Algunas palabras sobre El tercer mundo después del sol (Minotauro-Laberinto, 2022)

El tercer mundo después el sol es una apetitosa muestra de la escritura de ciencia ficción en latino-américa, un compendio de robótica y tradición, de palpitantes sensaciones realizada por Rodrigo Bastidas Pérez. Una aventura que edita Minotauro dentro de su colección Laberinto y que supone un disfrute absoluto para el devoto del género y de la literatura latinoamericana. ¿Existe una literatura de ciencia ficción latinoamericana? ¿hay algo más allá de la influencia del pulp o de los clásicos norteamericanos? ¿Fotocopias en tiempos de distopía? Rodrigo Bastidas Pérez demuestra que la producción de narrativa de ciencia ficción tiene un espacio de creación original y nutritivo a lo largo de toda Latinoamérica con relatos de autores argentinos y uruguayos, otros originarios de México o Brasil e incluso de territorios más inhóspitos para el lector europeo como Venezuela o Cuba.

De Cuba llega Maielis González con su Slow motion que nos devuelve el pánico al advenimiento de la Inteligencia Artificial sin que ningún Test de Turing nos permite sentirnos a salvo. Bots que infestan la red como elementos entomológicos desesperados por la ausencia del espíritu colmena. Videojuegos de la primera playstation, fondo pixelado que cuando te acercas desaparece, la destrucción de la ciencia ficción para no permitir a las máquinas excusas para su propia revuelta. Me encanta que recupere algo tan de los noventa como Matrix. Mis dieces. La argentina Teresa P. Mira de Echevarría mezcla en su relato Les PI´YEMNAUTAS chamanismo, astronomía, la herencia divina y la relación espacio-tiempo en la que cualquier científico se ve atrapado a la hora de programar viajes espaciales. La cara oculta de la Luna, el lugar que haría de las Islas Azores en el viaje más largo de la humanidad, allí desde la estrella Sirio, como en una canción steampunk de Franco Battiato, se ve elevarse como la señal que avisa el comienzo del viaje. El juego del tiempo, los hermanos, esa manera de entender las distancias y los relojes que nos recuerdan a Orson Scott Card alejado de la saga de Ender.

¿Eran Borges y Carlos Fuentes autores llegados del futuro? ¿Ricardo Piglia o Rodrigo Fresán, canon por derecho propio han cimentado su carrera sobre narrativas cercanos al mecanizado emocional de la ciudad o a la sensibilidad de la cultura pulp? La Santa Muerte, la imaginería de los tianguis, el chamanismo como reducto de una ucronía primeriza, la relación entre las sustancias que dilatan la percepción y las futuras interfaces hombre-máquina que nos arrastran a un mundo virtual, el terror de las dictaduras y el trasvase de la falta de libertad hacia utopías fascistas a unas pocas décadas vista. Laura Ponce, argentina también, se introduce en Avatar en el mundo oscuro de los videojuegos, la simulación de la simulación, el que no saber dónde estás y no querer saberlo.


«Sus precisas descripciones de una Buenos Aires, de una Gran Buenos Aires desolada, con tiendas de productos truchos, productos que uno puede insertarse en puertos adaptados a lo largo del organismo funciona como una novela noir futurista».

Héctor Germán Oesterheld, el desaparecido Eternauta, el gurú que definió Latinoamérica como un perfecto lugar para el desarrollo de historias que iban a más allá del realismo mágico, donde la tecnología sería imperfecta o no lo sería y el tiempo una repetición innecesaria de tratados y despropósitos. La Paradoja de Zenon de Elea que ha aparecido en series de televisión como metáfora de las distintas prótesis que nos incorporaremos en el futuro sobre nuestras anatomías y esa superposición de mundos y estratos digitales que nos acercan a Jorge Carrión. La ciencia ficción de ahora, alejada de las batallas en naves espaciales con rayos láser desprendiendo sonido en mitad del vacío es más una sucesión fractal de mundos dentro de mundos, de finales abiertos, de vidas que son como sandbox de videojuegos.

Desde Bolivia Giovanna Rivero con su Other voices se adentra en la espiritualidad, en la fantasmagoría, en The Cure, las pepas, New Order, el amor y los recuerdos como ancla con la realidad para un muerto. Su facilidad para entretejer un relato de fantasmas y atravesar el mundo físico con él es uno de los ejercicios más arriesgados de la antología. Y el cierre, claro, con una canción de Gustavo Cerati.


«¿Qué escribió Aira sobre su ciudad? Una ciudad que funciona a base de cilindros de arcilla y tarjetas troqueladas. El México al que canta Martín Mantra y los bootlegs de luchadores, restos de mitos que peleaban contra vampiros. México de Kaliman».

La primera distopía es el descubrimiento de América, muy presente en el alma de los relatos, la presencia/ausencia de las civilizaciones preHispánicas, el rastro del Erich von Däniken menos pasado de vueltas (si eso es posible, claro). Un hombre en mi cama de Solange Rodríguez Pappe, ecuatoriana, con el desierto atroz, las familias como hormigas, como insectos que se olvidan de los caminos, crema solar y amor inanimado. La desviación absoluta de la política, de la ecología sintética. Y si antes teníamos una canción de Gustavo Cerati, ahora tenemos una de Leonard Cohen:

Aunque también había cajas de bombones junto a los diamantes de la mina:

 

«¿Es Silvia Ocampo también parte de la tradición de ciencia ficción? ¿Puedes dudar cogiéndome de la mano? ¿Qué diferencia hay entre misterio y anticipación?»

 

Mi relato favorito es Fractura. La idea de un domo que cubra Lima, una especie de hangar para el Ratoncito Pérez o el Hada de los Dientes, la manera en la que el autor Ramiro Sánchez (a partir de ahora referente, busquen su obra), tengan espacio para las cosas perdidas, de manera que no se rompa el principio de conservación de la energía, la presencia de referencias a Orlando o a Charles Fort (sí, el de sale en Milenio 3), esos objetos fuera de tiempo que no provocan extrañeza porque todo el mundo entiende que fueron los incas rebeldes los que los dejaron atrás escapando de los españoles… y sobre todo la maravillosa presencia de William Burroughs (tras leer sus Ciudades de la Noche Roja todo parece posible), ayahuasca, el consumo responsable de sustancias, los diarios, la metaliteratura (guiño a Random House, como yo haré con Impedimenta, en un libro de Minotauro), y la visita a Lima, y los transportes y bestias mutantes… tirados en la tierra.

Frases como cerró influencias pero mezcló el tiempo: confunden presente y pasado al aislarse. ¿Saben cuando desean conocer más sobre un mundo, una historia? Eso me sucede a mí con Fractura. Y eso que no pienso caer en el sentimiento de culpa del español que disparó contro el Domo, estoy en proceso de avanzada abstinencia de culpa. Acento inca, las viudas, las hijas de los hijos que no hicieron el viaje. Por favor, cuéntame más, Ramiro. Porque sé que detrás del ciberchamanismo está el posthumano devoto de Lovecraft que encuentra entre las ruinas restos los mil dientes del que espera al otro lado.

Lo cierto es que el final del libro agarra fuerza, con Dos transmigraciones de la venezolana Susana Sussmann, con la historia de un parásito que espera al otro lado de las tres dimensiones -volvemos a las visiones del de Providence-, los sueños, allí donde el espacio se bifurca en geometrías no euclídeas. Y el gran cuento final, Khatakali de Elaine Vilar Madruga. La cubana plantea un tiempo disfuncional, que funciona en tantos estratos que parece una caja de arena donde uno puede perderse en distintas regiones y siglos. Desde generaciones destruidas, largos inviernos, soluciones mágicas, la robótica fría, la pregunta: ¿algún día la pandemia será recordada y se le pondrá un nombre rimbombante? ¿cuándo llegará la siguiente ola? ¿la estaremos viviendo sin saberlo? ¿la estaremos muriendo sin saberlo? Niños mutados, niños con manos de más, con ojos de menos, niños/Chernobyl, niños de aire de uranio enriquecido. La lucha eterna entre tecnología y artes arcanas. Las cáscaras perfectas sin sentimiento, el hierro de ceros y unos y el vapor que venció a las sombras para traer la tristeza y el silencio. El amor nos lleva allí, nos saca de aquí. Hologramas y nieve de óxido. Era tan joven y yo ya leía el viaje a la zona negativa de los cuatro fantásticos. Una maravilla sin más.

Rodrigo Bastidas Pérez, responsable de la selección, es capaz de encontrar propuestas que desarrollan en el intenso muestrario del relato corto ideas epatantes a pesar de tener como lectores potenciales una sociedad que ya ha vivido su apocalipsis y su postapocalipsis vírico. Un libro que resulta un absoluto descubrimiento y demuestra que el catálogo de Minotauro, en su colección Laberinto es ya un sello de calidad. Sin más.

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