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Malabarismos para llegar a un diagnóstico más barato

Tras una mañana de trabajo en el hospital, hoy nos hemos sentado a comer y en ese momento de relax, entre risas, las médicos internistas que están colaborando en el hospital  nos han contado las pequeñas incidencias de su día:

«Ha llegado un paciente hoy del que sospechábamos una tuberculosis. No tenía suficiente dinero para pagar una placa de tórax que necesitaríamos para ver sus pulmones, así que se nos ocurrió que podríamos llegar al diagnóstico con el análisis del esputo, para que nos mandaran la medicación lo antes posible. El problema es que su tos era seca, no expectoraba, con lo que difícilmente íbamos a conseguir la muestra para analizarla.

Al final tuvimos la idea de ponerle un aerosol con agua con sal hasta que tosiera, pero obviamente no podíamos hacer eso en cualquier lado, en cuanto se pusiera a toser diseminaría el bacilo por doquier. La única forma que nos pareció posible fue soltar el cable del oxígeno por la ventana de una habitación y que esperara en la parte de atrás del edificio hasta toser. El cable era corto así que el pobre hombre tuvo que estar una hora de pie pacientemente esperando.

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Para cuando llegó el gran momento estábamos ahí esperando; parecía que funcionaba, la tos venía de abajo que era lo que necesitábamos. El esputo estaba ya casi a nuestro alcance, y en nuestras manos esperaba el frasco abierto, cuando va el hombre, se quita la mascarilla y ¡lo escupe al suelo! Empezamos a gritar «¡No no no!». El hombre se puso nervioso, empezó a limpiar con el zapato el suelo, atorado creyendo que nos habíamos enfadado porque ensuciara el jardín. Al final acabamos con el frasco vacío en la mano, el esputo en el suelo y en el zapato y un ataque de risa impotente. African way.»

A Victorine le faltó un soborno para escapar de la muerte

Muchos pacientes mueren. A veces no sabemos por qué, con los pocos medios con que contamos hay diagnósticos que se nos escapan. En otras ocasiones, nos falta la habilidad, la técnica quirúrgica o el material. Hay algunas veces en las que carecemos de un tratamiento determinado, aunque sea una pastilla, aunque no sea cara. Es así como perdimos a Victorine.

En Camerún, un hospital tiene que tener unas características particulares para tener la autorización de tratar a pacientes con tuberculosis. Un laboratorio separado, habitaciones aisladas… Hace unos años nuestro hospital invirtió en todo ello, con el caudal de enfermos con SIDA, era necesario estar preparados para una de sus complicaciones más frecuentes.

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Todo funcionó una temporada, hasta que entró en juego en la ecuación la política, y con ella, la corrupción. Al parecer algo en el hospital fallaba y no podían aplicar el tratamiento, de hecho, a no ser que se donara una nada despreciable suma, no tendrían la autorización siquiera de dar el tratamiento, aunque lo tuvieran por otros medios. Las hermanas no pudieron pagar ese soborno disfrazado y desde entonces a todos los tuberculosos los tenemos que mandar a Batibo, un pueblo cercano.

Victorine, sin embargo, no tenía ni el dinero, ni la compañía ni la salud suficiente para ese desplazamiento. Al infectarse con el VIH su familia la abandonó y tras perderse entre la prostitución y la miseria, llegó a nosotros con sus 23 años y más hueso que carne. Tenía tuberculosis y lo sabíamos, pero poco podíamos hacer.

Aun así, las voluntarias no se rindieron y a base de pedir y presentar el caso, consiguieron que les dejaran tratarla si entregaban dos muestras que demostraran el diagnóstico. Tras mucho esfuerzo lo lograron, pero la burocracia va lenta, y entre unas cosas y otras pasaron los días. Victorine no vivió para ver llegar esas pastillas, le faltó un soborno para escapar de la muerte.