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Salvi, el indigente que murió de frío en Nochevieja entre cartones

Muchos de los que paseáis por Madrid, concretamente por la calle Génova donde se sitúan las Torres de Colón que simulan un enchufe, se habrán cruzado contigo, un indigente que en los porches de este edificio había construido su pequeño hogar. Allí dormías, escuchabas la radio y lucías aseado, bajo los cristales graduados de tus gafas.

La noche del 31 de diciembre, Salvi, morías allí mismo, tras días enfermo por culpa del frío. Lo último que los vecinos recuerdan es ver a unos chicos acercarte cena caliente las últimas horas del año en las que casi todos nos mostramos felices y fantaseamos con un 2017 cargado de éxitos.

Hasta bien avanzada la mañana de Año Nuevo, pese a madrugar siempre, permaneciste acurrucado en tu improvisada cama como tantas otras veces. Pero ya no despertarías, como en el cuento de Andersen de La cerillera.

La sociedad está tan enferma que ni siquiera es noticia que hayas muerto, lo cual es triste e inhumano. Tu recuerdo sólo se dibuja en esa esquina de la Plaza Colón, donde unas velas y un cartel plastificado en el que te hacen saber que te querían consiguen que tu imagen cobre vida al pasar.

Siempre me sentí felizmente desconcertada al comprobar que la gente se sentaba a conversar contigo durante horas, te llevaban calzado nuevo, ropa y una cálida conversación, porque las personas que vivís o habéis vivido en la calle pasáis a ser invisibles y ni siquiera os miramos o devolvemos un saludo, como si no importaseis, mientras os consumís en el silencio de la indiferencia.

Y no nos damos cuenta de que detrás de cuerpos atrapados en la sombra de la indigencia o la mendicidad, se esconden miles de historias de personas que como tú nada esperan ni obsequian, arrastrados por una jugarreta del destino de la que es difícil salir: un trabajo que no prosperó, un amor que se fue, el lastre de la enfermedad, una mala gestión, las drogas, el alcohol o la soledad que otorga la locura.

Pienso muy a menudo que es más fácil de lo que pensamos acabar allí.

Y me indigna que en una ciudad en cuyo ayuntamiento se lee un inmenso cartel que reza “Refugees Welcome”, los que limpian su desdicha acostados en las aceras importan muy poco, como en el resto de España, donde reina la demagogia mientras los brazos permanecen cruzados ante la miseria.

Es inhumano que en el siglo XXI todavía haya gente sin una vivienda digna, un derecho que reza la Constitución Española en su artículo 47.

Se me parte el alma al ver el drama de personas con los labios cortados y brasas en los ojos bajo puentes, sobre las rejillas del metro, en cajeros o portales, donde el tiempo pasa muy despacio y se evaporan las ilusiones y los sueños de que todo cambie.

Cada ciudad tiene sus capillas funerarias y en Colón hay unos cirios vigilando tu sitio. Descansa en paz, Salvi.

Ojalá todo cambie.

Avec tout mon amour,

AA