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El ciclo del aceite de palma se cierra con un rastro de aliento cargado de alcohol

Con la salida del sol comienza el proceso: los hombres parten camino del «Bush», hacia lo frondoso del bosque. A la espalda llevan el machete y bajo el brazo el llamado ‘rub’, un artilugio fabricado con la rama de la misma palmera. Con ello rodean el tronco del árbol y agarrando ambos extremos, se inclinan hacia atrás. A partir de ahí sólo consiste en impulsar el rub y trepar, impulsar, trepar, y así ir poco a poco ascendiendo.  Una vez en la cima ya únicamente queda, a base de machetazos, recoger el fruto.

Palmas que dan el fruto con el que se hace el aceite

Palmas que dan el fruto con el que se hace el aceite

Comienza la segunda fase y las mujeres entran en escena: fabricar el aceite de palma. Un trabajo laborioso que consiste en hervir y después pisar bien el fruto para exprimir el jugo, como si de uvas se tratase. Luego hay que filtrar el aceite, mezclándolo una y otra vez con agua. Horas y horas de trabajo, pero al fin la garrafa está llena de tan valioso material y lista para cargarla a cuestas hasta el punto de venta.

Llega el día de mercado y en la cima de la colina se acumulan los bidones con tan preciado botín. La gente se arremolina para conseguir los mejores precios,  y las mujeres charlan sobre los charcos de grasa.

Mercado en Widikum

Mercado en Widikum

Todo el aceite está vendido, pero falta la parte importante del ciclo del aceite. El final, el destino de esas monedas  que son la causa y consecuencia de todo. El dinero pasa de la mano de la mujer a la del hombre. Como era de esperar, de la mano del hombre desaparece, dejando como único rastro de su paso un aliento cargado de alcohol.

Esas veces que la vida no es justa

John y Joseph llegaron antes que yo a Widikum, ya llevaban unos días viendo la vida a través del cristal de la incubadora. Sus cabezas habían empezado a crecer. Nacieron prematuros, de una madre sin dinero siquiera para darles leche, y mucho menos pagar una factura del hospital. Las hermanas no dudaron en dar todo lo que necesitaran, atención, oxígeno, comida…

Pero el problema era otro, los gemelos necesitaban una cirugía y cuanto antes. Su cráneo se iba llenando de líquido que no tenía forma de salir, día tras día. A ese ritmo, la cabeza no dejaría de crecer hasta que la presión fuera demasiada y el cerebro no pudiera soportar más. Y así pasaban las semanas, observando frustrados cómo ese día se iba acercando.

Un día, en la televisión una de las hermanas vio una noticia: Unos médicos italianos estaban haciendo esa misma operación en Yaounde, la capital de Camerún. Sin embargo, la ciudad está lejos, los niños débiles, y como siempre, lo más importante: «Money not there» (no hay dinero).

Uno de los pequeños gemelos descansa en brazos de la hermana.

Uno de los pequeños gemelos descansa en brazos de la hermana.

Los días seguían pasando inexorablemente hasta que el doctor Cesar volvió de sus vacaciones y con él un atisbo de esperanza: el doctor hacía laparatomías, operaba hernias, perforaciones, cualquier cosa que se le pusiera por delante. Tras estudiar el caso, llegó la conclusión, la sentencia en este caso, no podía, esa operación escapaba de su capacidad.

No había ninguna solución, nada que hacer. Y fue entonces cuando, sin explicación posible, John empezó a mejorar. El peso ya no iba a la cabeza, se distribuía por el resto de su diminuto cuerpo… Nunca habría imaginado algo igual, nunca lo hubiera creído. Pero John sigue aquí, vivo, y cada día más sano que el anterior.

Joseph no tuvo tanta suerte, con el tiempo sus ojos empezaron a protruir, cada vez lloraba más, cada día comía menos, dormía menos. Murió.

A estas alturas parece solo un triste recuerdo, ya poco podemos hacer, al menos dejó de sufrir y todas esas frases hechas que se dicen como parte del consuelo. Pero sólo pensar en la efímera vida de Joseph, en sus únicos meses de vida, todo sufrimiento, sin entender nada, sin poder hacer nada, sin morfina o más alivio para el dolor que el cariño de las hermanas. No está bien, no es justo.

Cada día, 120 personas se infectan de SIDA en Camerún

Comienza Diciembre y no es un día cualquiera en el colegio de Widikum. Hoy se han borrado las lecciones de francés y geografía de la pizarra para dar paso al siguiente mensaje:

Día mundial del VIH/SIDA
-Cero muertes relacionadas con SIDA
-Cero nuevas infecciones

-Cero discriminación

Pizarra de la escuela de Widikum

Pizarra de la escuela de Widikum

Las clases se han plagado de ojos curiosos y expectantes, de risas nerviosas, mientras más y más niños se apilaban en rincones y ventanas. Estamos frente a ellos el personal del hospital, y con nosotros desaparece por unas horas el tabú del sexo, de la enfermedad.

«Ahora bien, no hemos venido aquí a soltar la teoría. Queremos que habléis vosotros. Empecemos por, ¿que creéis que quiere decir la primera frase?» Emmanuel abre el debate y tras eso las preguntas fluyen, las cosas que saben pero sobretodo las que ignoran.

Hoy ha sido un día de resolver dudas que quizás nadie habría podido hacer antes. Hoy una niña ha descubierto que el problema del sexo cuando se está en el colegio no radica en que la vagina aún sea pequeña. Muchos otros se han enterado de que se puede estar enfermo sin parecerlo, incluso sin siquiera saberlo. Hoy todos han aprendido que, cada día en Camerún, se infectan una media de alrededor de 120 personas. Cada día.

Alumnos de la escuela de Widikum

El SIDA está en Camerún, y mucho. Cada poco vemos un caso nuevo en la consulta, desde ancianas, hasta mujeres casadas o niños… La parte más cruda del cuento del coco bajo cuya sombra viven asustados: que es real.

Por eso días como hoy cobran significado, en los que los niños acaban en fila preocupados por un pinchazo en el dedo. Reunir al futuro de la población, enseñar y detectar. La mejor medicina es no necesitar ninguna.

Nada sucede sin que lo sepa el gendarme

En Widikum, a grandes rasgos, se juega en tres ligas diferentes. En primer lugar, tenemos al «farmer» que, aunque literalmente signifique  granjero, su labor fundamental consiste en trepar palmeras para hacer aceite con su fruto. Por otro lado, también está aquel hombre con un pequeño negocio, ya sea una tienda con artículos de todo tipo o un pequeño bar. Y por último se encuentra el privilegiado puesto de policía y, en una categoría superior, el gendarme.

La labor principal de esta profesión consiste en la conservación de la seguridad, en concreto, su propia seguridad económica. Lo llamaría corrupción, pero para ello haría falta que al menos uno fuera honesto y, hasta la fecha, creo poder asegurar que no es el caso.

Encontrarse con estos policías es tarea fácil, basta con subir a cualquier transporte y avanzar unos kilómetros de carretera. El resto es pan comido. Sin exagerar, en ocasiones 3 km son suficientes para encontrarse con hasta cuatro controles policiales. Una vez llegas a uno de ellos el procedimiento es bastante similar: Cumpliendo con su obligación, el agente de la ley se acerca a la ventana y con seriedad pide los papeles. ¿Qué papeles? Todos los que pueda: los del vehículo, la identificación del conductor y de todos los pasajeros, pasaporte, cartilla de vacunación… Si todo está en regla y se agota su imaginación puede que tras eso abra el paso; también puede que mande bajar a todos los pasajeros y revise detenidamente uno a uno. Evitar esto es sencillo, tanto si no tienes la documentación como si lo que no te sobra es el tiempo, basta con desembolsar una pequeña cantidad, acorde con el rango del oficial. De esta forma, la barrera se abre sin problemas, ya tengas una ametralladora en el asiento del copiloto o una pegatina que diga «Viva el Estado Islámico».

Policía pidiendo la documentación

Policía pidiendo la documentación

Esta no es, sin embargo, su única fuente de ingresos. No hay nada que suceda sin que lo sepa el gendarme, es decir, sin que saque beneficio. Hemos llegado a ver descargar pateras llenas de gasolina de contrabando de Nigeria bajo la supervisión de un oficial. Al vernos, ni corto ni perezoso, nos pidió enseñar nuestra documentación y nos sometió a un cuestionario que bien podríamos haber sido nosotros los criminales.

Para hacerse una idea del dinero que mueven basta con la respuesta que le dieron a Pablo ayer cuando preguntó si podrían excavar por debajo del control para poner una tubería: «Do you know how much we produce in one day?» (¿Sabes cuánto producimos en un día?) Y más les vale, porque como el gendarme no esté conforme con los beneficios de sus subalternos, estos quedan relegados al trabajo de oficina, lejos de las carreteras, donde sus ingresos quedan reducidos a su sueldo.

Este es el cuerpo de policía en Camerún y cada uno lo lleva a su manera. La mayoría escogen pagar directamente, algunos discuten un poco, otros disimulan, la Madre dejó un cacahuete cuando extendieron la mano para pedir… A Pablo, por su parte, le va a tocar hacer parte de la obra por la noche, con el recuerdo reciente de las palabras del gendarme: «Este proyecto está muy bien. Así me gusta, desarrollando Africa«

El fuego y la epilepsia

Hay muchas cosas que son diferentes aquí, y no siempre son las más obvias. Una de ellas me la enseñó el doctor César: escuchar el retumbar de una motocicleta en la entrada nunca es buena señal. En una moto te llega desde un niño moribundo por una anemia hasta un accidente de tráfico, pero nunca nada bueno. Ese sonido es la sirena de la ambulancia, significa que llega una emergencia.

Adeline vino ayer en una de estas motos, con la cabeza tapada por una tela. Antes de verle la cara oí al doctor «¿qué ha sido? ¿aceite? ¿agua hirviendo?», «¡Fuego, fuego!». Al poco comprendí que Adeline tenía la cara y el cuello abrasados. Con 21 años, estaba cocinando en el fuego cuando se desmayó. Así, sin más, unos segundos y su vida cambió por completo.

He aquí otra de las asociaciones que he aprendido en Camerún: fuego y epilepsia. Adeline esta lejos de ser el primer caso que veo desde mi llegada. Emmanuel aún espera pacientemente a que sus dos piernas cicatricen y la carne arrugada cubre todo el cuerpo de Papá Pi y las piernas de Angelina…

Aquí, las cosas son distintas y y no consigo explicar hasta qué punto. Es casi como comparar dos colores, como intentar aclarar a un daltónico la diferencia entre el verde y el rojo.

Y sin embargo, poco importa. Al final del día, Adeline sigue en su cuarto, recuperándose poco a poco; y el día en que verá en qué se ha convertido su rostro se sigue acercando.

Luz en la habitación de Adeline.

Luz en la habitación de Adeline.

Gisel ya sonríe y Blessing gatea sin parar

La vida es así: se nace, se vive, se muere. Punto y final. El único problema es que no es cierto, nunca se termina, ni siquiera hay una pausa. Tras un último latido, tras un último aliento, la vida continúa inexorable. Una persona se ha ido, pero el resto se quedan.

Hoy quería dedicar unas palabras a ellos, a los que se quedan: Gisel y Blessing. El que se fue, su hermano, fue otro niño más de los que nos arrebató el sarampión, la demora y la contrimedicine. Ellos también cayeron enfermos pero acuciados por el miedo de la pérdida, los trajeron antes y pudimos ayudarlos.

Gisel y Blessing con su madre.

Gisel y Blessing con su madre.

Apenas dos semanas después descubrí que Gisel sabía sonreír y pude ver la piel sin cuartear del bebé Blessing. Hoy viven en el hospital esperando poder pagar la factura de su estancia y medicinas. No pueden salir y dependen de la bondad de las hermanas para comer. Es duro, posiblemente más de lo que se puede llegar a entender.

Pero Blessing gatea alegremente mientras ríe cubierto de babas. Todo el mundo puede decir cuántos dientes le faltan a la sonrisa de Gisel. Viven. Y frente a eso, el resto deja de importar.

Mañana, sin calcetines

 

Me habría gustado escribir hoy un post, hay varias historias que quiero contar. También habría estado bien hacer la colada para tener calcetines limpios mañana, lavar a mano lleva su tiempo.

Es lo que tienen las cesáreas, que no avisan y que a veces vienen a pares.

En el quirófano con el doctor César y una hermana.

En el quirófano

Llego a casa ahora, son las 11.30 de la noche y llevo en el hospital desde las 8 de la mañana. Internet va a pedales y sólo pillo señal al lado de una ventana, la batería del móvil se agota con tanto esfuerzo y yo tampoco doy para más. Los platos están sin fregar y mi ánimo no en su mejor momento.  Hasta mañana.

Ashia

Un chamán en la discoteca

Por Julia Alfonso.

¿A quién no le ha pasado que, en el descuido de ir alegremente a saludar a un extranjero, le ha dejado anonadado plantándole dos besos? Somos diferentes y, para qué engañarnos, en España se tiene una cercanía especial. Pero no se trata sólo a la hora del saludo, cada país tiene su propia etiqueta. En Camerún, por ejemplo, has de tener en cuenta que decir a alguien de quedar implica pagar su bebida, y que a las casas se entra normalmente sin zapatos. Aquí la tradición tiene un papel mayor en la sociedad, se cree en supersticiones, en personajes mágicos y en yuyu. Cuanto más fantástico parezca, mayor es el cuidado a tener, hasta el punto de que no celebrar debidamente un funeral puede desembocar en encontrarte veneno en la comida.

Es dentro de esta categoría mística donde se encuentra la figura del Chief, una especie de jefe moral y en parte chamánico de una región determinada. Hay toda una selección de cosas a tener en cuenta a la hora de encontrarse con uno de estos jefes: No se debe dar la mano sino hacer una reverencia, se han de dar tres palmadas por los ancestros, presentarse debidamente, no cruzar las piernas… Sinceramente, a medida que me lo explicaban se me iba olvidando, así que me quedé con un mensaje principal: Muestra respeto al Chief y, en la medida de lo posible, haz lo que pida.

En Andek, mujeres esperando para ver al Chief

En Andek, mujeres esperando para ver al Chief

Desde mi llegada, nos hemos encontrado con dos de estos jefes.  La primera vez fue en Andek, un pueblo en el que acabamos un domingo al explorar un poco la zona. Fueron los propios conductores de las motos los que nos avisaron de que debíamos ir a saludar al Chief y, tras hacernos un breve resumen del código de conducta, nos llevaron a su casa. Nuestro afán por no mostrar una falta de consideración nos llevó a tomarnos de buen gusto la comida y bebida que nos ofrecieron: una botella de whisky peleón y, para empapar, un plátano.  Aún recuerdo los esfuerzos por mantener la compostura cuando nos ofrecieron el segundo vaso, con el estómago vacío desde las seis de la mañana.

Nuestro segundo encuentro fue con el Chief de la región de Widikum, y tuvo lugar en el sitio más inesperado: el Spotlight, la «discoteca» de Widikum. Al parecer, Pablo y el doctor se lo encontraron mientras andaban por la calle y empezaron a hablar, una cosa llevó a la otra…

El Chief charlando con el doctor César

El Chief charlando con el doctor César

Para cuando yo llegué estaban frente a una mesa llena de cervezas, todo el equipo de fútbol de veteranos, el doctor César, Pablo y el Chief presidiendo, vestido con su traje tradicional. Dicho atuendo consiste en una tela a rayas haciendo las veces de falda, un abanico de plumas y un cayado de ébano, todo ello coronado por un gorro con multitud de finas ramas sobresaliendo en todas direcciones. Un cambio de ropa puede parecer algo insignificante, pero lleva implícito un mayor peso de toda la retahíla de normas, incluyendo todas aquellas que desconocemos.
A pesar de todo, Pablo se supo desenvolver bien consiguiendo que le prometiera una mujer y unas cuantas hectáreas de tierra para cultivar. Por mi cuenta, me vi en una situación comprometida cuando, tras comentar que buscaba mujer, pidió mi número y me invitó a ‘palacio’.

Chief bailando

Chief bailando

«¿Los Chief no bailan?», pregunté por encima de la música, intentando escapar por la tangente. Por su reacción, apuesto a que no es una pregunta que se le pudiera hacer llevando la ropa tradicional.

Sin embargo, al cabo de poco tiempo anunció que se quería cambiar, que iba a bailar. No tardó demasiado en aparecer con traje y camisa repitiendo una y otra vez «Ya no soy el Chief, soy como vosotros» y bailando como el que más. Como si al quitarse el estrafalario conjunto descendiera de su trono de ébano, como si la diferencia entre él y el resto se redujera a tela y plumas.

 

‘Ashia’, el Hakuna Matata camerunés

Por Julia Alfonso

El carácter de un pueblo queda reflejado en los lugares más insospechados: una canción, artesanía, tradiciones, vestimenta… Cada pequeño gesto va revelando diferentes aspectos de una cultura, hasta crear una imagen que, siendo más o menos correcta, acaba dándose como aceptada y comúnmente conocida. De entre todas estas características, existe una que suele pasar desapercibida aunque probablemente revele más que muchas otras: el idioma.

Ya sea como causa o consecuencia, la lengua puede llegar a mostrar mentalidad, intereses, personalidad e incluso entorno y clima. A nadie le sorprende que los esquimales dispongan de más de 20 palabras para definir la nieve, o que en japonés exista la palabra Kyoikumama para una madre que presiona a sus hijos para que obtengan buenos resultados académicos. Pues bien, Camerún no es una excepción.

Para ponernos un poco en contexto, el país es en su gran mayoría francófono, menos dos regiones: la Sudoeste y la Noroeste, donde da la casualidad de que se encuentra nuestro pequeño Widikum. A efectos prácticos se dice que estas dos zonas son de habla inglesa, pero me río en la cara del que de verdad lo crea. Aquí lo que se habla en realidad es el pidgy, una versión del inglés en la que gramática, pronunciación y vocabulario quedan simplificados al máximo hasta llegar a un punto en muchos casos incomprensible. Sin embargo, no voy a mentir, por frustrante que parezca en un principio, tiene un encanto especial. En pidgy las palabras se describen por sí mismas: comer queda reducido a un «chop» y aquí no se tiene diarrea, sino que se «posh». De ejemplos como estos está el idioma lleno, pero de entre todas sus palabras, mi favorita es sin duda «ashia«.

Ashia

Hasta la fecha, ashia es  la expresión que a mi parecer más engloba a la personalidad camerunesa. Carece de traducción al español o a cualquier lengua que conozca, pero se podría entender como una fusión entre ánimo, resignación y empatía, con una pizca de paciencia. Diría que es su Hakuna Matata particular. Es algo que decir al que madruga para ir a trabajar, a la que lleva un cesto de plátanos sobre la cabeza, a quien pasa calor o al enfermo. Desde mi llegada, yo misma he ido coleccionando este tipo de momentos: esperando al autobús 6 horas y media, o subiendo cuestas embarradas infernales porque la moto no aguanta el peso. Ashia también es una llamada de madrugada o incluso la muerte de alguien al que no he podido ayudar…

Ashia es, a fin de cuentas, una apuesta por vivir una realidad lejos de la idílica con fuerza y valentía, por no tirar la toalla. Es la promesa de algo mejor en el horizonte, si tan solo consigues aguantar unos pasos. Es una mano amiga que te acompaña y te consuela en un momento de necesidad. Aceptar el sufrimiento, reconocerlo, para sobreponerse y continuar. Ashia es no olvidar que no importa lo mal que se pongan las cosas, siempre hay un futuro esperando. Una bonita lección que llevarse a casa.

Y quizá la mejor parte sea la respuesta a un ashia, a alguien que decide prestar atención a tu desgracia y dedicarte esa simple palabra de ánimo. Por un segundo, tu carga se vuelve la de los dos: Thank you.