¿Dónde queda la belleza en mitad del infierno? ¿en una flor que se corta y desprecia? ¿en la esperanza que se apaga bajo la lluvia pesada del azufre y el esperma? Marta Carnicero entrega Matrioskas, editado por Libros Acantilado, una novela que provoca estremecimiento y ternura a parte desiguales, que rechaza con luz de linterna la maldad sombría de un Dios que no ampara. Uno se sumerge en la lectura y comienza a sentir fiereza vital, deseos de sobrevivir, impúdico odio hacia sí mismo como persona… una amalgama de emociones que no espera, ajeno al escenario planteado, pero que hace de la historia un bucle literario de primer orden.
¿Qué es Matrioskas? Primero qué no es, no es una novela de tragedia manida, no es una reflexión sobre la culpabilidad del ser humano, no es una historia con final feliz de adopciones y estructuras familiares que se adaptan a los tiempos, no. Es un relato, es un crudo relato en paralelo, con saltos temporales, de dos almas que se mueven parejas, como líneas no euclídeas, rectas que no respetan los axiomas, en tres lustros de vida. Una guerra, una guerra sin nombre, porque el nombre no es lo que importa. El salvajismo y la vergüenza, el hombre cuando deja de ser hombre, el miedo cuando es la única guía. Un día damos clase, con las manos manchadas de tiza y, al día siguiente, portamos un arma automática, gritamos para que no se nos note el miedo, babeamos sobre una mujer que quizá, solo quizá, también sostenía unas horas antes una tiza. ¿Y dónde está el límite social en una guerra civil? El “algo habrá hecho”, el “A ellos no les hicieron nada”, el “En todos los lados se cometieron atrocidades”, como si fuera una inmunda carrera de sacos de la atrocidad.
«Y la familia, la que va para salvar y salvarse, para escapar de la tristeza de la soledad en un abismo de sangre y desgracia. El silencio que trae un llanto ajeno. Criar. Distinguir el amor de piel y genética del amor de día a día, de carteras con almuerzo, de cumpleaños, de primera regla, de amores que se deshacen como azucarillos. ¿Hay justicia? ¿hay que elegir bando?»
La maestría literaria de Marta Carnicero está fuera de cualquier duda y, como he comentado al principio, emociona hasta el más desviado y fanático lector pop, un tipo que, como yo, solo se emociona con la contracultura y la poesía de gasolina y sustancias. No hay canciones de nadie, no hay electricidad, solo distancia, documentales, una Barcelona que se nos escapa entre las manos, una promesa, cartas quemadas, como si se pudiera reducir a cenizas el recuerdo más profundo de un alma. Un libro que no necesita un final, porque el libro, la novela, es el tránsito y de ello nos alimentamos. Un libro magnífico.