Acciones callejeras para concienciar sobre la destrucción del aceite de palma

Volaron a la Isla de Sumatra (Indonesia) y tuvieron que trabajar en secreto. Fueron sombras dejando su huella entre cultivos, solares y carreteras. Con su arte querían que fijáramos la mirada allí donde se destruye el bosque primario, el hogar de miles de especies, una tierra en llamas. «¡Tala y quema!», es el grito que asusta a los pájaros que alzan el vuelo sobre nubes negras.

Eran artistas callejeros reconocidos, y habían sido invitados por el artista lituano Ernest Zacharevic. La misión consistía en crear una obra de arte que denunciara el ecocidio que producen las malas prácticas del cultivo de aceite de palma en Indonesia. Los preparativos se llevaron en secreto para evitar presiones. El proyecto se llamaría Splash and Burn, juego de palabras derivado de un lema, slash-and-burn, tala y quema, método que usan los agricultores para liberar la selva.

Cada artista debería donar su obra a la causa: una campaña de arte público que llegara a muchos de los terrícolas que hemos decidido vivir como invidentes dentro de una gigantesca bolsa de plástico, ajenos a la necesidad de aire puro: aire que proviene de los bosques que ahora arden, oxígeno que compartimos con el resto de animales que huyen despavoridos, buscando a su madre sin saber que la leche de los muertos no alimenta.

El arte convertido en un arma poética que denunciara el cultivo de esta planta africana, la elaeis guineensis, que ha ido colonizando el Sudeste Asiático. Gracias a la grasa vegetal que de ella se extrae, nuestros alimentos y cosméticos resultan más económicos, duraderos o sabrosos. Pero el precio que pagamos es altísimo.

Aceite de palma. Su nombre rebota en la Red, es como un mal augurio, ruido de hojas ardiendo que anuncian su catástrofe en un código de barras. Este es un cultivo voraz que extermina en sus excesos el medio ambiente, un monocultivo que, junto a la soja, está detrás de la destrucción de bosques y selvas (una de las grandes causas de desforestación del planeta, según el Parlamento Europeo); cooperador necesario en la extinción de los orangutanes; muchas veces patrón totalitario que recluta trabajo infantil entre chabolas, o un fusil humeante en el exilio de poblaciones autóctonas; instigador de miles de incendios y emisiones inasumibles de CO2 a la atmósfera, tanto en Indonesia como en otras regiones del globo.

Después entra el producto en nuestros supermercados cubierto de plasticosa inocencia, y lo comemos en bollos o patatas y conservas, lo consumimos en champús y detergentes. Es el aceite más utilizado, ubicuo en una industria que lo utiliza para casi todo. De manera indirecta participamos en la extinción que causa: el mercado une nuestra boca y la motosierra, el estómago y el fuego.

Cada europeo consume una media de unos 60kg/año de aceite de palma y España es el tercer país en su ingesta, según Greenpeace. Es además nocivo para la salud. No parece un buen aliado para las especies, que digamos.

Esta campaña ha conseguido la interacción de los artistas callejeros con el espacio público y la naturaleza de Indonesia (es el mayor productor mundial de este aceite, con el 85%). Una campaña que ha servido para concienciar a sus habitantes sobre la importancia de preservar estos hábitats (el 80% de los bosques de Borneo ha desaparecido) frente a un mercado brutal capaz de convertir a un inocente bollo en un arma de destrucción masiva que apunta a la frente de nuestros nietos, y que gimen, inocentes, con la misma dulzura que un bebé orangután huérfano tras el incendio.

1 comentario

  1. Dice ser volume500

    Hay que tener mas consciencia sobre el aceite de palma y sobre todo la consciencia empieza en el macado, en a lista de la compra.

    22 noviembre 2017 | 14:01

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