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Acusan de irresponsable a un artista por profanar edificios sagrados en Bután

¿Cuáles son los límites en el arte? ¿Qué separa la acción artística del atentado?

Imaginemos la respuesta en la parábola de Buda contra el guerrillero Invader

Buda regresa del Nirvana y visita Bután, su país favorito, donde aún tiene muchos acólitos. Amante de lo pequeño y esencial, se dirige a un templito de oración, construido siglos atrás por unos monjes en el bosque.

En las paredes blancas encuentra un colorido mosaico que no debería estar allí. No necesita el tercer ojo para darse cuenta de este detalle.

Alguien dejó una marca. Un elemento extraño incrustado en cemento. Exógeno. Alienígena. No es la típica muesca de navaja que mal luce el nombre de un turista idiota; por suerte, las leyes del Dharma castigan a estos lumbreras con la reencarnación en cucaracha, lombriz o garrapata. Esto, sin embargo, parece algo distinto.

¿Puede ser arte?, se pregunta Buda.

Un dragón pixelado, por ejemplo, aquí, en las puertas del bello monasterio…

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La más bonita de todas las banderas

Para poder amar a la más grande de las naciones necesitas la más bonita de las banderas. A mí no me gustan las naciones por sus gentes o constitución, yo las amo por sus emblemas, por el arte presente en ellos, mejor dicho. Confieso que claudico frente al diseño de una tela: cegado por la unidad cromática, la pompa, el equilibrio, la originalidad, la belleza en su composición. Pongo a Macedonia como primer ejemplo.

Nada me importa el derecho de sangre o de nacimiento, menos el Producto Interior Bruto, o los reyes antiguos, las guerras gloriosas o sus héroes sanguinarios… sentimentalismos que azuzan las arterias del nacionalista facilón; tampoco atiendo a la gastronomía, los bailes, la simpatía natural u hospitalidad, la benevolencia del clima, el desarrollo social o la musicalidad de la lengua.

A mí me gustan las naciones que lucen las más bonitas banderas, bellas franjas y animales míticos que puedan defendernos de los enemigos imaginarios de otras naciones con banderas feas. Nada de ejércitos, solo el diseño del emblema contra arte de la tela. Un dragón que se come a un león, un pájaro que vence a una estrella en un combate poético. Eso es la patria. La única batalla aceptable. Si me mandan a la cárcel que sea por el pequeño país de Bután y en nombre de su eléctrico escudo naranja. Solo me partiré la cara por el ave del paraíso de Papúa Nueva Guinea.

A mí solo me convencen las naciones con la más bonita de las banderas…

La insignia de Antigua y Barbuda, por ejemplo ¿Quién no lucharía por ella? Adoptada en 1967, cuando estas dos islas del Caribe proclamaron su independencia para ser después olvidadas por los escolares de la Tierra. El Sol naciente simboliza la nueva era. Los triángulos rojos representan la energía de la población local. El azul es la esperanza y evoca el mar que alimenta.

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