140 y más 140 y más

"It's the end of the world as we know it (and I feel fine)" Michael Stipe

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Firmas, estados, mensajes

Después de leer este artículo en Medium de Peter Sims sobre la variedad en las firmas de los correos electrónicos he de decir que este es un tema que me suscita gran curiosidad. Sí, es un poco friki, pero no deja de sorprenderme el detallismo de la gente, desde el que quiere impresionar a otros con sus cargos y sus trabajos al que prefiere dejar en blanco el final de un mensaje.

Al margen de las firmas corporativas, que muchos tienen y que vienen impuestas para los correos profesionales, las que incluimos en el correo electrónico que manejamos desde el móvil tienen su miga. No son solo firmas, son mensajes curiosos, dirigidos, llamativos, divertidos. O muy simples. «Perdona las erratas»; «Enviado desde el fondo del mar»; «Ciao»; «Enviado desde el móvil de …»; «R».

Por no hablar del que -siempre en un correo personal- firma con su nick universal, aunque sobre todo de Twitter: @usuario.

Pero hay un lugar más allá de todo esto. Son los estados de whatsapp. De vez en cuando lo hago, repaso mis contactos en el teléfono y me doy cuenta de que la gente se preocupa, y mucho, por lo que escribe en ese apartado. En mi agenda tengo a una persona que no lo ha cambiado en 942 días y a otra que no hace más que modificarlo, como si fuera aquello Facebook.

Gerundios, frases de escritores famosos, emoticonos, disculpas anticipadas -«Si no contesto, paciencia»: «Prueba»-, palabras en árabe, en euskera, ubicaciones… de todo hay. Me hace gracia, qué le voy a hacer. Porque a algunos los conozco mucho, pero a otros los tengo en mi agenda, por ejemplo, por motivos de trabajo. Y parece como si entrara en una parcela secreta de su vida.

Aquellos que tienen foto, además, completan la tarjeta de presentación. Casi nunca son caras, hay que decirlo, veo sobre todo paisajes o lemas (aunque los niños también abundan). No me parece mal, dada la cantidad de personas que uno puede llegar a tener en su agenda. En todo caso, me quedo con los estados. Dicen mucho más de lo que uno puede suponer.

Whatsapp

 

*Imagen: Whatsapp.

‘Operación Palace’, el experimento

El experimento ayer habría sido ver Operación Palace sin tener el móvil o el ordenador delante. Pero claro, las hordas de caras conocidas del grupo mediático animando durante días al visionado del programa, el hashtag por delante y la costumbre bien hallada de comentar en grupo la jugada lo hacían prácticamente imposible. Salvo, claro, para una parte del público, el de cierta edad.

Se buscó, creo yo, el doble juego. El de la audiencia –tener mucha, se entiende– y el de la pretendida seriedad en fecha caliente, que escondía crítica pero que al final era, como lo es Jordi Évole, purita televisión. Y la verdadera reacción a la ficción, me parece, se produjo off line. Porque, en este caso, creo que las redes sociales, imprescindibles, mataron el factor sorpresa.

No se puede tener todo, que diría aquel. Pero al final, ayer el relato tomó los dos caminos de siempre aunque de una manera extrema. Hoy se sigue hablando del tema en foros públicos (Facebook, Twitter) y privados (doy fe). Eso no puede ser del todo malo, sobre todo porque deviene de un riesgo enfrentado. El debate posterior también enganchó, que conste en acta; no todo fue Garci.

Imaginemos otros escenarios y otras consecuencias en forma de tuits: un programa en La 2, una fecha como el 28 de diciembre, otro nombre propio al frente, otro director de cine implicado, ningún espacio con el que competir, un hashtag improvisado, etc. Ya puestos, los what if a veces son entretenidos. Ahora, una cosa os digo: hacía varios domingos que no optaba por la cadena verde.

* Foto: La Sexta.

Nos hemos olvidado de Marwan

El otro día, en pleno ajuste de brackets, mi ortodoncista y yo comentábamos la actualidad. No faltaron la infanta Cristina y su vídeo, pero tampoco la coyuntura internacional. «Están pasando cosas en los cinco continentes, todo a la vez», me dijo, queriendo señalar la convulsión general. Bueno, le contesté, es posible que ahora te enteres de más cosas que antes.

Siguió la tertulia. No solo Internet y las redes sociales contribuyen desde hace tiempo a multiplicar fuentes, informaciones y sus procedencias; además, la anécdota es elevada a la categoría de noticia como una rutina adquirida. «Y todo se olvida mucho más rápido». Me miró, asintiendo y pensando al mismo tiempo, mientras manejaba su instrumental. Yo ya no podía cerrar la boca.

Olvidar. Nos hemos olvidado de Marwan y no ha pasado ni una semana. Hablo del niño sirio de cuatro años que cruzó el otro día en grupo la frontera hasta llegar a un campo de refugiados jordano con la ayuda de Acnur. Su historia, o lo que creíamos que era su historia, se viralizó sin querer (queriendo) y terminó en todos los telediarios y medios de buen ver. Algunos sortearon el error, los menos.

Este mismo fin de semana, el autor de la foto y el texto originales, Andrew Harper, representante de Acnur en Amman, continuaba su relato sobre el terreno señalando que casi 100.000 de los refugiados  sirios que Naciones Unidas ha podido registrar en Jordania tienen menos de cuatro años. Merece la pena volver a su cuenta otra vez y no quedarnos en el tuit aislado y perdido. El foco no era ese.

 

 

Sus dedos son demasiado gordos…

 

 

Lo primero, perdón por la calidad del vídeo, es el único que he encontrado para ilustrar esto. Quería este, el de Homer con muchos kilos de más intentando llamar por teléfono (fijo). «The fingers you have used to dial are too fat». Ouch.

El síndrome del dedo gordo es un concepto del que se lleva hablando bastante tiempo, sobre todo en relación a la publicidad.

Os habréis fijado que cuando navegamos por internet desde un móvil y nos salta de repente una publicidad, nuestros intentos por hacerla desaparecer terminan con una visita no deseada al anunciante. Hay varios estudios que cuantifican estos accidentes.

Tenemos los dedos gordos y la pantalla es pequeña. Esto es así.

Pues bien, los estudios que he encontrado a este respecto son de 2012. Hoy, quizá, no falte mucho para que se saquen otros con nuestras meteduras de pata en redes sociales por este motivo digital. Relacionados con publibidad o con nuestro asueto.

Fijáos. Fijáos cuántas veces le dais a like o fav desde el móvil a algo que no os gusta en Twitter, Instagram o Facebook. Cuándo contestáis por error a una conversación en Twitter que ni os interesa. Y como deshacer el entuerto queda mal, lo dejáis como está. ¿No?

Los likes, ese termómetro social que mide la aceptación de un comentario, una noticia o lo que sea que se haya compartido, también es víctima del síndrome del dedo gordo.

¿Cómo cuantificarlo? Difícil. ¿Cómo distinguir esto, además, del like aparente y bienqueda? Complicado. Pero estoy segura de que se terminará haciendo, encuestas (o botón deshacer) mediante.

Esta semana ya me ha pasado dos veces. Ouch.

Una pequeña reflexión sobre la ‘prescripción’

Una de las mejores cosas que tienen Internet y las redes sociales es la recomendación. A partir de recomendaciones funcionan y se estructuran muchos sitios web. Las buscamos en Facebook, en Foursquare o incluso en Instagram. Qué mejor que ver qué se come dónde o cómo se duerme en qué sitio.

En Twitter hay hashtag para ello y si un buen día lanzas una pregunta al aire, decenas de personas te recomendarán qué hacer en qué lugar con toda su generosidad por delante. Es más fácil que nunca obtener puntuaciones, estrellas, sugerencias. Tips.

Todo el mundo tiene la capacidad de opinar, de prescribir. Normalmente, salvo excepciones, la gente explica -creo yo- de forma sincera su parecer o intenta reflejar lo que el local, el hotel, la serie, la comida o la playa de turno le ha hecho sentir.

Si es caro o barato, si está limpio, si hay ruido o no, si la espuma de coliflor era demasiado pretenciosa o si los actores son excelentemente british. Y hacemos caso. Apuntamos, leemos, vemos, comemos. Nos bajamos apps. Pero, ¿recurrimos siempre al mismo sitio?

Es decir. ¿De quién nos fiamos? La liberalización del tip ha provocado la reproducción incontrolada de recomendaciones. Y eso está muy bien, aunque creo que, como ocurría antes con los dos o tres críticos de cine relevantes, siempre hay que tomárselo como una opinión personal, aunque con cierta base, del que aconseja.

¿Por qué digo esto? Porque, a pesar del mar de posibilidades, yo me sigo volviendo loca a la hora de escoger un hotel cuando me voy de vacaciones, por poner un ejemplo. Más o menos, puedes conocer dos o tres y puedes preguntar sobre otros tantos, pero tu universo no aumenta porque leas más recomendaciones. ¿Debería?

Me da la impresión de que nos perdemos entre tantos comentarios y sugerencias y de que a veces añoramos la figura del prescriptor que estaba un escalón por encima, el que sabía un poco más. Sí, el viejuno. ¿Dónde están? Algunos tiene blogs, otros escriben en medios, etc. Aunque tampoco nos vayamos muy lejos, porque muchas veces nuestros amigos off line son los que nos acaban diciendo qué podemos hacer.

Es el reto. Lograr ofrecer una prescripción fiable en la Red. Y si puede ser con las aportaciones de personas anónimas, gente normal, mucho mejor. Pero es un reto muy difícil. Por otra parte, si solo hay dos o tres gurús que tienen en su poder la capacidad para hacer listas y cortar cabezas…

Sí, somos nosotros mismos los que tenemos que filtrar y buscar, los que tenemos que cribar en función de lo que nos viene mejor. Y aportar, contribuir. La verdad universal no existe, pero acercase a algo parecido es a veces francamente complicado. Y sí, soy una persona indecisa. Maldita sea.

Comer con los ojos y en las redes sociales

La cocina y las redes sociales se están haciendo cada vez más amigas.

No solo porque los usuarios compartan constantemente lo que comen o elaboran en sus casas (sí, ya sé qué a veces es cansino y excesivo, y lo digo tanto por la cantidad como por la calidad), sino porque los profesionales están aprovechando muy bien las posibilidades de Internet para explicar qué hacen y cómo lo hacen, pero también para darse la mano con sus clientes y seguidores, presentes y futuros.

Suelo estar al tanto de los perfiles en redes sociales de varios restaurantes, cocineros y críticos gastronómicos, pero lo mio es pura afición. Los sigo en Twitter, Facebook e Instagram, fundamentalmente, aunque algún blog hay por ahí. Cada uno aporta algo diferente y, entre todos, satisfacen mi curiosidad en torno a este tema. Las opciones son muchas y bastante interesantes.

¿Ejemplos? Mugaritz y sus concursos de fotografía, José Andrés y sus viajes por medio mundo, Nada Importa y sus experiencias sin adornos, Robin Food y sus obscenidades culinarias, etc. Aunque los sigo a todos con fruición y, por supuesto, están más que recomendados, hoy os hablaré de tres sugerencias concretas que creo que os llamarán la atención:

El restaurante.

Lakasa es un lugar muy acogedor. Está al cargo de César Martín, profesional que ha pisado antes lugares como Arce o La Abacería de la villa. No me detendré en la comida, que es fantástica, pero sí en las redes sociales, de las que se ocupa Riki F. Callejo. El restaurante, que está en Madrid, se mueve en todas. Tiene perfiles en Facebook, Twitter, Pinterest, InstagramYouTube, Linkedin y hasta en Spotify.

Dentro de su web tienen un blog, hacen de repente un storify, nos cuentan en fotos qué pescado han encontrado en el mercado o nos enseñan en vídeo cómo funciona la cocina cuando tienen el local hasta arriba. Y sonriendo. Hace un par de días incluyeron en su web un rincón para blogueros. Tienen vídeo-recetas y se preocupan porque cada red social tenga su dedicación.

 

 

No replican los mismos contenidos en todos los perfiles, o al menos de una manera que aburra al usuario. Interactúan y, sobre todo, da la sensación de que se enteran de lo que pasa más allá de su cocina. Hasta organizan debates en Facebook -red en la que yo les sigo más- y tienen un plato con hashtag. Además de los perfiles oficiales, algunos de los cocineros hacen también de las suyas. ¿Saturación de lo 2.0? No, ni hablar.

 

El cocinero.

Gaston Acurio es peruano, colecciona premios y tiene un montón de restaurantes, entre ellos, Astrid y Gastón, aunque no para de abrir locales por todo el mundo. Es muy activo en Facebook y suele hacer partícipes de sus seguidores en redes sociales de sus continuos viajes. Tiene la friolera de casi 600.000 followers en Twitter y en sus timelines no faltan las fotos.

Yo había oído hablar de ellos hace un tiempo, pero ha sido ahora cuando me he aficionado a leer sus recetuits. En su cuenta personal de Twitter, el cocinero lanza desde hace meses sin parar y de forma intercalada con otros mensajes o replies, pequeñas recetas bajo el epígrafe de ‘recetuit’ (pido desde aquí una almohadilla). Platos en 140 caracteres sin literarura, al grano.

 

 

El bloguero.

Carlos Maribona es otra de las personas a las que me he acostumbrado a leer en redes sociales, concretamente en Twitter. Tiene un blog muy conocido en Abc.es llamado Salsa de Chiles. Es crítico gastronómico desde hace 20 años, pero eso no ha sido óbice para que las redes hayan entrado en su día a día. Da noticias, hace críticas breves y recomienda sitios, además de responder a usuarios.

Es una buena opción para descubrir sitios en Madrid, aunque viaja bastante, por lo que no se ciñe solo a la capital. Recuerdo que en verano, si no me falla la memoria, pasó por Asturias. Su contenido está muy centrado en su trabajo y se agradece de vez en cuando leer un ‘no me gusta’ o un ‘ya era hora’. Me consta que se le tiene respeto en muchas cocinas.

 

 

‘Selfies’, más que una tendencia

El 11% de las fotos que suben a Instagram las 50 celebrities más seguidas son selfies; en el caso de Twitter, el porcentaje baja al 2%. Son datos que Ebay ha plasmado en una infografía que os dejo más abajo. La reina en Twitter en este campo es la cantante Miley Cyrus (121 fotos); la de Instagram, la modelo Kylie Jenner (451 fotos).

Pero no es oro todo lo que reluce, ya que algunas estrellas como Rihanna o Heidi Klum tienen cierta ayuda para estos menesteres: fotógrafos profesionales o gente de su entorno que se encarga de sacarles las fotos que deberían hacerse ellas mismas. Es una forma de salir siempre bien. En cualquier caso, desde que (Sir) Paul McCartney se ha declarado, en plena promoción de su nuevo disco, inventor de los selfies, nos quedamos todos mucho más tranquilos.

Warhol se lo habría pasado en grande con las redes sociales. Pero también algunas actrices de la época dorada de Hollywood o hasta el mismísimo Napoleón. La sola posibilidad de retratarse a sí mismos de la mejor manera, de forma continua y en todo tipo de escenarios habría sido un caramelo en sus bocas. Algunos reyes tenían al retratista de referencia siempre disponible, por eso, de tener un smartphone en la mano, podrían haber sido adictos a los selfies.

Aunque pasó desapercibido por el huracán Cyrus y su famoso baile de dudoso gusto, el twerk, el término selfie fue incluido también a finales de agosto en el diccionario de Oxford. Hablamos, en definitiva, esas autofotos que subimos a las redes sociales y que, por ejemplo, según The Telegraph, suponen el 30% de todas las que cuelgan  los jóvenes británicos entre 18 y 24 años. Nada muy diferente a lo que pasaba en MySpace o Fotolog, aunque de dimensiones monstruosas.

Según webstagram, más de 51 millones de imágenes en Instagram llevan el hashtag #selfie, más de 143 millones incluyen el hashtag #me y más de 103 millones tienen el hashtag #followme. Yo, yo, yo. ¿Qué pasa con la familia y los amigos? Pues que se quedan en 38 millones (#family) y 62 millones (#friends). Esto, según algunas voces, hasta puede repercutir en las relaciones personales, según un estudio citado por el Daily News. A saber.

El usuario con más seguidores en Instagram, Justin Bieber, no hace más que compartir fotos suyas. Como Benny Winfield Jr, sensación este verano con sus más de 130 sonrisas. La red social Tumblr es otra mina de oro de los selfies, con fenómenos como el de las Tumblr girls, una suerte de it girls virtuales que compiten por obtener el favor de los aficionados al estilo de otros.

Es curioso cómo la multiplicación de nuestras ventanas al mundo -hablemos de redes sociales o de cámaras incorporadas a los teléfonos- han simplificado nuestra manera de mirar. Y si no, fijaos en una cosa tan tonta como la cámara frontal de un móvil, hueco que hasta ahora cubrían los espejos del baño o de los ascensores en lo que se denomina, popularmente, fototuenti. Por si queréis una clase rápida de selfie, la famosa bloguera Michelle Phan ha publicado en YouTube un tutorial para hacerse fotos con el teléfono.

Esta afición narcisista ha llegado hace poco a la exhibición audiovisual Moving Image de Londres con el nombre de The National #Selfie Portrait Gallery, muestra en la que 19 artistas contemporáneos hacen de las suyas con los selfies. El arte moderno ya se ha ocupado de esto antes: recordad ese montaje de Tony Blair haciéndose una foto en plena guerra de Irak y que ahora vuelve a tener un hueco en la exposición Contemporary Art and War.

Y mientras reflexionáis sobre la foto que os vais a hacer ahora, aquí la infografía mencionada al principio del post:

 

Mashable-Selfie

 

El Tiempo de TVE se ‘socializa’

El lunes me puse a ver, sin más intención que la de confirmar la llegada del otoño, la información del tiempo de TVE.

Pude apreciar entonces la nueva estructura que la cadena le ha dado al espacio, partiéndolo en dos. Una parte se incluye dentro del telediario (hablo de la segunda edición) y la otra se queda fuera; ambas duran entre siete y ocho minutos (supongo que es una cuestión de medición de audiencias).

La primera, más tradicional, se centra en el repaso exhaustivo de las inclemencias meteorológicas como dosis diaria para los ávidos y los acostumbrados; la segunda, más creativa, incluye otras informaciones y añadidos. Por ejemplo, información sobre fenómenos como los tifones o, para mi agrado, una explicación algo más extensa sobre el equinoccio.

Pero hay más. El equipo dirigido por Mónica López -las más activa de ellos en Twitter, con permiso del recién llegado a la cadena Jacob Petrus– ha introducido las redes sociales en este segmento y muestra en pantalla un «tuit del día» además de imágenes de espectadores que concursan semanalmente a través de la página de Facebook del espacio.

 

 

Me gusta y me parece que no queda forzado, siendo que este espacio ya apostaba por la participación de los espectadores hacía tiempo, precisamente con el envío de imágenes. Creo que hasta luce mucho más en pantalla este nuevo perfil social de lo que lo hace la mencionada página en Facebook por sí sola o el blog que el espacio tiene en la web de rtve, que está sin actualizar.

Compruebo además que los usuarios interactúan bastante. No he encontrado perfil en Twitter del programa -¿deberían crearlo? Pues quizá sí-, así que supongo que tiran de lo que la gente les escribe a sus cuentas personales/profesionales, tal y como se pudo ver el lunes. Este es el tuit que fue elegido como ‘del día’:

 

 

Supongo que en un espacio tan tradicional, seguido, específico y tan extenso -el más largo de todas las generalistas con creces- como este no será fácil innovar, teniendo en cuenta también el perfil de los que están al otro lado de la pantalla. Así que creo que van por el buen camino.

 

Wasap y wasapear, ¿simple recomendación o carne de diccionario?

Si buscas «tuitero» en la web de la RAE (Real Academia Española), la base de datos del diccionario de la lengua aún no reconoce la palabra, pero te muestra un resultado «con una escritura cercana»: «guitero«. «El que hace o vende guita». La acepción coloquial de guita es «dinero». ¿El que hace dinero? No lo tengo claro del todo. Por ahora.

El pasado mes de diciembre, la RAE anunció que en la XXIII edición del diccionario, que se presentará en 2014, se incluirá este término, así como, por ejemplo, el de «tuitear».  Hasta entonces, «recomienda» su uso, incluyendo todo tipo de «(re)tuits» y demás, tal y como ha recordado hoy mismo en su cuenta, precisamente, de Twitter.

 

 

Lo dejó caer hace tiempo también la Fundéu (Fundación del Español Urgente) –allá por 2010-, que se ha lanzado ahora a recomendar la utilización de «wasap» y «wasapear» como términos correctos «de acuerdo con los criterios de la Ortografía de la lengua española».

«Aunque también pueden resultar admisibles las adaptaciones guasap, plural guasaps, y guasapear, al perderse la referencia a la marca original y percibirse como más coloquiales, se prefieren las formas con w.», añade la Fundeu. (Antes de continuar, os recomiendo que leáis esta entrevista a Álvaro Peláez, responsable de medios sociales en Fundéu, en la que precisa que la fundación recomienda, pero que «no hace norma»).

Siempre al quite, la Fundación intenta ir con los tiempos y recoger el lenguaje del día a día, sobre todo en cuanto a Internet y nuevas tecnologías se refiere. Es cierto que muchos de nuestros hábitos actuales están relacionados con todo esto y que la forma de precisar nuestras acciones puede dar lugar a adaptaciones como «tuitear» o «wasapear». Pero, ¿qué pasa si desaparece Twitter de un día para otro? ¿Habría sido la inclusión  de «tuitear» en el diccionario la más rápida en desaparecer del uso en la historia? ¿Quién corre más, el lenguaje o nosotros?

La RAE ha decidido que «tuit» y «tuitear» tienen presente y futuro en nuestra lengua. Está por ver si facebookear, googlear o instagramear siguen el mismo camino. ¿Qué marca la diferencia? ¿Los usuarios? Porque el número de usuarios de Twitter no es superior al de Facebook, por lo que en realidad su uso no está tan extendido.

 

 

He de decir, además, que me llama mucho la atención eso que dice la Fundéu de «al perderse la referencia a la marca original y percibirse como más coloquiales…». En primer lugar, creo que el uso de las herramientas sociales es, como concepto, algo coloquial; así lo entiendo yo, sin quitarle en ningún caso seriedad al asunto. Y en segundo lugar, quiero incidir en lo de la «marca». Porque las redes sociales no dejan de ser marcas comerciales que, efectivamente, están influyendo mucho en nuestras vidas. Además, las nombramos constantemente, leemos sus nombres cada pocos minutos. Nos condicionan.

Antes ya pasó con otras. Siempre hemos escrito con bolis Bic, envuelto la merienda en papel Albal y comido bocadillos con pan Bimbo. Marcas adoptadas como genéricos, como el Kleenex o los Donuts. Algunas de ellas han cambiado -yo sigo diciendo Mr. Proper-, pero no por ello han dejado de existir. Muchas, de hecho, están incluídas en el diccionario, como rímel o chupachús.

Lo que Twitter, Facebook o Whatsapp han hecho, creo, es marcar una diferencia en tanto en cuanto han marcado también nuestra relación con los demás. La interacción y la necesidad creada del uso de las redes explica que, además de tenerlas en mente todo el tiempo, estas herramientas han sido capaces de renombrar algunos de nuestros movimientos.

No se trata de una simple adaptación del inglés, como suele suceder en países latinoamericanos (y aquí, o sino véase el «toples» recomendado, ay), sino lo que igualmente podría ser un cocacolear o un mercadonearAunque no podemos olvidarnos de que todo lo que tiene que ver con Internet sufre de una importación severa. Yo no me opongo a que el uso nos lleve a aceptar terminologías adaptadas, aunque no tengo claro que la norma, la corrección, deba ser tan flexible como para aceptar una serie de palabras. ¿Debe ser «wasapear» más que una recomendación? ¿Alguien lo escribe?…

Mentirosillos en redes sociales

¿Decimos siempre la verdad en las redes sociales? ¿O engordamos un poquito nuestras vidas de cara a la galería? Un estudio reciente de Barclaycard bespoke offers concluye que somos un poco mentirosillos, aunque su muestra se ciñe a Reino Unido.

Según la encuesta, unos seis millones de personas adorna regularmente sus comentarios en redes como Facebook y Twitter. Algunos de los motivos pasan por parecer que uno está contento, que se lo está pasando bien o, simplemente, deriva de tener una «vida aburrida» (eso lo dice el 29%).

No dejemos de mencionar, en cualquier caso, «la envidia», que aparece cuando leemos lo maravillosa que es la existencia de otros. El estudio en cuestión también dice que los hombres prefieren Twitter para contar trolas y que lo hacen, principalmente, para fardar, por ejemplo ante los compañeros de trabajo. Los que lo hacen son el 22%, frente a un 8% de mujeres.

El sector femenino, por contra, opta por Facebook cuando cuenta cosas poco veraces y lo hace, principalmente, por miedo a las críticas de conocidos (un 20% frente al 9% de hombres); también, dice la encuesta, son más proclives a manipular o retocar fotos con ciertas herramientas o aplicaciones como Instagram.

Decir que estamos en un sitio cuando ni hemos cruzado la puerta, colgar una foto con un famoso cuando ni hemos cruzado una palabra con él, pretender formar parte de ciertos círculos de influencia, contar que estamos en un local de moda como si fuera nuestra segunda casa, etc. Podrían ser algunos ejemplos.

Yo añadiría la ansiedad. Tener que alimentar constantemente nuestros perfiles en redes sociales para que nuestros seguidores no se olviden de nosotros o para que nuestra identidad en Internet no se vea dañada es costoso, por eso muchas veces escribimos cosas por el mero hecho de denotar presencia.

El estudio es anecdótico, claro, aunque es divertido pensar también en todas esas investigaciones que se realizan en función de lo que la gente escribe en las redes sociales. ¿Cómo saber si se trata de postureo -tenía que decir ya la palabra- o no? Me recuerda a la eterna polémica con las encuestas y su efectividad real.

Nuestra rutina social es variopinta y, por encima de todo, lo que transmita se corresponderá siempre con nuestra visión de la realidad, estemos hablando de compartir un simple enlace con una historia o de expresar una opinión. Me inclino por pensar que, por encima de pequeños deslices o sobreactuaciones, la credibilidad de los usuarios de redes sociales se mide individualmente.

La comunidad es lo suficientemente inteligente como para saber quién aparenta qué. Y eso, a la larga, puede repercutir de forma negativa en aquellos que llevan las burbujas sobre sus vidas, personales o profesionales, al extremo. La gente se da cuenta y, además, usa las redes para decirlo. La exigencia en la Red, pese a lo que pueda parecer, es alta.

 

Social Networking: Ninjacam

 

* Imagen: Social Networking: Ninjacam de DaveFayram.