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¡Vivan los Coloraos! ¡Viva la Libertad! y ¡Mueran las caenas!

Para conmemorar el aniversario del fusilamiento de los 22 Mártires de la Libertad, ejecutados de rodillas y por la espalda por orden de Fernando VII, el rey felón, durante muchos años, pasé el 24 de agosto en Almería. Hoy, en el 199 aniversario de aquel crimen, estoy a 8.000 kms de mi tierra. Por eso, no pude asistir a la recreación histórica espectacular de la Asociación del Bicentenario de Los Coloraos, a la que pertenezco. Lo siento. El 24 de agosto de 2024, bicentenario de aquel crimen, prometo no faltar.

Cuerda de presos «coloraos», camino del fusilamiento.

Ante el Monumento a los Mártires de la Libertad

Recreación histórica

Curas del rey felón confiesan a los reos en capilla

Mártires de la Libertad, fusilados de rodillas y por la espalda.

También me hubiera gustado escuchar el pregón del periodista Paco Giménez Alemán, en el homenaje a los Coloraos.

Paco Giménez Alemán, durante su pregón de los Coloraos. Detrás del orador, la alcaldesa va de colorao,

Le he envié este mensaje: «Magnífico discurso de los Coloraos, querido colega. Lo leí (entero) a 8.000 kms de Almería y me emocionó, como el acto de recreación histórica que han hecho mis amigos «coloraos». Te felicito, Paco, y felicito a la alcaldesa del PP que ha sabido elegirte como orador. Has superado a todos los anteriores oradores conservadores, algunos resabiados por su repelús a la libertad, erróneamente elegidos por anteriores gobernantes del PP. Esta vez, contigo, el Ayuntamiento acertó. ¡Vivan los Coloraos! ¡Viva la libertad! y ¡Viva España! Un abrazo Paco».

Con mucha razón almeriense, Paco llamó «cipote» al rey felón que mandó fusilar a los Coloraos.

Hace 33 años con mi hijo David a la espalda. Hoy estoy en Santa Fe con él y su hija de 3 años.

Mi nieto Leo llevó una rosa a los Coloraos hace 6 años.

Articulo de Juanfra Colomina en La Voz de Almería de hoy.

La prensa almeriense informa de los actos «coloraos»

 

 

Voy con Adriana, el último de su lista

¿Por qué voy, a mucha honra, el último de la lista del PSOE en Almería? Sencillamente porque me gustaría ayudar a que Adriana Valverde, mi candidata favorita, fuera la próxima alcaldesa de Almería.

Adriana Valverde, candidata socialista a la alcaldía de Almería.

Yo te veo, querida Adriana, como alcaldesa de Almería, la ciudad donde nací y donde, en la calle Juan del Olmo (ente el Quemadero y la Plaza Toros), mamé los ideales socialistas de mis padres. Voy como independiente en el puesto 27 de tu lista porque, como periodista, no debo someterme a disciplina de partido, religión o equipo deportivo (nunca lo hice), pero mi corazón, tú lo sabes, comparte tus ideales socialdemócratas. Y soy un patriota almeriense, andaluz, español, europeo y ciudadano del mundo y eso me obliga a actuar y a no rendirme frente a la injusticia, la desigualdad y la ignorancia.

Por el bien de mis paisanos almerienses (los nacidos aquí y quienes adoptaron nuestra ciudad como propia), deseo tu victoria electoral. La tuya será una alcaldía para la esperanza en un futuro mejor frente al inmovilismo y el conformismo del pasado que nos ofrecen el PP y VOX. Será una victoria no solo para los del Paseo, para los que Feijóo llama “la gente de bien”, sino también para todos los barrios olvidados por el PP.

Mis paisanos del distrito 5º dirán que soy un optimista sin remedio. Ya me lo dijeron cuando, hace unos años, regresé a mi tierra como profesor titular de la UAL, y fui con Santiago Martínez Cabrejas, también con el número 27, el último de la lista del PSOE, un puesto de honor que me trajo suerte. Ya lo veréis.

La derecha almeriense, que entonces incluía a algunos nostálgicos del franquismo que hoy son de VOX, daba por segura la victoria de Megino, aquel alcalde enemigo de Los Coloraos que prohibió tocar La Marsellesa a la banda municipal. ¡Menudo cipote! Los himnos liberales del siglo XIX (el de Riego, el de Garibaldi, la Marsellesa y el himno nacional) se tocaban en Almería desde hacía casi doscientos años. Los amigos de la libertad recurrimos a la banda municipal de Berja para mantener una tradición liberal interrumpida solo durante la ominosa tiranía de Franco. Volvió a sonar La Marsellesa en la Plaza Vieja, don Juan Megino perdió la alcaldía y nuestro Santi, un alcalde entrañable, tomó el mando en Almería.

Ya sé que se trata solo de una anécdota menor sobre la intolerancia de la derecha almeriense. Pero, los símbolos, por pequeños que sean, cuentan porque condensan sentimientos, emociones e identidades que nos definen. Los del PP que nos gobiernan le tienen ojeriza al Pingurucho de Los Coloraos y quieren quitarlo de la puerta de Ayuntamiento. El monumento a los mártires de la Libertad, ejecutados por Fernando VII, el rey felón que restauró la Inquisición, les da repelús. A mí me gusta. Y a Adriana, también.

Pero no vamos a ganar el Ayuntamiento solo para salvar los símbolos de nuestra identidad histórica. Queremos ganar el Ayuntamiento para cambiar Almería, 20 años en manos de pusilánimes conservadores que se contentan con poco (y generalmente solo para ellos), para ponerla en el mapa del progreso, con autopistas y ferrocarriles del siglo XXI, con un puerto abierto que no tenga que envidiar al de Alicante y un paseo, desde el Zapillo hasta Pescadería, pasando por el Cable Inglés, que compita con el de La Concha de San Sebastián. Una Almería con más y mejor empleo, con más riqueza, mejor repartida, y menos pobreza, con más y mejores servicios sociales, con más cultura y menos ignorancia, para que podamos presumir de ella con orgullo y con razón.

Como los líderes de mi padre, Indalecio Prieto o Julián Besteiro, yo soy socialista a fuer de liberal y como ellos, yo también quiero una Almería moderna y ejemplar, que nos garantice un futuro de progreso para mejorar la vida de todos los almerienses y para reducir la desigualdad, la injusticia y la ignorancia que sufren muchos de nuestros paisanos. Quiero un futuro de esperanza y no un regreso al pasado que beneficie solo a los de siempre. Quiero una Almería más feliz.

Con Adriana ha llegado la hora feliz del cambio y no más de lo mismo. Y es que, para superar el abandono de Almería, durante dos décadas, la Democracia nos ofrece algo maravilloso: la posibilidad de la alternancia en el poder gracias al voto responsable de los ciudadanos. Paisano: no pierdas esta oportunidad para nuestra ciudad. ¡Atrévete!

¡Almería, quién te viera… con Adriana de alcaldesa!

Ante el monumento a Los Coloraos, hace más de 35 años, con mi hijo David en mi mochila.

El Rey cita a Azaña en el Ateneo. «¡Qué menos!», me dice

¡Feliz Bicentenario, Ateneo! Con el espíritu liberal de la Constitución de 1812 («La Pepa»), el Ateneo fue fundado en 1820. La pandemia nos impidió celebrarlo en 2020. Hoy, en cambio, ha tenido un arranque emocionante ya que en 1823, hace justo 200 años, Fernando VII, el rey felón, antepasado de Felipe VI, lo cerró, recuperó la Inquisición y persiguió a los liberales socios fundadores, muchos de los cuales huyeron al exilio para salvar su vida. El Rey actual no cito hoy al felón (un detalle) sino a Manuel Azaña, presidente del II República, y a su tatarabuela la reina Maria Cristina, quienes ocuparon la jefatura del Estado antes que él. Como republicano de corazón, me gustó el gesto. Y se lo agradecí personalmente. «¡Qué menos!», me respondió con amplia sonrisa.

El Rey («socio de cuota», dijo) compartió una copa con los ateneistas en La Cacharrería del Ateneo de Madrid.

Esperando al Rey en la venerable Cátedra Mayor del Ateneo

Me llamó la atención el cajón flamenco que había en medio del escenario. ¿Sería una invitación al Rey, tan aficionado a este instrumento?

El sabio Emilio Lledó, el ateneista vivo más antiguo (con 96 años) nos emocionó con su canto al Ateneo («mi segunda casa», dijo), a la lectura y a los libros de su biblioteca con los que él tanto ha dialogado desde que se hizo socio en 1949. El filósofo citó, cómo no, a su colega Aristóteles: «La amistad es lo más necesario de la vida». Lledó incluyó a los libros leídos entre sus amigos.

Los actores Miguel Rellán y Leire Marín (abuelo y nieta) iluminaron, con gracia y talento, el acto inaugural del Bicentenario.

Miguel Rellán, que nos ha enganchado con «Sentimos las molestias» junto a Antonio Resines, le echó un capote al Rey al cederle la palabra. Le ofreció el cajón flamenco del escenario como una oportunidad para lucirse. El actor arrancó aplausos del público y risas del monarca. El Rey le replicó:

«Me temo que voy a llevar eso para toda la vida».

No es para menos. Más risas y aplausos de los ateneistas. A eso se le llama empezar con buen pie. Equivale a la «captatio benevolencia» de los clásicos. A partir de ahí, Felipe VI pronunció un discurso cargado de valores cívicos («libertad, solidaridad e igualdad») que firmaría cualquier republicano que se precie.

Miquel Iceta, ministro de Cultura, estaba en su salsa.

A Miquel Iceta, ministro de Cultura, también le gustó el discurso real. Le pregunté si lo había escrito él. Lo negó.

Chupando cámara con los actores Miguel Rellán y Leire Marín (abuelo y nieta).

Recordé al joven Rellán cuando llegó a Madrid y empezó a colaborar con el semanario Doblón que yo dirigía entonces. ¡Qué tiempos!

Con Antonio Garrigues Walker

Cada vez que me cruzo con Antonio Garrigues Walker no puedo evitar recordar mi infancia en mi casa de La Rumina (Mojacar). Su familia veraneaba en un palacete impresionante (Marina de la Torre) al otro lado de río Aguas, muy cerca de mi casa. A escondidas, me bañaba desnudo en la balsa de los Garrigues hasta que el guarda me quitó la ropa y se la llevó a mi abuela, mientras yo escapaba en pelota picada por el río. A las niñas de la familia Garrigues (guapísimas) las llamábamos «las madrileñas». Otro ataque de nostalgia.

Bueno. Me voy a la Casa de Vacas del Retiro donde hoy predico a las 19.00h. en favor de la libertad con mi libro «La prensa libre no fue un regalo». Felipe VI se me adelantó hoy celebrando la libertad, con mucho fundamento, en el Ateneo de Madrid (donde presenté mi libro). A su antepasado, el rey felón, le habría disgustado mucho el discurso de nuestro rey constitucional. A mi gustó.

Mis colegas (aún en activo) cuchicheaban en un corrillo aparte sobre la visita del rey emérito, Juan Carlos I, a las regatas gallegas. ¡Qué diferencia! Lo siento, señor, me quedo con Felipe VI.

 

 

 

 

Los Coloraos, amparados por la Ley de Memoria Democrática

Más vale tarde que nunca. Los amigos de los Coloraos (fusilados por orden de Fernando VII en 24 de agosto de 1824) estamos de enhorabuena, tras la publicación en el BOE de la Ley de Memoria Democrática que podría proteger «lugares de memoria» dignos de recuerdo como el Pingurucho dedicado a los Mártires de la Libertad. La Voz de Almería ha publicado los detalles.

Información del La Voz de Almería sobre la declaración de los Coloraos como «lugar de memoria».

Precisamente, el pasado 18 de octubre, en la presentación de mi libro («La prensa libre no fue un regalo») en el Teatro Apolo de Almería, recibí de manos de Alfredo Sánchez, destacado activista del Bicentenario de los fusilamientos, el PIN que lo representa. Desde entonces lo llevo con orgullo en mi solapa.

Luciendo el PIN del Bicentenario de los Coloraos junto a Alfredo Sánchez.

El pasado 27 de septiembre, tras la presentación de mi libro en el Ateneo de Madrid, tuve ocasión de felicitar personalmente a Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, por haber conseguido sacar adelante una Ley que yo llamaría de «Justicia Democrática». Esa tarde también hablamos de nuestros Coloraos.

Abrazo, agradecido, a Fernando Martínez en el Ateneo de Madrid.

Cuando el actual secretario de Estado de Memoria Democrática era alcalde de Almería, a través de nuestro común amigo Miguel Naveros, me encargó que leyera el Himno de los Coloraos y un extracto de la carta que el periodista Benigno Morales redactó el 23 de agosto de 1824, víspera de su fusilamiento. Así lo hice, no sin emoción, a los pies del Pingurucho que conmemora la hazaña de nuestros Mártires de la Libertad, enemigos del absolutismo y la Inquisición impuestos por el rey felón.  Benigno Morales compuso el himno de la expedición de los Coloraos titulado «El Grito Nacional», cuyo estribillo, cantado a coro, era:

Libertad y unión: alzad, / venid, guerreros de España: / las cadenas arrojad: / ¡viva la libertad!.

Al gritar este estribillo, me estremecí de emoción y se me puso la piel de gallina.

Himno de la expedición de Los Coloraos (1824) contra la tiranía de Fernando VII

Con mi hijo David a cuestas (hace 33 años) tras el homenaje a los Coloraos.

Hacía pocos años que habíamos recuperado la libertad en España tras la muerte, en 1975, del último tirano. El Monumento a los Coloraos, destruido por la Dictadura antes de la primera visita del general Franco a la ciudad (que confundió Coloraos por Rojos), había sido reconstruido, por suscripción popular, con mármol blanco de Macael. Y ahí sigue en pie, pese a los intentos frustrados de miembros del PP que quieren retirarlo de la Plaza Vieja (hoy de la Constitución), donde está ubicado, y trasladarlo a otro sitio menos relevante. No lo conseguirán. El recuerdo de estos Mártires está muy asentado entre los almerienses amigos de la Libertad. Estoy convencido de que en el PP abundan también los amigos de la Libertad que no comparten la manía que algunos alcaldes y concejales de su partido tienen contra el Pingurucho de los Coloraos y su actual localización.

El 24 de agosto de 2024 se cumplirán los 200 años del fusilamiento de los Coloraos. Y el Pingurucho seguirá en su sitio. Allí estaremos.

¡Vivan los Coloraos!

 

Emocionado al presentar mi libro en campo propio

Hacía tiempo que no pisaba Almería, la capital donde nací a la vida. El martes, 18 de octubre, lo hice no sin emoción. ¡Cuantos abrazos debidos a tantos amigos y paisanos! Solo por reunirme con ellos en el Teatro Apolo, donde actué de niño, valió la pena publicar mi libro de memorias «La prensa libre no fue un regalo». La Voz publicó una crónica  que agradezco de Manuel León, uno de los que fundaron conmigo La Gaceta de los Negocios a finales de los 80. Gracias, Manolo.

Crónica de La Voz de Almería sobre la presentación de mi libro en el Teatro Apolo, donde yo actué de niño.

Me encantó reunirme con tantos amigos, colegas de la Universidad de Almería (UAL), vecinos de mi barrio y parientes a quienes hacía tiempo que no veía. «Almería.., quién te viera» es el titulo de la serie de artículos que, con ataques de nostalgia, suelo publicar en La Voz. Pues el martes, por fin, pude ver y sentir mi Almería. ¡Qué fácil es triunfar en campo propio con el público a favor! Me emocionaron.

Jams reina en el Apolo: presentación de las memorias de un hombre de acción

El periodista Martínez Soler comparece con su obra ‘La prensa libre no fue un regalo’

MANUEL LEÓN
16:13 • 19 OCT. 2022 / actualizado a las 16:40 • 19 OCT. 2022

Ocurrió anoche en el Apolo lo siguiente: se apagó la luz del orlado coliseo y apareció un tipo en una pantalla diciendo con voz aflautada “Hola, soy Martínez Soler” y a continuación un fotograma en el que se veía al protagonista con un traje, una flor en la solapa y peinado de Elvis, cogido del brazo de una chica de Boston con la que se acababa de casar; e inmediatamente se vio a ese mismo hombre con el ojo arruinado, como si acabara de boxear con Urtain, y a su lado, la misma mujer americana mirándolo con ternura, sufriendo por él, como se sufre por un ser lastimado al que se quiere. Ese hombre, ese periodista indaliano, acababa de ser secuestrado y torturado por un comando de la Guardia Civil en Madrid en 1976, cuando España era aún como un campo de minas desconocido donde los españoles tenían que aprender a pisar, a no embestir, a pensar, como dejó escrito Machado cuando se moría en Collioure muchos años antes

Fue ese fotograma la fiel demostración del título del libro que ha venido a traernos nuestro curtido paisano: “La prensa no fue un regalo, cómo se gestó la Transición”. Esa imagen describió, más que todas las palabras juntas, el fragor de los bisoños periodistas de entonces por conseguir el oxígeno de libertad. Eso debió de pensar José Antonio aquella mañana, mientras Elvis se atiborraba de somníferos en Las Vegas, cuando fue sometido a un fusilamiento simulado entre pinos y castaños de Guadarrama, por haber publicado un artículo sobre la purga de mandos moderados en la Guardia Civil. No apretaron, venturosamente, el gatillo y Martínez Soler, el almeriense, el hijo de Pepe el del cemento, ha vivido para contarlo, como el título de la última novela que escribió el nobel colombiano. Y lo contó anoche, con todos los matices, durante dos horas de película, en el teatrillo de Obispo Orberá, ante un grupo amplio de amigos y teniendo a su lado a escuderos y colegas como Manuel Saco, Amalia Sánchez Sampedro, Rafael Quirosa, Antonio Cantón y Antonia Sánchez Villanueva, que actuó como conductora de un acto organizado por La Voz.

Inauguró el acto para contar este inapelable relato de unos hechos tan recientes, tan lejanos, la subdirectora de La Voz quien resumió en ocho los motivos para leer este libro al que definió como “un relato ágil, entretenido, en un estilo divulgativo que nos retrata, que nos explica, con un despliegue impactante de hechos, lugares y personajes”.

El periodista y colega del autor, Manuel Saco, compañero en la redacción de la legendaria Cambio 16, con la media voz de un tango, desplegó toda una colección de perlas cultivadas de la memoria, complicidades de aquellos tiempos compartidos, con protagonistas de la época como Marcelino Camacho, rememoró aquella letra ávara del almeriense que era su jefe en la publicación, cuando ya la imaginación empezaba a servir para burlar la censura de curas y falangistas trasnochados.

Amalia Sánchez Sampedro, merideña (ahora casi veratense), veterana de las cámaras de televisión, de crónicas apresuradas desde los intestinos del Congreso, sacó a colación todo ese miedo legítimo de la época, sus coincidencias en la calle con Martínez Soler, con aquel Mariano Guindal que aún sobrevive, todo ese periodo del semanario Doblón, de los Gal, de Calviño, de la ¡Otan no! y luego ¡Otan sí! “son las memorias narcisistas de Jams” (José Antonio Martínez Soler) dijo, mientras el autor gesticulaba, ávido de agarrar en algún momento el micrófono.

Rafael Quirosa, catedrático de Historia de la UAL, subrayó que la Transición no fue un proceso idílico, que se encontró con muchos obstáculos, “a pesar de la ventana que abrió la Ley Fraga” y esbozó algunos títulos de esa prensa que empezaba a derribar las puertas de tantos años de férreo control dictatorial como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo.

Antonio Cantón, ingeniero almeriense de Telecomunicaciones, “el hermano pequeño de José Antonio”, como se autodefinió, con su voz rotunda de Jazztel, relató cómo se fue tejiendo hace cinco años el cañamazo de estas memorias recién editadas por Marcial Pons, cómo fueron urdiéndose todas esas páginas que llegaron a un millar, y de las que hubo que amputar las de la niñez y la juventud almeriense, “a través de navegaciones y de las reuniones almerienses con Andrés Cassinello, fue surgiendo esta obra”.

Llegó por fin el turno del protagonista del acto quien aferró el micrófono como el náufrago se engancha a una tabla y entre bromas de Unamuno y sus inicios como mal estudiante de arquitectura, relató cómo se hizo periodista por accidente en el diario Pueblo cuando le pilló estudiando en la silla vacía del redactor jefe Balbín y le sorprendió la campanilla de la Agencia EFE anunciando un golpe de Estado en Indonesia. Habló y no paró José Antonio, con gracejo almeriense, de sus años lasalianos con el Hermano Rufino, de sus peripecias con los censores de la época –“uno se apellidaba Sordo, ¡vaya censor!”– Y se puso serio para rememorar que la clave de la Transición fue que “no conocíamos la debilidad del otro, nosotros parecíamos muchos pero éramos cuatro gatos, igual que los comunistas o los falangistas, no sabíamos a dónde íbamos, marchábamos a tientas, con miedo legítimo, entre ruido de sables, entre el flu flu de las sotanas, con represión policial, sin saber a dónde llegaríamos. El miedo en ambas partes nos hizo demócratas, eso y la generosidad de nuestros padres y la nueva clase media que estaba emergiendo”.

Y lanzó laureles, José Antonio, a otro almeriense, Andrés Cassinello, teniente coronel -allí estaba su hermana Mercedes- el jefe de los servicios de inteligencia en la época de Suárez, de quien recordó que ayudó a facilitar la legalización del Partido Comunista y la vuelta de Tarradellas, escenas que parecen ya como de la noche de los tiempos.

Y seguía y no paraba este Jams -más dicharachero que León Salvador, que Robles el de los botijos, que aquel Gustavo reportero de Barrio Sésamo- el hijo del Rumino de Mojácar, contando incidencias, fechorías, entrevistas a González, a Aznar, sus aprietos con Calviño, pasajes de esos caudalosos años que hicieron que hoy los españoles -los almerienses- seamos lo que somos, seamos como somos, con la Constitución de 1978 como el mejor prontuario al que llegó esa prensa libre, que no fue un regalo. Ahí está su cara en las hemerotecas, la cara quemada del almeriense Jams, como prueba del ocho de que la libertad en las rotativas no cayó del cielo; esa cara ahora más arrugada pero dura como el cemento que vendía su padre y que felizmente no sucumbió ante un pistolón hace ahora tanto como 46 años.

Presentadores de mi libro en el Apolo

Luego tertulia en El Tomate, junto al mercado donde mi madre y mi abuela hacían la compra y donde yo escuchaba fascinado a los charlatanes que vendían ilusiones contra los celos y otras dolencias… y te regalaban un peine.

Tertulia en el Tomate

Acompañado por un trío de ases (Cantón, Saco y Flavio) en la puerta del Teatro Apolo.

Y antes de comenzar el acto, mi amigo Alfredo Sánchez me impuso el PIN de los Coloraos que luzco con orgullo en mi solapa. Representa el final del Pingurucho de mármol de Macael donde homenajeamos cada 24 de agosto a los Mártires de la Libertad, fusilados por orden de Fernando VII, el rey felón, ese mismo día de 1824. Pronto celebraremos el Bicentenario de aquellos que murieron por defender la libertad, pisoteada por el absolutismo y la Inquisición del peor rey de la historia de España.

Con Alfredo Sánchez y el PIN de los Coloraos en mi solapa poco antes de comenzar el acto del Apolo.

 

 

 

El tte. general Cassinello presenta mañana sus Memorias

Las Memorias del teniente general Andrés Cassinello, imprescindibles para entender la Transición, se presentarán mañana, miércoles, 5 de octubre, a las 18:30 h. en el Instituto Gutiérrez Mellado, Calle Princesa, 36, Madrid.

Andrés Cassinello, cuando fue capitán general de Burgos

Este experto almeriense en inteligencia política y militar, que inventó en embrión del actual CNI a las órdenes del presidente Suárez, tiene mucho que contar. No solo sobre lo que ocurrió en España de la Dictadura a la Democracia, sino, más importante aún, por qué ocurrió.

Cubierta del libro de memorias de Andrés Cassinello

Y lo hace con una escritura limpia y clara. Por muy raro que parezca, el teniente general Cassinello es un militar que sabe escribir. En cuanto leí su libro, recién salido de imprenta («La huella que deja el tiempo al pasar»),  lo recomendé inmediatamente a nuestros paisanos en el diario La Voz de Almería. En vísperas de su presentación al público de Madrid, copio y pego aquella crónica.

Crónica sobre el libro de mi paisano Andrés Cassinello publicada en el diario La Voz de Almería

Almería, quién te viera… (26)

Los demócratas, en deuda con el tte. general Cassinello

 J.A. Martínez Soler

Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición. Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente.

Su historia personal y profesional, desde la Dictadura a la Democracia, te engancha porque, por raro que parezca en un teniente general, nuestro paisano escribe muy bien. Da gusto leerle. Es su quinto libro. Y aunque me gustó mucho su biografía del Empecinado (“O el amor a la libertad”), ejecutado por orden del rey felón (Fernando VII), como nuestros Colorados, esta es, a mi juicio, su mejor obra.

Andrés Cassinello, que ya ha cumplido 95 años, estudió en el colegio Ferrer Guardia como Andrés Pérez (su padre y su tío habían sido fusilados por los republicanos) y luego, en el Instituto de Almería, fue alumno de Celia Viñas. Con un solo párrafo de su primer capítulo, el autor muestra toda su gran humanidad ante los lectores:

“Pero mi compañero de banca, mi amigo para toda la vida, era Pepe Fornovi, cuyo padre acababa de ser fusilado por las tropas de Franco que a mí me liberaron. Podría contar su historia. Igual a la mía, pero desde el otro lado del espejo, porque a su padre le condenaron a muerte y le fusilaron los míos en el verano de 1939, mientras yo me ufanaba con la victoria. (…) Me confesó que a uno de sus hijos le había puesto de nombre Andrés en recuerdo de nuestra amistad juvenil”.

Este es nuestro Andrés, como dice la contra cubierta de su libro, “un militar profesional que, desde planteamientos netamente alineados con el régimen franquista, pasó a convertirse en uno de los principales impulsores del proceso de transición a la Democracia”.  Como jefe de Inteligencia, a las órdenes directas del presidente Adolfo Suárez, Cassinello, que sabía inglés (esto cambió su suerte) y por eso había estudiado en Estados Unidos, creó el SECED, embrión de lo que luego sería el CNI. Su informe secreto a Suárez en favor de la legalización de PCE fue clave para el éxito de la Transición sin violencia por parte de los comunistas. También lo fue para traer a España al president Tarradellas, a quien visitó en el exilio, y durante la noche del golpe fallido del 23-F que pasó hablando con todas las capitanías generales.

Bueno, con todas, no. Solo se le resistía la del general Milans del Bosch, capitán general de Valencia, quien se había unido a los golpistas y mandó sus carros de combate a recorrer las calles de la capital de su región militar. Hay una anécdota que no aparece en sus memorias y que yo, con su permiso, cuento en las mías (“La prensa libre no fue un regalo”):

“El jefe de la Comandancia de Valencia, a quien mi paisano conocía muy bien, no se le ponía al teléfono. Cabreado por su resistencia, le dio este mensaje al telefonista: “Dígale a Quintiliano que, si no se pone al teléfono, mañana me presentaré en Valencia y le cortaré los huevos”. El mensaje, claro y cuartelero, surtió efecto. Al final, la sangre no llegó al río”.

El teniente general Cassinello ha leído y recortado mi manuscrito (como han hecho mi esposa Ana Westley, mi hijo Erik y Manolo Saco) y me ha concedido el honor de escribir un prólogo cariñoso (“Vidas que han estado entrelazadas”) para mi libro de memorias. También tuve la fortuna de leer su manuscrito y ayudar en su edición y recorte. Ojo por ojo. Este trabajo conjunto en ambas memorias, mano a mano, me ha permitido conocerle mejor y quererle más. Es un personaje excepcional, con sentido del humor y de la Justicia, buena escritura y una gran finura y profundidad en sus análisis.

De sus memorias y de nuestras tertulias de almerienses transterrados a Madrid, me han impresionado mucho sus reflexiones sobre los nacionalismos para entender el fenómeno de ETA y lograr vencer al terrorismo. A las órdenes directas del general Saénz de Santamaría, Andrés Cassinello se dedicó ocho años a la lucha contra ETA, que luego continuó como capitán general de Burgos. Por sus análisis tan acertados del terrorismo y sus éxitos al combatirlo, los demócratas estamos en deuda con este almeriense ilustre.

Le conocí hace años en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición) de la que él era su presidente. Así terminó Andrés Cassinello el prólogo que tan generosamente escribió para mis memorias:

“Y allí apareció José Antonio Martínez Soler, el hijo de “Pepe el del Cemento”, el que leía los libros de mi tía Serafina, a quien me unían, sin saberlo, recuerdos y recuerdos. Después, las memorias de uno y otro. Leídas, discutidas, subrayadas…, y el atraco de que escriba un prólogo. Pues bien, he aquí la criatura. Por favor, sigan leyendo, se podrán enterar de muchas cosas y recordar otras tantas”.

También escribió:

“No estábamos tan lejos sin saberlo. Posiblemente, nos pesaba la historia. Yo era lo que entonces se llamaba hijo de caído, y él era hijo de un teniente del ejército republicano, pero ese peso no coaccionaba nuestras libertades supuestamente enfrentadas”.

Comprenderán que, con este prólogo del teniente general Cassinello, fruto del afecto mutuo, cómo no voy a quererle. No os perdáis sus memorias. Lo digo en serio.

«A José Antonio, el hijo de Pepe el del Cemento, con mis letras garrapatosas pero con todo cariño, Andrés». Dedicatoria que guardo como oro en paño.

Andrés Cassinello vino a la presentación de mi libro en el Ateneo y yo iré mañana a la del suyo. Faltaría más. (Manuel Saco, Joaquín Estefanía, Andrés Cassinello, Ricardo Urías, un servidor, Nativel Preciado y Antonio Cantón)

Con Andrés Cassinello y su libro

Con Andrés Cassinello y mi libro

 

Los demócratas, en deuda con el teniente general Cassinello

Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición.

Con mi paisano Andrés Cassinello y su último libro.

Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente. Hoy publiqué la noticia en La Voz de Almería.

Mi artículo sobre el libro de Cassinello en La Voz de Almería de hoy, 7 de septiembre de 2022

Portada del libro de Cassinello

Dedicatoria: «A José Antonio, el hijo de Pepe el el cemento, con mis letras garrapatosas, pero con todo cariño. Andrés.

Cassinello, de capitán general de Burgos.

Carnet militar de mi padre en el Ejército de la II República.

Como de costumbre, para facilitar la lectura a jubilados con vista cansada, copio y pego a continuación el texto de mi artículo en word.

Almería, quién te viera… (26)

Los demócratas, en deuda con el tte. general Cassinello

 J. A. Martínez Soler

Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición. Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente.

Su historia personal y profesional, desde la Dictadura a la Democracia, te engancha porque, por raro que parezca en un teniente general, nuestro paisano escribe muy bien. Da gusto leerle. Es su quinto libro. Y aunque me gustó mucho su biografía del Empecinado (“O el amor a la libertad”), ejecutado por orden del rey felón (Fernando VII), como nuestros Colorados, esta es, a mi juicio, su mejor obra.

Andrés Cassinello, que ya ha cumplido 95 años, estudió en el colegio Ferrer Guardia como Andrés Pérez (su padre y su tío habían sido fusilados por los republicanos) y luego, en el Instituto de Almería, fue alumno de Celia Viñas. Con un solo párrafo de su primer capítulo, el autor muestra toda su gran humanidad ante los lectores:

“Pero mi compañero de banca, mi amigo para toda la vida, era Pepe Fornovi, cuyo padre acababa de ser fusilado por las tropas de Franco que a mi me liberaron. Podría contar su historia. Igual a la mía, pero desde el otro lado del espejo, porque a su padre le condenaron a muerte y le fusilaron los míos en el verano de 1939, mientras yo me ufanaba con la victoria. (…) Me confesó que a uno de sus hijos le había puesto de nombre Andrés en recuerdo de nuestra amistad juvenil”.

Este es nuestro Andrés, como dice la contracubierta de su libro, “un militar profesional que, desde planteamientos netamente alineados con el régimen franquista, pasó a convertirse en uno de los principales impulsores del proceso de transición a la Democracia”.  Como jefe de Inteligencia, a las órdenes directas del presidente Adolfo Suárez, Cassinello, que sabía inglés (esto cambió su suerte) y por eso había estudiado en Estados Unidos, creó el SECED, embrión de lo que luego sería el CNI. Su informe secreto a Suárez en favor de la legalización de PCE fue clave para el éxito de la Transición sin violencia por parte de los comunistas. También lo fue para traer a España al president Tarradellas, a quien visitó en el exilio, y durante la noche del golpe fallido del 23-F que pasó hablando con todas las capitanías generales.

Bueno, con todas, no. Solo se le resistía la del general Miláns del Bosch, capitán general de Valencia, quien se había unido a los golpistas y mandó sus carros de combate a recorrer las calles de la capital de su región militar. Hay una anécdota que no aparece en sus memorias y que yo, con su permiso, cuento en las mías (“La prensa libre no fue un regalo”):

“El jefe de la Comandancia de Valencia, a quien mi paisano conocía muy bien, no se le ponía al teléfono. Cabreado por su resistencia, le dio este mensaje al telefonista: “Dígale a Quintiliano que, si no se pone al teléfono, mañana me presentaré en Valencia y le cortaré los huevos”. El mensaje, claro y cuartelero, surtió efecto. Al final, la sangre no llegó al río”.

El teniente general Cassinello ha leído y recortado mi manuscrito (como han hecho mi esposa Ana Westley, mi hijo Erik y Manolo Saco) y me ha concedido el honor de escribir un prólogo cariñoso (“Vidas que han estado entrelazadas”) para mi libro de memorias. También tuve la fortuna de leer su manuscrito y ayudar en su edición y recorte. Ojo por ojo. Este trabajo conjunto en ambas memorias, mano a mano, me ha permitido conocerle mejor y quererle más. Es un personaje excepcional, con sentido del humor y de la Justicia, buena escritura y una gran finura y profundidad en sus análisis.

De sus memorias y de nuestras tertulias de almerienses transterrados a Madrid, me han impresionado mucho sus reflexiones sobre los nacionalismos para entender el fenómeno de ETA y lograr vencer al terrorismo. A las órdenes directas del general Saénz de Santamaría, Andrés Cassinello se dedicó ocho años a la lucha contra ETA, que luego continuó como capitán general de Burgos. Por sus análisis tan acertados del terrorismo y sus éxitos al combatirlo, los demócratas estamos en deuda con este almeriense ilustre.

Le conocí hace años en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición) de la que él era su presidente. Así terminó Andrés Cassinello el prólogo que tan generosamente escribió para mis memorias:

“Y allí apareció José Antonio Martínez Soler, el hijo de “Pepe el del Cemento”, el que leía los libros de mi tía Serafina, a quien me unían, sin saberlo, recuerdos y recuerdos. Después, las memorias de uno y otro. Leídas, discutidas, subrayadas…, y el atraco de que escriba un prólogo. Pues bien, he aquí la criatura. Por favor, sigan leyendo, se podrán enterar de muchas cosas y recordar otras tantas”.

También escribió:

“No estábamos tan lejos sin saberlo. Posiblemente, nos pesaba la historia. Yo era lo que entonces se llamaba hijo de caído, y él era hijo de un teniente del ejército republicano, pero ese peso no coaccionaba nuestras libertades supuestamente enfrentadas”.

Comprenderán que, con este prólogo del teniente general Cassinello, fruto del afecto mutuo, como no voy a quererle. No os perdáis sus memorias. Lo digo en serio.

Ahí va su prólogo a mi libro de memorias.

Prólogo del teniente general Cassinello a mi libro de memorias

Con el teniente general Cassinello y la cubierta de mis memorias.

Cassinello presentará mis memorias «La prensa libre no fue un regalo» en el Ateneo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Vivan los Coloraos! ¡Mueran la cadenas!

Cada 24 de agosto, muchos almerienses rendimos homenaje a los liberales Mártires de la Libertad, ejecutados en 1824 por orden del rey felón. Desde la muerte de Fernando VII, el peor rey de la historia de España, tal día como hoy, se dejan flores junto a las cenizas de los Coloraos y ante el monumento (el Pingurucho) que conmemora su lucha por la libertad.

Flores en la tumba donde reposan las cenizas de los Mártires de a Libertad

Flores en la tumba donde reposan las cenizas de los Mártires de la Libertad

Miembros de la Asociación Bicentenario de los Coloraos, ante el monumento de la Plaza de la Constitución.

Muchos compañeros de la Asociación por el Bicentenario de los Coloraos cumplieron con una tradición más que centenaria.

Con mi hijo David a cuestas. Hoy tiene 34 años.

Allí acudí muchos años con mis hijos y mi nieto, pero hoy, lejos de Almería, no sin pesar, no pude asistir.

Mi nieto Leo, hace unos años, ante el Pingurucho de los Coloraos..

Pese a los intentos del PP, hasta hoy infructuosos, de quitar el Monumento de su actual emplazamiento, la tradición continúa. Solo el dictador Francisco Franco logró quitar de allí el Pingurucho de los Coloraos. Por una orden de demolición. Los franquistas, no muy dados a la lectura, confundieron a los «coloraos» del siglo XIX con los «rojos» del XX.

Artículo publicado en La Voz de Almería hace unos años.

Demolición del Monumento antes de a visita de Franco a Almería. Volvimos a reconstruirlo, por suscripción popular, tras la muerte del tirano, al recuperar la libertad en España.

Este fue el himno de los Coloraos, compuesto por Benigno Morales, líder de los sublevados en Almería contra el tirano Fernando VII:

Himno de los Coloraos

Eso mismo, querido colega Benigno Morales (1795-1824): ¡Viva la libertad! y ¡Mueran las cadenas!

El monumento a los Coloraos sigue, por ahora, en su sitio, mal que les pese a algunos del PP (afortunadamente, no a todos) que aún no han comprendido que los Coloraos lucharon por nuestra libertad frente a los partidarios de las cadenas, la represión absolutista y la ominosa Inquisición del rey felón.

El Pingurucho de los Coloraos en la Plaza de la Constitución de Almería.

Pin del Bicentenario de loo Coloraos,

Y este es mi PIN conmemorativo del Bicentenario (24/08/2024). Ya lo tengo reservado en mi agenda. Solo faltan dos años. ¡Vivan los Coloraos!

 

 

 

 

Pepe Guirao, gran gestor cultural y mejor persona. DEP

Mi paisano Pepe Guirao Cabrera, ex ministro de Cultura, ha muerto a los 63 años, tras una enfermedad de 16 meses. No sé que decir para resaltar la excelencia personal y profesional de este amante de la Cultura. La prensa está ya destacando sus logros políticos y personales. A mí me quedan por resaltar los recuerdos comunes ligados a nuestra tierra. Para muchos serán minucias sin importancia, pero para mí son anécdotas imborrables en el momento de su muerte tan temprana.

José Guirao, ex ministro de Cultura

Pepe era un tipo espléndido, amable, suave en las formas y firme en el fondo. Dedicó su vida a promover la Cultura con mayúsculas y, por ello, los españoles estamos en deuda con él. Le tenía en mi lista de paisanos y amigos para enviarle pronto mi último libro «La prensa libre no fue un regalo» (que acaba de publicar Marcial Pons) y que celebré en la Feria del Libro con Miquel Iceta, sucesor de Pepe en el ministerio de Cultura. ¡Qué gran pérdida! La muerte se me adelantó por unos día

Con Miguel Iceta, ministro de Cultura, en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro y mi libro La prensa libre no fue un regalo. Al fondo, Juan Eslava Galán.

Pepe Guirao era natural de Pulpí (Almería) donde fue concejal antes de saltar a la Diputación de Almería, a la Junta de Andalucia y al Gobierno de España. Ambos hemos compartido el honor de haber sido pregoneros de las fiestas de Pulpí. También compartimos las playas de Terreros (Pulpí) y de Cuevas de Almanzora. Ambos hemos defendido también el amor y el respeto por la memoria de Los Colorados y el Pingurucho de la plaza Vieja de Almería a esos Mártires de la Libertad, ejecutados por orden de Fernando VII, el rey felón, el 24 de agosto de 1824. Pepe ya no podrá compartir con nosotros el Bicentenario de aquel triste y trágico suceso.

Otro recuerdo minúsculo que nos hizo reír a ambos almerienses está relacionado con el trabado de mi esposa (awestley.com) cuando ella era la corresponsal del diario The New York Times en España. Ana Westley, que desconocía el origen de Guirao, quiso escribir una historia sobre el Guernica de Picasso y la ampliación del museo Reina Sofía que Pepe dirigió durante unos seis años. Acudió al despacho del director del museo y, durante la entrevista, pronto cambiaron del inglés al castellano. Cuando Ana, almeriense consorte, ya no tenía más preguntas sobre su reportaje, le hizo una pregunta personal:

-Tiene usted, señor Guirao, un acento muy marcado del levante almeriense o quizás de Murcia. ¿Me puede dar algunos datos personales de su curriculum?

El director del Reina Sofía se sorprendió de que una norteamericana de Boston pudiera distinguir su acento con tanta precisión. Le dijo que era natural de Pulpí, un pueblo, en efecto, del levante almeriense. Mi chica le replicó:

-¿De Pulpí? Entonces conocerá al Cañón, aunque no compre lotería, o a Pepe, el capataz de la Diputación, o a Pedro…

En ese momento, Pepe Guirao casi saltó su sillón:

-¿Cómo es posible que la corresponsal del New York Times sepa tanto de mi pueblo?. No me puedo creer lo que estoy oyendo.

La respuesta de Ana le aclaró todo:

-¿Es que usted tiene un acento muy parecido a de mi marido, José Antonio Martinez Soler, que es almeriense y vamos mucho por las playas de Terreros donde van a bañarse nuestros amigos de Pulpí.

Con esos datos, ambos compartieron unas risas y, libres ya de las formalidades profesionales, se despidieron con un abrazo. Naturalmente, esa anécdota nos dio para repetir las risas cada vez que Pepe y yo coincidamos en algún acto cultural.

Descansa En Paz, querido Pepe. Vives en nuestros recuerdos.

 

 

 

 

 

 

Franco durmió en mi barrio

Dos veces durmió el dictador en el palacio Fischer, detrás de mi casa: en 1956 y 1961. Como si fuera un santo, el generalísimo Franco entró bajo palio en la Patrona. Cuento estos recuerdos en La Voz de Almeria y en mi blog de 20minutos.es

Franco durmió en mi barrio. Artículo 24 de mi serie «Almería, quién te viera…», publicado en La Voz de Almería y en mi blog de 20 minutos.es

Almería, quién te viera… (24)

Franco durmió en mi barrio  

J.A. Martínez Soler

Entre el Hoyo de los Coheteros y la Rambla, entre dos cuevas inmensas, había un palacio espléndido. ¡Qué contraste! Era el Cortijo Fischer. Había pertenecido a un cónsul de Dinamarca, pero cuando yo vi pasar a Franco por mi barrio, vivía allí Ramón Castilla Pérez, un señor muy bajito, con gafas oscuras y gran bigote. Era el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento (el partido único procedente de Falange) a quien conocí años más tarde como empleado menor de Campsa.

Los niños soñábamos con entrar algún día, incluso a escondidas, en aquel palacio. Una tarde, yo tenía 9 años, casi lo conseguimos. Saltamos la tapia más baja y nos colamos en el jardín. Avanzamos bastante ocultándonos tras los troncos de enormes ficus y algunos arbustos. Los “grises” de la Policía Armada nos descubrieron y nos echaron a voces, sin necesidad de desenvainar sus porras. Como la pandilla de Guillermo Brown (“Los proscritos”), queríamos comprobar si eran ciertas las leyendas oídas en mi barrio sobre los tesoros que se guardaban allí de los antiguos dueños, unos ricos extranjeros que exportaban la uva “de barco” de Almería, en toneles de madera, al mundo entero.

El edificio, por fuera, era imponente. ¿Cómo sería de lujoso por dentro? Debía de ser espectacular pues allí durmió el mismísimo Franco cuando vino a Almería el 1 y 2 de mayo de 1956. En la prensa y en los carteles le llamaban generalísimo Franco o “Caudillo”. Un pelotas del Régimen escribió entonces que Franco era como Carlos V (“otro Caudillo español del siglo XVI”)

Colocaban su foto, de tamaño enorme y vestido de militar, por todas las calles por donde pasaba, con el texto “Viva Franco”, “Almería saluda al Generalísimo”, “Almería con el Caudillo”. También habían colocado pancartas y pintadas reclamando “Más agua”, “Más árboles”. Me recordaban las rogativas a la Virgen para que lloviera.

Mis padres, vencidos por Franco en la guerra civil, nunca le dieron el título de “generalísimo” a ese general que, como los oí decir alguna vez, sin que me vieran, “dio un golpe de Estado contra la República”. ¿Nunca, nunca? Si lo pienso, quizás, alguna vez le dieron el tratamiento de “caudillo” en público. Por si acaso. Los años del miedo.

En familia nunca los oí hablar bien de Franco. Cuando hablaban mal lo hacían en voz baja y lejos de los niños. Pronto supe que lo hacían para protegernos. “Por si nos íbamos de la lengua”, decía mi madre, tan previsora. No querían correr el riesgo de que repitiéramos en nuestros colegios de pago cosas inconvenientes escuchadas en nuestra casa. Por lo visto, muchos de los padres de nuestros compañeros de colegio habían ganado la guerra. Otros, no. Durante el nazismo de Hitler, aliado de Franco, y el comunismo de Stalin, enemigo de Franco, todos dictadores autoritarios, algunos niños denunciaron a sus padres. Un sistema cruel que usaba el miedo para destrozar familias. También era sabido que, cada vez que se anunciaba la visita del dictador, la policía hacía redadas temporales de sospechosos de poca adhesión a la Dictadura. En tiempos de Fernando VII, el rey felón que mandó fusilar en Almería a Los Coloraos, condenaban a quienes mostraban “escaso fervor en el aplauso”.

Pronto me percaté de que teníamos dos lenguajes: el privado y el público, el real y el oficial. Éramos pequeños, pero no tontos. Esa lección la memorizaría de maravilla durante los nueve años que pasé en colegio La Salle. Allí me quedó claro que los frailes habían ganado la guerra que ellos llamaban “Cruzada”. Mis padres y mis tíos (no todos, pues yo tenía un tío de Falange) la habían perdido. Vaya lío.

En vísperas de la segunda visita del Caudillo a mi tierra y de su paso por la Calle Ramos, esquina al barrio de la Caridad, para dormir en el Cortijo Fischer, vimos mucha actividad por la zona. Albañiles y paletas construían, a toda prisa, tabiques provisionales y enclenques, hechos con cañas y yeso o escayola, para que Franco no viera las chabolas de los pobres ni los solares abandonados llenos de basura y miseria.  Como si fuera un santo, el generalísimo Franco entró bajo palio en la Patrona. También le llevaron a las minas de Rodalquilar donde vio fundir un lingote de oro almeriense. Todo eso lo vimos -cómo no- en el NoDo

Ese mismo día, en mi calle, celebramos “las mayas”, niñas engalanadas y pintadas, sentadas en un trono, para las que pedíamos “una perrica pa la maya, por favor”. Por la noche, celebrábamos las cruces de mayo. La mejor del Distrito Quinto era, sin duda, la del electricista de la calle Restoy que lucía un montón de bombillas de colores que, de niño, me resultaba fascinante.

El día 3 de mayo, con Franco camino de Granada, tumbamos a patadas las endebles tapias falsas de mi barrio. Mucho más tarde supe que lo de tapar la miseria no era solo cosa del dictador español. Por ejemplo, la zarina de Rusia, Catalina la Grande (a la que, por lo visto, quiere imitar ahora el sangriento Putin), viajaba precedida de una tropa de sirvientes que colocaban decorados a ambos lados del camino imperial para que la emperatriz de las todas las Rusias no viera la pobreza del pueblo.

Mucho más trabajo costó a los falangistas almerienses la demolición del Monumento a Los Coloraos (fusilados por Fernando VII en 1824). No pudieron tirarlo a patadas. Seguramente confundieron “coloraos” (el color de las chaquetas británicas que vistieron en Gibraltar los liberales en el siglo XIX) con los “rojos” de la guerra civil del siglo XX. La razón para demoler ese símbolo excelso de la historia de nuestra tierra reza así en un documento de marzo de 1943, dos meses antes de la visita de Franco: “Orden de demolición del monumento a los Coloraos, “…porque lucharon contra nuestras sagradas tradiciones, obedeciendo a consignas extranjeras…”. Quizás viene de ahí la manía que el PP le tiene al Pingurucho.En esa fecha había más de 45.000 españoles de la División Azul de Franco luchando junto a Hitler con uniforme alemán. Un año antes, el 11 de agosto de 1942, ocho almerienses fueron fusilados en la tapia del cementerio, condenados por repartir un folleto (“el parte inglés”) con noticias de la BBC. Ese era el ambiente de entonces.Afortunadamente, con la llegada de la Democracia (y la ayuda del mármol de Macael) pudimos reconstruir el Pingurucho en la Plaza Vieja donde en 2024 celebraremos por todo lo alto el bicentenario de los asesinatos de los mártires por la libertad por orden del rey felón.

Dos veces durmió el dictador en el palacio Fischer, detrás de mi casa: en 1956 y 1961. En cambio, cuando vino por primera vez a Almería, el 9 de mayo de 1943, durmió en otro palacete privado que está en la plaza Circular: la espléndida casa de los González Montoya.El 16 de julio de 2010, le rendí una visita de cortesía a doña Paquita, viuda de José González Montoya, en su espléndido chalé vasco. Quise agradecerle su compromiso con la conservación y mejora del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar que yo presidía entonces. Me mostró su casa señorial. “En esa cama durmió Franco con doña Carmen”, me dijo, no sin picardía, bajando un poco la voz y dándome un codazo cómplice, al mostrarme el dormitorio principal. Nos miramos y ambos, a la vez, soltamos una carcajada.

Su marido, contrario al desarrollo inmobiliario de su finca, la había reservado para sus cacerías. Doña Paquita mantuvo virgen el Cabo de Gata y, en su testamento, cedió el palacete donde durmió el dictador al Ayuntamiento de Almería para sede de un Museo. Me gustó conocerla. A punto de cumplir los 100 años, había evolucionado. Como tantos almerienses.

Franco en el puerto de Almería en 1961

Franco en Almería

Franco en las minas de oro de Rodalquilar en 1956

 

Escrito sobre la demolición del Monumento a Los Coloraos, poco antes de la visita del dictador a Almería

Con mi hijo David a cuestas (1989) ante el pingurucho reconstruido de Los Coloraos.

Con doña Paquita en su casa donde durmió Franco con doña Carmen en 1943