140 y más 140 y más

"It's the end of the world as we know it (and I feel fine)" Michael Stipe

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Firmas, estados, mensajes

Después de leer este artículo en Medium de Peter Sims sobre la variedad en las firmas de los correos electrónicos he de decir que este es un tema que me suscita gran curiosidad. Sí, es un poco friki, pero no deja de sorprenderme el detallismo de la gente, desde el que quiere impresionar a otros con sus cargos y sus trabajos al que prefiere dejar en blanco el final de un mensaje.

Al margen de las firmas corporativas, que muchos tienen y que vienen impuestas para los correos profesionales, las que incluimos en el correo electrónico que manejamos desde el móvil tienen su miga. No son solo firmas, son mensajes curiosos, dirigidos, llamativos, divertidos. O muy simples. «Perdona las erratas»; «Enviado desde el fondo del mar»; «Ciao»; «Enviado desde el móvil de …»; «R».

Por no hablar del que -siempre en un correo personal- firma con su nick universal, aunque sobre todo de Twitter: @usuario.

Pero hay un lugar más allá de todo esto. Son los estados de whatsapp. De vez en cuando lo hago, repaso mis contactos en el teléfono y me doy cuenta de que la gente se preocupa, y mucho, por lo que escribe en ese apartado. En mi agenda tengo a una persona que no lo ha cambiado en 942 días y a otra que no hace más que modificarlo, como si fuera aquello Facebook.

Gerundios, frases de escritores famosos, emoticonos, disculpas anticipadas -«Si no contesto, paciencia»: «Prueba»-, palabras en árabe, en euskera, ubicaciones… de todo hay. Me hace gracia, qué le voy a hacer. Porque a algunos los conozco mucho, pero a otros los tengo en mi agenda, por ejemplo, por motivos de trabajo. Y parece como si entrara en una parcela secreta de su vida.

Aquellos que tienen foto, además, completan la tarjeta de presentación. Casi nunca son caras, hay que decirlo, veo sobre todo paisajes o lemas (aunque los niños también abundan). No me parece mal, dada la cantidad de personas que uno puede llegar a tener en su agenda. En todo caso, me quedo con los estados. Dicen mucho más de lo que uno puede suponer.

Whatsapp

 

*Imagen: Whatsapp.

¿Cuajan o no cuajan los vídeos de Vine?

¿Cuaja? ¿No cuaja? Vine, la plataforma de vídeo que se agenció Twitter para compartir algo más que fotos y textos, no termina de arrancar del todo, al menos según los datos oficiosos.

La empresa RJMetrics -Twitter no ofrece estadísticas sobre el tema- ha hecho un estudio sobre la corta vida de Vine y concluye que solo una minoría –de la minoría, de la minoría– graba y cuelga sus piezas de seis segundos de duración.

Para el informe ha usado como base 2,3 millones de tuits de usuarios muy activos, que tuitearon al menos 100 veces entre el 1 de enero y el 24 de febrero, día en el que se lanzó Vine.

Una vez escogida la muestra, a partir de ese momento y durante un mes, solo el 4% de esos usuarios tan activos -según RJMetrics- compartió un vídeo a través de Vine u otra plataforma; eso sí, el 2,8% escogió Vine -el boom del momento-, mientras que el 0,5 optó por Viddy.

De ese 4%, además, el 98% -es decir, casi todos- compartió también al menos una foto en Twitter. Las fotos siguen ganando, de momento. ¿La razón? Los de Vine no son vídeos nada fáciles de ver, ya lo apunté cuando comenzó a funcionar.

No obstante, se hacen muchos experimentos y algunos se han lanzado en serio con Vine, por ejemplo, la película The Wolverine, que se estrenará el próximo verano, que acaba de publicar un «Tweaser», aunque después haya vuelto a la «vía convencional»:

 

 

O el festival de cine de Tribecca, que ha puesto en marcha una competición especial, con cuatro categorías diferentes, llamada #6secfilms, para «películas» que cuenten una historia en solo seis segundos. Se puede participar hasta el 7 de abril y el premio son 600 dólares. Ya hay unos cuantos que se han animado:

 

 

Y no nos olvidemos del primer anuncio en Vine, de la marca Toyota:

 

 

A pesar de todo esto hay quien cree que llevar el encanto de redes como Instagram al vídeo no es sencillo. Por eso, cuando he visto que a partir de esta aplicación también se pueden hacer videohistorias, por ejemplo con MyInstastory, una app para iPhone que ya tiene unos meses, algo les comprendo.

Se pueden incluir textos, sonido, efectos… Vamos, que es como un pase adornado y con filtros de las fotos de nuestras vacaciones en el Amazonas. Y, probablemente, bastante adictivo. ¿Será lo próximo un álbum digital de luna de miel a lo Mayfair o Lo-Fi? Ahí lo dejo.

 

Enrique Meneses y el mundo

 

No escribiré a estas alturas nada que no se sepa de Enrique Meneses, que como sabréis falleció el domingo por la noche. Ya se ha dicho suficiente en las últimas horas, aunque sí me ha venido a la cabeza una pequeña reflexión. Porque el día en el que Enrique se fue a fotografiar el otro lado y a contar lo que allí ocurre, leí en Internet un artículo extenso sobre las redes sociales titulado Twitter o Facebook y publicado en un diario nacional (El País, vamos), firmado por John Carlin.

Llegué a él, por cierto, a través de Twitter, porque un colega lo mencionó; lo marqué como favorito en la app de mi móvil para leerlo con el café. Me urgía saber qué decía, por curiosidad y por interés profesional, así que lo devoré en la pequeña pantalla para después ojear con calma, y ya para otros temas, la edición impresa del rotativo. Lo cierto es que se me quedó cara de tonta porque, respetando la opinión del autor sobre la necesidad o no de tener perfil y sobre las satisfacciones y/o utilidades de estas redes, me pareció que, precisamente, se quedaba en esa parte superficial criticada, además de mezclar diferentes conceptos que, entrelazados, en vez de formar un todo desviaban la anteción hacia galaxias lejanas.

Claro, en las redes hay diversión y malas prácticas. Habrá quien se sienta solo o quien viva para los halagos, y muchos periodistas alimentamos nuestro ego con followers aduladores. Y hay deslenguados digitales -casi todos, porque nadie nos ve la cara-, y bulos y gente que se los cree. Tomemos como referencia un grupo de gente cualquiera cuyos miembros tengan algún tipo de relación, aunque sea indirecta: siempre hay alguien a quien le gusta exhibirse, un cotilla, uno que infla las verdades, otro que mete cizaña y un negado social. Los humanos son así ya en la vida real. Siempre hay un cuñado gilipollas, que diría aquella, y si no, se me retrotraigan ustedes a las cenas de hace un par de semanas (todo con perdón).

No hace falta tener un perfil en una red social si uno cree que no le va a servir para nada. Ahora bien, si existe una utilidad, sea emocional, laboral o altruista, adelante. A mí los realities no me aportan nada, no los veo y pago el peaje de no poder participar en decenas de conversaciones sobre ellos; lo mismo me pasa con el fútbol. Pero no me siento rarita por ello. No obstante, las redes sociales son una herramienta y no un contenido en sí (ni la Biblia, ni el BOE), por eso pienso que sí pueden ser útiles para cualquiera. Porque la base de las mismas es compartir y acceder de igual manera a una gran cantidad de cosas y de personas que pueden enriquecernos. Cada uno sabrá qué y para qué. Y también sabrá cómo interactúa (o no).

(Y en este punto es cuando recuerdo que hay muchos tipos de redes sociales).

Enrique estaba enfermo. Sentado en una silla de ruedas y con la botella de oxígeno al lado, estaba permanentemente conectado cuando estaba en su casa. Escribía en su blog, opinaba en Facebook, escrutaba Twitter, leía publicaciones de todo el mundo en la Red, recibía de repente una llamada de una persona de Estados Unidos que quería comprar una de sus fotos, que tiene colgadas en Flickr. Y diréis: vale, no salía de casa, esa era su conexión con el mundo. Os equivocáis. Su blog tiene diez años; «¡Bienvenido a Facebook», le escribía en su muro alguien a principios de 2008; y sí que salía de casa. No es que él accediera al mundo a través de su portátil, es que el mundo accedía a él, a lo que vivió, lo que atesoraba y percibía.

Hasta montó una tele en YouTube, Utopía.

Su vasta red de amigos y conocidos, repartidos por todo el mundo, era anterior, aunque pudo ampliarla hasta límites inimaginables. Pero no era nada tonto, sabía distinguir perfectamente y discriminar lo que no le servía, lo falso y lo insulso, también en las redes sociales. Era periodista, al fin y al cabo, diréis, tenía entrenamiento. Sí, es cierto, pero creo que es un buen ejemplo de adaptación y sobre todo de compresión. En el bar que pueden llegar a ser las redes sociales no todos están borrachos ni han ido a dejarse ver, ni todos engañan al camarero o te roban en un descuido; siempre hay con quién tomarse una cerveza. O mejor: a veces tampoco falta hablar demasiado, con observar un rato podemos llegar a entender.

Los ojos de Enrique te entendían enseguida. Tenía 83 años.

Enrique Meneses, por Jorge París.

Enrique Meneses, por Jorge París.

¿Otra red social? ¡Toma Secret Food!

Dos anfitriones. Media docena de comensales. El lugar es lo de menos, el caso es que la reunión tiene como objetivo que los asistentes, que no se conocen entre sí, compartan experiencias, aficiones, inquietudes personales y profesionales o casi cualquier cosa que caiga sobre la mesa. Algunos se dan cuenta de que podrían haber coincidido antes o después; otros, directamente, descubren sorprendidos que tienen contactos en común.

Mientras los organizadores se dedican a la cocina, los invitados comen, beben y charlan. Se encuentran cómodos y han dejado atrás cualquier posible duda inicial. ¿Cómo han llegado allí? Por recomendación, claro. De hecho, todos se irán a casa con cinco invitaciones en la mano. Su misión será escoger a cinco personas que crean que pueden encajar en las siguientes citas. Los dueños de la idea se encargarán, a partir de ahí, de construir los futuros encuentros.

Todo este proceso nos suena. Acabo de describir cómo nace y crece una red social. Cómo funcionan los nodos, cuál es su papel, cómo establecen conexiones con otros nodos, qué tipos de enlaces se generan. Así es como fluye Internet. Sabemos mucho de esto, porque en los últimos años no hacemos más que entrar en círculos de este tipo, por nuestra cuenta o por indicación de otros. Vivimos en una burbuja socializadora que parece no tener fin.

Que levante la mano quien no haya buscado una invitación como loco para la red social del momento. Quien no se empeñe en que le sigan o en hablar con cuanta más gente mejor. Lo bueno es que nunca es igual: siempre hay nuevas formas, otros caminos por los que discurrir, más o menos específicos, más o menos adecuados. Mientras tanto, vamos aprendiendo y esquivando calles cortadas y también autopistas masificadas.

De acuerdo, esto es así. Pero lo cierto es que toda nuestra trayectoria social reciente se circunscribe al terreno virtual, que vamos alternando con una realidad física, tangible, de forma cíclica. Cuando se tercia, vamos. Por eso quiero volver al primer párrafo de este post, a la cena. Porque el pasado sábado yo asistí a una. A una cena secreta con gente desconocida con la que me reunieron por afinidad y porque alguien quiso que yo fuera (y yo dije que sí encantada).

Una amiga mía, también periodista, me entregó un día un papel rojo. En él había una contraseña escrita y, en el reverso, un correo electrónico. «Escribe y di que tienes esta invitación». Así lo hice. Recibí una amable contestación y una explicación de la mecánica de esta suerte de red social en la que quería entrar. Tenía que explicarles en pocas palabras quién era yo, a qué me dedicaba, mis gustos, si tenía un blog o no… Entre otras cosas, les remití a mi about.me.

Me sugirieron una fecha para acudir a una de sus cenas, yo acepté y entonces pasamos una semana intercambiándonos emails. Ellos me lanzaban mensajes sugiriendo texturas, perfiles someros de mis acompañantes, colores, música, etc. Y yo me preparé, no sin indagar un poquito sobre todos ellos -soy periodista, qué le vamos a hacer-, para el banquete. Porque eso sí, me dejaron claro que en esta red social la comida era importante, aunque no para sacarle fotos.

Dos horas antes de la cita se me reveló la dirección, que cambia con cada cena. Allí me planté y conocí a seis personas con las que pasé casi siete horas hablando en una terraza con bonitas vistas. Todos estábamos allí porque Nico (director de cine) y Gabriela (consultora de medios en un estudio de diseño), los anfitriones, nos escogieron entre los candidatos propuestos por anteriores asistentes. Había un fotógrafo, dos personas relacionadas con Internet, un escritor y otras dos personas relacionadas con la comunicación, pero en distintos ámbitos.

Teníamos muchas cosas -y descubrimos que hasta personas- en común. Intercambiamos opiniones sobre diversos temas y quedamos en vernos otra vez. Incluso para cuestiones profesionales. Al final, con las copas, los dos organizadores se unieron a la conversación. Esta era la cuarta cena que gestaban y su pretensión es que la red se vaya tejiendo abriendo cada vez más los campos profesionales y personales. Es toda una experiencia, aviso.

Me contaron que en Estados Unidos este tipo de iniciativas están empezando a extenderse y que querían poner en marcha algo parecido en Madrid. Pero, por insistencia de Gabriela, con una condición: que la comida fuera un elemento cuidado. Y así es. Varios platos elaborados en el momento, con recetas entre caseras e innovadoras, componen una cena agradable y sin pretensiones. El precio es fijo, 40 euros con vino y un estupendo aperitivo. Copas aparte.

Poco más tengo que contar. No puedo revelar el menú -que va cambiando y forma parte del factor sorpresa-, pero sí puedo decir que no os quedaréis con hambre. La iniciativa se llama Secret Food. Yo ya tengo colocadas mis cinco contraseñas, así que espero que la gente recomendada por mi se lo pase bien y haga buenos contactos. Confieso, no obstante, que me quedo con una: quiero repetir.

«Puedes contar incluso las cosas malas», me han dicho. ¿Quizá que el mundo es un pañuelo y que en un primer círculo pisamos más cemento armado que arenas movedizas? Puede ser, y lo digo porque sabiendo quién organiza es fácil intuir por dónde irán los tiros, aunque ya he mencionado que el universo se ampliará. ¿Que esto no inventa nada nuevo? A lo mejor, pero no deja de ser apetecible, distinto. ¿Redes sociales? ¡Toma Secret Food!.

* Primera imagen, de AlanGradilla.
* Segunda imagen, de Handspoldoja.

¿Cómo pueden ayudar las redes sociales en una situación de emergencia?

No hay duda de que las redes sociales han adquirido un papel muy importante en situaciones de emergencia y crisis. Me explico. Cuando pasa algo, como el choque del miércoles en Madrid de un convoy de metro, accidente en el que una veintena de personas resultaron heridas leves, algunas fuentes oficiales de información tardan -a veces bastante- en ofrecer datos fiables y comprobados, por una cuestión de prudencia y de comprobación in situ de lo ocurrido. Y eso nos impacienta, claro.

Las prisas no son buenas y la responsabilidad es ineludible, sobre todo si puede haber daños personales; así debe ser en un primer momento (esto también va para los medios, ojo). No obstante, y con todas las cautelas, redes sociales como Twitter, Facebook e incluso Instagram nos sirven para hacernos una idea de qué puede estar pasando, contactar con personas que se encuentran en el lugar del suceso y, desde el otro punto de vista -el de las víctimas-, avisar a familiares y amigos si no hay otra forma.

 

 

Pensad ahora en un terremoto y un tsunami como los de 2011 en Japón. El país asiático está precisamente estos días reflexionando acerca de la idoneidad y utilidad de las redes sociales e Internet en este tipo de situaciones críticas, en las que los servicios tradicionales de comunicación pueden fallar.

Un grupo de expertos, entre los que se encuentran miembros de instituciones, de agencias del Gobierno, del cuerpo de bomberos, empresas como Twitter o Yahoo, etc. se han reunido esta semana para debatir sobre el tema. Ya han celebrado un encuentro en Tokio y aún se producirán otros dos, en noviembre y marzo de 2013.

Parten de la base de que tras el tsunami las comunicaciones se vieron muy afectadas y las redes sociales –el número de usuarios de Twitter, por ejemplo, creció y la mensajería instantánea sirvieron a la gente para mantenerse informada. Además, según leo en PC world, en este tipo de circunstancias se suele priorizar el acceso de los equipos de emergencia y de los funcionarios del Gobierno a las comunicaciones en detrimento de los ciudadanos.

De igual manera, en las semanas y meses posteriores al desastre, herramientas como Google Person Finder fueron cruciales para saber de algunos supervivientes.

 

 

El blog de Twitter en japonés ha publicado en los últimos días una serie de posts dando consejos sobre qué hacer y a quién seguir cuando se produce una situación de emergencia.

Explica, entre otras cosas, cómo configurar notificaciones en esta red social o cómo proceder si el 119 -el 112 de Japón- no está operativo o se encuentra colapsado: escribir tuits describiendo la situación concreta en la que uno se encuentra, poner hashtags como #rescate o #superviviente, borrar tuits de socorro si la persona a la que se refieren ya ha sido rescatada, hacer búsquedas si se conocen detalles de personas o, directamente, hacer llamamientos.

En cuanto a fuentes, recomienda seguir, entre otras, a la cuenta de la oficina del primer ministro, @Kantei_Saigai (después el Gobierno abrió una en inglés, @JPM_PMO, que a mi no me emociona mucho), la de información sísmica @tenkijp_jishin, la de la agencia estatal de control de incendios y catástrofes, @FDMA_JAPAN o la oficina de transporte metropolitano de Tokyo, @toeikotsu. Hasta los bomberos de Tokio se han animado recientemente a tuitear.

No sé si lo recordáis, pero la falta de información y las críticas el año pasado hacia las autoridades niponas están todavía en la mente de muchos, sobre todo respecto a Fukushima.

Por último, veo que se está preparando en Japón un simulacro de catástrofe social, por llamarlo así, con la participación de Yahoo y Twitter -y de J-Wave y Mori Building-, para el próximo 19 de septiembre (aquí), en el que participarán 100 personas -puede uno apuntarse desde ya- y en el que, mediante varios ejercicios, se intentará explicar cómo aprovechar las redes sociales en caso de emergencia. En China podrían ir por el mismo camino.

 

Web del simulacro

 

No quiero terminar este post sin hacer una mención a Google Crisis y su mapa con información actualizada sobre la tormenta tropical Isaac, donde se puede observar su evolución, ver las alertas regionales, las rutas de evacuación, los datos de tráfico y meteorológicos y algunas recomendaciones.

 

En solo un minuto… ¡historia!

En solo un minuto de nuestro tiempo se genera una cantidad de datos ingente en la Red: 48 horas de vídeo se suben a YouTube, se publican 347 posts en blogs de WordPress, se envían unos 100.000 tuits o se comparten 3.600 fotos en Instagram, entre otras cosas.

Todo esto según la empresa Domo que, sin embargo -y como se puede leer en uno de los comentarios a la infografía que publicó hace unos días en su blog-, no aclara qué parte de todo este contenido es original, nuevo o único y qué porcentaje se llega a aprovechar de verdad. O si alguien lo lee.

¿Es útil todo lo que compartimos en Internet? Podría hacerse una bonita estadística sobre eso, aunque la subjetividad colisionaría, probablemente, con la ilusión de los amantes de los gatitos, de las fotos Tuenti o de los montajes humorísticos. Por no hablar del sector vídeo.

En 2011, según el último informe anual La sociedad en Red del Ministerio de Industria, había en el mundo 2.400 millones de usuarios de Internet, un 18,2% más que en 2010. Cada vez se genera más información -o más datos- y, en proporción, más basura virtual que, como la espacial, se queda flotando en un limbo con el que de vez en cuando tropezamos sin querer.

Dicho lo negativo, mezclemos ahora estos dos conceptos: contenido nuevo y a la vez antiguo. Con las nuevas tecnologías las posibilidades de rescatar el pasado también crecen; hacer historia con el futuro, se le podría llamar. Una muestra de esto es el proyecto WhatWasThere.

Se parece, por cierto, al Museo virtual de 20minutos.es, pero usando Google Maps y con el objetivo de que quien quiera pueda explorar el pasado de cualquier lugar del mundo gracias a las aportaciones de otros, del crowdsourcing en blanco y negro.

Si tienes una foto de un edificio o una plaza de tu ciudad de hace 50 años -es solo un ejemplo- puedes subirla al mapa de la web con fecha (cuándo se hizo la foto), nombre, localización y las etiquetas pertinentes. En España aparecen ya 147 y el lugar con más fotos, de momento, es Villaviciosa, en Asturias.

La herramienta permite comparar la imagen antigua con la vista actual del lugar en Street View mediante una superposición y un efecto fade, algo que también se puede hacer, in situ, con la app disponible para iPhone. También es posible hacer zoom en las imágenes para apreciar más de cerca los detalles, aunque a veces el grano de las fotos no ofrezca mucha nitidez.

Los responsables del proyecto, Enlighten Ventures, aprovechan las redes sociales para ilustrar algunos acontecimientos históricos, hablar de efemérides o descubrir encuentros entre personajes conocidos.

¿A qué suena la Wikipedia?

La enciclopedia colaborativa, social y libre de Internet, la Wikipedia, tiene vida propia. O al menos un corazón que late gracias a las miles de actualizaciones que recibe de usuarios cada segundo (minuto, hora) y que se llama Wikibeat.

Podemos escuchar cómo suena en este screencast compartido por Dan Chudnov, que utiliza varias aplicaciones y herramientas para crear una particular banda sonora, como Wikipulse o Wikistream, entre otras. Directo al museo de las curiosidades.

Los ‘monstruitos’ de Lady Gaga

Allá por el mes de abril -y antes, pero ese mes la recibí yo- la red social de Lady Gaga repartía invitaciones a quien quisiera formar parte de su comunidad de acérrimos seguidores. Hoy ya ha salido de la fase beta y Little Monsters es de libre acceso para todos. Cualquiera puede entrar si se registra con su cuenta de Facebook o Twitter; y sí, es un lugar redundante y centrípeto.

Todo gira alrededor de la polémica artista, su estética y su complicado mundo interior: los comentarios, las discusiones en foros, las fotos, los expresiones artísticas de los fans o monstruitos y los memes, que también tienen su espacio concreto (eso supone todo un minipunto para el sitio).

La red tiene un código de comportamiento y es una mezcla entre Pinterest -no hay tablones, pero sí un muro basado en imágenes y vídeos-; Facebook -hay otro en el que se postean noticias; en todas partes funcionan los me gusta o likes-; y Tumblr. Pueden filtrarse los posts por etiquetas y los usuarios por países, por ejemplo; y también hay un editor de imágenes para los más creativos.

Little Monsters

Se pueden mandar mensajes privados, subir fotos de uno mismo y chatear: las conversaciones se traducen para posibilitar que gente de todo el mundo hable entre sí. Por lo que veo, la parte de los eventos solo incluye las fechas de los conciertos de Lady Gaga y da la opción de comprar entradas, aunque parece que eso cambiará pronto.

Aún quedan un montón de aplicaciones y utilidades por desarrollar para Little Monsters, que puede que den más vida a una comunidad muy de nicho -¿demasiado?– y que se regodea en los mismos temas. Yo, personalmente, veo más interesantes otras iniciativas de la artista, sin dudar de su extraordinaria capacidad para el social media.

La cantante, que acaba de pasar por Australia, ha hecho coincidir las puertas abiertas de su red social con los teasers verbales de su nuevo disco, el lanzamiento de una fragancia con su nombre y otras tantas novedades. Lady Gaga acumula 26,8 millones de seguidores en Twitter y 52,6 millones en Facebook, redes que ella y su equipo controlan perfectamente.

 

 

Así que, cuando Little Monsters -primera comunidad creada por la empresa Backplane, nacida en el entorno de la artista y en la que ha confiado Google Venturesofrezca cifras de usuarios registrados tras abrirse al público general, no nos extrañaremos.

Trueque social en tiempos de crisis

Una red social puede servir para muchas cosas: para intercambiar conocimientos, contenidos, opiniones y también bienes y servicios. Es lo que pretende Etruekko, que da sus primeros pasos estos días en Internet y que funciona bajo el lema «Pon en valor lo que posees y lo que sabes hacer».

Sus creadores dicen que, en una situación de crisis como la que vive nuestro país, esta experiencia de comunidad es muy positiva. Ellos se fijaron, por ejemplo, en que este tipo de transacciones funcionaron muy bien durante el corralito argentino; y decidieron poner en práctica aquí algo parecido.

Etruekko está formada por comunidades autogestionadas conectadas en red y se basa en el intercambio de bienes y servicios de forma incluso cruzada y abierta. Es decir: pueden intercambiarse una tostadora y un reloj de cuco por unas prácticas clases de informática. Es un ejemplo, pero en realidad todo es negociable.

Tienen hasta una moneda propia -ellos lo llaman «sistema de valoración»-, el truekko, que equivaldría al euro, pero de forma ficticia. Es dinero social, que no genera «deuda ni intereses», explican.

La filosofía de trueque funciona también dentro del propio proyecto: la empresa que les ha hecho los vídeos promocionales se publicita gratis en la web de la red social.

Veo que ya se han creado algunas comunidades relacionadas con la cultura, la educación, bancos de tiempo, etc., pero se admiten ONG, fundaciones y cualquier organización que quiera apuntarse.

Y veo también conceptos que me gustan como «sociedad P2P» o «consumo colaborativo«. Por último, una frase: «No es necesario ser de un pueblo para saber lo que es vivir en comunidad».

La nueva conversación se llamará ‘Branch’

Imagen de la web beta de Branch

Es un proyecto que aún se está gestando, pero sus impulsores piden ayuda para que comience a andar. Primero recibió el nombre de Roundtable y ahora se llama Branch. Y quiere, sobre todo, fomentar eso que llamamos debate. Es decir, ir más allá de la simple información e intentar apostar por el «conocimiento».

Así lo cuentan Biz Stone, Evan Williams (cofundadores de Twitter y Blogger) y Jason Goldman (que trabajó en ambas empresas), socios en The Obvious Corporation, que han cerrado un acuerdo con Josh Miller, Hursh Agrawal y Cemre Güngör, los «tres jóvenes talentos» que han desarrollado el prototipo de esta futura red social.

Yo llamaría a lo que quieren hacer ‘espacio para acoger entornos de discusión’. Gente escogida que hable de temas escogidos. Conversación de calidad. O algo así. Le están dando vueltas a una idea, según dice Miller: convertir el monólogo permanente en Internet (¿se referirán también a Twitter?) en un diálogo de cierto nivel y actividad.

Ahora trabajan en San Francisco, pero en verano se moverán a Nueva York. De momento, algo puede atisbarse en la versión beta, pero entiendo que solo están probando y que lo que ahí se ve no indica absolutamente nada (espero). Por eso, dejan claro que Branch es aún una idea sin forma que necesita mucho trabajo.

Podéis seguir sus avances en Twitter -lo lleva Miller- y en la web, a la que podéis pedir una invitación.