Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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‘Vivir de Europa’: la inflación de informaciones y estudios sobre el continente

Escribo este post con el improbable fin de que las cosas cambien o como una forma de expiación. Lo he titulado, un poco pomposamente, ‘la inflación de estudios sobre Europa’, pero podría simplemente haber escrito ‘la ansiedad descorazonadora de saber que no lo podrás leer todo, así que ve relajándote’.

No hay día que no descubra una nueva página web, publicación, blog o think tank sobre estudios europeos (aquí una lista de los más influyentes). Sé que esta inmersión forma parte del habitual proceso de especialización que cualquier disciplina requiere actualmente. No tengo nada en contra de la especialización, considero que es muy necesaria, pero sí contra la sobreabundancia de información, ese molesto ruido de los datos.

Centro de prensa de la sede del PE en Estrasburgo (N.S).

Centro de prensa de la sede del PE en Estrasburgo (N.S).

La Unión Europea es un complejo entramado institucional que por sí mismo genera una cantidad ingente de información casi diaria. Encuestas, recomendaciones, informes, entrevistas, resoluciones, etc. Además, la lista de temas de actualidad es casi inabarcable: situación económica, ampliación, democratización. Esta sería, por así denominarla, una primera capa.

Luego vendría la información secundaria: los análisis en profundidad que organismos no institucionales (centros de estudios y think tank) elaboran sobre la UE en su conjunto. Se trata de una capa todavía más espesa (y complicada de traspasar) que la primera, pues por un lado fiscaliza el funcionamiento de las instituciones, sus decisiones,  y por otro lado aísla los problemas, anticipa otros nuevos, vaticina soluciones o pone de relieve tendencias.

Sobre estas dos capas se asienta una tercera: los medios de comunicación de masas (que sí, todavía existen). Estos se encargan de recoger y filtrar todo lo anterior de una forma clara, didáctica y lo más objetiva posible. No siempre se consigue, porque la UE está repleta de mecanismos confusos y de términos resbaladizos, pero mal que bien, el propósito de hacer llegar la información a los ciudadanos se consigue.

Hay una última capa, que está formada por personas como yo. Sujetos esponjas que absorben información proveniente de todos los sitios posibles. Tipos omnívoros que exponen, juzgan, sintetizan, discriminan y denuncian (en algunos casos). Gente que también vivimos —de alguna manera— de Europa, que nos acercamos a ella con una precipitada falta de cautela. Que elegimos hablar de esto o de aquello, sabiendo que esto deja fuera todo aquello, y aquello borra de un plumazo todo rastro de esto.

Si Europa asusta es,  las más de las veces, por este componente tumefacto. A diferencia de la mayoría de las adscripciones sentimentales más o menos nacionalistas, autodenominarse ‘europeísta’ implica una carga extra de trabajo y de conocimientos. Dado que no basta con empatizar con una idea abstracta sin más, hay que hacer un esfuerzo mayor de sentido (procesar más volumen de datos) para llegar a su comprensión.

El nacionalismo suele ser visceral y acrítico; el ‘europeísmo’ —que alguien diría, por qué no, que es otra forma de nacionalismo— es racional y esforzado. Pero tanta avalancha informativa (a menudo recuerdo que cuando Europa funcionaba lo hacía sin todo este aparato crítico detrás) no sé si acabará por instalar a los creyentes en la melancolía del esfuerzo sin resultado.

El PSOE busca afinar su discurso europeísta

Las presentaciones de libros escritos por políticos —aunque no sean memorias, tan efímeramente de moda, sino obras más o menos técnicas— inspiran desconfianza. Como si un político, supongamos que honesto, no pudiera vender con la misma sinceridad que cualquier otro escritor (un novelista, por ejemplo) su nueva mercancía.

Esta reflexión me hacía mientras esperaba el jueves pasado a que comenzara el acto en el que eurodiputado Juan Fernando López Aguilar, con su almibarada locuacidad de siempre, iba a presentar La socialdemocracia y el futuro de Europa (Catarata, 2013). En la sala de la librería Blanquerna de Madrid había mucho socialista con mando en plaza, algún que otro ya en discreta retirada, académicos afines y bastante gente ociosa, como era mi caso.

Jordi Sevilla (izq) y Juan Fernando López Aguilar, charlando antes del comienzo del acto (N.S).

Jordi Sevilla (izq) y Juan Fernando López Aguilar, charlando antes del comienzo del acto (N.S).

No sé si todos estaban allí preoupadísimos por Europa o si más bien hacían tiempo para cambiarse (literalmente) de acera para ver a Zapatero y a Blair juntos. Ese dilema. Quiero creer que lo primero, aunque las frecuentes bromas e ironías sobre «la contraprogramación» de ambos actos lleva a pensar que no todos los allí presentes estaban especialmente entusiasmados por ser los teloneros involuntarios del expresidente.

Me desvío. La cosa era hablaros de este libro, que aún no he leído, y sobre todo de esta presentación, que me parece sintomática de un estado de las cosas según la cual lo primero que hacen hoy los políticos que se lanzan a hablar en público es «reinvindicar la política»; lo segundo es asegurar que las «instituciones no tienen la culpa de nada» y lo tercero es recordar que las cosas se cambian con «la movilización y con el voto».

El acto duró poco más de una hora, pero la primera alusión directa a ‘Europa’ llegó casi al final, cuando ya quedaban menos de 20 minutos para que finalizara (por la dichosa contraprogramación, imagino). Antes, durante las intervenciones de Carlos Carnero —director de la Fundación Alternativas— y Jordi Sevilla —ex ministro de Administraciones Públicas— se habló mucho de socialdemocracia, pero poco de la UE.

Ambos, en un tono estupefacto y preocupado, se hicieron preguntas como estas: ¿Por qué la derecha nunca está en crisis? ¿De qué hablamos cuando hablamos de la crisis de la socialdemocracia? ¿Cuáles son los retos que tenemos por delante? ¿Cómo hay que entender y reconducir la globalización? Preguntas para las que no hubo muchas respuestas, aunque sí severos análisis de urgencia. Lo que, estando como está el PSOE, no sé si será suficiente.

La munición pesada (¿preelectoral?) y el europeísmo llegaron con López Aguilar. Su libro, según sus propias palabras, es «una reflexión histórica sobre el papel de la socialdemocracia»  sobre su íntima relación con el «desarrollo de Europa». Según él «el continente está siendo deconstruido, desmantelado» y solo la reinvindicación de la «política socialdemocráta» puede asegurar su futuro. «La socialdemocracia debe ser europeísta o no será», aseguró con la vehemencia que le caracteriza, al tiempo que se quejaba de que «la complejidad es la naturaleza de la socialdemocracia, y los medios de comunicación la han jibarizado». Crítica —está sí— con la estoy bastante de acuerdo.

De hecho, quizá yo mismo estoy pecando de frívolo o de simplista al resumir una charla compleja en unos cuantos titulares. Aunque lo cierto es que tampoco ellos, los expertos en socialdemocracia y Europa, al menos sus practicantes, supieron profundizar en la cuestión. Como desde hace bastante ya, el diagnóstico es el acertado, está claro para la mayoría, pero las respuestas no llegan, y en el horizonte político, en este caso del PSOE, solo se divisa un bucle de preguntas a la espera de ser contestadas.

 

¿Por qué escribir? No. Por qué no escribo

Cuando mis compañeros de bloguería en @20m propusieron que cada uno publicáramos un post con nuestros motivos para escribir, me sumé con alegría. Me lo he pensado mejor y me desviaré ligeramente del compromiso inicial. Siempre he sido de preguntarme más por qué no escribo —por qué he escrito tan poco— que por lo contrario.

Largarme una perorata sobre mis razones para escribir —¡que casi no me importan ni a mí!— se me antoja un acto presuntoso y en el fondo bastante infiel (a mí mismo). Rescato, pues, un texto breve (de diario) que escribí —oh, chusca paradoja— explicándome los motivos en negativo que frenaban tal impulso. Era 2010 o así y lo he tocado lo imprescindible.

Comparto quiero decir, me dan envidia los brillantes argumentos para sí hacerlo que dio Orwell: amor propio, emoción estética, impulso histórico y propósito político. Pero es que yo ya no escribo, o escribo poco, o distraídamente, o simplemente mal, y he llegado al punto de que si sigo viviendo más de ilusiones pasadas me hundiré para siempre: hablo de un hundimiento ético más que estético, una pérdida de horizontes, un decir basta que me conduciría a la ruina. Mis razones para no escribir, o para prolongar agónica y culpablemente el acto de no escribir, son: aún no lo he leído todo, quiero antes alcanzar la madurez, otros que terminaron triunfando a mi edad tampoco habían escrito nada, no tengo genio suficiente para hacerlo, el periodismo aniquila mi originalidad, debo vivir antes. De los tres últimos no diré nada.

1. Aún no lo he leído todo

¿Cuántos libros habré leído? ¿1.500, 2.000? ¿Cuáles de todos esos sobran? ¿Y cuántos —imperdonablemente— he dejado pasar? J. me dijo un día, al poco de conocerme, que mis lecturas eran erráticas. Entonces me sonó a advertencia, hoy lo recuerdo con alivio, hasta con orgullo. No me he sacrificado al Moloch de las modas culturales ni de los suplementos sabatinos. He sido escrupulosamente libre y he cultivado con mimo mis propios prejuicios. Pero la duda es perpetua. Hay tantos mundos como autores. Tantos estilos como géneros. Tantos giros del guión como tramas. La invención o la trama. Además: cada vez leo menos ficción. La novela es una huida, decía K. Para mí, una losa.

2. Quiero antes alcanzar la madurez

¿Qué significa? No lo sé, pero alcanzarla es la meta que todo bicho viviente se propone cuando cumple 3X años. Artes de ser maduro. Yo creí haber llegado a ese estado de nirvana social muy pronto, antes —faltaría más— que mis compañeros. Era una explicación favorable, benigna y no demasiado hiriente a porqué me consideraba diferente a ellos. Todo eso se diluía ante la maravillosa, hoy engañosa, pero bah, certeza de haber madurado sin haber salido del invernadero.

3. Otros que terminaron triunfando a mi edad tampoco habían escrito nada

Renard, por ejemplo. Hay muchos más. Es un ejercicio masoquista enumerarlos a todos. Están presentes en mis oraciones, en mis lecturas de después de comer. 31 años. Savater llevaba tres libros ya. Tres ensayos primorosos. Bellísimos. 31 años. Otra vez J., que me dijo hace uno que esta es nuestra década definitiva, que lo que no hagamos en los próximos diez años le faltó decir: con la rabia de la declinante juventud, como decía Pavese,  gran tipo no lo haremos nunca. Es verdad que no le pregunté si se refería al mal de Montano o a la trilogía mujer, niños, hipoteca. Pero mejor así. Y luego están las felices excepciones, que colecciono. Mis santitos perezosos.