La vida sigue esta vez sin milagro

Nos hemos implicado tanto en esperar a Julen que ahora, una vez que ha aparecido muerto, con los brazos al cielo, estamos vacíos.

Lo que más desazona es esperar un milagro y que no se produzca.

Pues eso era lo que esperábamos. Ni más ni menos que un milagro. Lo hubiéramos achacado, como siempre, a causas lógicas, al esfuerzo inmenso de todos los que han participado en el arduo rescate, contra la cuarcita, contra el tiempo y los elementos.

A veces ocurren cosas incomprensibles, que escapan a la lógica y a la física. Un niño cae de un cuarto piso y sale ileso.

Y la vida sigue sin que podamos explicarlo. Simplemente se ha salvado.

Eso forja una estadística de lo extraordinario, el camuflaje del milagro.

Y eso es lo que esperábamos, a veces sin decirlo, a veces diciéndolo.

Hemos vivido en esa dimensión ajena a la vida normal. Nos hemos enajenado. Cada minuto en twitter a ver qué habían avanzado. Dónde estaban los mineros, dónde los tubos descamisados. Por qué era esta vez el retraso.

Y ahora seguimos en esa dimensión extraordinaria… porque no ha habido milagro.

Hemos dedicado todo el tiempo vacío de nuestras vidas, todo el tiempo apresurado, a esperar que sacaran vivo a Julen.

Que hubiera una bolsa de aire, una filtración de agua, que estuviera vivo.

Y ahora nos hemos quedado solos. Con todo ese tiempo perdido y ese cerro desmontado, las excavadoras en la memoria quietas, rezando.

Quizá no ha sido del todo en vano, somos más sensibles a los niños perdidos, a los que no desayunan bastante, a los que vemos y no queremos ver.

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