El ‘arte de vivir’ en un campo de concentración

Esta es la historia de un psiquiatra en el lugar más enloquecido de la tierra. Es la historia de un hombre que intenta responder a la única pregunta posible: ¿puede tener sentido la vida cuando todo te fue arrebatado, desposeído de tus seres queridos, de tu trabajo, estatus y posesiones, cuando careces de dignidad y futuro, si tu vida es provisional?

Esta es la historia del arte de vivir – si se puede utilizar aquí este término filosófico cuando ya no tienes futuro. Cuando no tienes música, esperanza y abrazos. Cuando todo lo que creías que sería tu vida naufraga en el fango.

Ayer os dije que un libro es capaz de salvarnos la vida. Hoy os hablaré de uno que seguramente ha salvado miles de ellas.

Es el Hombre en busca de sentido (Herder), de Viktor Frankl.

Parece un texto de autoayuda descarnado, una poética de una lucha (casi) imposible, una carta desde la aniquilación y el desamparo que exhala su aliento íntimo y cálido sobre tu pequeño fracaso.

No encontrarás en él máximas del tipo “piensa en positivo y el éxito acudirá a tu puerta», porque en el campo de concentración las puertas estuvieron siempre cerradas: allí el éxito era una muchachita en fuga perseguida por perros rabiosos.

 

Entrada del campo de concentración de Auschwitz, con el lema, 'el trabajo os hará libres'. Wikimedia Commons. PerSona77

Entrada del campo de concentración de Auschwitz, con el lema, ‘el trabajo os hará libres’. Wikimedia Commons. PerSona77

Frankl fue un psiquiatra célebre y uno de los pocos supervivientes de Auschwitz. Impulsó la disciplina de la Logoterapia y estaba convencido de que el ser humano, más que por una voluntad de poder, estaba guiado por una necesidad de dotar de sentido a su existencia.

La vida sería como una partida de ajedrez, la respuesta dependerá de la jugada dada, lo importante no es lanzarle al tablero tus preguntas, quejas y ruegos, sino saber responder a las que él te plantea a lo largo de un jaque mate que puede ser penoso e injusto.

La importancia del texto de Frankl deriva en que sus reflexiones están acompañadas de las vivencias personales y los recuerdos del peor destino: la aniquilación sistemática en su amplia variedad siniestra.

La respuesta del psiquiatra es un rotundo sí, la vida tiene sentido incluso en un campo de concentración. La lecturas son entonces expansivas, si esto es así, ¿cómo no puede tener sentido la mía?

El prisionero de un campo de concentración padecía un miedo atroz a tomar decisiones o a tener cualquier tipo de iniciativa. Era la consecuencia de sentirse un juguete del destino, como si no pudiera interferir en el curso ya marcado.

La mayoría de los reclusos, solo sombras de lo que fueron, aprendieron a dejar que ese destino diabólico siguiera su curso, porque la voluntad se había reducido a ser carne de exterminio, “la vida descendía al nivel animal”, apunta Frankl.

Acaban perdiendo sus principios morales o abandonándose a la muerte – un día, sencillamente, no se levantaban; como el gorrión en la jaula de un niño cruel, carente de la posibilidad de volar hacia el futuro, se dejaban morir de pena- o algo incluso peor: se convertían en aprendices de sádicos, mostrando menor empatía que el guardia de las SS, cuando “la escalera de la suerte” los había convertido en los temidos kapos, judíos que controlaban a otros judíos, premiados por su brutalidad con pequeños privilegios que allí, en los límites de la desnudez, en la epidermis de un gusano desgastado, representaban la frontera entre la vida y la muerte.

Así lo describe:

La supervivencia absorbía la personalidad hasta provocar un torbellino mental que ponía en duda la jerarquía de valores que había sostenido al prisionero antes del internamiento.

El ser humano, a base de brutalidad, sometido a crímenes y torturas continuas, castigado en esa desnudez que embotaba los sentidos – ya no había espacio para la sorpresa, la empatía o la rebelión-, sometido a esfuerzos inhumanos, alimentado únicamente con un único mendrugo de pan y una sopa aguada, se encontraba en el Lager– el campo de la muerte- sin nada a lo que asirse, desprovisto de todo aquello por lo que nosotros juraríamos que merece la pena vivir.

Judíos transportados en el campo de concentración. Wikimedia Commons.

Judíos transportados en el campo de concentración. Wikimedia Commons.

¿Cómo es posible que allí dentro, en el infierno de la tierra fangosa, tras los alambres de púas y las aristas de unos huesos sin carne, pudiera valer la pena seguir viviendo?

¿Por qué no lanzarse contra las rejas eléctricas – como muchos hicieron- o dejarse caer y ser conducidos a la cámara de gas? ¿Por qué no desistir?

Frankl en su pequeño libreto desgrana algunos de los pilares que hacen que una vida se mantenga en pie, aún por completo derrotada y más allá del instinto de supervivencia.

Intentaré sintetizarlos a través de varios fragmentos del libro. Feliz fin de semana…

 

1. El amor por tus seres queridos (incluso cuando han asesinado a tu esposa, padres e hijos)

 

El amor trasciende la persona física del ser amado y halla su sentido más profundo en el ser espiritual, el yo íntimo. Que esté o no presente esa persona, que siga viva o no, en cierto modo carece de importancia.

El amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Percibí entonces, en toda su profundidad, el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias intentan comunicar: la salvación del hombre consiste en el amor y pasa por el amor. Comprendí que un hombre despojado de todo todavía puede conocer la felicidad – aunque solo sea por un instante- si contempla al ser amado.

 

2. La belleza de la naturaleza, los goces dados, los dones de la existencia.

 

Si en el trayecto de Auschwitz a un campo de Baviera alguien hubiera visto, asomados a los ventanucos de los vagones del tren, nuestro rostros radiantes al contemplar las cimas de las montañas de Salzburgo, refulgentes por la puesta de sol, no habrían creído que fuésemos hombres que habían perdido toda esperanza de vida y libertad.

 

Allí de pie, vimos hacia el oeste un cielo plagado de nubes que variaban de forma y de color, de azul acero al rojo bermellón. Esa luminosidad contrastaba con la hiriente soledad grisácea de los barracones y del suelo fangoso. Luego, tras unos minutos de silenciosa emoción, un prisionero dijo: ¡qué hermoso podría ser el mundo!.

 

3. La libertad interior

 

El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en terribles estados de tensión psíquica y física.

 

Los supervivientes de los campos aún recordamos a los hombres que iban a los barracones a consolar a los demás, ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizá no fueron muchos, pero esos pocos son una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana – la libre elección de la acción personal ante las circunstancias- para elegir su propio camino (…) Precisamente esa libertad interior, que nadie puede arrebatar, confiere a la vida intención y sentido.

 

4. El destino entendido como un regalo (aún allí, en mitad del horror fangoso): saber sufrir

 

La actitud con la que un hombre acepta su destino y el sufrimiento que este conlleva, la forma en que carga con su cruz, comporta la singular coyuntura – incluso en circunstancias muy adversas- de dotar de sentido profundo a su vida. Puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad o, arrastrado en la amarga lucha por la supervivencia, puede olvidar su dignidad humana y actuar como un animal, como sucede con los prisioneros en los campos. En esa decisión reside la oportunidad de atesorar o despreciar los valores morales que su dolorosa situación y duro destino le brindan para su enriquecimiento interior.

 

5. Un árbol

 

La joven sabía que iba morir en unos días. No obstante se encontraba serena e incluso animada.

– Estoy agradecida que el destino se haya mostrado tan cruel conmigo (…) Ese árbol es el único amigo que me queda en esta soledad (…)

– ¿Y qué le dice?

– Me dice: Estoy aquí, estoy aquí, yo soy la vida, la vida eterna.

 

6. Las oportunidades no han pasado, empiezan

 

Los prisioneros creían que las verdaderas ocasiones de autorrealización ya habían pasado, cuando en realidad consistían precisamente en el desafío de elegir qué hacer de la vida en el Lager: convertir esa tremenda experiencia en una victoria, transformarla en un triunfo interior, o bien desdeñar la experiencia y limitarse a vegetar, como hicieron casi todos los prisioneros.

 

7. El ‘por qué’ sobre el ‘cómo’

 

Un hombre que se vuelve consciente de su responsabilidad ante quien lo aguarda con todo su corazón, o ante una obra por terminar, nunca será capaz de tirar su vida por la borda. Conoce el por qué de su existencia y podrá soportar casi cualquier cómo.

1 comentario

  1. Dice ser Matemáticas

    Excelente artículo/análisis. Aunque hay muchos libros que relatan historias parecidas, en ésta es el propio autor quien lo hace. Anoto el título en mi lista de pendientes.

    29 octubre 2018 | 21:01

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