Algunas palabras sobre La soledad de Perico de Ainara Hernando Nieva (2ºparte)

Uno puede construir su existencia a través de los momentos en los que Perico lo acompañó. Esos instantes no tienen un orden cronológico, son chispas en una especie de continuo espacio-tiempo que vuelven una y otra vez. Este libro, La soledad de Perico, escrito por el campeón segoviano junto a Ainara Hernando Nieva me ha descubierto datos, sensaciones, pasajes, que desconocía. Y eso, para un verdadero obseso como yo, tiene un mérito enorme. Esta es la segunda parte. La primera parte en la entrada anterior.

¿Qué decir de 1989? Decir que Perico está en la mejor forma de su vida. Pero el mito empieza en la Paris-Niza de aquel año. Es la primera gran victoria de Miguel Indurain. A Miguel se le atraganta todavía la montaña. Pero allí está Perico (y Jesús Rodríguez-Magro) para guiarle hacia la victoria. En la Paris-Niza de ese año uno se dio cuenta de que Perico iba a liarla. Pero bien.

El 20 de marzo comenzaba la Semana Catalana, con todos los grandes equipos españoles de la época en la línea de salida, el Reynolds con Perico Delgado como líder absoluto. Y Perico iba a por la Semana Catalana. Fue una carrera que siempre le atrajo: ganó una etapa en 1990 y otra, además de la clasificación general en 1993, en la que fue su última gran victoria como profesional, y en esa edición de 1989 iba a demostrar que tenía piernas para dominar la primavera antes del parón previo al Tour de Francia.

Aquella edición tuvo dos etapas clave, seguidas ambas, la primera fue la llegada a Andorra-ciudad-tras una subida a pocos kilómetros de meta, en la que atacó Delgado y se llevó con él a los Tekas Peter Hilse y Raimund Dietzen, además del colombiano del Kelme Pedro Saúl Morales. Perico siempre fue un negado para el sprint y después de que Dietzen tuviera un problema mecánico que prácticamente le dejaba el triunfo en bandeja, se dejó ganar cuando ya levantaba los brazos por el colombiano pisando la línea de meta. Dietzen se ponía de líder y al día siguiente se llegaba al Santuario de Berga, allí de nuevo lo intentó Perico, pagando el esfuerzo en los kilómetros finales, dejando de nuevo el triunfo en bandeja para el colombiano del Kelme y permitiendo asegurar la victoria a Dietzen que entró segundo en meta. Perico hacía segundo en la clasificación final dejando claro que este año su forma física era envidiable y, como vigente campeón de la ronda gala, era el máximo favorito a repetir victoria.

Pero antes había que correr la Vuelta y probarse por vez primera en las Ardenas. Atentos a la grabación de la Lieja de 1989.

Perico en 1989 la lía en la Lieja. Hace cuarto. Da igual. Un problema con el cambio para que se la lleve Kelly. Estuve años buscando la grabación de aquella prueba, el momento exacto en el que Perico saltaba y cogía unos metros. Tenía que habérsela llevado. Busqué la grabación, contacté con un holandés que me la quiso vender. Estuve a punto de comprársela. Al final ha aparecido y se puede ver sin problemas por la red. Pero es que esa hubiera sido LA VICTORIA.

Y llega la Vuelta a España. Perico parece sobrado. Gana en Cerler. Gana al sprint. Sí, al sprint. Gana la cronoescalada a Valdezcaray. Y en el puerto de Alisas, con ese sabor setentero a lo Luis Ocaña, se viste de líder en Santoña, después de que Martín Farfán se líe en el descenso. Ya sabemos que en Lagos de Covadonga, Perico reina o Perico sufre. Toca sufrir.


Pero esta vez salva el golpe y, al día siguiente en Brañilín (el puerto de los mil nombres, Valgrande-Pajares, Cuitu Negro, en la Vuelta de 2005, el día que los Liberty de Scarponi, Beloki y Vicioso se la liaron a Menchov para que Roberto Heras se llevara la Vuelta, en la de 2012 con Purito picándole segundos a Contador que había intentado irse toda la subida, el día de antes de Fuente Dé, en 1997, en el 88 con Pino de ganador) con Ivan Ivanov de ganador, Perico hace segundo bajo la lluvia.

Nunca se vio mejor el maillot amarillo en aquel chaparrón de agua y niebla. Y en Valladolid gana la crono llana. Perico, ¿cómo vas a liarla? Pues como la tiene que liar Perico, claro.

En la etapa Collado Villalba-Palazuelos de Eresma (Destilerías Dyc), la que llega a su casa, la que usa Perico para entrenar, ataque combinado de los Kelme. Y yo mordiéndome las uñas. Perico, qué haces… menos mal que Ivanov se convierte en un mito, un mito oscuro, solo para fans salvajes del Periquismo. La i del diccionario Perico.

«Antes de comenzar el curso he aprovechado el verano para volver al pueblo de mis abuelos paternos, Nava de la Asunción. La Nava está en la provincia de Segovia, muy cerca de Cuéllar y de la Granja de San Ildefonso. Descendimos por el puerto de Navacerrada hasta llegar al Parador Nacional. Las curvas cerradas obligaban a llevar el coche en tercera y segunda. Pasamos un poco de miedo y yo solo pensaba en la Vuelta a España de 1989 cuando Fabio Parra intentó desbancar a Perico Delgado de amarillo en esas mismas carreteras. Callaba porque era Ana la que iba al volante. A mitad de descenso nos detuvimos en un descanso lateral de la carretera para dejar pasar a la caravana de veteranos usuarios de la zona. La Vuelta 1989 es, como otros acontecimientos deportivos, recuerdos míticos que se han convertido en realidad con la llegada de la red, con la posibilidad de acceder a las grabaciones de los usuarios que las suben a las distintas plataformas para que todos puedan disfrutar de ellas. Los recuerdos no tienen mucho parecido con la realidad. Se pierde mucha magia, como con Kevin Magee en la final de la Copa del Rey de 1984. No hace tan buen partido. A los pocos días de volver a Ateca me subí a la bicicleta estática y seleccioné de entre las grabaciones de mi disco duro una de las etapas de la edición de 1988 de la Vuelta, la que ganó el líder de las chapas, Sean Kelly. En esa ocasión nadie se movió y el descenso de Navacerrada no parecía tan peligroso como lo habíamos catado aquel día. Me pasó algo parecido cuando Ana y yo viajamos a Valonia y acabamos en Huy, donde termina la Flecha Valona. El famoso muro de Huy es como la cuesta de los militares en el Parque Grande de Zaragoza cuando no hay miles de espectadores en los aledaños de la cuesta».


Y llega el Tour de 1989. Y llega Luxemburgo. Y yo escribo un cuento. Y lo junto con otros cuentos y me dan un premio.

«Fernando Arrabal lleva a mi hijo a una habitación con un único mueble: una mesa baja con una vieja televisión con antena que proyecta electrones contra la pantalla hasta que el UHF se convierte en una visión espectral. Hay dioses, semidioses y presencias. Puedes elegir. Fernando Arrabal pone el dedo sobre la máquina y se reproduce en bucle el prólogo del Tour de Francia de 1989, el que salía de Luxemburgo. Perico Delgado es el máximo favorito pero llega tarde a la salida y pierde dos minutos y cuarenta segundos. Ciento sesenta segundos, calcula rápido mi hijo, por si tiene alguna importancia. Eres bueno con las matemáticas. Pero fíjate, le dice Arrabal a mi hijo: en este televisor la etapa es ligeramente distinta, en este televisor Perico llega a tiempo al prólogo y hace octavo. Queda por delante de Fignon y pierde apenas cuatro segundos con Greg Lemond. Nada más llegar Perico la etapa vuelve a empezar. Dura un poco más de diez minutos y vuelve otra vez a empezar. Mi hijo está hipnotizado y Fernando Arrabal sabe que si no lo saca a la fuerza nunca podrá abandonar esa habitación. Mi hijo duda. Quizá no todo lo que ha sucedido en la vida sea lo correcto. La caída de Luis Ocaña, la llegada tardía de Perico, la muerte de F. o de S., todas las muertes que nos rodean».

Y después la crono de Dinard-Rennes, 73 kilómetros. No se andaban con tonterías por entonces. Perico sale el último. Y les va metiendo a todos los corredores siete, ocho… hasta diez minutos. Estoy viéndolo en Salou, en un bar al lado del Tirol, donde siempre vamos a cenar. De pronto llega Greg Lemond, el hombre con balas en el cuerpo y mejora el tiempo de Perico. Rabio. Mi padre dice que es muy difícil todo. Da igual. El día de Cauterets, el primero de montaña en los Pirineos. Indurain va por delante. Miguel había ganado París-Niza y Criterium Internacional y se le veía corte de estrella. Todo el mundo esperando que salte Perico. Pero Perico no salta. Solo al final, limando unos pocos segundos. Decepción.

Al día siguiente, 11 de julio, llegada Superbagneres, donde en 1986 Lemond destrozó a Hinault. Más bien donde el Tour de Francia destrozó a Hinault. Cuando llegamos de la playa mi abuelo está frente a la televisión del cuarto de estar. Todo está medio a oscuras, las persianas bajadas. Hace mucho calor. Mi abuelo me dice que Perico está escapado. Que la puede liar. No usa el verbo liar, pero nos entendemos. Va con Mottet y con Millar. Sí, con Millar otra vez. Llevan mucha ventaja. Perico vuelve a la pomada. Perico se saca la cola y orina. Una generación entera que no ha olvidado el día que Perico se la sacó en directo y echó una meada. Por lo menos iba bien hidratado, está claro.

Menú habitual, pero de ese que nunca cansa. Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Y la subida a Superbagneres. Mottet se queda, Perico parece que deja también a Robert Millar pero el escocés se recupera y se lleva la etapa. Qué rabia. Por detrás ataca Fignon y responde Lemond. Pero es un espejismo, porque se queda clavado. No había visto nunca a nadie quedarse clavado así. Fignon se viste de amarillo. Está claro que va a ser el mejor Tour de Francia de la historia. Y Perico lo tiene que ganar.

Pero no. Las etapas siguientes muestran a Perico poco a poco desfondado. No mejora el tiempo de Rooks en la cronoescalada a Orcières-Merlette y el día clave, el último día de alta montaña de verdad, con la llegada al Alpe d’Huez, con el trabajo de Abelardo Rondón, la victoria para Thenuisse. Ataca Fignon que va más fuerte en montaña. Perico aguanta y se coloca entre los tres primeros, pero ya no hay más gasolina.

Las dos etapas siguientes son preciosas, bellas para todos los aficionados, Le Bourg d’Oisans-Villard de Lans, 90 kilómetros de nada, con Fignon en campeón. Nadie podía con él. Y la del día siguiente Villard de Lans-Aix les Bains, llegando los cinco primeros clasificados en grupo, con Lemond, el más rápido. Pero Perico, Perico tendría que haber ganado aquel Tour. Este no es un artículo sobre los ocho segundos.



Es un artículo sobre Perico. Pero aquel Tour fue mágico: en el podium tres ganadores de Tour, el ganador del Giro, de la Vuelta y del Campeonato del Mundo de aquel año.


Sí, aquel año, bajo la lluvia, en Chambery.

¿Qué pasaría con Perico en 1990? Ya no tenía esa fuerza en la montaña, pero estaba claro que había mejorado mucho en la crono. Siempre que no volviera a liarla como el año anterior, ¿por qué no podría ganar el Tour otra vez? A Perico le cuesta arrancar. Indurain vuelve a ganar en la Paris-Niza y Julián Gorospe se lleva la Vuelta al País Vasco. Ya no hay más Reynolds. Es el año de Banesto. Banesto de blanco y negro. Un maillot precioso. Perico gana una etapa en la Semana Catalana. Perico gana el GP. Navarra.



Perico va a la vuelta. La vuelta de Marco Giovanetti. La de la escapada camino de Ubrique. Como Jesulín. Ahí se viste Gorospe. Pero Gorospe Perico en La Vuelta a España 1990 no consigue soltar a Giovanetti ni el Naranco, ni en Cerler, puertos muy tendidos. En la cronoescalada calcada a la del año anterior Jeff Bernard gana en Valdezcaray, pero Giovanetti va con la calculadora.


Ni en la crono de Zaragoza el antepenúltimo día. Estoy en quinto de EGB y me mandan a clase por la tarde, después de comer. Nadie sabe nada. ¿Qué habrá pasado en la llegada a Parazuelos de Eresma? Las etapas de la sierra… recuerdo que mi padre me dice que Perico lo ha intentado bajando pero que no ha podido ser- Ha descolgado a Cabestany. Hace segundo. Pero queda el Tour.

«Román es un bebé. Sonríe y se alimenta de su madre con avidez primeriza. Viajamos buscando sombra y cercanía. Vuelvo a Uncastillo y a Luesia. En sus calles, donde se suceden las rampas y los descensos me imagino a mi padre y al poeta Ángel Guinda. Busco en el suelo las huellas prendidas de tiempo y solo distingo el empedrado gastado. Mi hijo lleva una gorra de un periódico flamenco, “Het Nieuwsblad” y parece una mezcla de Roger de Vlaeminck con algún gregario de Freddy Maertens en el Flandria. Pienso en Felice Gimondi. Pienso en el verano de 1990 cuando mi abuelo se marchaba a dormir y nos dejaba a mi padre y a mí con A., el vecino del bungalow de enfrente. Sé que era el verano de 1990 porque A. nos hablaba del Tour de Francia y de que Perico Delgado tenía que atacar al día siguiente. Había una botella de vino en la mesa y se oían a las cigarras. Él era el único que bebía pero la botella terminaba vacía. Yo solamente me bebía sus palabras. Perico nunca atacaba. Aquel Tour de Francia lo pudo haber ganado Miguel Indurain si no se hubiera dedicado a hacer de gregario de Perico. Pero Perico era muy grande. Era intocable, un Santo laico en un país que acababa la década de los ochenta. Y yo, aquel verano, había recorrido España y sus promesas, escuchando la voz de mis abuelos, que se apagaba cada día y la voz fresca de mis padres que me animaban y me abrazaban. Me acordaba de A. y de Felice Gimondi porque cerca de la urbanización había otra con un nombre curioso: “Reus campimar”, Reus, campo y mar. “Reus campimar” tenía un bar comunitario al que íbamos después de comer para comprar helados. Yo, como estaba muy gordo, solo compraba polos de hielo. Pero daba igual, lo importante era la excursión, llevar el dinero, las monedas, muy apretadas, memorizando el pedido de toda la familia, de los abuelos y los tíos, de mis padres y de mi hermana. A veces A. Fernández llevaba a su familia a tomar el vermú en unas mesas que había en la terraza del bar, una terraza que daba a un camino de tierra. El suelo de la terrraza era de piedras blancas y grises, piedras de supermercado. Recuerdo el sonido de las sillas de plástico de la terraza y cómo saltaban las mesas sin ajustarse nunca entre los huecos de aquellas piedras. Y también cómo se resbalaban los camareros. Había uno muy joven que era especialmente torpe y, sobre todo, era muy lento. Ese era el favorito de A., le llamaba Gimondi. El muchacho no sabía quién era Gimondi ni le importaban lo más mínimo. Yo, en aquel verano de 1990 tampoco sabía quién era Gimondi. El único ciclista que me importaba era Perico. Y los malos, los que no le dejaban ganar: Greg Lemond, Sean Kelly y sobre todo, Stephen Roche. Pero A. le decía, “Anda, Gimondi, ponme media docena de cinzanos”. Como sabía que le iba a costar una eternidad a Gimondi él se reservaba la mitad de los martinis para él y en cuanto le servía el la comanda ya le estaba encargando otra ronda».

En el Tour de Francia de 1990 Perico lo hace mejor en las cronos, segundo en Villard de Lans, donde había reinado en 1988, pero en Alpe d´Huez después de tener a Indurain trabajando no puede soltar a Lemond. Y en Luz Ardiden, Perico, con el estómago cruzado, manda a Indurain por delante. Es el fin de una época. O no. Porque a mí me da igual todo. Yo solo quiero que gane Perico.

1991. No importa el Tourmalet. No importa el Giro de Italia. Solo importa el verano de Perico. El verano de 1991. Lo leí una y mil veces en una guía de Bicisport. La rabia de Perico. Perico destronado. El verano de 1991 fue una lucha a machetazos entre Gianni Bugno y Perico Delgado. Nunca había conseguido tantas victorias en tan poco tiempo. Repaso el anuario de Bicisport. Mi primera anuario ciclista.

La victoria en la Subida a Urquiola, el ataque en la Clásica de San Sebastián (ataca en el llano, un latigazo de rodador belga, las imágenes son demoledoras), pero Bugno iba muy fuerte aquel día. Luego en Burgos, la crono por equipos del Banesto supera la ventaja de Bugno en las Laguna de Neila y luego, Perico, en la Vuelta a los Puertos, atacando en Navacerrada, como siempre, en su ambiente.

Perico se había hundido en el Tourmalet, el día que Indurain se vistió de amarillo. Ya no habría más Perico ganador de Tour, pero daba igual, era el comienzo de la verdadera leyenda. Ahora la gente jaleaba cuando se ponía a tirar de Indurain.

En la Volta a Cataluña de aquel año, que ganó el navarro, Perico anduvo cerca, le daba para estar delante y para ayudar.


¿Fue el mejor gregario de Indurain? No, rotundamente no. Pero es que era un superclase, ¿se guardaba algo para él? Pues claro. No olvidemos que el retorno publicitario de Perico era igual o mayor que el de Indurain para el Banesto. A partir de ahora… simplemente disfrutar.

1992 Perico disfruta. Busco en mis libros y encuentro en la historia de las carreras de las Ardenas, la historia de la Lieja y de Flecha Valona. En la llegada a Huy Perico hace 5º, pero se lo ha tomado muy en serio. Busca una y otra vez conseguir ganar, lo que se escapó en 1989. Gana Furlan, pero es lo de menos. 15 de abril.

Unos días después, tuvo la Vuelta en sus manos. Pero Rominger iba pasado de vueltas. Era el primer alopécico químicamente estimulado. Nuestro alopécico suizo. El otro, Jesús Montoya, aparece por primera y última vez en escena. Histórica la etapa de Luz Ardiden (siempre, como ven, se repiten los mismos lugares), donde, mientras Cubino se va para delante para ganar por tercera vez en la cima (en tres carreras distintas, Tour del Porvenir, Tour de Francia y Vuelta a España), Perico, todo vestido de blanco, entre la niebla, llega a detenerse para obligar a Montoya a pararse.

Javier Mínguez del Amaya había ordenado a su pupilo que hiciera lo mismo que hiciera Perico. Una situación ridícula. Pero que les cuesta la Vuelta. Al final Perico se cansa de tirar y Rominger ataca ganando un tiempo fundamental.

Pero llega el 10 de mayo de 1992. Llegan los Lagos de Covadonga (volvemos a los lugares fetiches). Fue el último gran día de Perico. Un vídeo que he visto un millón de veces… primero Fabio “beso lindo” Rodríguez descuelga a sus propios compañeros (un desastre de equipo, una broma de corredor) y luego, cambio de plano en la televisión, y vemos a Perico que salta. Salta y se va. Se va porque es Perico y son los Lagos y todos somos jóvenes y es lo que nos hace felices.

La distancia se mantiene… los periodistas periquistas se emocionan, pero al final no hay cambio de líder. Da igual. Es una de las etapas de mi vida. ¿Podría ganar Perico la Vuelta?

El 14 de mayo, en la llegada a Ávila, Perico ataca en los puertos de paso sin éxito y, cuando llega al empadrado final, el de Vandenbroucke o Zoetemelk. Perico ataca y se va. Estoy en un bar, con mi padre y mi abuelo. Lo vemos, Rominger le sigue, Montoya se corta. Perico saca unos segundos pero la caída del suizo dentro de los últimos kilómetros le da el mismo tiempo que al segoviano. Perico iba sobrado pero le faltó suerte. Lagos de Covadonga, la paradiña en el Tourmalet, la llegada a Ávila. Mi Perico.

En el Tour de Francia, la primera semana, la segunda semana, pasa la crono de Luxemburgo. No importa, porque vemos a Perico bien, muy bien. Roche está renacido, el 16 de julio una enorme cabalgada de Fignon con los colores del Gatorade, pasando por delante del Ballon de Alsace -puerto de aires setenteros-, le da su última victoria. Perico llega con Jaermann, un suizo cazaetapas del Ariostea a la cima final el 17 de julio Dole – Saint-Gervais-Mont Blanc. Perico, una etapa más, Perico, por favor. Suelta a Roche. Pero al final, la pena, la tristeza. Maldito Rolf Jaermann. Maldito siempre. Terminó sexto de la general. Una actuación muy digna.

En 1993 solo recuerdo La Vuelta a España, cómo peleaban Zülle y Rominger, la caída del de la Once camino del Naranco. Perico perdiendo tiempo en todas las etapas. Con la calculadora, con el gancho, como lo quieras llamar. Perico no va. Perico está para top 10. Eso nunca falla, por supuesto. Repaso la guía de la temporada de Bicisport.

Veo que había ganado la Semana Catalana, una de sus vueltas fetiches de siempre. En la Semana Catalana aguanta en la llegada a Andorra, perdiendo en el sprint con Iñaki Gastón y Laudelino Cubino y realiza una exhibición en la cronoescalada a Montjuic, sabor ochentero, la Subida a Montjuic, siempre se le dio bien a Perico. Doce kilómetros, en la zona donde ganó Gimondi el campeonato del mundo de 1973. Leo y vuelvo a leer en Bicisport.

Pero lo importante es la crono de Zaragoza. Lo he contado mil veces: estaba en la esquina de Juan Pablo Bonet con Arzobispo Morcillo. Donde la Casa del Duende, la gran leyenda urbana del siglo XX en Zaragoza. Y pedí una tiza en una papelería. Y escribí Perico en el suelo. Y pasó antes Escartín. Y la ovación fue increíble.

Pero… cuando llegó Perico, cuando llegó Perico fue como si el tiempo se detuviera, como si hubiera caído dentro de una explosión, ese segundo antes de que el tronado se lo lleve todo por delante en le que el silencio es absoluto y, luego, la locura… como una ola gigante, como si un millón de personas gritaran a la vez. O eso recuerdo yo. Era 8 de mayo de 1993.

«Pero quiero recordar. El recuerdo es una ovación, en un bar, sí, en un bar. La gente está viendo una etapa que llega a Pal. Rue marca el ritmo para Indurain. Pero a 5 kilómetros de meta cede. Mauleón, gente del CLAS, incluso el hombre-goma Jaskula se ponen delante. Pero Indurain busca ayuda. Busca alguien que marque el ritmo. Entonces, a menos de 4 kilómetros de meta, la ovación. Arranca Perico que andaba en la parte de atrás del grupo de elegidos y se pone en primera posición del paquete. Y tira, tira y la gente se vuelve loca en el bar como si lo estuviera yendo hacia la victoria en otro Tour de Francia. Primera o enésima demostración de carisma».

En este vídeo se disfruta del instante a partir del minuto 62. Perico pata negra, el que podía hacer lo que quisiera.

1994 Año de despedida. Parecía imposible. Se nos acaba el mundo. Daba igual que ganara mil tours seguidos Indurain. Perico se retiraba. Ese año ya no corre el Tour de Francia. En su última edición repite top 10, en este caso noveno puesto. Sus objetivos habituales antes de la Vuelta a España: Vuelta a Murcia, Semana Catalana y Vuelta a España. Es la última que se disputa en abril. Perico empuja al joven Zarrabeitia. Dicen que pusieron chinchetas en el camino de Zülle. ¿Pero eso qué importa? Sube al cajón. Es tercero. Nadie se lo puede creer. En realidad nadie se lo ha terminado de creer nunca. Porque, si fuera así… ¿qué haces leyendo este texto hasta el final?

Perico Delgado más grande que la vida, Perico Delgado y su soledad.

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