científicos de entonces eran partidarios de investigar la fisión o la fusión nuclear. Saqué una conclusión terrible: todas las armas que se inventan, tarde o temprano, se acaban usando. La Historia lo prueba.

Con mi hijo David, entre las estatuas del general Gross y Oppenheimer, máximos responsables del proyecto Manhattan que permitió crear la bomba atómica.

Claro que, hasta hoy, estas dos bombas atómicas cuyas réplicas estamos viendo hoy (Little Boy y Fat Man) solo se han usado en 1945 con el fin de provocar la rendición total del Imperio japonés en la II Guerra Mundial y acabar así con la mayor masacre del siglo XX. Consiguió su objetivo, sí, pero ¿a qué precio? Largo debate.

Tras la visita inquietante al Museo, nuestros hijos, Andrea y David, mi chica y mi nieto intervinieron en el debate.

¿Era necesario lanzarlas sobre la población civil como hicieron los nazis sobre Guernica en la guerra civil española o los aliados sobre Dresde? La cuestión que surgió cuando vimos la película Oppenheimer brotó hoy con más fuerza: ¿El fin justifica los medios? O, como afirmó Albert Camus, «son los medios los que justifican el fin».

Con mi hijo David y mi nieto Leo en Los Álamos (NM)

En el complejo de Los Álamos (un laboratorio fuertemente vigilado por militares) se concentra hoy el mayor porcentaje de cerebros científicos por metro cuadrado del mundo. ¿A qué se dedican cientos de físicos, químicos, biólogos, matemáticos, etc.? No es ciencia ficción. Están inventando nuevas armas que, tarde o temprano, serán usadas.

Réplica del primer detonador que se utilizó con la primera bomba atómica.

Me ha impresionado la pobre tecnología manual utilizada en 1945 para fabricar, por ejemplo, el detonador de la primera bomba nuclear de la Historia. Usaron papel y lápiz, tiza y pizarra. Me asusta pensar qué podrán fabricar ahora con la alta y sofisticada tecnología disponible, incluida la inteligencia artificial. Peor aún: ¿Y si Trump, o alguien como su amigo Putin, gana las elecciones en EE.UU. y tiene en sus manos el botón rojo para utilizar estas nuevas armas secretas, hoy embrionarias o no, del laboratorio de Los Álamos?

Es un milagro que, con el enorme arsenal nuclear actual repartido por el mundo, nuestra especie haya sobrevivido hasta hoy. Confiemos en que la cooperación entre los seres humanos supere a la confrontación. Ojalá. Cruzo los dedos.

Cada vez que bebo agua en Nuevo México, recuerdo lo que pasó en la colina de Los Álamos, al otro lado del Río Grande (que los mexicanos llaman Río Bravo)  entre 1943 y 1945. Mi hijo David me advierte de que solo puedo beber agua mineral embotellada:

-«Desde que hicieron aquí las primeras pruebas nucleares, nadie bebe agua del grifo. Puede estar contaminada con restos radioactivos».

Tomo nota. Lo mismo me dijeron en Palomares (Almería), después de caer allí cuatro bombas atómicas que no llegaron a explotar. En 1966, el plutonio se había extendido por la tierra que yo recorría de niño con mi padre para llevar un carro de tomates a la alhóndiga de Cuevas de Almanzora desde La Rumina, mi casa en el término de Mojacar.

Emocionado y agradecido recibo el Premio que me dan mis colegas

Mis narcisos aún no han florecido este año, pero yo sí. Hoy recibí uno de los dos premios más importantes de mi vida: el Premio de Honor 2022 de la APM «por toda la trayectoria profesional».

Doble página del folleto de los Premios de la APM con el retrato que me hizo el gran Bernardo Pérez, compañero y amigo de muchos años en El País. (Se nota que me quiere).

Emocionado y agradecido, he recibido el reconocimiento que mis propios colegas, miembros del Jurado, han hecho de mis 54 años de periodista. El acto, iniciado con el discurso de Juan Caño, presidente de la APM,  ha sido fantástico.

El alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, me entregó el Premio de Honor y dio un discurso espléndido, sin un papel, en favor de la libertad de expresión.

El otro premio, como «mejor profesor», me lo concedió hace décadas el tribunal más duro que pueda imaginarse: el de mis alumnos de Economía Aplicada. Colegas, que son maestros consagrados, y alumnos universitarios que votaron a mi favor, sin haber presentado yo mi candidatura, me han hecho muy feliz.

Portada del libro (editado por Marcial Pons) que tanto ayudó a convencer al Jurado de la APM para que votaran a mi favor.

Esto es parte de lo que mis hijos, que conocen mis debilidades, llaman «vanity tour», que comenzó con la publicación reciente de mis memorias periodísticas («La prensa libre no fue un regalo»), la presentación del libro en el Ateneo de Madrid, en el Teatro Apolo de Almería y seguirá, pronto, en el Foro de La Región en Ourense y Vigo…

Con Karmentxu Marín (de Doblón y El País) y Miguel Ángel Noceda (de La Gaceta de los Negocios y El País), miembros del Jurado de la APM.

Este libro, leído por dos amigos muy queridos, miembros del Jurado de la APM, ha sido clave, a mi juicio, para la obtención del Premio de Honor «por toda una vida de periodista» frente a otros candidatos, mejores que yo, que aún no han publicado sus memorias. Les animo a que lo hagan en cuanto se jubilen. Yo aproveché el confinamiento por el Covid para contar mi vida. Me alegro de haberlo hecho.

Con los demás premiados: Nieves Herrero, Laura de Chiclana, Luis de Vega y Félix Madero.

La Asociación de la Prensa de Madrid ha premiado también a otros notables colegas, más jóvenes que yo, que siguen triunfando en activo: Nieves Herrero, Laura de Chiclana, Luis de Vega y Félix Madero.

Dos de los premiados (Laura y Luis) han ganado el reconocimiento del Jurado por su cobertura, arriesgada y valiente, de la invasión ilegal rusa de Ucrania. El embajador de Kiev en España agradeció el trabajo de la prensa para contar la verdad de esta guerra tan bárbara. Y el acto concluyó con la actuación, emocionante, del coro infantil ucraniano en Madrid.

Coro de niños de Ucrania.

La dulzura de sus voces (niños desde 5 años años hasta adolescentes) contrastaba con la dureza de las imágenes que nos llegan de su patria herida por los crímenes de un dictador como Putin. Compatriotas de estos niños cantores mueren a diario violentamente en su patria. Imposible no cruzar canciones y sonrisas tan dulces con imágenes tan terribles y profundamente tristes de la guerra. ¡Es bárbara la guerra!

Texto de mi página en el folleto de la APM repartido en el acto de hoy en el Centro Cultural Conde Duque

Mi hija, Andrea Martínez Westley, acudió a darme su abrazo. Gracias, princesa. Erik y David estaban fuera de Madrid.

Con Andrea Martínez Westley. ¡Qué más puedo pedir!

 

 

Aniversario del Buenos Dias, primer informativo matinal

Poco antes de Navidad de 1985, Jose Maria Calviño, director general de RTVE, me pidió que inventara un programa informativo matinal, deprisa y corriendo, antes de que el Gobierno concediera las licencias para emitir a las televisiones privadas, que ya estaban llamando a la puerta para acabar con el monopolio estatal de TVE. Con tan poco tiempo de antelación (dos semanas para estrenar en enero), le dije que inventar, inventar, algo nuevo y de calidad lo veía muy complicado por precipitado, pero que a mí se me daba muy bien copiar. En Europa solo había nacido el matinal de la BBC (Breakfast Televisión) y aún estaba verde. Prefería copiar de las grandes cadenas norteamericanas (ABC, CBS y NBC) que tenían más experiencia. La técnica americana al gusto español. Pase una semana en Nueva York copiando todo lo que pude. En enero de 1986, con el mejor equipo del mundo, nació una estrella: el Buenos Días, primer informativo de la mañana en la TVE, la única que había en aquel momento en España.

Equipo de fundadores del Buenos días en enero de 1986

Ayer mismo me llegó un enlace del archivo de TVE que recordaba el aniversario de este feliz nacimiento.
#Undíacomohoy (#1986) el programa #BuenosDías de #JoséAntonioMartínezSoler inaugura la #televisión matinal en España.
Aquí puedes ver aquel primer programa, íntegro –> http://rtve.es/v/4722045/

Mirad lo que llegó por las redes.

Todos los fundadores han podido decir con orgullo: «Yo estuve allí». Y yo, tan feliz. Aunque pasé un año sin dormir por las noches, lo pasé muy bien. Creábamos algo desde la nada, como dios.
Hubo programas gloriosos, increíbles. Recuerdo la entrevista que le hicimos en directo al Aga Khan, el príncipe de los Ismaelitas, en el Patio de los Leones de la Alhambra.

http://www.rtve.es/alacarta/videos/programas-y-concursos-en-el-archivo-de-rtve/edicion-buenos-dias-1986/2929395/

Aquella fecha quedó inmortalizada por la foto que me envió la Casa Real con mi hija Andrea a cuentas saludando a los Reyes y al Aga Khan en la víspera del programa.  Iba firmada, cosa rara, por el Rey y la Reina.

Saludo al Rey con mi hija Andrea a cuestas. Foto de la Casa Real dedicada, a la vez, por Juan Carlos y Sofia. Cosa rara.

Disculpad la mala calidad de esta foto. Es una foto de la foto original que tuvimos enmarcada hasta que vimos al Rey cazando elefantes y supimos de sus fechorías de golfo redomado. Descolgamos la foto original de la Casa Real y la tiramos a la basura.

 

La verdadera patria del hombre

Lectura (voluntaria) para el puente. Si no me leéis, os querré igual.

La Voz de Almería comienza a publicar hoy mis recuerdos de infancia.

La Voz de Almería empieza a publicar hoy algo de mis recuerdos de infancia («la verdadera patria del hombre», según Rilke).

Mis hijos David y Andrea en el tranco de «mi casa».

Almería, quién te viera… (1)

Entre el Quemadero y la Plaza Toros

José A. Martínez Soler

Ayer pasé por la puerta de mi casa. No me refiero a mi casa de Villanueva de la Cañada, en Madrid, donde vivo desde 1977 y donde se han criado mis tres hijos (Erik, Andrea y David). Cuando digo o escribo <<mi casa>>, tan espontáneamente como me ha salido aquí y ahora, me refiero a la casa de mis padres, en la calle Juan del Olmo, de Almería, equidistante del Quemadero y la Plaza Toros, del Hoyo de los Coheteros y la Muralla de Jayrán. Allí me crie hasta que aprobé preuniversitario y me fui a Madrid en busca de estudios, amores y fortuna.

Me fui, sí, atraído por la aventura de conocer otros mundos. Buena excusa. En mis largos paseos solitarios por la orilla del Mediterráneo, mirando al mar, los imaginaba, desde niño, al otro lado del horizonte. Soñaba con esos mundos. Me gustaba La Canción del Pirata de Espronceda: <<Asia a un lado, al otro Europa/ y allá a su frente Estambul>>.

Mi barco, como la Almería del escritor granadino Pedro A. de Alarcón, estaba anclado en tierra firme. África, al frente. Oriente, a mi izquierda. Occidente, a mi derecha. Por sus vientos de aúpa, dicen que Almería es tierra de <<dos mares>>: <<La mare que parió al Poniente y la mare que parió al Levante>>. También me dijeron que los almerienses tenemos un punto de locura causado por el peor de esos vientos (la <<ponientá>>) que nos incita a emigrar e, incluso, a asumir riesgos creativos y temerarios. Dan por hecho que la <<ponientá>> espabila, o enloquece, a los pusilánimes de mi tierra.

Almería era entonces la penúltima provincia más pobre de España, después de Orense, y una de las mayores fábricas de emigrantes de Europa.

Al mundo se iba en barco

En un claro amanecer, desde el cerro de la Molineta, cerca de mi casa, creí ver un día los picos del Atlas que nos separan del Sahara. El resto del mundo, desconocido para mí, me atraía. Un imán poderoso. Como ocurre con cualquier cuerpo físico, mis movimientos obedecían a dos vectores: el que me atrae y el que me empuja. Almería me gustaba, me anclaba a la tierra, a sus olores, a sus colores, a sus sabores, a su gente, pero también me empujaba hacia el mar. El resto del mundo, al que se llegaba entonces por barco, me llamaba. ¡Con qué fuerza! Como Ulises, quería emprender mi odisea.

Dijo Rilke: <<La infancia es la verdadera patria del hombre>>. Pues sí, mi querido Rilke, ayer pasé por la puerta de mi infancia. Mi patria verdadera. No entré. Cuando murió mi madre, decidí venderla, no sin dolor. Aún está en pie. La fachada mide unos tres metros y pico de anchura. Es más alta que ancha. Mantiene la misma estructura: puerta de madera altísima, tranco de granito, zócalo rojo, ventana casi tan alta como la puerta, con reja abombada a la altura de los codos para poder pelar la pava, en otros tiempos, o para sostener algunas macetas con geranios.

Salvo las vacaciones de verano, Navidad y Semana Santa que pasé, sin agua corriente ni electricidad, en el Cortijo de La Rumina (Mojácar), durante los siete años que duró la aventura agrícola de mi padre, pasé mi infancia y adolescencia en la Calle Juan del Olmo de la capital. Llevo más de cincuenta años fuera de allí. Sin embargo, aún me refiero a ella como <<mi casa>>. Allí nací, asistido por Maruja, la del mono, la matrona del barrio. Por si acaso, durante el parto, mi padre, escarmentado por una trágica experiencia, mantuvo un taxi en la puerta. Algo inusual para sus ingresos.

Dos años antes, había nacido muerta mi hermana mayor. Fue un parto casero, difícil y peligroso, lo que era bastante corriente en aquellos años. Mis padres nunca la llamaron por su nombre, Isabel, pero se referían a ella constantemente. Con demasiada frecuencia para mi gusto.

Una bici funeraria

Mi hermana mayor fue un bebé esperado y deseado. Su muerte, durante el parto, no debió ser fácil de asumir. En mi casa lavaron al bebé inerte y lo vistieron con un vestido blanco. Mi padre fue en bicicleta a ver a un amigo de la infancia, hijo del suicida que se rebanó el cuello en el Covarrón del Cerro, junto al Hoyo. Era carpintero. Con su ayuda construyó un ataúd pequeño con tablas sobrantes de la carpintería. Clavó la caja a martillazos y, con una soga de esparto, la ató al sillín trasero de su bicicleta. En esa caja, en esa bici funeraria, depositaron con cuidado el cuerpo de mi hermana mayor. Nunca supe quién hizo la foto de su cadáver. Atada al portaequipaje, por la calle Restoy y la carretera de Granada, a pedales, y solo, mi padre se la llevó hasta al cementerio de San José. Al recordarlo se le humedecían los ojos.

Hasta sus últimos días, mis padres conservaban en su mesita de noche la única foto de mi hermana mayor tumbada, ojos cerrados, vestida con un faldón blanco. <<Una muerta tan hermosa>>, decía mi madre, <<un ángel>>. Era tema de conversación, tan frecuente como inoportuno, cada vez que las visitas hablaban de sus hijos. O de sus partos. Mi madre no perdía ocasión de referirse a esa tragedia, incluso delante de mi hermana menor, también llamada Isabel. Con lo hábiles que fueron para sobrevivir en la posguerra -para disimular sus ideas políticas o religiosas, o para fingir cumplidos con los vecinos- mis padres no eran buenos sicólogos. Se referían persistentemente a nuestra hermana muerta. <<Ahora tendría 15 años, estudiaría enfermería, sería tan alta y tan guapa>>.

 Para mi madre, Dios se llevó a la niña perfecta y nos dejó en la tierra, vivitos y coleando, a mi hermana Isabel y a mí, cargados de defectos, desobedientes, guarros y maleducados. No podíamos vencer a un ángel. Mi madre no perdía ocasión de celebrar a la primera niña. Era <<grandísima>> al nacer. <<Por eso, pasó lo que pasó…>>, añadía, con los ojos ya húmedos. Cada año, le sumaba algunos gramos de más, los mismos que le iba quitando a su segunda niña y, a veces, también a mí.

De adultos, mi hermana y yo hacíamos bromas con estas escenas y nos partíamos de risa. Risa, a veces, amarga. Agridulce. <<Nació con 12 kilos>>, me decía mi hermana. <<¡Qué va! Nació con un doctorado en Arquitectura>>, le respondía yo.

El azar, tan caótico, nos marca desde el primer soplo de vida.

Pocos años después del entierro, sin ceremonia, de mi hermana mayor, mi padre, que era un manitas, inventó un sillín de madera para bebés que iba atornillado al cuadro de su bici.

En la misma bici que sirvió de vehículo fúnebre a mi hermana, recorrí yo las calles de Almería. Orgulloso y, quizás, muerto de miedo. Desde luego, bien agarrado al manillar. Tan feliz. Tengo foto. Aquel sillín postizo fue la envidia de mi barrio, desde el Quemadero hasta la Plaza Toros.

Con mi padre, en la «bici fúnebre», por el Paseo de Almería

 

Mi hermana Isabel, con 4 meses.

 

José A. Martínez Soler (o sea, un servidor) con 4 meses.

Happy 4th of July, a pesar de todo

Con el corazón «partío», muchos estadounidenses celebran hoy su fiesta nacional, el Día de la Independencia de Gran Bretaña, efectiva desde el 4 de julio de 1776.

La Declaración de Independencia de Estados Unidos, del 4 de julio de 1776.

El segundo párrafo de la Declaración de Independencia está alimentando no pocos debates sobre la defensa de los derechos humanos en el mundo. Especialmente esta frase:

«Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad».

Esta frase fue aprobada por esclavistas como Thomas Jefferson, que vendía a su propios hijos mulatos, aunque también por anti esclavistas como Benjamín Franklin.

Hace tres semanas, cuando estuve en Nuevo México para conocer a mi nieta, las tiendas estaban ya repletas de símbolos festivos (banderas, colgantes, platos, vasos, sombreros, camisetas, etc.) todos ellos con los tres colores blanco, rojo y azul de la enseña nacional de Estados Unidos.

Mi nieta Ana Isabel con su madre (de Islas Palao) y su madrina (de Jamaica) en Santa Fe, NM.

En Santa Fe, la capital de Nuevo México, vi pocos negros, pero me crucé con muchos nativos americanos que tenían pocas ganas de celebrar esta fiesta. Ellos la consideran más propia de los blancos del Este que masacraron a los pueblos indígenas en la expansión salvaje hacia el Oeste y Sudoeste. Como nuestro Francisco de Goya, y otros afrancesados reconvertidos en «patriotas», tras la sublevación popular del 2 de mayo de 1808, norteamericanos negros, latinos o asiáticos celebran hoy con muchas dudas el Día de la Independencia de su país. Otros rechazan claramente esta fiesta que, según ellos, no les representa. ¿Independencia para quién? Cada 4 de julio, monumentos en honor de colonizadores y esclavistas son atacados por quienes luchan contra el racismo en los Estados Unidos

Mi familia norteamericana (awestley.com) mantiene la costumbre de celebrar su fiesta nacional a la que yo, naturalmente con el corazón «partío», me sumo desde hace medio siglo. Anoche celebramos la víspera con una verbena hispano norteamericana. Baile-con-Andy1

Bailando sevillanas de Massachusetts con mi hija Andrea.

Y hoy, la fiesta nacional con las sobras de perritos y hamburguesas de ayer.

El postre típico blanco, rojo y azul: strawberry shortcake.

Hoy no podía faltar el «strawbery shortcake», el postre obligatorio (blanco, rojo y azul) del Día de la Independencia. Ni los amigos de Washington (Jorge Diaz Pardo, Rebecca Block, Ben y Nora) que nos visitan cada año y que adoptamos como parte muy querida de nuestra familia.

Con Leo, Ben y Nora.

 

Happy 4th of July, a pesar de todo.

 

 

Gran artículo del New York Times