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Lobo: «La muerte es un problema para quien no ha vivido»

Espléndida mañana, casi otoñal, cargada de emociones y abrazos, para despedir los restos mortales del muy querido y admirado Ramón Lobo.

Junto al ataúd de nuestro amigo, Javier de Pino leyó el primer párrafo del libro póstumo inacabado de Ramón.

Antes de proceder a la incineración del cadáver, Javier del Pino lee el primer párrafo del libro inacabado de Ramón Lobo.

Dijo así: «Una parte de mí escribe palabras desde los kilómetros vividos; otra, desde los pocos que me quedan por vivir. Rescato imágenes, voces, memorias en busca de un orden que complete el rompecabezas. Quisiera tejer un tapiz que abarque mi existencia, poder verla extendida ante mí para valorar lo conseguido sin encelarme en lo que quedará sin hacer. Padezco una enfermedad grave que me va a matar en unos meses, aún no sé si en dos o tres o cinco. La suerte está echada. La percepción de la inminencia del final ilumina el camino andado, le da sentido. No arrastro demasiado equipaje porque aprendí a moverme ligero, sin ataduras. Un viaje de un mes cabe en una maleta que no se factura. Ahora escribo, medito y sueño en busca de materiales que me permitirán esculpir algo parecido a un epitafio. Somos solo eso: una frase, un párrafo corto; el resto es artificio.»

Solo los abrazos y algún gemido que otro rompieron el silencio, esta vez sí, sepulcral, del último adiós a nuestro Ramón.

Procesión laica por el cementerio civil de Madrid

Tal como él había dispuesto en las instrucciones que dio, en vísperas de su muerte, a Willy Altares, su hermano menor adoptivo, todos los asistentes al duelo (¿doscientos, quizás?), armados de flores, seguimos los pasos de Nieves Concostrina, maestra de ceremonias de una procesión cívica singular por el cementerio civil de Madrid.

María, viuda de Ramón, con Nieves Concostrina.

Manolo Saco, el hermano mayor adoptivo de Ramón, y su jefe en La Gaceta de los Negocios y en El Sol, ha sido el corrector de sus borradores. Y de los míos. Puedo presumir de que tanto Ramón como yo hemos gozado del mismo editor de lujo. Solo por eso, me siento alguien. Además, el Saco escribió el preámbulo de mi último libro «La prensa libre no fue un regalo». Eso sí que fue un regalo.

Con Manolo Saco y su chica, Isabel Malpica, nuestra realizadora favorita en TVE.

El Lobo habría celebrado los chistes malos del Saco («Íbamos dando tumbas, de un lado para otro, por el cementerio»). En nuestras tertulias, entre tantas risas, era imposible competir en ingenio con el Lobo y el Saco. Ya te echamos de menos, Ramón. Me alegra que hayas incluido a mi paisana Carmen de Burgos entre las tumbas a visitar con los comentarios brillantes y jocosos de Nieves Concostrina.

La tumba de Carmen de Burgos, Colombine, cuyo nombre, tallado en el granito, apenas se puede leer. Prometo volver pronto con acrílico negro para restaurar el nombre de mi paisana, la primera periodista en nómina de España.

Nieves nos ilustró, de tumba en tumba, sobre la vida y milagros los hombres y mujeres más grandes de la historia reciente de España que están enterrados en el Cementerio Civil, un auténtico museo al aire libre de personas ilustres: Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, Carmen de Burgos, Francisco Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón, Pablo Iglesias, Antonio Fraguas (Forges), Almudena Grandes y tantos otros.

La tumba de Marcelino Camacho, hombre clave en la Transición a la Democracia. Los bárbaros del PP y VOX quieren borrar su nombre de una calle dedicada a él en Navalagamella,

Un experto me dice que bajo este vertedero de la parte católica del cementerio de La Almudena hay una fosa común con restos sin rescatar de fusilados por la Dictadura de Franco.

Mañana, 5 de agosto, a las 4:30 de la madrugada, es el aniversario del asesinato de las 13 rosas en la postguerra del dictador felón. Ramón no se olvidó de ellas en sus instrucciones.

QR con la lista de asesinados por el franquismo en la postguerra.

El PP quitó a martillazos de este monumento los nombres de los fusilados por el franquismo. El autor de los troncos de bronce incluyó hábilmente una cajita de titanio que contiene un penn drive con todos esos nombres.

Antes de despedir el duelo y la procesión laica, aproveché para hacerme esa foto con dos genios: Nieves y Max Pradera. A ver si se me pega algo de ellos.

Obituario de Ramón, escrito por A. Morales. Habrá más.

Recordé su libro de memorias («Todos náufragos») que me inspiró y animó para escribir las mías. Pero había olvidado su generosa dedicatoria…

«A mi mejor director…» Gracias, Ramón. Nunca mientes, pero aquí exageras…

Una mañana, como digo, cargada de emociones, risas… y lágrimas. Hasta siempre, querido, admirado y envidiado Ramón. Descansa en Paz

 

Me puse a vender libros en el Paseo

Con catorce años, en 1961, y con varios amigos de Acción Católica, algo que competía con las congregaciones de La Salle, organizamos una Feria del Libro en el Paseo de Almería, frente a Correos. Me dijeron que era la primera Feria del Libro autorizada desde la guerra civil. Ningún dictador es amigo de los libros. Prefieren quemarlos. Hoy lo recuerdo en el diario La Voz de Almería y en este blog de 20 minutos.es. Y mi último libro: «La prensa libre no fue un regalo.

Almería, quién te viera…(26), Publicado hoy en La Voz de Almería

Con Miquel Iceta, ministro de Cultura, en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro y mi libro «La prensa libre no fue un regalo». Al fondo, Juan Eslava Galán.

Almería, quién te viera… (26)

Me puse a vender libros en el Paseo

 J.A. Martínez Soler

Con catorce años, en 1961, y con varios amigos de Acción Católica, algo que competía con las congregaciones de La Salle, organizamos una Feria del Libro en el Paseo de Almería, frente a Correos. Me dijeron que era la primera Feria del Libro autorizada desde la guerra civil. Ningún dictador es amigo de los libros. Prefieren quemarlos.

La mayoría de las obras en venta eran clásicas, como El Quijote, o religiosas, como “Imitación de Cristo” que solo los de mi edad recordarán como el “Kempis”. Nos dio mucho trabajo hacer las listas de las aportaciones de cada editorial y las cuentas para devolver libros invendidos y el dinero cobrado por los vendidos. Al final, nos cuadraron las cuentas. Los libreros nos fiaban porque íbamos avalados por el padre Juan López Martín que llegó a canónigo.

Los de la JOC (Juventudes Obreras Católicas, que yo veia como un nido de ”rojos”) aportaron un par de cajas de libritos pequeños, muy baratos y pobremente editados. Decían que eran “la bomba”. Yo me compré algunos que, amarillentos, aún conservo. No estaban en el Índice de la Iglesia, por el momento, pero me consta que no eran muy bien vistos por la jerarquía católica ni por la policía política de Franco (la “brigada político-social”) que llamaban “la social”.

Algunos libritos tenían la palabra “socialismo” en la portada. “Para clientes de confianza”, nos dijo uno de los primeros curas obreros que yo conocí entonces. Nos recomendaron que guardáramos algunos de ellos debajo del mostrador que habíamos improvisado con tablas y borriquetas prestadas. Iban contra la pobreza y el hambre en el mundo. Mezclaban cristianismo y socialismo. ¡Ay, si me llegan a ver mis frailes con aquellos libros! En La Salle, el colegio que fue cárcel, los maestros nos decían que eran panfletos comunistas. No eran muy amigos de los matices.

Como uno más de los organizadores temerarios, mi primera Feria del Libro en el Paseo de Almería fue toda una experiencia enriquecedora. Por distintas razones, mi última Feria del Libro, en el Retiro de Madrid, donde acabo de presentar mi nuevo libro “La prensa libre no fue un regalo” también ha estado cargada de emociones. En la caseta de Marcial Pons, que he compartido con el gran Eslava Galán, tuve cola de amigos y colegas de Cambio 16, Doblón, TVE, El Sol, El País, 20 minutos, etc., a quienes no había visto en muchos años.

 ¿Cómo se escribe Voltaire?

Aún me gusta leer. De todo. Recojo papeles de la calle y leo lo que ponen. Debo mi afición a la lectura, en primer lugar, a mi padre. Fue un gran lector, pese a no haber tenido estudios ni siquiera de enseñanza primaria. Su madre, cosa rara en una criada de la época, le enseñó muy pronto a leer. También debo agradecer esta afición, que tanto placer me ha dado, a la Señora, doña Serafina Cortés, viuda de Cassinello. Me pasó libros infantiles y juveniles de sus nietos, algunos sin estrenar. Mi madre apenas sabía leer y escribir, y lo lamentaba, pero percibía que la lectura era buena para sacar provecho a la vida. Mi padre nos presionaba para que leyéramos más. Nos decía a mi hermana Isabel y a mí que “es difícil engañar a un pueblo que lee”. Quizás por eso la maestra Isabel Martínez Soler dedicó su vida a promover la lectura entre los niños y niñas de Almería. La biblioteca del CEP (Centro de Profesores) lleva su nombre.

En el capítulo de agradecimientos, tengo que destacar el papel decisivo que tuvo el hermano Rufino, un sabio botánico de La Salle, que me enseñó a amar la Naturaleza y a asombrarme con el estudio de los seres vivos, ya fueran dinosaurios o mosquitos. Me inclinaba hacia las ciencias. Pero hubo otro maestro, el hermano Amado de María, que me empujó hacia las letras. Era un sevillano de finísimo humor y gran declamador de poemas. Él fue quien, en el momento oportuno, me incitó a amar la Literatura. Gracias a él aprendí de memoria un montón de versos, algunos de los cuales no podría borrar de mi mente, aunque quisiera. Están grabados en mi disco duro.

Con no poco esfuerzo, conseguí olvidar casi todo el “poema del alma” de Meléndez Valdés dedicado “A Dorila”. Lo memoricé con doce o trece años. Esta estrofa, poco recomendable para un niño, no consigo eliminarla de mi mente: “La vejez luego viene/ del amor enemiga/ y entre fúnebres sombras/ la muerte se avecina.”

Ya digo que, por unas razones o por otras, la muerte estaba muy presente en la educación que recibíamos en La Salle. Ahora veo el porqué. Nada como el miedo a la muerte para captar feligreses. Herman Melville, otro cervantino, lo tenía muy claro en su Moby Dick: “La Fe, al igual que el chacal, halla su alimento entre las tumbas”.

 Yo sabía que Benito Pérez Galdós, por ejemplo, favorito de mi abuela Dolores, estaba muy mal visto por mis frailes. Le despreciaban y le llamaban “garbancero”. Nunca supe por qué. Me dijeron que algunos de sus libros (no los “Episodios Nacionales”) merecían estar en el “Índice”.

Para los jóvenes que no lo sepan, el “Índice” era entonces la lista de libros prohibidos por la Iglesia Católica cuya lectura te ponía en pecado mortal. Si te morías así, sin confesar, ibas directo al Infierno. No saben muy bien los Hermanos de las Escuelas Cristianas, incluido Amado de María, el favor que nos hicieron dándonos esa pista del “Índice”. Bastaba con que citaran una obra o un autor de esa lista negra, prohibida por pecaminosa, (“¿Cómo ha dicho, hermano, que se escribe Voltaire?”), para que lo anotáramos abierta o subrepticiamente y lo buscáramos en la Biblioteca Villaespesa que estaba en el Paseo.

Casi nunca es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo vemos así porque en el pasado éramos mas jóvenes y fuertes y teníamos la vida por delante. Pasear por la Feria del Libro en el Parque del Retiro de Madrid me ha dado un ataque de nostalgia (“La sonrisa al trasluz”, según Gómez de la Serna) porque me ha trasladado a un pasado juvenil al que le tengo cariño. Me ha recordado la primera Feria del Libro en la que participé con unos amigos, y con apenas unos cientos de ejemplares, en el Paseo de Almería.

En el Retiro exponen hoy más de 400 libreros con muchos miles de ejemplares y allí acuden líderes de toda clase y condición. Mientras firmaba mis últimos ejemplares disponibles esa tarde, se me acercó Miquel Iceta, ministro de Cultura, y celebró el título de mi ultimo libro. “Muy acertado”, me dijo.  Le repliqué que lo escribí para mis hijos y nietos que están creciendo en libertad y apenas la valoran. Le añadí:  «La libertad, ministro, es como el oxígeno. La valoras mucho más cuando te falta y, por eso, creo que este libro puede ser un buen regalo para la lectura veraniega de hijos y nietos que, a veces, piensan que la democracia fue un regalo y que no corre peligro”.

El ministro me dio la razón, pero no me compró el libro. Con este título no me pareció apropiado regalárselo.  Otra vez será.

Con Juan Eslava Galán, Pedro Pons y mi hijo Erik, en la caseta de Marcial Pons en la Feria del Libro de Madrid.

Con mi nieto Leo y los dos últimos ejemplares en la Feria del Libro

Cubierta de mi último libro