Todos los voluntarios entramos por la puerta con la misma frase: «He venido a ayudar, haré lo que sea que necesitéis». Muchas veces me pregunto qué venimos buscando realmente, y si al final lo encontramos. Porque, a fin de cuentas, ¿qué es ayudar en un sitio como éste? Tengamos la idea que tengamos, venimos aquí y lo único que podemos hacer es improvisar.
Al principio siempre toca estar perdido, desaprender y conseguir todo el conocimiento que puedas en el menor tiempo posible. Vas a contrarreloj, el tiempo del voluntario suele ser limitado y cuanto más consigas hacer, mejor. Así que te encuentras aprendiendo dosis, enfermedades, precios de fármacos y pruebas… Todo es importante.

Una voluntaria con el Dr. César
Pero aprender no termina ahí, apenas empieza. Tienes que absorber toda una cultura, abrir la mente a cada cosa que veas y pararte un segundo a intentar comprender, por equivocado que pueda parecerte. Quizás eso es lo más difícil, olvidar todo lo que siempre creíste cierto, asumir que algunas cosas no son tan certeras como pensabas. Para qué engañarnos, también es la parte más bonita de toda la experiencia.
Porque al final el tiempo que tanto temías que pasara, termina y llega el momento de la despedida. Detrás de ti dejas a un médico un poco más descansado después de poder compartir la carga de trabajo, un poco más sabio con aquellas cosas que pudieras enseñarle; a lo mejor a algún paciente un poco mejor, incluso alguno al que salvaste la vida. A fin de cuentas son cosas que se difuminarán con los años, los meses que empeñaste no cambiarán el mundo. O sí, porque te cambiaron a ti, porque aprendiste mucho más de lo que enseñaste. Porque en el día de mañana eso te hará mejor médico, mejor ingeniero pero sobre todo, mejor persona.