Capítulo 21 de #Mastín: Llueven gatos

Aquí os dejo un nuevo capítulo de mi folletín animalista. Quiero hacer una buena novela juvenil, capaz de gustar a adultos y con el marco de la protección animal de fondo para dar a conocer la problemática existente.

CAPÍTULO 21:

IMG-20150606-WA0012Tras la charla que tuvieron en el coche, la relación de Martín y de Mal había cambiado. Habían sumado un par de niveles de confianza, estaban más relajados y bromeaban constantemente, con frecuencia con temas que a priori no parecían ser cosa de risa, como las carencias de la perrera, los imbéciles que iban allí con la intención de llevarse gratis cachorros de chihuahua (y que lo único que conseguían era hacerles perder el tiempo y la paciencia), o el “ay de ti si tuviera diez años más” en múltiples variantes, como una forma de exorcizar cualquier posible interés real.

En aquel momento Martín andaba haciendo inventario de camisetas y guardándolas en diferentes cajas según colores y tamaños de cara al evento de junio. Si eras voluntario en una protectora acababas haciendo una variedad asombrosa de tareas: Martín había reparado y formateado un ordenador, servido como auxiliar veterinario, recibido a gente que venía a adoptar o a entregar un animal encontrado (más lo segundo, por desgracia) hasta que pasaban a manos más experimentadas, reparado un vallado, limpiado todo tipo de cosas y superficies, fotografiado perros y gatos y actualizado el Twitter de la protectora, trasladado sacos de pienso y de arena para gatos durante toda una mañana a pura fuerza bruta, eso sin contar con ejercer de rastreador y rescatador de la pobre Manu. Su parte preferida seguía siendo ganarse la confianza de los perros más tímidos y temerosos para que tuvieran más oportunidades de conseguir un hogar, llevárselos de paseo, sentarse con ellos y descubrir de paso gracias a esos animales que tenía mucha más paciencia de lo que habría jurado.

Estaba doblando unas cuantas camisetas infantiles de diferentes colores que clamaban que un animal era un amigo y no un juguete, cuando Mal abrió la puerta y asomó la cabeza.

– ¿Me echas una mano? –

– Mataría dragones por ti si me lo pidieras – contestó Martín con la voz más grave que fue capaz de poner. Mal le lanzó como respuesta una breve risa.

– Déjate de matar animales mitológicos y ven a quitar mierda de perro conmigo, que Miguel está con lumbago desde hace tres días y el pobre no puede casi moverse. Luego, que ya hará demasiado calor, puedes seguir aquí dentro a la sombra con lo tuyo –

Era cierto, aquel sábado de finales de mayo amenazaba con imitar a julio a mediodía, en cambio a las diez de la mañana el aire era fresco e invitaba al zafarrancho. Soltó la camiseta que tenía en la mano y siguió a la chica hasta los primeros cheniles, en los que tenían a los perros de tamaño más pequeño, los que más posibilidades tenían de ser adoptados. Martín había comprendido pronto que había una serie de factores que complicaban bastante que un perro tuviera su segunda oportunidad. Por maravilloso que fuera su carácter, si era de tamaño grande, de color negro o atigrado, tenía más de cinco o seis años y era de alguna raza potencialmente peligrosa o cruce de ella, tenía muy pocas papeletas en la rifa de las adopciones. Aquello último le jodía especialmente. Logan, su viejo Logan que le esperaba en casa tumbado de costado en los frescos azulejos del baño, era un perro fantástico y era un pitbull negro bastante grande. Además cada vez entraban más pitbulls y cruces de pitbulls, aproximadamente el treinta por ciento de los ocupantes de la perrera lo eran. Para adoptarlos se necesitaba tener una licencia especial y pocos adoptantes les daban una oportunidad, por mucho que los trabajadores de la perrera insistieran en que alguno era un trozo de pan, y no insistirían en ello si no lo tuvieran del todo claro. La gente los veía demasiado imponentes, les daban miedo, intuían más problemas paseando con ellos por la calle, no se fiaban y allí se seguían pudriendo los pobres.

– Yo los dejaré salir a que corran un poco en el vallado, tú vete quitando la mierda y ahora iré a ayudarte con la manguera – dijo poniéndole una pala con el filo recto en una mano y un escobón en la otra.

– ¿Sabes? Bien pensado, no mataría dragones por ti. Quitaría la mierda de su cueva. Quitar mierda de dragón; eso sí que tiene que ser heroico teniendo en cuenta cómo huele y lo que cuesta limpiar la de unos perros –

A ella se le escapó una carcajada, transparente y clara como una ráfaga de viento. Martín, dejó el escobón y la pala apoyados y comenzó a desenrrollar la manguera. Era larga y muy pesada, si cuando Mal regresara de soltar a los perros se la encontraba extendida, se ahorraría un buen esfuerzo. El chico recordó la mañana de los sacos y llegó a la conclusión de que esto de ser voluntario era mucho más útil e igual de efectivo que acudir a un gimnasio a mazarse como algunos de sus colegas.

***

Un par de horas más tarde estaban ya adecentando el último chenil, el más recóndito. Se estaban tomando su limpieza con calma, tal vez porque era la última, tal vez por el calor, puede que porque quisieran regalar unos minutos más de pretendida libertad a aquellos cinco perros que corrían en el vallado. Los cinco eran poco más que cachorros, dos cruces de bretón de distinta edad y tres hermanos de camada a los que llamaban ‘los canicas’, no tenía ni idea del motivo. Martín se quedó muy quieto, mirándoles con una ligera sonrisa en el rostro.

– Anda, ven aquí conmigo Mastín. Nos hemos ganado un descanso – dijo Mal palmeando el suelo de cemento a su lado. Se había sentado con las piernas estiradas y la espalda contra la zona cubierta del chenil, viendo jugar a los perros. Llevaba las botas de agua amarillas de Miguel, cuatro o cinco números por encima de su talla, algo que se notaba mucho más en aquella postura.

– Pareces un payaso fugado del circo con esas botas – dijo el chico sentándose a su lado.

– ¡Imbécil! – rió ella propinándole un imperceptible puñetazo en el hombro.

Luego callaron. Ver la alegría liberadora y despreocupada de aquellos animales era contagioso, uno de esos instantes de felicidad pura que ojalá fuera posible embotellar y preservar para cuando fuera necesario salir de algún estado de ánimo oscuro.

– Son como tú Mastín – dijo ella sin mirarle.

– ¿A qué te refieres? –

– Son adolescentes, llenos de energía –

– Y con un futuro incierto – apuntilló él.

Se habían sentado muy juntos, Martín podía escuchar la respiración pausada de Mal, los ladridos esporádicos de los perros, algún coche circulando por la carretera que pasaba al lado de la perrera y unos pasos que se aproximaban. “Tal vez Miguel ha salido de la cama y viene a ver qué tal se nos ha dado”, pensó el chico, al que no le apetecía lo más mínimo interrumpir aquel momento.

Entonces vio algo que aterrizó a metro y medio de su mano. Una bola oscura e indeterminada que parecía haber caído del cielo. Estiró el brazo y la cogió. Por un instante no supo lo que era, su cerebro se negaba a creer lo que sus ojos veían. Era un gatito muy pequeño, probablemente recién nacido, aún se notaba algo del cordón umbilical. La cabeza estaba destrozada, seguro que por dentro también habría reventado. Aquel animal que un minuto antes respiraba y pugnaba por crecer, ahora yacía completamente laxo y deforme en su palma.

Martín levantó la vista y se encontró con los ojos de Mal, perplejos y ardiendo de furia en cuanto comprendió lo que había pasado. La alegría desbordante no era la única emoción contagiosa. Martín sintió que la rabia se adueñaba de él.

Por un extremo de su campo de visión percibió una nueva parábola. Otro gatito había caído, esta vez justo ante Mal. Ambos se pusieron en pie, ella no podía ver nada, pero Martín era bastante más alto y alcanzó a ver al hijo de puta que estaba haciendo aquello. Era un tipo de unos cuarenta años, un poco entrado en kilos y en canas, que también le vio a él. Inmediatamente depositó una bolsa en el suelo y salió corriendo.

IMG-20150606-WA0008Martín miró alrededor, como si estuviera decidiendo qué hacer. Luego entró de dos zancadas en el chenil que ocupaban ‘los canicas’ y los bretones, saltó sobre el tejado de la parte cubierta y volvió a saltar para salir del recinto. Aterrizó apoyándose en las manos y desollándoselas de nuevo. En aquel momento no se dio ni cuenta, aunque luego bromearía con que ser pianista o modelo de manos estaba reñido con colaborar en una protectora.

En cuanto se incorporó tras el salto, salió corriendo detrás de aquel cabrón que se divertía lanzando gatos por los aires. Corrió tan deprisa que temió perder el control de las piernas y caer, pero justo antes de llegar a la carretera supo que le tenía a su alcance y se lanzó sin pensar contra el hombre. Aterrizó encima de él y aprovechó para aplastarlo de cara contra el suelo. El tipo se revolvió, pero poco podía hacer contra más de ochenta kilos muy cabreados encima de su espalda. Martín le cogió del pelo para verle la cara, leyó ira, miedo y desconcierto y aquello último casi le desarma, pero entonces recordó el peso muerto del pequeño gatito en su mano y levantó el puño. Nunca había pegado un puñetazo a nadie desde que tenía nueve años, pero si alguien se lo merecía era aquel bastardo.

– ¡No! ¡Para! – la voz de Mal le detuvo, ninguna otra voz podría haberlo hecho. La chica venía a la carrera. Debía habérselas apañado también para saltar desde el tejadillo. El hombre aprovechó el momento para retorcerse, hacer palanca con la rodilla y escapar corriendo. Martín iba a salir de nuevo detrás de él, pero Mal le detuvo.

– No le partas la cara a esta gentuza porque te puedes buscar un buen problema. Un puñetazo bien dado a un malnacido que se lo merece puede salir más caro que torturar y matar a un animal. Así están las cosas en este país – dijo poniéndose frente a él y cogiéndole de los antebrazos para serenarle. – Y puede ser peor, puede acabar haciéndote daño él a ti –

La voz le temblaba mientras hablaba. Estaba tan furiosa como él, pero conservaba el control. Martín lo había perdido completamente. Tomó aire y lo expulsó con fuerza por la nariz intentando serenarse. Notaba el temblor propio de un subidón de adrenalina.

– Me alegra haber llegado a tiempo de pararte Mastín, me da que le habrías dejado hecho un poema –

Mal sonaba menos agitada, acarició los brazos que había tenido aferrados, arriba y abajo como habría hecho para tranquilizar a un animal alterado.

– Estoy bien, estoy bien. Se merecía que le hubiera partido la cara –

– Si, lo merecía, pero hubiera sido peor, créeme. Ven conmigo de vuelta, que soltó una bolsa junto a la tapia y me temo lo peor. Creo que en la bolsa que soltó había más gatitos, lo importante ahora es comprobarlo y ayudarlos si estoy en lo cierto. Y poner una denuncia-

Y, efectivamente, había cuatro gatitos dentro de la bolsa, que hociquearon aún ciegos cuando Mal los sacó y e intentó acomodarlos en la parte delantera de su camiseta. “Demasiado corta, demasiado estrecha”, pensó Martín quitándose su vieja camiseta talla XL y tendiéndosela a la chica, que los envolvió con cuidado.

– No es la primera vez que nos lanzan animales dentro de la perrera, pero en las anteriores ocasiones esperaron a la noche, este cabrón lo ha hecho a plena luz del día –

Comenzaron a rodear el perímetro de la protectora a buen paso, era imposible entrar por dónde habían salido.

– Que sepas que ha sido tremendo verte salir detrás de él como una bala. Estoy impresionada – dijo ella – una parte de mí se arrepiente mucho de no haberte dejado destrozar a ese psicópata –

– Que sepas que a mí también me ha impresionado que saltaras desde aquel tejadillo – contestó Martín, pendiente del hatillo lleno de gatitos en el que se había convertido su camiseta verde.

– ¿Saltar? Más bien me dejé caer – objetó Mal sonriendo de nuevo.

– Puto asesino. Me pongo malo solo recordándole. ¿Sabes? Podríamos formar un equipo de superhéroes contra el maltrato animal, en plan X-Men o Los vengadores –

Mal casi se ahoga con la carcajada repentina – ¿Tú qué te metes chaval? –

– ¡Eh! Tú has conseguido verme sin camiseta, yo quiero verte con el disfraz de licra negra de catwoman –

Seguía estando muy cabreado, pero bromear tras la brutalidad que acababan de presenciar le ayudaba a centrarse.

– Voy a llamar a la Policía en cuanto entremos. Espero que esté Jorge hoy currando, nadie mejor que él para esto – dijo Mal llamando a la puerta de la perrera. Unos minutos después Laura abría la puerta. Miró primero a Martín, semidesnudo y acariciándose las manos magulladas, y luego a Mal, con el pelo escapando de la coleta y la camiseta del chico hecha una bola entre las manos.

– ¿Qué demonios hacéis fuera? ¿No estabais dentro limpiando? –

Mal se limitó a abrir retirar un poco la camiseta para mostrar a los gatitos, montados unos sobre otros.

***

Durante el regreso a casa, era Martín el que llevaba, además de una camiseta puesta de las que estaba previsto vender en el mercadillo, una pequeña caja forrada con una toalla en la que dormitaban los gatitos. Mal conducía y no dejaba de hablar explicando cómo había que cuidarlos: la preparación de los biberones, lo importante que era que estuvieran calientes, que había que estimulares con un gasa húmeda para que hicieran pis y caca… el chico escuchaba con atención intentando no pensar demasiado en su madre, deseando que no estuviera en casa cuando llegase.

Mal había dicho que se llevaría los gatitos a su casa, que se encargaría de ellos todas las noches, todo el tiempo que pudiera. Las pocas casas de acogida que tenían ya estaban hasta arriba, sacar adelante gatos recién nacidos era bastante esclavo, y a fin de cuentas en esos momentos ella no tenía ningún perro acogido, solo estaba Trancos. Pero adelantó que iba a necesitar ayuda.

– Vivimos en el mismo edificio, podría ayudarte cuidándoles, dándoles las tomas…- se había ofrecido Martín, sintiéndose responsable de aquellos pequeños bultos de pelo, recordando el diminuto cadáver roto que había sostenido en la mano.

Había insistido en que no habría problema, que su madre no pondría ningún inconveniente, y Mal había accedido porque le tocaba trabajar aquella misma tarde.

En cuanto introdujo la llave supo que no había tenido suerte, su madre sí estaba en casa. Siempre que se iba dejando la casa vacía daba todas las vueltas que admitía la cerradura.

– Mamá, ya sé que no quieres tener en acogida un perro. ¿Qué opinas de unos gatos recién nacidos? A eso no me habías dicho que no– gritó a modo de saludo empujando la puerta con un hombro. Tenía las manos ocupadas con un flexo, una caja con gatitos huérfanos y una bolsa con empapadores, dos biberones y leche en polvo especial para gatos.


Lo que véis no son fotos repetidas, son diecisiete cachorros de gatos que fueron abandonados en una caja en la puerta de una residencia animal con el cartel de «gatitos», sin más.

Nos ahorramos las palabras para describir a la clase de persona , si se le puede considerar como tal,que ha tenido la desfachatez de abandonar a pleno sol a estos pequeños en una caja cerrada a la espera de que fuesen recogidos. Se han llevado a todos al veterinario a revisión y desparasitar, no presentan ningún síntoma de enfermedad.

Ahora mismo están viviendo en un establo Sabemos que es una misión casi imposible pero necesitamos acogida para ellos urgente, ya sea uno, dos o los que cada uno buenamente pueda.

Están en Murcia pero se envían a cualquier provincia para su adopción con chip, vacuna, cartilla, desparasitados y comprosimo de castración. Para acogida, preferiblemente Murcia o provincias cercanas, salvo otras protectoras animales que no importa la provincia.

Contacto para adopciones, adopcionesbastet@gmail.com, y para voluntariado y donaciones, equipo.bastet@gmail.com

3 comentarios

  1. Dice ser lola amigo

    que fuerte y que real!!!

    12 junio 2015 | 9:58

  2. Dice ser Carey

    ¡¡Por fin llegaron los gatos!! Me gusta esta historia porque así llegó mi gata a la protectora. Saltando misteriosamente un muro de varios metros con un par de meses. No saben lo que se han perdido: un animal cariñoso e inteligente. Alguien que se acurruca a tu lado cuando estás tristes y que siempre está de humor para jugar.

    12 junio 2015 | 9:58

  3. Dice ser asesino de abandona animales

    Desde luego a la gentuza que abandona/maltrata animales, había que eliminarlos sin mas miramientos, ni son humanos, ni merecen vivir.

    12 junio 2015 | 10:18

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