Archivo de marzo, 2016

África empieza en el parto

El otro día una voluntaria del hospital dijo «África empieza en el parto». Es así como llegan al mundo los nuevos habitantes, el futuro y la esperanza de desarrollo. Es en ese momento cuando se decide una vida que podría cambiar muchas, el momento más vulnerable y crítico. Pero ¿cómo es nacer aquí?

Para comenzar, no se nace siempre en un hospital. Parir en la casa suele ser la primera opción, sobretodo  en Widikum y en los demás pueblos «cercanos» a cargo de nuestro hospital. Se trata de una población rural, no educada y en la mayor parte viviendo en zonas de muy difícil acceso, rodeados de selva. Lo intentarán, a ver si con suerte se ahorran el dinero de ir al hospital y cuando todo se tuerza vendrán gritando y llorando. La mayor parte de veces, demasiado tarde.

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Incluso si quieren hacerlo bien, no es nada fácil. Nos han llegado embarazadas que llevaban 8 horas de parto, tras kilómetros y kilómetros andados porque a pie es su única manera de llegar al hospital. Fetos que sufren durante horas por la imposibilidad de una monitorización continua, mujeres que toman algún mejunje de medicina tradicional que mata al niño u otras que llegan con el feto muerto desde hace días completamente infectado…

Las madres mueren, los niños mueren, hasta con el personal más preparado. Falta otra cosa, faltan medios, falta educación. Y mientras tanto, seguirán llegando niños cuyo cerebro no recibió demasiado oxígeno al nacer, seguirán aumentando los epilépticos, la gente no demasiado lúcida y las demás complicaciones. Y todo se seguirá decidiendo en ese primer llanto que esperamos aguantando la respiración.

La familia que trabaja como si bailaran

Los pequeños descubrimientos aquí llegan en los momentos y lugares más insospechados. El último sucedió hace un par de días, al decidir tomarnos un descanso tras un duro día de hospital. Fuimos con las motos a un pequeño río, y de ahí con nuestros bañadores seguimos río abajo hasta una zona recóndita de selva donde, en un pequeño claro, encontramos un lugar para bañarnos. Quizás fue demasiado aventurarse el creer que estábamos en un lugar salvaje y escondido ya que, al poco de llegar, apareció un grupo de niños para ver el extraño espectáculo de tanta piel blanca junta.

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No tardaron en saltar al agua y unirse, chapoteando aquí y allá, cantando y riendo.
«¿Cómo es que estáis por aquí, tan perdidos?», les preguntamos.
«Estamos cosechando. Ahora tendremos que volver», nos responde la mayor con una sonrisa. Aquí llaman granja a la selva, donde hasta la última de las palmeras en la cima de la montaña tiene dueño que recoge su fruto.

Tras un corto pero gratificante baño se fueron, y aunque nosotros remoloneamos un poco, al poco rato les estábamos siguiendo.

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La escena que nos encontramos al llegar puede que no llamara mucho la atención, pero nos dejó embobados unos minutos. Toda la familia, los padres y los hijos, desde el pequeño de apenas dos años hasta las mayores adolescentes, todos ellos trabajando haciendo aceite de palma en perfecta armonía. Como el engranaje de un reloj, cada uno en su tarea, absolutamente coordinados, casi parecía que bailaran.

Puede que a veces las condiciones no sean las mejores, puede que trabajar recogiendo y aplastando semillas en lugar des jugar después del colegio no parezca algo apetecible. Pero también puede que nunca haya visto una familia con un vínculo tan palpable, una familia que solo cobra sentido completa

Tenemos un huérfano menos en África

Este bebé aún no tiene nombre, su corta vida ya ha estado tan llena de acontecimientos que todavía no ha habido tiempo para una decisión tan banal. O al menos eso es lo que dirían en Widikum. Lo trajeron al hospital ayer, solo, tras únicamente unas horas de nacer. Solo, porque ya no tiene a nadie. Su madre intentó dar a luz en la casa y el parto se la llevó por delante. Cegado por la pena y por el agobio de la responsabilidad, su padre renegó de él y decidió abandonarlo.
Si este bebé llegó al hospital fue porque querían un certificado de nacimiento, lo necesitaban para poder dejarlo en el orfanato.

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Para mi sorpresa, la reacción de las hermanas no llegó a la indignación de la mía. «Así comerá bien, es peor que lo tenga si no puede ocuparse de él». Supongo que las cosas aquí son diferentes, quizás es así cómo empiezan esos niños desnutridos hasta el extremo que llegan al hospital hinchados como globos. A lo mejor sí que es la mejor opción. Pero no sabe bien, no se siente como correcto.

El doctor tampoco se conformó. Cogió al tío de la criatura y habló seria y duramente con él: la familia es la familia, no podían dejar que su madre hubiera muerto en vano. Eso y muchas otras verdades duras, una tras otra. Y la parte final: podíamos ayudarlos, hay un proyecto, el Proyecto Lactancia de la ONG Idiwaka, que ofrece leche en polvo gratuita para casos como este. Había esperanza.

Al final, cambiaron de idea. Al final, tenemos un huérfano menos en África.

También hay días tranquilos en Widikum

El día  empieza pronto, a las seis ya se oye algún gallo rezagado cantando a lo lejos mezclado con el sonido de la actividad en la calle. Nosotros solemos arrancar un poco más tarde, a no ser que la pila de ropa sucia nos lo impida, y un desayuno después ya recorremos el corto camino hacia el hospital, tropezando con algún lagarto azul o mariposa.

En el hospital nos esperan todo tipo de cosas que hacer. La responsabilidad del doctor Cesar aquí va desde pasar visita a los enfermos ingresados en la planta, la consulta, hacer las ecografías, las curas y los partos difíciles hasta, en caso de haber, las cirugías. Aprovechando que estos días somos varios los voluntarios que estamos en el hospital, el trabajo disminuye, pero aún no me explico cómo puede llegar a hacerlo habitualmente sólo una persona. Además, hoy es día de mercado, la clientela aumenta considerablemente y las embarazadas vienen de los pueblos de los alrededores para su seguimiento.

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La mayoría de los ingresados son niños.

Nos dividimos, Cesar se queda la consulta, las otras voluntarias con el screening de malnutrición en el centro de vacunación y yo con los enfermos de la planta. La mayor parte de los ingresos son niños: malaria, fiebre tifoidea, gastroenteritis, accidentes… Incluso una pobre niña llena de picaduras de avispa porque su hermano la dejó atrás después de estar golpeando una colmena.

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Charla con las mujeres embarazadas

Al final, el día pasa a medida que vamos de un lado para otro, entre los pacientes que vienen y van, hasta que llega la hora de comer. Las canciones que les enseñan a las embarazadas para que aprendan a protegerse de la malaria y otras infecciones llenan el ambiente acompañadas de palmas. Ha sido un buen día y es una hora decente para comer, apenas queda nada de trabajo para después, así que sin perder mucho tiempo nos preparamos para ir de excursión.

Hemos oído hablar de un pueblo en la cima de una de las montañas, el Diche 2, y como no sabemos cuánto tardaremos empezamos a subir a pesar del calor asfixiante que hace a esta hora. La gente vuelve del mercado, cargados hasta arriba con garrafas y comida y mientras suben el mismo camino se emocionan al vernos y nos repiten «Ashia» entre risas una y otra vez.

Si el calor nos acompañó de subida, de bajada fue la lluvia torrencial y caladas hasta los huesos, cruzamos los dedos para que haya agua para ducharnos. Hemos tenido suerte y limpias y calentitas nos tomamos una cerveza en el salón. Otro día ha pasado en Widikum, ahora toca coger fuerzas para el siguiente

Cuando sobrevivir aislado en la selva es casi un milagro

Tres motos para los cinco y nuestras provisiones, así empieza nuestro viaje a Menka, una región llena de pequeños pueblos aislados entre nubes y montañas. En ella las Siervas de María tenían un dispensario para la atención médica primaria, sin embargo, tuvieron que cerrarlo hará un año. La razón más importante fue la imposibilidad de llevar hasta allí los suministros y el material imprescindible para su funcionamiento debido a las dificultades del camino, ahora mismo prácticamente intransitable excepto para algunos  «moto-man» osados como nosotros.

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Hemos vivido en primera persona las complicaciones del trayecto, en algunos tramos casi imposible,  agarrándonos como podíamos y escalando las partes en las que el motor de las motos no aguantaba con nuestro peso, entre barro, surcos y piedras. Al final el paseo ha sido recompensado y embebidos en la naturaleza más espectacular, hemos llegado al centro.

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El pequeño dispensario tiene de todo: consulta, farmacia, laboratorio, paritorio, una pequeña sala de ingreso, casa para la persona a cargo… Pero tras un año de abandono, lo han tomado las ratas y los lagartos.

Tras nuestra llegada, no tardaron mucho en acercarse la gente del pueblo a ver a los forasteros:  «¿Habéis venido a abrirlo de nuevo? La gente aquí está sufriendo«, nos decían una y otra vez, y no exageran. Desde mi llegada a Camerún, he visto venir desde Menka al hospital de Widikum a mujeres de parto, personas con un ictus, niños en estado crítico… Recuerdo un hombre que llegó necesitando una operación urgente y murió mientras esperaba que prepararan el quirófano. Todos ellos tuvieron que andar durante horas y horas, enfermos, por los mismos caminos por los que los coches no logran pasar.

La situación no es fácil: necesitan ayuda pero, ¿cómo llevarla? ¿Cómo se les atiende cuando la población está dispersa entre montañas de selva y las comunicaciones son prácticamente imposibles? En esta parte del mundo es como si la naturaleza y las infraestructuras se aliaran contra el hombre y sobrevivir es casi un milagro.

La verdad es incómoda y dura para la mujer camerunesa

«Woman’s Day, Woman’s Day, Woman’s Day» vitorea la multitud emocionada al unísono.

Ayer Widikum se levantó vestido de naranja y de morado, con la misma tela pero cada uno diferente, cada uno su estilo. Y este mar de brillantes colores se reunió frente al colegio para celebrar este día especial, el día de la mujer.

Las enfermeras del hospital ataviadas para la ocasión

Las enfermeras del hospital ataviadas para la ocasión

Por un día, la mujer no está a cargo de los niños, de la casa, de cocinar; pero no se trata sólo de eso. Es un día de reflexión sobre el género femenino, sobre su papel en la sociedad camerunesa, sobre su potencial y los problemas que le impiden alcanzarlo.
Los temas han sido variados: desde evitar el embarazo y matrimonio prematuro, hasta demostrar que una mujer también puede construir una casa o partir leña. También se ha puesto en evidencia situaciones tristemente reales como  los chantajes sexuales por parte de la autoridad, la alienación de las viudas o la infidelidad y el maltrato. Temas incómodos, con algunos de los implicados entre el público, impunes.

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De todo ello se ha hablado reunidos este día, entre discursos, teatrillos, bailes y bromas. Todo aparentemente inofensivo pero encerrando una verdad que aquí es aún más incómoda y dura que nunca: todavía queda mucho camino por recorrer.

Buscando niños malnutridos en pueblos aislados

Lucia, Cynthia, Bea y Loles han traído muchas cosas a Widikum. Para empezar, compañía para una ermitaña como yo, ganas de ayudar y energía. Tampoco han escatimado en risas, tardes de cervezas y eternas conversaciones en las que descubrimos entre todas un poco más de Camerún. Otra de las cosas que han traído las nuevas voluntarias a Widikum ha sido el programa de detección de malnutrición de Idiwaka, que es precisamente lo que nos ha llevado hoy a atravesar la selva en todoterreno para llegar a uno de los muchos pueblos aislados, Ebangabi.

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La casa del jefe de Ebangabi

A nuestra llegada, nos recibió el jefe tradicional en su ‘palacio’, una casa que no se diferenciaba del resto más que por los cientos de manos blancas decorando las paredes. Con su aprobación, montamos nuestro campamento en una casa de adobe donde las gallinas correteaban entre pupitres, ya estaba casi todo listo.

Preparadas para empezar la consulta

Preparadas para empezar la consulta

Para terminar, sacamos unos cuantos ‘bolo bolo’ y fuimos viendo cómo llegaban todos los niños del pueblo atraídos como moscas a la miel. Si a ellos los atrajeron los globos, para las madres fue el cotilleo de la multitud, de la promesa de algo nuevo que poder comentar. En poco tiempo, no quedaban niños por las calles y nuestra improvisada consulta estaba a reventar.

Dimos comienzo al día, explicando el programa, midiendo a los niños y pesándolos, explorándolos uno a uno. Nos comunicábamos a gritos por encima de los lloros y cotorreo, lidiando con madres que no ven que su hijo esté enfermo, niños meándose en la báscula y otros sin nombre y sin nadie que lo sepa. Pero aquí y allí encontrábamos una fiebre, desnutriciones moderadas y alguna más grave. Procuramos transmitir la importancia de que vinieran al hospital, ofreciendo pruebas gratuitas, medicinas rebajadas…

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Explorando a uno de los niños

Esa tarde uno de los niños nos esperaba en la puerta de la consulta. Y puede que no parezca una gran victoria, pero no deja de serlo. Un buen punto donde empezar, y la esperanza de que poco a poco se sumen las victorias y nos hagan más llevaderas las derrotas. Que los niños que ayudemos nos den la fuerza para no ignorar a los que quedan atrás.