Hang Drum, el instrumento que nunca volverá a forjarse

©Ana Rezende

Hang Drum ©Ana Rezende

Apareció en las calles con la nocturnidad propia de los animales nunca descubiertos, sonando con acento exótico, melódico, extraño- acero dulce, hierro suave, nitrógeno armónico-  penetrando tímpanos con esa cadencia rítmica e infinita, un ulular de lechuzas cósmicas.

Cargaba encima el recuerdo de otros instrumentos, pero era distinto: una pregunta secreta entre los músicos, un enigma en manos de artistas callejeros que atraían a las masas alrededor de sus manos para observar el prodigio.

Así empezó la infección que contaminó a tantos

Hoy sabemos que se llama Hang Drum, y que fue un tambor metálico creado por dos lutieres suizos en el 2000. Un instrumento- de los más modernos del mundo- que murió de éxito. Nunca volverá a forjarse.

Forjar nuevos instrumentos es un arte no matemático, una tarea intuitiva. Sus creadores fueron Felix Rohner y Sabina Schärer, del taller PanArt. Dejaron de fabricarlos porque el hang se convirtió en una locura que superó a su modelo artesanal por una excesiva demanda, casi maníaca.

Hoy solo se venden en las tiendas copias industriales – no registraron a tiempo su marca- similares a su aparato. Pero los músicos atestiguan que no suenan igual porque la forma de estas copias es precisamente matemática y no intuitiva. Ellos en cambio querían mantener su alma. Pensaron incluso que habían creado un virus. Algo venéreo a través de los oídos. Se contagiaba. Nunca quisieron que tomaran las calles, tampoco que alcanzaran precios desorbitados en la reventa.

Cuando aún eran amartillados en el taller suizo, los compradores debían escribir una carta a los artesanos, explicando los motivos por los que deseaban hacerse con él. Les llegaron letras de hasta asesinos convictos. Aceptada la petición, tenían que desplazarse a Berna. Nada de envíos. Entonces Felix o Sabina los invitaban a entrar en una sala llena de estos pequeños ovnis o escudos sonoros. El afortunado comprador escogía aquel que le llamara la atención: una adquisición por pálpito.

Hang Drum. ©Ana Rezende

Hang Drum. ©Ana Rezende

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El hang nació en estos talleres tras 25 años investigando y fabricando otro instrumento, el steelpan, o tambores metálicos de Trinidad y Tobago, instrumentos de percusión que están afinados en una escala pentatónica, y que nacieron en las calles paupérrimas del Caribe –donde la imaginación no es un don sino superviviencia- cuando las mujeres y hombres hambrientos de música modificaban barriles de petróleo o restos de lavadoras hasta convertirlos en un dulce tambor. El hang tiene su origen en la poética de los supervivientes.

Sabina y Felix dicen que su nacimiento fue una cópula entre el arte y la ciencia. Para responder a la demanda europea de steelpans empezaron a trabajar con otros materiales que buscaban producir tonos individuales y cálidos. Usaron acero con alto contenido de nitrógeno. Como quién fragua una estrella, tenía los materiales para un nuevo astro. Unieron físicos, ingenieros, metalúrgicos y etnomusicólogos. Exploraron otros inventos: vibraciones de gongs, todos tipo de tambores, platillos, caparazones, instrumentos como el ghatam (uno de los más antiguos de la India y diseñado como un eco armónico de la cerámica).

De esta investigación surgieron una serie de aparatos que llamaron Pang instruments. El último de su familia fue el hang, que en el dialecto bernés significa mano. Dicen que para la construcción de su concha -compuesta por dos hemisferios metálicos, el ding y el guse inspiraron en los trabajos de Gaudí, y de otros ingenieros y arquitectos, como el alemán Frei Otto, el suizo Heinz Isler, o el estadounidense Buckminster Fuller. Lograron así una evolución de un steelpan que podía tocarse con las manos y cuyo sonido era nuevo.

Entonces vino el éxito que todo lo turba. La fama que quema el sentido. El diablo de los adolescentes, y su hang era un jovencito atractivo. Colgaron el cartel de que no se aceptan visitas sin cita previa. Parecía que todo animal musical quisiera su magnífico hang. Aparecían con nocturnidad en su casa, y cuando recibían el no, ofrecían grandes cifras. Algunos se ponían nerviosos, otros gritaban o lloraban. Venidos de todos los continentes, necesitaban su hang.

Obligaron después a los compradores a firmar un contrato que prohibía venderlos por un precio mayor al adquirido. Fue en balde. Entonces, en 2013, cerraron el corral de la dorada gallina. Nada de locuras. Encerrarse en su taller para seguir inventando nuevos instrumentos, modernas sonoridades, fue su cometido (como el recién nacido Gubal y el Hang Gede, con los que esperan curar la enfermedad del hang)

Quizás aquí hallemos una pista de esta locura contra la locura…

«El tambor es para mí un símbolo de la creatividad», afirma Félix Rohner en la web de PanArt, cuyo abuelo fue trabajador metalúrgico. El sonido del hang, dice su creador, está dedicado a los trabajadores del metal del mundo: un sonido orgánico y dinámico que rehumaniza el acero. El nuevo arte del hang no puede ser integrado en el espíritu de la copia. El hang tiene el alma de cada martillazo, de toda búsqueda. Felix dice que habla con ellos, que los pone en contacto con su cuerpo, que de un modo u otro, son sus hijos.

Las fotografías del hang son obra de la excelente fotógrafa brasileña Ana Rezende. El músico retratado es Alex Oses.

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