La necesidad de una matria

Son días de vértigo patriótico. Vivo en Barcelona, y necesito una idea que apacigüe mi cabeza, que está rodeada y desarmada por banderas de signo contrario, pañuelos simbólicos multiplicados en las fachadas, y me siento descalzo. Encuentro por casualidad este cartel, y brilla en él un concepto de matria.

Corresponde a la nueva obra de teatro de la dramaturga Carla Rovira, que presentó en la Feria del Teatro en la Calle de Tárrega. Antes de entrevistarla, sin saber qué significa para ella su Matria, intento definir esta idea informe… ¿Cómo sería una patria materna, en femenino? ¿Un oxímoron? ¿Sería una territorio basado en otras promesas?

Matria viene de madre; patria, en cambio, de padre. Los padres fundadores. Los que sembraron su semilla. Los de la rúbrica constitucional. Los padres demasiadas veces han sido hombres duros y agresivos.

En el satírico Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce, sin embargo, hay otra acepción, y se define al patriota de este modo: el que considera superiores los intereses de la parte a los intereses del todo. Juguete de políticos e instrumento de conquistadores. Si aceptamos esta definición, la patria nunca podría ser común a todas y todos, porque es como una idea reflejo, a la que te amoldas o te expulsa. Un padre severo que te exige su disciplina anímica.

¿Qué hacer entonces si no quieres pertenecer a una patria y al mismo tiempo no ser un apátrida? Quizás construir un nuevo escenario colectivo, un lugar inclusivo, me digo: una matria.

Cómo sería- me pregunto- una patria sin el dominio de la testosterona y la exaltación guerrera, y estas llamadas a la concentración y firmeza – en Asia lo masculino no tiene que ver con el hecho de nacer hombre, se asocia a determinados valores yang: el sable, la fuerza, lo recto, lo inconmovible, el bambú que se rompe por excesiva rigidez-, sin la exclusión de unos y otros, sin gritos de “a por ellos”: la idea de una integración universal, sensata, cálida, diversa, autónoma, el lugar hogar en el que nunca serás extranjero, pienses los que pienses, hables lo que hables.

Me sorprendo tomando para esta matria inventada las característica morales de mi madre. Mi madre siempre quiso que fuera quien yo quisiera. Mujer que luchó demasiado, mujer que sufrió los silencios, como tantas otras; que ha amado a los suyos con generosidad espléndida; mujer bondadosa que me hizo ver que pasara lo que pasara, hiciese lo que hiciera, siempre tendría un lugar en ella. Sabía que en sus brazos nunca sería un apátrida. Y ese es el mayor consuelo. Un espacio maternal colectivo sería entonces mi matria.

Es solo una asociación de ideas… Como no existe ninguna matria, no sé cómo definirla. Tengo el mismo problema que Carla al buscarle un espacio en la realidad. No me importa su idea de patria en estos días, me importa su Matria, que es el título de su nueva obra y que me sugiere intuitivos conceptos en este tumulto anímico.

Entonces, Carla me dice…

El concepto de patria, incluso de madre patria tiene que ver con símbolos y con el poder masculino. Ese a mí no me define, no me representa: no sólo por una cuestión de voluntad, es que por pertenecer al género “mujer”, me expulsa. Los héroes son patrios, las banderas patrias, los himnos patrios, las guerras patrias…

La historia de las patrias es un consabido relato de sangre. Una narrativa de poder y conquistas. De padres fundadores que lanzan a la muerte a los hijos por una abstracción. Por eso, a veces, quisiera gritar que soy un apátrida, para escapar de esta dinámica perversa. Pero un apátrida es un animal solitario, un árbol en un desierto, un hijo sin madre. Un fracaso en la existencia colectiva. Una especie de idiota, en el sentido del griego clásico: aquel que no se preocupa por los asuntos colectivos, o aquel al que no le dejan participar en ellos.

Carla Rovira ha desarrollado su idea de matria a partir de la guerra civil y la desaparición forzosa de su tío Enrique. Un hombre ausente, mujeres que lloran en silencio y limpian la sangre.

Empecé a investigar a Enrique, un hombre desaparecido desde el año 39 y acabé -sin buscarlo, ¡suerte que tuve!- encontrando esas mujeres que son olvido, porque al ser mujeres su vida no es universal. No representan nada universal. En los libros de historia se habla de las guerras, no de los cuidados, de aquellas que mantenían las casas en pie… y si en esos libros, se hablara de todo esto: qué historia tendríamos, ¿cuál sería nuestra identidad?

¿Cuál sería nuestra identidad? La matria que imagino debería ser universal. En la matria estaría prohibido el silencio de quienes temen o sufren. El odio ideológico sería entendido como una extensión del atávico canibalismo.

Todo empezó por una pregunta: ¿qué sabes del tío Enrique? A partir de aquí leo las cartas que mandó a su familia/ mi familia y me voy enterando de su viaje, de esos momentos cruciales -que entiendes si los lees en el 2014, pero que son una incógnita en 1938, 1939,… ese inicio del franquismo en que todo son dudas e incógnitas. Y luego, todo el silencio más allá de su muerte, de la muerte de Enrique.

Ninguna matria verdadera estaría sustentada por muertes o desaparecidos. Ninguna matria sería erigida por pilares de silencio. En mi idea imaginaria -que no tiene por qué coincidir con la de Carla o la tuya– el círculo de la empatía que defendía el filósofo Jesús Mosterín sería inmenso. Mi matria se preocupa por sus hijas e hijos, nunca los canibaliza.

Yo me quedé colgada con la historia a través de sus cartas, vinculé con Enrique. Pero lo que más me interesó de cara a la dramaturgia fue hablar del silencio. La carga del silencio en este país existe, aunque se quiera hacer ver que no. El pacto por no desvelar conflictos, por no asumir una realidad. Se le niega al franquismo todo el dolor que generó, como si todo ello se cancelara en la transición y se niega que el régimen del 78 es hijo heredero de ese dolor. Esto es lo que más me llama la atención y me revuelve las entrañas: ¿dónde ha quedado ese dolor?

Mi matria es tierra de enfermeras y enfermeros, y no de cirujanos que gritan amputación o sangría. La sanación colectiva es el primer artículo de su constitución. No habría mujeres calladas o apartadas en ámbito alguno.

La obra de Carla transcurre en un escenario circular, el público se sienta alrededor de los actores, incluso puede leer las cartas de Enrique a su familia. «Sarah Kane decía que el círculo es el inicio de todo porque todas estamos a la misma distancia del centro», alega Carla. En medio están los actores que sustentan el discurso de esta investigación personal, aparecen los distintos personajes: Enrique, Virginia, Tránsito, Ángela y Carla…

Te hablaré de las mujeres de mi familia: las mujeres de mi familia son las transmisoras de la historia de Enrique, las que, como no importaba lo que sabían porque nadie escuchaba, han guardado la memoria. Y las mujeres de mi familia, Virginia, Sole, Tránsito, Ángela, Transi, Ana, Teresa… son mujeres que ante los problemas se organizan. Ante conflictos verdaderamente difíciles, no se han podido sentar a llorar y sentir su dolor porque siempre había una tarea doméstica que hacer. Gracias a su tenacidad y su sacrificio, las cosas se han sostenido. No es que quiera hacer una oda al sacrificio femenino ni mucho menos: es importante reivindicar que los hogares se sostienen gracias al sacrifico permanente de nuestras mujeres y hacer una reflexión sobre ello. Porque las sociedades existen gracias a los hogares. Desempeñan una función silenciada pagando un precio muy alto.

Mi matria es un círculo y no el cuadrado de una bandera. Todas y todos giramos alrededor de su centro en igualdad. Siempre se puede regresar. No hay precios que pagar. Un lugar como mi madre que nunca te lanzaría una piedra. Un lugar en el que todos los individuos estén conectados a su historia universal de pertenencia, a pesar de sus diferencias, una definición de hogar.

Y entonces, cuando ya tengo cierto armazón construido para esta posible matria, se me aparece la virgen, la virgen simbólica que porta una pala en el escenario de esta obra de teatro…

La virgen es una mujer, la mujer que nos representa al resto de mujeres en culturas influenciadas por el cristianismo. Las vírgenes tal cual se representan como iconos muestran los ojos -normalmente llorosas- y sus manos. Ojos que lloran por el mundo y manos para trabajar para las demás. Siempre asistiendo a las demás, siempre para las demás. Es por ello que me interesa la virgen, esa mujer que no es sino para las demás. Porque es así la historia universal: un campo de nabos al que las mujeres asistimos y muy anecdóticamente estamos invitadas a participar. Pero esta vez, nuestra virgen usa una pala: la pala sirve para desenterrar, para remover, para defenderse si hace falta.

Ninguna pala, ni las metáforas que la acompañan, serían necesarias en esta matria que he necesitado imaginar aquí. Así la resumo: son los pequeños ojos de mi madre que me dan y piden amor. Son los ojos de la tuya. Serenos, preocupados por lo importante, ausentes de manipulación. Todas y todos participamos en la voluntad de crear un espacio maternal que supere la división y la violencia de las patrias pasadas. Una matria a imagen de esas mujeres silenciosas que se reunieron alrededor de un fuego unificador durante una guerra fratricida.

Una matria que es una caricia legal construida para las necesidades cotidianas y no los grandes incendios. Una matria que está bombeando en cada mujer y hombre hoy mismo a pesar de los gritos. Una matria en la que te sientas acogido como en los brazos de tu madre, y que te tenga su sonrisa, y el calor de su bienvenida, como única bandera circular.

 

 

1 comentario

  1. Dice ser me da mucha pena ver lo que estoy viendo

    Una Democracia san ano debe temer a las ideas contrarias. Es la base del diálogo y la superación de separaciones. Una bandera que sólo cubra a quienes piensan igual no es bandera de patria, sino de malos patriotas y poco demócratas.
    Y no puede ser que incluso una premio Nobel como pierda el nombre de una calle por simplemente decir que la represión no es buena, hoy también aeptada esa idea por gran parte del Parlamento Europeo.
    Y a quienes añoran las dictaduras, deberían pensar por un momento, si pueden hacerlo libremente, el pensar, digo, que si llegara uan dictadura no tendrían ni móviles, ni partidos de fútbol de gente de toda raza e idea, ni podrían ir a discotecas de fiestorra, ni siqueira podrían manifestarse como ahora, gracias a la Libertad, hacen tan alegre y desconsideradamente.
    PAtriotas a mí, los justos, banderas, lo mismo. Lo que interesa es el pensamiento que da honor y gloria a un tapiz variado bajo la misma bandera. Eso sí es una patria hermosa, avanzada, dialogante, armoniosa, sabiendo ceder y dar cuando hagafalta, variar leyes cuando lo requiera el paso del tiempo con sus nuevas circunstancias.
    Amor de madre de todxs hace falta, sí. Y eso de hacer creer que unos españoles, por protestar por el trato que reciben y que deciden separarse, han de ser condenados y marginados… mala Democracia esa. A ver si se ponen a tener un poco de vergüenza històrica y dejan sus hurañas encuestas de votos para gobernar luego nada y mal.
    Los españoles deberíamo saprender más unos de otros, que hay cosas en Caaluña, País Vasco, Galicia, Andalucía, Canarias y resto del tapiz de nacionalidades guapas que son muy interesantes y enriquecedoras. A ver si estamo sa la altura de nuestro país y ACTUAMOS CON LA MISMA GENEROSIDAD Y MARAVILLA DE PENSAMIENTO PLURAL.

    13 octubre 2017 | 01:02

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