140 y más 140 y más

"It's the end of the world as we know it (and I feel fine)" Michael Stipe

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El presidente del Tribunal de Cuentas, Elvis Presley y SoundCloud

Acostumbrados estamos a que políticos de renombre confiesen, como alarde de modernidad, la música que suena en sus casas, coches o dispositivos móviles. Siempre en medios tradicionales, revistas de música, suplementos semanales o blogs tendencieros. Aquí, ni lo uno ni lo otro. Hoy, el nombre del Tribunal de Cuentas ha quedado unido al de Nanosónico, una radio que se hace y vive en las redes. ¿Perdón? Sí, les ha visitado el mismísimo presidente.

Hace un año, Ramón Álvarez de Miranda, exdiputado de UCD, dejó entrar a un equipo de TVE en su despacho; era su primera entrevista en televisión. Ahora… ha participado en su primer podcast como «camello de canciones». Tal cual. ¿Cómo? Pues acudiendo como invitado sigiloso –amistoso– al programa de Ajo Micropoetisa y proponiendo siete temas para pinchar. Es fan de Elvis, Sabina, Alaska y Violeta Parra. La música la escucha en el móvil, dice. Poca fanfarria.

El programa en cuestión se llama Speed & Bacon y es uno de los doce que alimentan Nanosónico. Es una radio on line, que funciona con SoundCloud para subir sus programas a la Red y usa otras redes sociales –Facebook, Twitter, Instagram– para la difusión de contenidos –vídeos incluidos (YouTube), porque hay actuaciones musicales- y la captación de la audiencia. Os sonarán algunos de sus locutores estrella: Alaska, Diego A. Manrique, Jesús Ordovás, Jota Planetas, Tote King, etc.

Venga, dos titulares (aunque ni la entrevista iba de política ni se pretendía un es-que-tuve-una-época-trascendental, o eso se desprende): «Yo prefiero currar (que ser presidente)» y «De Bárcenas me quedo sin la S, en mi pueblo». Eso, y que Celia Cruz fue un must en su coche. Aquí el audio.

 

‘Cachitos de hierro y cromo’, la sorpresa

Era 25 de diciembre de 2011. Día de Navidad. Típico día (para el que ya queda poco) en el que, en un momento u otro, acabas agarrando el mando para «ver qué ponen». Y me enganché a un programa de música. En La 2. Me pareció ameno, fácil de ver, ocurrente. Yo no lo sabía entonces, pero estaba viendo un piloto de algo que hoy se ha convertido en algo más.

 

 

Hablo de Cachitos de hierro y cromo. Igual os suena. Se puede ver los domingos a las 22 horas -coincide con Salvados, de Jordi Évole- y en las últimas semanas ha adquirido una popularidad notable. «Nos ha pillado un poco por sorpresa», me dice por teléfono Jero Rodríguez, su director y al que se le ocurrió la idea (aunque también me explica que casi todo está inventado y me recuerda aquel 50 años de hecho por Cesc Gay).

El programa fue un «sleeper«, dice, estuvo un par de años en un cajón -de hecho, aquel piloto se repitió en la Navidad de 2012- hasta que alguien tomó la decisión de darle una oportunidad tras corroborar el interés que había suscitado el formato. El pasado domingo, según el medidor de audiencia social Tuitele, Cachitos superó los 1.000 comentarios en Twitter.

Siete días antes, había logrado un 3,6% de share (muy por encima de la media de la cadena, del 2,4%) y 773.000 espectadores. Se ha ido colando entre los trending topics cada domingo con los hashtags que se proponen para cada semana -«el otro día había unos 85 tuits por minuto»-, algo que ya es habitual en toda la programación. El de este domingo es #cachitoslove.

 

 

En cuanto a las redes sociales, se vuelcan en Twitter y Facebook. Y, por lo que he estado viendo, ponen todo su empeño en mantener la atención de los usuarios durante toda la semana. ¿Cómo? Ofreciendo, como los buenos discos, algunos extras, como canciones que se han quedado fuera en la edición final de los programas o temas enteros elegidos por votación entre los usuarios. «Cachitos se presta mucho a la post emisión», dice Jero.

Cada programa tiene de media «unas 70 canciones». Y por si os lo preguntabais, sí, hacen listas de Spotify.

 

El feedback, continúa Jero, es muy bueno; «la mayoría de comentarios son muy positivos», explica, aunque dice que las críticas también han aflorado, y les encanta, «nos dicen ‘este ha quedado flojo’, la gente te dice lo que quiere, está súperbien». Están recibiendo, de hecho, muchas propuestas para futuros programas, aunque aún no saben al cien por cien si habrá otra temporada. Para esta, de momento, les quedan tres entregas.

«Es un programa musical diferente a todo lo que se ha hecho hasta ahora«, me dice Virginia Díaz, la presentadora y locutora de Radio 3. «Trata de hacer pasar un buen rato, recordando imágenes y sonidos que pensábamos que jamás podríamos recuperar y, al mismo tiempo, ejerce una función didáctica muy importante», añade. El programa está hecho con el archivo de actuaciones de TVE y «el aval de guionistas que, en su mayoría, son de Radio 3».

RTVE

RTVE

Al margen de estos guionistas, de Virginia y de algunos otros miembros del equipo, son unas cuatro personas las que trabajan a tiempo completo para Cachitos y dos de ellas se ocupan de las redes sociales. «Intentamos contestar a todo el mundo», dice Jero, aunque están algo «superados». Pero no lo hacen nada mal. Por cierto, que el contenedor de toda esta actividad es la web, que incluye todos los programas enteros emitidos hasta el momento.

Para terminar, el director de Cachitos me hace una recomendación y una confesión. Primero, me avisa de que los programas que quedan son muy apetecibles; y, sin leer más, os daré una pista sobre uno de ellos, que me he encontrado, cómo no, en Spotify.Y segundo, como bonus para fans, he logrado arrancarle que el gag recurrente de Juan Pardo y Bravo por la música es cosa suya y que viene, casi, casi, de sus felices años de infancia.

Para que empecéis por el principio, os dejo el programa completo de los villancicos, que para eso estamos en fechas:

 

Cachitos de hierro y cromo Ver vídeoCachitos de hierro y cromo

 

Así componen Leiva y Lino, así

Los conozco. A ambos. Hemos compartido festivales, entrevistas y hasta copas en algún garito de tintes neoyorquinos en Buenos Aires. Hablo de Miguel Conejo Torres, aka Leiva -uno de los componentes de Pereza, que ahora toca en solitario-, y Lino Portela, periodista musical de altura que ha entrevistado a todo el mundo, menos a Mick Jagger y Bob Dylan.

Acaban de estrenar tema. No es que Lino se haya metido a músico, que poco le falta, es que juntos han lanzado un proyecto muy chulo, en pequeño formato, que muestra el proceso de componer una canción al tiempo que es entrevista, documental y experimento internetero. Se titula Road Song (ds3) y está compuesto de ocho capítulos que se han ido estrenando en YouTube y redes sociales en las últimas semanas.

Roadsongds3

El argumento es el siguiente: los protagonistas, L y L, cogen un coche y viajan hasta El Naútico, un mítico local en O Grove (Pontevedra) por el que pasan cada año artistas como Iván Ferreiro, Coque Malla, Kiko Veneno o M-Clan, entre otros muchos. Durante el trayecto, que tiene sus paradas y que van grabando las cámaras, va tomando forma la canción Afuera en la ciudad, que Leiva termina cantando en el destino final.

El Naútico es de Miguel de la Cierva, excomponente de Los limones, y Leiva cuenta en uno de los capítulos que lo conoció hace unos 13 o 14 años gracias al manager de Vetusta Morla. «Lo hemos pasado muy bien», me dice Lino, y añade que en Road Song «hay mucha preparación», pero que han intentado que, sin dejar nada a la improvisación, haya también «mucha naturalidad» en el resultado final. Sin forzar.

Los capítulos se han distribuido, desde que se estrenó el teaser hace un mes, en perfiles de Twitter, Facebook y Google Plus creados expresamente para el proyecto. Todo se ha recogido en una web. No hay cuenta en Instagram -habría estado bien, tratándose de un viaje-, pero Lino ha ido colgando cositas en la suya. Es la primera toma de contacto, así que supongo que en el futuro irán abarcando más, incluidos también, como concepto, los dispositivos móviles.

La idea de hacer Road Song fue, explica Lino, de Mauro Canut (de los Canut de toda la vida), con el que comparte el programa Portela de Noche en la radio on line Gladys Palmera. Encontraron -«no fue fácil»- patrocinador y se lanzaron. Una marca de coches, claro, les apoyó. Detrás está también la agencia Blablabla, de Rafa Canut y Clara Barral.

«No sabemos todavía si habrá un siguiente», me dice prudente, irá «en función del éxito» que tenga esta primera edición. No haré spoilers, pero las anécdotas no cesan a lo largo de las conversaciones entre los protagonistas. El género es interesante y la apuesta por las redes e Internet, también.

No obstante, y desde luego, es un formato -y Lino está de acuerdo- muy vendible para televisión. Son pequeñas píldoras musicales con fondo narrativo y final feliz. Y lo digo por la canción, porque he intentado sacarle a Lino el nivel de juerga durante el viaje y me ha salido con un «ni más ni menos que un día normal». Ya.

Os dejo con el estreno de #afueraenlaciudad, el capítulo 8.

 

* Foto cedida por Roadsongds3.

¿Es un taxi? ¿Es un lab? No, es TaxiOviedo

Tenemos una visión, y hablo en plural capitalino, muy estrecha sobre los taxistas. Llena de clichés y de prejuicios. A veces se confirman, pero muchas veces no. Aun así nos confunde que tengan blog, hablen de filosofía o cuenten historias atractivas y fascinantes (un saludo a @simpulso). El lío aumenta, además, si tras hablar con alguien como Rixar Garcìa te subes a un taxi cuyo datáfono no va bien y pagar se convierte en un asunto delicado.

Os sonará un poco más si me refiero a él como TaxiOviedo. Nada más empezar a charlar me confiesa que lleva un mes y medio haciendo «el experimento de no estar conectado 24 horas al día». No tiene que ser fácil para «el primer taxista del mundo» que usó Twitter para su negocio.

En una entrevista en 2010 decía que solo una decena de personas había llegado a su asiento trasero a través de esta red social; en los últimos días ha tenido avalancha de peticiones. Twitter es su red de cabecera (está en otras muchas, como Facebook, Instagram, YouTube, Google Plus, Foursqare, etc.), el centro de su actividad social; pero no es lo que le da dinero.

 

 

La publicidad entra por la web, aunque las redes sociales le han permitido algo que no siempre ha llevado bien: venderse. «Soy tímido», revela, al tiempo que relata que el camino hasta hoy ha sido lento. «Empecé en 2003 con la web y hasta 2006 no recibí ningún servicio (a través de ella). Nada. Pero yo decía, ¡tienen que contratarnos por Internet!», explica.

Querer ir por delante de los demás le llevó a sumergirse en el SEO, el posicionamiento web, a montar una aventura por Estados Unidos con Foursquare o a tener Wifi y hasta ordenador e impresora en su taxi («Eso me parece la bomba», se me escapa).

Antes de llegar a Twitter, en 2009, pasó por la fase de tener blog. Y, de repente, un buen día se vio dando charlas al lado de gurús -en el buen sentido- de esto. «He tenido mucho tiempo para ponerme en la posición del cliente», dice al otro lado del teléfono, pero «más bien a mi aire». Su creatividad en redes e Internet pasa siempre por el «pragmatismo», pero también por su «facilidad para soñar». Creó una marca a su alrededor y logró fidelizar a los clientes a los que llevaba y traía del aeropuerto de Asturias. Luego llegaron las rutas turísticas o los micropagos.

 

 

Rixar vive entre dos mundos. El que le permite, en el súmmum del oficio, atender encargos de viajes de varios días por el sur de Francia, Portugal o todo el norte de la Península -«¿Eso pasa de verdad?», le pregunto; se ríe, «sí, sí»-; o el que le anima a colocar un código QR en su taxi, que subasta en ebay para quien quiera publicitarse, o sensores de proximidad.

¿Qué hay de la app móvil? Al final, hizo una casi como una tarjeta de visita, para mostrar todo lo que hacía, pero no le sirve para dar salida de forma directa a sus servicios, «lo lógico es que una app sea un gestor de flotas y yo no tengo una. Sirve, entre otras cosas, para que te digan en tiempo real cuándo llega el taxi, y yo ya te lo he contado antes por DM».

Su aspiración es convertirse en un taxilab, es decir, en un laboratorio de innovación, pero aplicado a su profesión. ¿Qué ocurre? Que al final todo eso cuesta dinero. Le gustaría que alguien confiara en él y casi le «obligara» a explicar lo que hace, querría «enseñar a las pymes que hay un mundo ahí fuera y cómo enfocarlo de manera efectiva», apunta, pero «no por dinero», apostilla.

Lo último que le ronda por la cabeza es relacionarse «con las smart cities» o ciudades inteligentes -«me atrae crear smart taxis» que, por ejemplo, tuiteen solos- y también con los robots.

 

A sus 40 años, este taxista nacido en Suiza tiene siempre «los oídos abiertos». Sobre todo cuando lleva en su taxi a determinados clientes, coachers, consultores, trabajadores de alguna red social o gente influyente en Internet. A algunos le gustaría «freírles a preguntas», dice.

Pero también está muy atento a lo que se habla en la Red. El año pasado descubrió un simpa de unos chavales que decidieron contarlo en Twitter y la historia saltó a los medios. Monitoriza la palabra «taxi» en Internet, incluso por localización. «Hay un peligro en meterte en conversaciones que no van contigo -reconoce-, pero siempre que interactúo es para ayudar o para ofrecer mis servicios».

Acabemos en el mundo real. Le hago una pregunta obligada, ¿qué radio escucha? «Radio 3, música, sobre todo a @carmouna«. Otra de sus alternativas a la conexión es la filosofía, aunque últimanente «percibe» que las personas -se incluye- se están «formateando la cabeza para recibir píldoras de información y no profundizar». Lo ve un «riesgo».

A lo mejor por eso ha decidido que cuando termine con el libro de Ortega y Gasset que está leyendo lo liberará en su taxi, a ver si alguien se lo lleva. Aunque recuerda que una vez dejó durante un mes entero en el asiento un libro de economía «y nadie marchaba con él». Quizá hoy, con la que está cayendo, desaparecería.

 

 

* La próxima aparición de TaxiOviedo en público será en el Mobile World Congress de Barcelona, aunque será virtual. Y hasta ahí puedo leer.

Tras las redes sociales de la Policía…

He de confesar que en ocasiones me ha resultado un poco chocante leer ciertos mensajes de @policia, el perfil de la Policía Nacional en Twitter. Me refiero a cosas como esta:

 

No es nada del otro mundo, es verdad, pero que un cuerpo de seguridad se exprese así puede llegar a ser raro para algunos. A veces no te lo esperas, sin más. La respuesta a mis recelos me la ofrece, por teléfono, su responsable de redes sociales: es que Twitter no es el BOE. Más o menos.

«Hay que adaptarse» a cada formato, medio o canal. En los tuits, me dice, «no está hablando el director general de la Policía, habla gente de comunicación que se expresa de forma directa y cercana al usuario». Nada de notas de prensa ni leyes, sí términos como «timo», por ejemplo, que la gente puede comprender de inmediato. Siempre primando, en cualquier caso, la seguridad, la privacidad y la corrección. Esa es su política, explica.

Pero volvamos atrás. ¿La Policía Nacional tiene un Social Media Manager? Sí, se llama Carlos Fernández Guerra, es profesional de la comunicación -lleva siete años trabajando con la Policía- y dirige un equipo que se ocupa de las redes sociales en el Cuerpo. Son cinco personas; el resto son agentes. Él se ocupa más de temas relacionados con planificación, campañas o contenido, nunca de temas policiales.

Define al grupo como «reactivo, bidireccional, receptivo y proactivo». Twitter es como su red social de guardia -«Tenemos un servicio de atención al ciudadano unas 17 horas al día»-, pero no lo consideran, en ningún caso, un sustituto del tradicional 091, que es el que debe ocuparse de las emergencias. «Hace cien años queríamos estar en las plazas de los pueblos para atender a los ciudadanos, ahora queremos estar donde hay más tráfico de personas».

 

 

Espera, ¿bidireccionalidad? En Facebook y en Twitter la Policía no conversa, y en la red de microblogging, además, no sigue a nadie. Fernández me explica que «el 99,9%» de los mensajes que lanzan son privados. «Enviamos unos 70 u 80 tuits internos cada día con respuestas a dudas, peticiones de ayuda, etc.», cuenta. No cree, personalmente, en seguir a 1.000 o 5.000 perfiles, porque al final no te enteras de lo que lees. Y, además, ¿a quién dejarían fuera?…

Le pregunto cómo proceden cuando ven algo raro. Le cito como ejemplo las amenazas que recibió en Twitter una diputada de IU en la asamblea de Madrid hace solo unos días. Primero intentan comprobar que la amenaza es «real y directa» -como una amenaza de muerte- y se comunican por vía privada con la persona afectada. A veces no pueden por una cuestión técnica: si esa persona no les sigue, no pueden hablar con ella.

 

Entonces lo hablan entre ellos y toman una decisión, que puede pasar por lanzar un tuit genérico para preservar su privacidad o bien llamar su atención de alguna forma. En el caso de la diputada Tania Sánchez comprobaron pronto que ella había presentado una denuncia.

Muchas veces este tipo de cosas y otras relacionadas con diversos delitos les llegan cuando están «de guardia», a horas intempestivas. A veces necesitan «contactar con la dirección adjunta operativa», dice Fernández, sobre todo cuando son temas de «especial sensibilidad», que «son gestionados con la máxima seriedad». Suelen derivar todos los asuntos a las unidades pertinentes de la Policía, que se ocupan de la investigación pura y dura.

El equipo de redes sociales está atento a todo: desde temas de información internacional hasta lo que llega a través de hashtags que ellos mismos promueven como aquella famosa #tweetredada. También mantienen un «contacto muy cercano con la BIT (la Brigada de Información Tecnológica)». Dice Fernández que el feedback de la gente «es enorme», sobre todo en cuanto a agradecimientos.

¿Qué redes les resultan más útiles?, le pregunto. «Twitter y Tuenti». De la primera, así como de Facebook, no deja de recordar que se trata de «empresas privadas», con lo que eso puede suponer a la hora de relacionarse con ellas, pedirles que retiren contenido, etc. En cuanto a Tuenti, alaba el proyecto que mantienen con la Guardia Civil en esta red –Contigo-, «que ha sido visto como una referencia por distintos organismos internacionales».

Fernández opina que es un error pensar que en Internet hay más inseguridad de la que realmente existe, que no se debe alimentar a los trolls -hay muchas celebridades que lo suelen hacer, contestando o retuiteando- y revela que el nuevo director general de la Policía es un «creyente» de las redes sociales «de toda la vida».

No puedo dejar de preguntarle por cosas como el 15-M, momentos puntuales en los que se genera una cantidad ingente de contenido en redes sociales, muchas veces con testimonios sobre situaciones violentas o sensibles. ¿Quién está atento a eso? Ellos proceden igual, explica, recordando que su equipo no investiga nunca «desde el punto de vista policial».

La Policía tiene un canal de YouTube -ahora en plena campaña con artistas por la seguridad en Internet- una cuenta en Flickr y está trabajando en nuevas «utilidades y proyectos» con redes como Google Plus. En otras tienen el nombre reservado, pero por falta de tiempo aún no se han puesto con ellas a fondo. Pero se pondrán, avisan.

El caso ‘Yorokobu’

Portada de Yorokobu de abrilConocí Yorokobu (en japonés, Estar feliz) hace un tiempo por un amigo que se suscribió. Esa era una de las pocas maneras de leer la revista en papel. Hasta hace solo un mes. Ya puede comprarse en kioscos y otro tipo de establecimientos, aunque hay un lugar en el que siempre ha estado presente: Internet. Porque Yorokobu comenzó, además, siendo un blog.

Su evolución ha sido curiosa, casi yendo a contracorriente. Y me atrevería a decir que las redes sociales han supuesto para esta publicación (sin duda) una suerte de boca-oreja que ha permitido que la mayoría pueda disfrutar de un concepto distinto de información con aires de culto y fuera del patrón. Pero con una ganas terribles de conectar con la gente.

Y vaya si lo hacen. Por eso, aprovechando que coincidí con Mar Abad (su redactora jefe) en un sarao periodístico, decidí que tenía que preguntarle por la niña mimada. Su nombre os sonará, casi seguro, porque es co-autora del libro Twittergrafía. Aquí va una pequeñísima entrevista, aunque os recomiendo que visitéis la web y os hagáis con la revista.

¿Cómo fue concebida Yorokobu?
En papel no queríamos hacer una revista convencional, sino algo con un diseño bonito, una buena impresión, algo muy cuidado. Que a la gente le gustara para coleccionar, que fuera una revista objeto y que la gente disfrutara con su lectura. Algo mimado, como los vinilos.

¿En qué formato pensásteis primero?
La idea inicial era sacarla en papel y también en formato blog. Fue hace dos años y medio, era un momento en el que se hablaba muchísimo de la desaparición del papel, el soporte estaba muy cuestionado. Pero nos dimos cuenta de que la gente se refería más a una tendencia y, sobre todo, al mercado de Reino Unido, donde la inversión en digital sí había crecido. No podíamos mirar solo al futuro y a otros mercados: estábamos en España y aquello era el presente. Además, la gente seguía consumiendo papel y los anunciantes seguían apostando por él. Y lo siguen haciendo. Respecto al blog, nos parece un formato para web más dinámico, rápido y también más amable.

¿Con cuál os habéis llevado más sorpresas?
Con el papel. No solo porque todo el mundo prefiere salir publicado en papel, también por las portadas; hay gente que nos pide que hagamos posters o camisetas con ellas. El papel tiene más vida de la que los agoreros le quieren dar.

¿Para qué os han servido las redes sociales?
Ayudan muchísimo, tanto para dinamizar las noticias como para darse a conocer. Y lo que más me gusta de ellas es que te permiten un contacto directo y una conversación con tu lector. Igual que el propio blog. Nosotros contestamos comentarios en Twitter, Facebook o en el blog, y lo hacemos siempre; en medios generalistas, por el volumen o por su política de comunicación, no lo hacen, dejando que el debate se desarrolle solo entre las personas que intervienen en él. Yo siempre digo que mis lectores me abruman, son mucho más cultos e inteligentes que yo, enriquecen la información, dan pistas, reparten juego, establecen debate y eso a mi me parece incluso adictivo. Sobre todo en las redes sociales.

¿Qué redes hay que tener en cuenta para un proyecto así?
Aunque Yorokobu está en Google Plus o Pinterest, ahora mismo no hay comparación con Twitter y Facebook. Las dos te ayudan mucho a darle vida a una noticia, a difundirla y a complementarla. Son claves. Para mi son prioritarias las redes multitudinarias, aunque seguiremos probándolas todas. Eso sí, me gusta especialmente Twitter. Estoy enamorada, con eso te lo digo todo (risas).

De hecho, escribiste ‘Twittergrafía’ junto a Mario Tascón, ¿qué te parece la evolución que ha tenido esta red social?
Me ha parecido fantástica. Hasta la decisión que han tenido tomado sus fundadores de permitir que los Gobiernos censuren mensajes en los países. Pero ha tenido un desarrollo  interesante. Al principio solo había adolescentes diciendo lo que hacían en cada momento, pero entonces los usuarios comenzaron a cambiar su uso; de hecho, hasta se cambió la pregunta de «¿Qué estás haciendo?» por «¿Qué está pasado?». Twitter supo mejorar. Pero ahora intenta imitar a Facebook y a mi toda esa información me estorba. El enamoramiento va a menos, no me gusta que se vuelva una herramienta más del sistema.

¿Qué es lo más viral que ha salido de ‘Yorokobu’?
Hay muchos textos y muy graciosos. Me gusta cuando de repente te llama una televisión colombiana por un post titulado Porno para cristianos. El año pasado nos pasó también con otro titulado Mi profecía sobre el inminente hundimiento de Facebook, nos llamaron varios medios para hablar con el autor. Y otro caso es el de las muñecas Monster High. Hicimos un reportaje de cara a la Navidad hablando con la gente de Mattel, pero la Navidad de 2010, cuando aún no se conocían en España. Al principio lo lanzamos como algo curioso, pero es uno de nuestros posts más vistos. Nos siguen llegando visitas de niñas de México Argentina, sigue teniendo muchísima vida en Internet.

Puedes seguir a Yorokobu en Twitter, Facebook, TumblrGoogle Plus, Pinterest, YouTube… Y en el blog, claro. Ah, y también están en la AppStore.

* La imagen es la portada del número de abril de la revista Yorokobu.

La guerra de las Malvinas, en tiempo real

El aniversario de la guerra de las Malvinas entró en la agenda del periodista Álvaro Liuzzi el pasado mes de octubre. Nadie hablaba entonces del tema en su país, Argentina; no había informaciones en los medios de comunicación ni cruces dialécticos entre Cristina Fernández de Kirchner y David Cameron. Ni quejas a la ONU. Nada. Pero él vio una oportunidad de darle continuidad a su anterior (y exitoso) proyecto periodístico: Proyecto Walsh.

Junto a otros dos colegas, Guada López y Ezequiel Apesteguia, decidió empezar a darle forma a Malvinas 30, un documental interactivo y transmedia sobre la contienda que en el año 1982 enfrentó a argentinos y británicos. Se trataba de sacarle jugo 30 años después a un hecho histórico relevante con el fin de acercarlo a la gente, de contar qué pasó y de relatar hechos desde una perspectiva totalmente innovadora y, sobre todo, social.

¿Cómo? Liuzzi, de 31 años, me lo explica por Skype con esta frase: no se trata de contar lo que pasó, «sino lo que está pasando». La idea es hacer un documental vivo, en tiempo real, que dure tres meses, del 2 de marzo -un mes antes de que comenzara la guerra- al 14 de junio -cuando terminó-, y poner sobre la mesa contenidos que «superen muchas plataformas». No quieren hacer una web y simplemente publicar «el goteo de esa página en Facebook o Twitter«, no, pretenden «usar cada plataforma con su lenguaje especial en pos del proyecto general».

Las redes sociales tendrán, por tanto, un papel fundamental para contar «paso a paso» y desde diferentes puntos de vista la guerra de las Malvinas: leeremos los tuits de un soldado llamado a filas, veremos periodismo de datos, programas de televisión de la época tal y como se emitieron, etc. Y todo con un componente muy elevado audiovisual y de interactividad: «la idea no es que el usuario vaya a Facebook y ponga ‘me gusta’ ni retuitear al soldado, sino que le pregunte cómo se siente, cómo es ir a la guerra», explica Liuzzi.

Todo está basado en historias reales, por ejemplo, en entrevistas con excombatientes; habrá mucha fotografía, vídeo, etc. El equipo pretende usar los archivos de algunas universidades y de televisiones del país, aunque YouTube, cuenta, está siendo una mina. Todo para dar un salto cualitativo y «usar las herramientas del tiempo real relacionadas con la historia, no con la actualidad informativa». Todo esto, además, desmiente para Liuzzi la creencia de que en Internet no caben ni la literatura, ni la investigación ni la profundidad, «yo creo que es una plataforma genial para este tipo de proyectos». Eso sí, hace falta mucho trabajo.

Las palabras mas nombradas en el Informe Rattenbach, en Malvinas 30

Proyecto Walsh y Malvinas 30 son proyectos «a medio largo plazo, que en los medios es difícil hacer» por el ritmo que impone el día a día y por la carga de análisis y de búsqueda informativa. ¿Significa esto que os vais a posicionar?. No hace falta, me dice; solo el hecho de mostrar la historia tal como pasó ya fija una posición, porque vivimos en otro tiempo, «con un país y un contexto político y mundial totalmente diferentes».

Le pregunto, para terminar, si se imagina cómo hubiera sido una guerra de las Malvinas tuiteada, facebookeada, en Google. «Es la gran pregunta. En ese momento Argentina estaba bajo una dictadura militar y el acceso a la información de los medios extranjeros era difícil. Hoy sería más complicado poner ese cerco, todo está al alcance de una computadora». Malvinas 30 se servirá también de Google Plus y de otras herramientas para hacer presente el pasado. De momento, unos trailers irán sirviendo de aperitivo. El telón se subirá el próximo 2 de marzo.

Para seguir el documental: Malvinas 30 tendrá una web, perfiles en Facebook, Twitter, Google Plus y usará herramientas de vídeo, gráficos, fotografías, etc. Desde los distintos perfiles irán informando de los avances. Hasta marzo, podéis echar un vistazo a la web de Proyecto Walsh.