Veinte Segundos Veinte Segundos

El big data del alma

Rubalcaba

Ha sido tan singular y tan determinante, muchas veces en la sombra, que se ha elidido el «Pérez», incluso en Alfredo, y se ha quedado con Rubalcaba. Su fallecimiento ha sumido al país en un luto inesperado cuando gracias a su discreción, que fue proverbial en él, había desaparecido de la vida pública y le trabajaba el olvido. Rubalcaba sin más encarna en este luto nacional el rostro más aproximado de esa ficción que llamamos Estado. Un rostro difuso, evanescente, que está y no está. Su muerte resucita las hazañas siempre matizadas de una vida al servicio del país, del partido y del bien común. Su rostro refleja el mal menor que todo político con mando debe ir escogiendo al pilotar esa nave ingobernable que es el Estado. Resucita también al PSOE, que ya estaba en pleno ascenso, o quizá en rehabilitación, tras el hundimiento generalizado de España y de los partidos en la crisis descomunal que aún arrastramos o nos arrastra. Resucita también la presidencia irrecuperable de aquel ZP, que dejó algunos avances (abarató el divorcio, homologó la homosexualidad) antes de sucumbir a la debacle y reinventarse en el empecinado esnobismo de defender a Maduro. Rubalcaba, sin Pérez ni Alfredo, es la marca o gesto del Estado, que ya lo sabe todo de todos, lo que haces y lo que piensas. También fue un hombre de ciencias, de la Ilustración, tan desmejorada, y de la socialdemocracia que se desprende de ella. Parcheó la monarquía, forcejeó con delicadeza de cirujano entre los engranajes más turbios del Estado evitando romper la maquinaria, arduas tareas que hoy le reconocen por todos lados, rivales y amigos, enemigos y beneficiados. Sería bueno que hubiera dejado unas memorias, apuntes, secretillos amortiguados por la apisonadora del tiempo.

 

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