Acusan de irresponsable a un artista por profanar edificios sagrados en Bután

¿Cuáles son los límites en el arte? ¿Qué separa la acción artística del atentado?

Imaginemos la respuesta en la parábola de Buda contra el guerrillero Invader

Buda regresa del Nirvana y visita Bután, su país favorito, donde aún tiene muchos acólitos. Amante de lo pequeño y esencial, se dirige a un templito de oración, construido siglos atrás por unos monjes en el bosque.

En las paredes blancas encuentra un colorido mosaico que no debería estar allí. No necesita el tercer ojo para darse cuenta de este detalle.

Alguien dejó una marca. Un elemento extraño incrustado en cemento. Exógeno. Alienígena. No es la típica muesca de navaja que mal luce el nombre de un turista idiota; por suerte, las leyes del Dharma castigan a estos lumbreras con la reencarnación en cucaracha, lombriz o garrapata. Esto, sin embargo, parece algo distinto.

¿Puede ser arte?, se pregunta Buda.

Un dragón pixelado, por ejemplo, aquí, en las puertas del bello monasterio…

Buda es omnisciente y sabe que un artista francés ha viajado a Bután, uno de los países más aislados del mundo, que intenta protegerse del turismo omnívoro y puede que de artistas como él.

El guerrillero cuelga las fotos y estalla la discusión en Instagram (herramienta que, por cierto, Buda no utiliza)

Los followers empiezan a hablar:

«Imbécil».

«Idiota».

«¿Dónde está tu cordura?»

Críticas de flor de loto.

¿Dónde están los límites? ¿Qué diferencia una invasión de otra? ¿Por qué el monasterio es sagrado y la plaza en la que juegan los niños no lo será?

Buda se pregunta qué es sagrado y qué es profano.

El artista en cuestión se llama Invader, y es un conocido maestro del arte callejero. Con nocturnidad, deja sus homenajes retro, formas y colores, como el perro que orina en busca de nuevos territorios fantásticos. La mayoría de sus acciones son un juego con lo inesperado y a veces levantan polémica.

«Invader estuvo aquí». Su lema nos parecerá infantil, pero el arte es cosa de niños, piensa Buda.

 

 

Aparecen sus firmas en múltiples calles, paredes, medinas, edificios, plazas, puentes, en lugares inverosímiles de los cuatro continentes. Actúa con la clandestinidad propia de un grafitero (aunque en esta ocasión asegura que pidió permiso a los monjes). Sus cuadraditos de colores, sus dibujos mosaico, los característicos marcianitos o fantasmas del extinto Spectrum, nacen al amanecer para sorprender a los viandantes…

 

Pacman de Invader cerca del Guggenheim. Kurtxio. Wikimedia Commons.

Pacman de Invader cerca del Guggenheim de Bilbao. Kurtxio. Wikimedia Commons.

Lo ha hecho en Francia, España (en Barcelona tiene hasta una ruta turística), Marruecos, Tanzania, India, Australia… El mundo es un museo al aire libre en el que este ácrata escoge cuál será su mejor expositor. Quiere invadir el globo.

Pero el invasor esta vez ha visitado el sagrado Bután y ha profanado el budismo ancestral. Sus detractores aúllan sacrilegio. La invasión ha ido demasiado lejos, alegan. Una falta de respeto. Le acusan de colonialismo artístico mientras suena un redoble de tambor ancestral.

 

¿Pero cuáles son los límites? ¿Dónde estará si existe la moraleja en esta parábola?

Buda medita…

El artista se excusa en las redes:

“Sé que algunas personas gritarán que es irrespetuoso haber practicado mi arte en Bután. ¡Personalmente no lo creo! Mi práctica cuenta una historia, y estoy orgulloso de haber escrito algunas páginas en ese maravilloso país. Muchos de los butaneses que he conocido estaban encantados con él y les agradezco su amabilidad y su gran hospitalidad.”

«Egoísta», «idiota», “fucking asshole” “cacho de mierda” “arrogante”…

Los kundalinis parecen arder en la meditativa Instagram. Se repiten los insultos zen. Se despliegan los mandalas de pinchos y cobras. Se apela al Karma (al malo). Muchos le exigen disculpas públicas. “Esto no es libertad de expresión, es un acto de terrorismo”. Cuántos butaneses o verdaderos budistas están detrás de estos fogosos diamantes no lo sabemos. «El arte callejero pertenece a la calle no a los edificios históricos y lugares sagrados», le gritan.

Imaginemos La Alhambra llena de estas coloridas acciones. La Sagrada Familia invadida por marcianitos que «cuentan una historia personal». ¿Qué diríamos? ¿Artistas del presente comiéndose el espacio de artistas del pasado? ¿Tienen derecho?

Buda no contesta.

“Que los butaneses seamos amables no implica que puedas empezar a joder nuestra cultura, esto es inaceptable en un edificio religioso”, cierra el capítulo otro indignado.

¿Es la calle un todo, o solo las partes grises, adocenadas, los muros anodinos levantados entre un tránsito intrascendente y otro?

¿Cuáles son los límites? ¿Vosotros los conocéis? ¿Qué diría Buda de todo esto?

Buda no está contento ni triste porque hace años que alcanzó la iluminación. Sabe que la ignorancia humana no tiene límites: vístase de artista o de voz de crítico moral. El velo del falso conocimiento nos impide ver los límites auténticos.

Ignorante, me abstengo de toda opinión en esta parábola. Es como si los assholes del mundo pudieran de repente brillar en el samsara. Sabrá el Karma que será arte y qué no, qué es atentado y qué insulto. Sabrá la rueda de las reencarnaciones si el malogrado Invader no es en realidad un monje que ha regresado al sagrado Bután para concluir su obra en el templito del bosque.

Sabrá nadie si el Buda está o no contento.

 

2 comentarios

  1. Dice ser LLL

    Que le tatuen en su cara y en la de sus familiares un perrito de colores meando, a ver que piensa…

    05 febrero 2018 | 22:48

  2. Dice ser Cinetux

    Muy buena esta página me gusta por su buen contenido

    05 febrero 2018 | 23:12

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