No existe otro animal tan creado a gusto y necesidad del hombre como el perro. Es cierto que con los gatos también se están buscando razas extremas y que todos los animales domésticos, todo el ganado, ha sido seleccionado durante tantas generaciones para cubrir nuestras expectativas de alimento, abrigo o servicio que poco se parecen a sus ancestros salvajes. Pero ninguno, insisto, ninguno tanto como el perro.
En ningún otro animal hay diferencias tan grandes de tamaño, aspecto, funciones, pelaje… Dependiendo de si queríamos cobradores, corredores, guardianes, pastores o compañeros, íbamos seleccionando unos u otros ejemplares hasta configurar las distintas razas.
Todo eso se ha multiplicado y exagerado en los últimos cien años. Nuestro afán por jugar al doctor Frankestein dejó de lado en muchas razas la funcionalidad y la salud de los animales, que debería ser lo prioritario. Y la mejor manera de darse cuenta es mirar lo que eran hace unas generaciones las razas que hoy vemos desfilar en los concursos caninos y por nuestras calles.
De hecho ya hay criadores que se están preocupando por volver a tener ejemplares más saludables, mas semejantes a sus tataratatarabuelos, aunque eso suponga alejarse de esos estándares de raza arbitrarios que miden el ángulo en el que se implanta la nariz o la altura a la cruz para descartar animales por unas pequeñas desviaciones.
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