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El evento social de la semana llega con ritmo de música africana

Son las seis de la mañana y todo Widikum se despereza para prepararse con esmero. Cogen sus mejores galas, limpian sus zapatos a fondo y arreglan su peinado. El colegio está cerrado y en su campo de fútbol pastan los bueyes, no hay nadie en las calles y se respira una cierta calma. Hoy es domingo por la mañana, y la gente se encuentra en la iglesia de la cima de la colina.

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Camino de la misa dominical

Nada más entrar ya notas algo extraordinario en el ambiente, con la luz dorada del amanecer entrando por las ventanas e iluminando el polvo que flota colándose entre las personas. Hay toda suerte de ellas: mujeres con vestidos de brillantes colores, hombres con sus camisas tradicionales, niñas vestidas de princesas con volantes por todos lados, bebés que van de brazos en brazos hasta conseguir la calma…

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Y entonces comienza a cantar el coro. Si con un poco de suerte el estridente micrófono no funciona, la música es una verdadera belleza. Acompañada por poco más que unos tambores y unas maracas podría describirse como una fusión de góspel y sobre todo música africana.

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Todo el mundo baila, la mayoría moviéndose discretamente hacia los lados y algún que otro valiente con un poco más de brío. Es una cosa verdaderamente especial, con los niños corriendo por doquier y la gente en profunda concentración alrededor, el evento social de la semana. Creas en lo que creas es imposible no disfrutarlo, no sentir la solemnidad y alegría que te rodea, la relevancia que dos horas pueden tener para la sencilla gente de esta región.

Widikum, un pueblo plagado de niños

Me voy.

– Esto no es lo que quiero, me voy.

– Pero ¿de qué hablas? ¿a dónde te vas a ir?

Supongo que ése fue el momento en que mi vida dio un vuelco. Hasta hace apenas unas semanas yo también vivía en esos eternos atascos de Madrid de por la mañana o actualizaba Facebook a diario. Hoy me despierto con el sonido de los gallos y para salir de la cama tengo que pelear con una mosquitera.

Llevo ya más de dos semanas en Widikum, un pueblo al noroeste de Camerún perdido entre montañas de palmeras. Acabo de terminar medicina este año y todo parecía indicar que continuaría por el camino establecido, en mi caso hacer el MIR, y demás cosas que ya tocaban. Hasta que un buen día me di cuenta de que no era lo que yo quería, o más bien, de que no tenía ni idea de lo que quería; así que decidí tomar un poco de perspectiva.

Ahora trabajo como médico voluntaria en el St Joseph Catholic Health Center, acogida por las Siervas de María, y cada día me descubre algo nuevo. Eso es lo que me lleva a escribir, al final todos nos convertimos en historias y me gustaría poder compartir un capítulo de la mía: con los cameruneses y sus costumbres, las anécdotas, el día a día y con alguno de esos momentos duros que te despiertan como una bofetada. Me gustaría poder llevar un trozo de Camerún al que quiera, aunque sean sólo unos párrafos al día.

Mi mundo ahora son ellos:

Las hermanas: son responsables de todo el hospital y la razón de que pueda mantenerse a flote. Entre estas tres españolas y un puñado de hermanas camerunesas pueden con todo: La farmacia, el paritorio, el quirófano, el regateo, los proyectos… Y aún les queda tiempo para preocuparse por si comemos o dormimos lo suficiente y para ayudar a todo aquel lo necesite.

Monja

Pablo: es un voluntario canario con el que comparto casa, un ingeniero que está llevando a cabo un proyecto de abastecimiento de agua para el hospital. Tiene un superpoder por el que consigue que la gente le adore y ya es la estrella de la zona. Aún no sé si el origen tiene que ver con el hipnotismo o simple encanto, sólo sé que intenta usarlo conmigo para que lave los platos. Por fortuna, me mantengo inmune.

La doctora Mireille: embarazada de gemelos, está a cargo de todo el hospital mientras el doctor César está de vacaciones. Con poco más de un año de experiencia, tan pronto te hace una cesárea como trata a un niño con sarampión o a un anciano con un ictus. Una médico todoterreno.

El personal del hospital: todos ellos siempre saludando con una sonrisa, desde el séquito de Pablo en su obra, hasta los enfermeros multiusos que en muchos casos bien podrían ser médicos, pasando por manitas, cocineras, limpiadoras, técnicos de laboratorio…

En cuanto a Widikum, se trata de un pueblo plagado de niños, donde la música sólo para cuando se va la luz, la motos corren por caminos de barro y las montañas de selva se extienden allá donde alcanza la vista, entre las que siempre se cuela alguna brizna de nube. Los días transcurren sobre todo en el recinto del hospital donde vivimos, comemos y trabajamos. Las hermanas viven en el convento situado en lo alto de la colina. Más abajo se encuentra el hospital con las salas de ingresados, consulta, maternidad, quirófano… Hasta llegar a la casa de voluntarios donde vivimos Pablo y yo. Y puedo asegurar que si tener el trabajo a un paso es un sueño, por las noches se puede convertir en verdadera pesadilla si llega alguna urgencia.

¡Bienvenidos a Widikum!