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En Los Álamos, donde Oppenheimer creó la bomba atómica

Me ha costado explicar a mi nieto Leo (8 años) por qué tuvieron que inventar aquí, en Los Álamos (N.M.), en 1945, las dos primeras bombas atómicas que mataron a 200.000 japoneses en Hirosima y Nagasaki.

Hongo gigantesco formado tras la explosión de la primera bomba atómica sobre Japón

Con el corazón partido, no tenía respuestas convincentes para sus preguntas más sencillas.

Mi nieto Leo, junto a las réplicas de las dos primeras bombas atómicas: Little Boy y, al fondo, Fat Man.

Afortunadamente, el Museo de Los Álamos está pensado para niños y sus explicaciones en carteles y pies de foto eran mejores que las mías. No todos los científicos de entonces eran partidarios de investigar la fisión o la fusión nuclear. Saqué una conclusión terrible: todas las armas que se inventan, tarde o temprano, se acaban usando. La Historia lo prueba.

Con mi hijo David, entre las estatuas del general Gross y Oppenheimer, máximos responsables del proyecto Manhattan que permitió crear la bomba atómica.

Claro que, hasta hoy, estas dos bombas atómicas cuyas réplicas estamos viendo hoy (Little Boy y Fat Man) solo se han usado en 1945 con el fin de provocar la rendición total del Imperio japonés en la II Guerra Mundial y acabar así con la mayor masacre del siglo XX. Consiguió su objetivo, sí, pero ¿a qué precio? Largo debate.

Tras la visita inquietante al Museo, nuestros hijos, Andrea y David, mi chica y mi nieto intervinieron en el debate.

¿Era necesario lanzarlas sobre la población civil como hicieron los nazis sobre Guernica en la guerra civil española o los aliados sobre Dresde? La cuestión que surgió cuando vimos la película Oppenheimer brotó hoy con más fuerza: ¿El fin justifica los medios? O, como afirmó Albert Camus, «son los medios los que justifican el fin».

Con mi hijo David y mi nieto Leo en Los Álamos (NM)

En el complejo de Los Álamos (un laboratorio fuertemente vigilado por militares) se concentra hoy el mayor porcentaje de cerebros científicos por metro cuadrado del mundo. ¿A qué se dedican cientos de físicos, químicos, biólogos, matemáticos, etc.? No es ciencia ficción. Están inventando nuevas armas que, tarde o temprano, serán usadas.

Réplica del primer detonador que se utilizó con la primera bomba atómica.

Me ha impresionado la pobre tecnología manual utilizada en 1945 para fabricar, por ejemplo, el detonador de la primera bomba nuclear de la Historia. Usaron papel y lápiz, tiza y pizarra. Me asusta pensar qué podrán fabricar ahora con la alta y sofisticada tecnología disponible, incluida la inteligencia artificial. Peor aún: ¿Y si Trump, o alguien como su amigo Putin, gana las elecciones en EE.UU. y tiene en sus manos el botón rojo para utilizar estas nuevas armas secretas, hoy embrionarias o no, del laboratorio de Los Álamos?

Es un milagro que, con el enorme arsenal nuclear actual repartido por el mundo, nuestra especie haya sobrevivido hasta hoy. Confiemos en que la cooperación entre los seres humanos supere a la confrontación. Ojalá. Cruzo los dedos.

Cada vez que bebo agua en Nuevo México, recuerdo lo que pasó en la colina de Los Álamos, al otro lado del Río Grande (que los mexicanos llaman Río Bravo)  entre 1943 y 1945. Mi hijo David me advierte de que solo puedo beber agua mineral embotellada:

-«Desde que hicieron aquí las primeras pruebas nucleares, nadie bebe agua del grifo. Puede estar contaminada con restos radioactivos».

Tomo nota. Lo mismo me dijeron en Palomares (Almería), después de caer allí cuatro bombas atómicas que no llegaron a explotar. En 1966, el plutonio se había extendido por la tierra que yo recorría de niño con mi padre para llevar un carro de tomates a la alhóndiga de Cuevas de Almanzora desde La Rumina, mi casa en el término de Mojacar.

Palomares: días de playa y plutonio

Anoche vi el cuarto y último capítulo de la serie «Palomares: días de playa y plutonio», producida por 93 metros para Movistar.  Terminó con un homenaje a dos jóvenes colegas, David Beriain y Roberto Fraile, productores de la serie documental, asesinados el pasado 27 de abril en Burkina Faso.

David Beriain y Roberto Fraile, productores de la de la serie, asesinados en Burkina Faso.

Fue su último y espléndido trabajo antes de viajar a Africa. Todo el equipo de la serie, dirigida por Alvaro Ron, sufrió un gran impacto emocional por el asesinato de sus colegas mientras hacían un documental sobre la caza furtiva. Mi hijo Erik  tenía cita con David y su esposa, al regresar de Africa. No pudo ser. Terrible tragedia. David y Roberto dejaron su huella profesional en los cuatro capítulos de Palomares, que recomiendo vivamente, y su huella personal indeleble en quienes les conocieron.

Bomba de hidrógeno recuperada del fondo del mar, gracias al pescador Paco, el de la Bomba.

Yo creía conocer bien el caso de las bombas atómicas caídas el 17 de enero de 1966 en Palomares (Almería), tan cerca de mi casa en La Rumina (Mojacar). No en vano pasé por allí muchas veces, de niño, con mi padre y el carro lleno de tomates, camino de la alhondiga de Cuevas de Almanzora. En las vacaciones de Semana Santa del 1966, visité la zona contaminada por plutonio y hablé con los vecinos del pueblo. Me impresionó el desconocimiento que había allí sobre la gravedad del accidente del super bombardero B-52 del que cayeron cuatro bombas de hidrógeno, una de ellas al mar.

Como propina, presumiré de mi hijo Erik que interpretó, con el nombre de su abuelo materno, a un coronel de la Fuerza Aérea de EE.UU.

Mi hijo Erik, como coronel Westley, en busca de la bomba.

 

Alph Westley (USAF), abuelo materno de mis hijos.

Gracias a las indicaciones de Paco, el de la Bomba, que andaba pescando por el lugar, los norteamericanos pudieron recuperar el artefacto nuclear. Nunca le premiaron. Un manto de silencio (y censura) cubrió la contaminación radiactiva más grave en una población civil desde Hiroshima y Nagasaki.  La dictadura de Franco quedó con el culo al aire, humillada y silenciada por el Gobierno de Estados Unidos. Normalidad, no pasa nada en Palomares, era el mensaje unánime de la prensa censurada por la Dictadura. Su publicó, eso sí, el baño del ministro Manuel Fraga en la playa de Vera para demostrar que no había peligro alguno de restos de plutonio en la zona. Lo había, sí, pero el Gobierno mintió a la población. Es lo que pasa cuando no hay libertad de prensa.

Erik, de Hollywood a Palomares, hace de coronel Westley.

La serie me ha recordado los esfuerzos y el coraje de Antonia Flores, alcaldesa de Palomares, quien, a los 20 años de la tragedia, exigió información oficial (ya en Democracia) sobre los efectos de la radiactividad en la salud de sus vecinos. El 17 de enero de 1986 (20 aniversario) tuve a la joven Antonia Flores como invitada en el informativo Buenos Dias de TVE, que yo dirigía y presentaba entonces. Una joven valiente que buscaba la verdad. Recuerdo los viajes, casi secretos, a Madrid de los vecinos de Palomares, asustados, para su chequeo anual en la Junta de Energía Nuclear. Y el miedo en la zona a hablar del accidente nuclear ya que temían que las noticias sobre plutonio radioactivo pudieran afectar al futuro de sus cosechas.

Con Álvaro Martín Blanco, director de Fotografía de la serie, y mi hijo Erik, en nuestra casa, celebrando el éxito de la serie.

Una historia, bien documentada y cargada de tensión, que Alvaro Ron, director,  y Daniel Beriain, productor, han sabido llevar magistralmente a la pantalla.  No os la perdáis.

Enhorabuena, Alvaro.  Buen trabajo. Y que David y Roberto descansen en paz.