Cuando te llaman mil veces para venderte spam sabes que estás en la muerte kafkiana.
Pagan una miseria por martirizar a los demás. Las medidas para evitar estas llamadas de la muerte obligan a hacer cosas, trámites, llamadas, registros, emails.
Debería ser al revés: que no se pueda llamar a hacer spam –ofertas comerciales– excepto que se consiga el permiso explícito o que el usuario se apunte en un servicio para recibir spam (exclusivo para masoquistas).
Las multas son ridículas. Dentro de unos meses, o días, otra compañia cualquiera volverá a hacerlo: subcontratará a varios chiringuitos, pagarán una miseria a llamadores intempestivos y de nuevo sonarán las llamadas de la muerte.
Bueno, ya lo están haciendo. Esta sentencia de la AN es vieja.
Debe de haber más llamadores que víctimas. A este paso es posible que la mitad de la población acabe telefoneando a la otra mitad.
Es posible que una de las razones de la crispación y polarización enloquecida del mundo sea este martirio de las llamadas infinitas.