Archivo de noviembre, 2016

Un esqueleto de grafito que ‘dibuja’ mientras se consume

El grafito, mezclado con una masa de arcilla molida, asoma de una montura de madera. El lápiz podría estar tan en jaque como escribir a mano —con nuestra caligrafía deteriorándose por momentos en favor del tecleo— pero con él hicimos nuestros primeros ejercicios escolares, seguimos dibujando, hacemos marcas en la pared para tomar medidas… Esbozamos lo que es posible que corrijamos con la tranquilidad de que todo se puede borrar.

También llevamos el elemento químico dentro. En nuestro cuerpo hay un 18% de carbono, necesario en la formación de carbohidratos, grasas y proteinas. Tal vez con esa característica en mente, el artista estadounidense Agelio Batle ha reproducido a tamaño real un esqueleto humano de grafito sólido.

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Un abecedario sexual creado por un masón en la URSS en 1931

Sello de la URSS de 1981 para celebrar el centenario del nacimiento de Serge Merkurov

Sello de la URSS de 1981 para celebrar el centenario del nacimiento de Serguéi Merkúrov

El señor de honorable porte del sello de correos se llamaba Serguéi Dmítriyevich Merkúrov. Nació en 1881 en Alexándrapol, que ahora es Gyumri, una ciudad armenia muy cercana a Turquía, y murió en 1952 en Moscú.

Cargó toda su vida con la nacionalidad rusa, fue escultor monumentalista, nombrado Artista del Pueblo y miembro de la Academia de las Artes, dirigió el Museo Pushkin durante una temporada y se le consideraba el mejor escultor de mascaras postmórtem de la URSS, donde la permanencia del yeso era tan dogmática como la eternidad del alma católica. Merkúrov recibió el encargo de hacer las de Tolstoi, Lenin y su esposa, la deliciosamente malencarada Nadezhda Krúpskaya, Gorki y el poeta suicida Maiakovski.

El artista se llevaba bien con el aparato comunista aunque tuvo la necia malaventura de intentar regalar a Stalin una escultura titulada Muerte del líder. Envió un boceto del monumento al dictador y, claro, cayó en desgracia. Se salvó del gulag por los servicios prestados: no en vano es el artista del cuerpo estatuario más protéico del régimen: una figura de Lenin de 49 metros de altura, por ejemplo.

El camarada Merkúrov era experto en mantener secretos. Pocos sabían, por ejemplo, que pertenecía a una logia masónica o que, valiéndose de su puesto en el Museo Pushkin, había logrado salvar un monumento de mármol de Carrara dedicado a Catalina la Grande, que iba a ser cortado en pedazos por el régimen comunista, y enviarlo en secreto al Museo Nacional de Armenia en Ereván, donde permació oculto hasta que regresó a Rusia en 2006.

Pero el gran secreto del artista era otro. Podrán descrubrirlo tras el salto —y con la advertencia de que las imágenes son de alto voltaje erótico—.

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¿Pagarías 2.300 euros por un libro tamaño ‘SUMO’ de David Hockney?

El libro en su atril. Foto: © Taschen

El libro en su atril. Foto: © Taschen

Tiene 498 páginas —trece de ellas desplegables—, mide 70 centímetros de alto y 50 de ancho y viene acompañado por un atril ajustable en adecuados tonos pop diseñado para la ocasión por el australiano Marc Newson (1963). El interior de este tocho contiene 450 obras de uno de los artistas vivos más admirados, famosos y millonarios, David Hockney (Bradford-Reino Unido, 1937).

La pregunta no es si a usted le gusta el arte del inglés —difícil de criticar por la sencilla libertad y poderosa maestría de luminosidad y movimiento con la que nos ha regalado el pintor, grabador, fotógrafo e incansable ser humano desde hace más de sesenta años—, sino si estaría dispuesto a desembolsar los 2.300 euros [el PVP no es exacto, los editores sólo lo han fijado en dólares, 2.500, y libras esterlinas, 1.750] que cuesta cada uno de los nueve mil ejemplares numerados que serán puestos a la venta.

A Bigger Book (Un libro más grande) es el título que, sin esconder las intenciones babilónicas y en una referencia al uso repetido de la palabra bigger en los títulos de Hockney, han puesto en la editorial Taschen a la monografía sobre el artista, recién presentada en la Feria del Libro de Fráncfort, gran cenáculo del negocio de las letras impresas y encuadernadas. Para que quede claro que la envergadura sí que importa, el libro viene acompañado por la descripción de «tamaño SUMO», un guiño a la lucha de japoneses con tamaño de bulldozers.

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